lunes, 16 de junio de 2008

viajando

Todos queremos tomar un avión o un tren o un aventón por carreteras mexicanas o extranjeras. Pero a veces, me descubro viajando casi sin querer en pleno Distrito Federal. Y es que además, esta ciudad se pinta solita para que viajemos por ella, nomás no tiene fin, no se acaba nunca. Si terminamos haciendo las mismas cosas en los mismos lugares y con las mismas personas es por pura falta de imaginación.

El sábado caminé un rato por el centro con una amiga y pensaba, esta es mi ciudad, la conozco, pero ahorita estoy viajando, por las fachadas de los edificios, y por las líneas de albañiles que buscan empleo, y por el rostro fervoroso del hombre que se detiene frente a la escultura que pusieron de Juan Pablo II en la Catedral, la escultura está horrible, pero veo la mirada ferviente y las manos apretando la gorra deshilachada, manos que han de venir de algún barrio de migrantes y que le han tupido toda la semana, y me da un poco de envidia, tener esa fe, en algo, mirar de esa forma. Caminamos por la Alameda y le ponemos monedas a las estatuas vivientes y luego abajito del monumento a la Revolución nos detenemos para ver un show callejero de brakedancers, y les echamos muchas porras, y nos ponemos nerviosísimas cada vez que hacen algo peligroso, porque nos los imaginamos estrellando la cabeza contra el concreto, pero todo salía bien siempre, y entonces con alivio nos dedicamos a mirarles todas las líneas de los músculos en los brazos y las espaldas fuertísimas. El público era el espectáculo más luminoso, los viejos, los señores, los jóvenes, los niños, las familias, muchos de los que están en el círculo bajo el sol y que obedecen las instrucciones de los brakedancers y se ríen de los chistes, y esperan hasta que el show comience luego de larguísimos discursos de los bailarines, están ahí porque es gratis, porque mirar no cuesta nada, y ellos no se meten a los teatros ni a las salas de conciertos sino que caminan por la Alameda, y escuchan a los hierberos y a los magos. Mi favorito es un hombre de unos treinta y seis años, muy moreno, de cabello muy lacio y muy negro, con una playera de la virgen, y pantalones baratos, y mocasines y gorra desgastados por quién sabe si muchos o pocos años, pero de seguro sí muchísimas horas de movimiento bajo el sol, y cuando los brakedancers preguntan si en el público hay gente que ya los haya visto antes él levanta la mano como niño aplicado en la primaria, y asiente con la cabeza, y mira con los ojos brillantes, como si tuviera enfrente al circo del sol, y se ríe de las bromas inocentes con una risa inocente, y yo sé que estoy frente a un rostro claro en el centro de la ciudad oscura. Trae una mochila de mezclilla desgastada, como a punto de descoserse, y creo que ahí trae todas sus cosas, toda su ropa, y que a lo mejor no tiene dónde dormir esa noche, pero a lo mejor sí, porque después de todo, cuando el show termina, él saca una moneda, y da su cooperación. Y me acuerdo de una imagen que leí en los detectives salvajes, cuando García Madero ve por primera vez a Angélica Font, o más bien ella lo mira, y él siente como si la mirada fuera una mano que le apretara el corazón, o algo así, algo que Bolaño logra decir sin cursilería de por medio, y me acuerdo porque yo no soy García Madero sino Jimena, y enfrente de mí no está Angélica ni Ángel sino un hombre de mocasines en el límite del desgaste absoluto, y yo estoy sintiendo eso, estoy sintiendo que me aprietan el corazón dentro de un puño.

Y así siguió el fin de semana. Desplazamientos. Viajes. De los bares con una sola entrada a la entrada clandestina de otros bares, y de los bazares de antigüedades de mi colonia a los puestos de cosas usadas y casi todas aparentemente inútiles, tendidos en la banqueta.

Yo me la paso soñando con la partida, pero aquí mientras tanto, a cada rato ocurren los encuentros.

1 comentario:

Jonathan dijo...

Caminando por la Ciudad, frente a las moles de hierro y concreto, en medio de las avalanchas de autos sobre el asfalto, me hago de vez en cuando esta confesión:

Poco a poquito
te asumes, corazón,
son infinito.
(R.Y.)