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jueves, 28 de septiembre de 2017

México lindo



Visitar México siempre me da un poco de miedo. No me da miedo México, pero me da miedo abrir el corazón y luego cerrarlo abruptamente en el regreso. Ese acto de expansión y encogimiento nunca es fácil. Todo el tiempo en mi país traigo el desasosiego de la despedida y la distancia atorada en la garganta (una distancia que también se encoge y luego se ensancha, al revés del corazón), resistiendo las ganas inaguantables de mandarlo todo a la chingada y quedarme nomás. 

No es la comida (aunque daría lo que fuera, en cualquier momento, por una tortilla hecha a mano salidita del comal, o la visión de las montañas de fruta en los mercados, o un bolillo recién horneado, o un taquito de la esquina, o un plato de pozole o un tamal rosa de dulce  y un atole de cajeta y la lista es interminable). No es el clima (aunque hay que saber del pinche invierno, gris, oscuro a las 4 de la tarde, pelón y muerto, y hay que saber de la lluvia helada a tres o dos grados centígrados y un paraguas que no puede con las ráfagas de viento, y hay que saber del frío que duele en la piel y te encierra en espacios con calefacción para entender el lujo indescriptible del sol que no se acaba todo el año). No son las playas ni los paisajes ni los edificios coloniales (aunque me gusta cómo en México germinan los mejores cuadros de las escenas más modestas: un horizonte montañoso encima de los tinacos de cemento, o un cerrito verde detrás de un tendedero, o una calle empedrada y estrecha subiendo hacia una catedral amarilla o rosa). 

Lo que aprieta más fuerte al corazón cuando estoy lejos es una multitud de otras cosas: quiero escuchar el lenguaje de los chiflidos en las calles y en los portones y debajo de las ventanas, quiero escuchar ese chiflido fuerte y corto con el que los mexicanos le piden a alguien que voltee o que se asome. Quiero escuchar los llamados del afilador y el señor de los camotes. Quiero que la gente escuche el radio en las fondas, y en las tienditas y en los microbuses. Quiero la variedad y hondura de un mundo hecho de una multitud de mundos: el son jarocho o el son de tierra caliente o el abajeño o el huapango; el violín de los mariachis o de las pirecuas o de la huasteca potosina; el mole rojo o verde o negro o amarillo o coloradito (o blanco o rosa o de olla o almendrado); cada rincón sus máscaras y sus danzas y sus maneras de pedir la novia o celebrar un santo o recordar sus muertos o atesorar la imagen de un niño Dios o  peregrinar hasta una iglesia o una virgen. Quiero ver, de vez en cuando, chingá, una casa pintada de morado o verde brillante, quiero esa belleza chillona que es también una forma de alegría. Quiero que en la tienda me pregunten “¿qué te doy güerita?” y quiero que el taxista me cuente toda la historia de su vida y me pregunte la historia de mi vida. Quiero la familiaridad y la irreverencia con la que los mexicanos tratan a los desconocidos para crear intimidad y cercanía. Los canadienses son mundialmente famosos por su amabilidad y sí que son amables pero también observan siempre una distancia respetuosa que los mexicanos saben cómo romper de golpe y esa manera de hablarte de tú y hacerte un chiste no es necesariamente amabilidad sino calidez y esa calidez es irremplazable y dulce. Quiero la generosidad sin aspavientos que nace de tener por fuerza que apoyarse en la familia y en el barrio. Quiero las reuniones familiares multitudinarias. Quiero las fiestas escandalosas que se la siguen. Quiero que a veces la voluntad para ser felices y pasarla bien pueda más que las obligaciones. Quiero esa profunda, inexplicable capacidad para la alegría. Quiero el sentido del humor, negro y políticamente incorrecto, y esa manera de usar el humor para hacerle frente también a la muerte y la tragedia. Quiero esa fuerza. Es una fuerza indescriptible, sin medida, que sostiene a los migrantes a través del desierto y sostiene a la gente que trabaja duramente y sin descanso, en el campo y en las fábricas y bajo el rayito de sol en los semáforos. Más que otras cosas duele particularmente ver esa lucha, y saber que esa lucha es particularmente difícil, pero quiero la fuerza que nace cotidianamente ahí y la manera en la que la gente es fuerte sin ser áspera ni dura.
Porque quiero saber también que, si la tierra tiembla y mi casa se sacude, va a haber una multitud de manos extendiéndose hacia el derrumbe. 

Estuve en Michoacán los días del último temblor pero tuve que regresar a Toronto casi de inmediato. Y asistí desde la distancia, por televisión y redes sociales y crónicas individuales a la explosión generosa, a la solidaridad como maremoto de los mexicanos: un mar de manos, un mar de maneras de hacer cercanos a los desconocidos. En todos los países donde hay un desastre o una tragedia la gente hace lo posible por ayudar pero esto es distinto. Es espontáneo, auto-organizado (y bien organizado), es multitudinario y omnipresente, está hecho con ingenio y con imaginación, está tejido con actos de gran desprendimiento, de generosidad y calidez enormes. Así como los pueblos de pronto se levantan para hacer revoluciones, ahora en México se ha levantado el pueblo en un abrazo colectivo. Las dos cosas nacen quizás del mismo instinto, de una conciencia que vuelve a los problemas de los extraños tan importantes como los problemas propios. 

Eso lo traigo atorado como un nudo o una astilla y no hay manera de sacudir de adentro tanta distancia. Porque no es la comida, ni el clima, ni la arquitectura colonial ni las playas o los paisajes. Es la gente. Chingá. La gente chingona de México. Y esto es desde luego un error. Es un engaño del corazón que colorea las cosas libremente,  el corazón de todos es así y el mío mucho, desde siempre: una distorsión romántica tras otra. México tiene muchas cosas feas, muchas cosas malas, mucha gente chingona pero también una bola de lacras. Y acá en Canadá no hay que preocuparse por esconder el celular o la cartera y se vive en paz y sin tanto sobresalto. Pero si el corazón nos engaña es porque estamos enamorados. Y el amor no es por completo una distorsión sino también una manera de entender bien, de mirar por encima de la superficie y acceder a algo que sabemos cierto, y bueno. Estoy enamorada de México. Es mi tierra. Ahora hay que volver, de una vez por todas. Hay que volver a México. Hay que volver a vivir con los compatriotas y poner el corazón y el alma en casa, estar con la gente querida. No hay de otra.

lunes, 19 de octubre de 2009

Me detuve a mitad del dia en el primer cafe que encontre, para escribir, y pensar, y tomar impulso para seguir corriendo. Desde hace un anio estoy corriendo. Estoy pintando sobre mi vida con pinceles gordos y veloces, bajo el estres sin descanso de las decisiones de ultimo minuto. Desde hace un anio el futuro es una ventana como a 10 kilometros de distancia, y solo adivino desde lejos sus colores, y su luz. La estabilidad de un trabajo o un lugar para vivir llega con fechas de expiracion determinadas, y transcurre bajo la sombra de tormentas emocionales. La estabilidad amorosa llega mientras todo lo demas se esfuma, y ahora por ejemplo, mientras escribo, no se si tengo dinero suficiente para remontar los meses y las luchas burocraticas que siguen, si puedo o no regresar a Mexico, y si puedo despues regresar a Canada. Es la primera vez en mi vida en que, ademas de no tener trabajo, ni siquiera tengo claramente un pais de residencia. Entre las sacudidas de los terremotos que desde hace un anio no terminan, ciertas verdades aparecen como pilares desnudos. Encontre por fin al hombre con el que quiero pasar toda mi vida, esa es mi certeza interior y yo reposo ahi la frente con los ojos cerrados. A veces llega la angustia en oleadas, el corazon traga saliva bajo las amenazas que flotan sobre nuestra pequenia historia de amor. J. tambien tiene miedo. Me abraza, me cuenta algo chistoso para que me sienta mejor, y me rio, y me siento mejor. Estamos bien por unas horas lejos del mundo. El mundo llega en la maniana a despertarnos, y hace frio.

Me acuerdo de este miedo, estas pausas nada mas para jalar aire mientras ni siquiera los proximos dias o las proximas horas tienen contornos definidos. Se parecen a la primera vez en Toronto, los primeros dias. Igual que entonces, los minutos estan encendidos intensamente. Se me olvidaba que la incertidumbre provoca tambien angustia, y ahora escribo con el viejo hoyo negro jalando aire desde el estomago. Para consolarme, pienso en que de veras estoy viva, estoy viviendo, me ocurren cosas, me sacuden terremotos, se levantan columnas interiores iluminadas suavemente, se fortalecen los musculos de la espalda, y los del corazon, y los del alma. No soy ya la tejedora de ciudades aereas y cristalinas, de suenios minuciosamente inventados. Soy nada mas alguien probando la superficie agridulce del mundo. Y eso me hace feliz precisamente porque no hace mucho, yo le tenia miedo a esas superficies claroscuras y soniaba mucho mas de lo que vivia. Ahora mi vida esta encima de mi como un maremoto azul, poderoso. No queda de otra mas que seguir corriendo, seguir tomando decisiones veloces a dos o tres minutos del avion que sigue, con el pulso acelerado y la gastritis latiendo en la panza que se queja y pide descanso. No hay, todavia, descanso. Pero luces calidas prometen felicidad desde sus pilares desnudos.

lunes, 30 de marzo de 2009

feliz (idiota)

Las imágenes que me gustan se repiten muchas veces aquí. Los saltos al vacío, por ejemplo. Tomar impulso, empezar a correr y no detenernos hasta que el suelo ya no esté debajo y sólo quede la caída y el hoyo negro en el estómago. Si dudamos a medio camino, si hacemos una pausa, cualquier pausa, entonces ya no hay más salto y el umbral se cierra y ya estuvo. Ese es el único método que conozco para ser valiente (o idiota). Las decisiones irreflexivas. En el momento en el que empiezan los cálculos, y la búsqueda de operaciones exactas y equilibradas, todos los impulsos se adormecen y ya no hay más movimiento. Lo único que nos garantiza seguridad es quedarnos donde estamos, entre coordenadas familiares desde las que es posible sumar o restar y multiplicar o dividir por adelantado. Los saltos al vacío son inciertos y todo puede acabar en lastimaduras sin remedio. Hay gente que apuesta con sus ahorros, con su quincena, y hay gente que apuesta con su vida. Cada decisión es una apuesta y una torcedura irreparable sobre el tejido de nuestro futuro. Estoy convencida de que nuestras decisiones lo cambian todo, para siempre. Y las mías, son casi todas decisiones de último minuto. La distancia entre mi vida apacible en la ciudad de México y el aterrizaje en blanco sobre Toronto fue de dos semanas (dos semanas para renunciar al trabajo, comprar el boleto de avión, sacar el pasaporte y estar de pronto a unas doce de la noche atravesando el cielo sin posibilidad para el arrepentimiento). Y mi vida es distinta, para siempre. Ahora estoy enamorada de un hombre delgadísimo y dulce que espera mi regreso. Y una vez que ya estamos en el territorio del amor, las coordenadas y los cálculos se desvanecen. Los seres románticos (especie deslumbrada) nos dejamos seducir fácilmente y preferimos la fe en ideas hermosas al convencimiento basado en cálculos realistas. Idiotas. Queremos poesía, no definiciones. Queremos carreteras sin fin, y nos decimos en silencio una y otra vez palabras como: la magia la magia la magia, los instantes milagrosos, el horizonte. Los saltos. Al vacío. Los románticos sabemos apreciar la dulce embriaguez de una caída. Poco después viene la realidad, por supuesto, a despertarnos, y probar hasta dónde llegan nuestras fuerzas más allá de todas las promesas y las palabras que nos gusta murmurar a veces. Y todo es terrible entonces, y agridulce, y la luz de los días se afila y se congela, y el tiempo duele y también hay dulzura sin límites y horas indescriptibles en las que extendemos nuestras alas por completo. Y puede ser que a los románticos nos gusten también esas tormentas majestuosas.

El amor es un accidente. Una noche de nieve y ventisca y un departamento revuelto, y discos de Junior Murvin y un hombre que hace florecer su dulzura entre callejones y whisky, en el invierno. Nada que hacer. A los románticos todo se nos hace borroso mientras el corazón se inflama para prometernos (idiota) la belleza. No se crean, a veces tenemos instantes de lucidez adolorida y sentimos pánico. Apretamos el milagro contra el pecho mientras la realidad se acerca a cabalgarnos y ver si nos quiebra o nos paraliza.

Entonces repito en silencio las líneas de un libro famoso (el amor todo lo sabe, todo lo puede). Sonrío porque, quién lo diría. Tan escéptica yo, con respecto a casi todo y ahora, esta fe resplandeciente en J., y en mí.

Me voy a Toronto, de regreso. Todo es complicado y agridulce y no va de acuerdo a ningún plan. Mi vida antes era tranquila. Ahora sólo es veloz, y afortunada.

viernes, 26 de diciembre de 2008

Transcripciones rapidas y sin acentos de dias pasados, desde el cafe junto a la estacion de Dufferin:

Hace como 6 dias:

Cada vez que enfrento una decision, no importa si es enorme o diminuta, me pregunto si va a enviar todos mis anios del futuro en una direccion completamente nueva. Todo el tiempo, frente a mi, la baraja abierta de mis vidas posibles. Sigo pensando en cosas como la magia o el destino. Y es inevitable para mi pensar al mismo tiempo en cosas como el amor. El pulso terco de mis obsesiones, sin descanso. Me pregunto, por ejemplo, a quien voy a conocer, y donde. Y me intrigan las decisiones que el universo parece tomar en mi lugar. Uno de los primeros dias en Toronto, cuando ya tenia casa pero aun no tenia trabajo, fui a buscar una agencia que estaba lejos, en alguna orilla muy al norte de la ciudad (una y otra vez, mis arranques y mis nociones vagas e impracticas acerca de las cosas). Entre a un subway, me atendio un chavo guapo con los ojos rojos de cansancio y la actitud embotada de los que llevan muchas horas repitiendo actos rutinarios. Me miro (sin mirarme), me pregunto que queria en mi sandwich. Ese sandwich iba a ser mi unica comida del dia (a veces extranio el poder de aquellos dias dramaticos), asi que le dije, como ninia en una tienda de dulces "EVERYTHING" Entonces me miro, por primera vez en realidad, y sonrio quizas porque se dio cuenta de que yo estaba ante los ingredientes de mi sandwich como alguien frente a sus regalos de navidad. Comi sola en una mesita de plastico saboreando cada centimetro y mirando las imagenes tras la ventana: un estacionamiento, una avenida, una sensacion desierta y gris, y mucho viento. Cuando me iba, el chavo me hablo (ya no puedo recordar su nombre). Me dijo que le parecia muy hermosa y que no se queria separar de mi. Hablamos unos minutos. Me acuerdo que me gusto, que me gusto su sonrisa (ojos color miel y patas de gallo), platicaba con inteligencia y senti algun palpito sutil, interno. En aquel entonces mi angustia era no tener trabajo. Era mi primer sabado en Toronto. El me dijo que era de la India y que el lunes se regresaba a su pais por un mes, que nos vieramos al dia siguiente. Intercambiamos telefonos. Ese mismo sabado consegui trabajo y el domingo prometido a el lo pase inaugurando la rutina que se ha convertido en mi pan de todas las semanas desde entonces. Y mi telefono se apago. Yo, semi-analfabeta con respecto a todo aparato electronico y analfabeta absoluta con respecto a los celulares (chunches con los que nunca he podido sostener una buena relacion o una relacion duradera), pense que me habian vendido algo de mala calidad y que mi telefono estaba descompuesto y ni modo. Resulta que solo se habia apagado (ja), pero eso lo averigue varios dias despues, ya mi promesa hindu de regreso en la India. Su numero desaparecio de mi agenda, no se como. Asi que ahi lo tienen. El universo decidio por mi a traves de pequenios accidentes y bifurcaciones. A veces me da por pensar en que hay hilos subterraneos sobre los que solo debemos deslizarnos, y que ahi, de algun modo, esta tejido un cuadro o una imagen general contra la que no tiene sentido resistirse, como si eso fuera enredar los hilos en lugar de permitirles dibujar el lienzo diminuto que tenemos reservado. Como si hubiera algo parecido a musica entre cada quien y las esquinas y las estrellas y las sombras y los rostros y los puentes y las puertas que se cierran o se abren un segundo antes o un segundo despues, y como si hubiera que, de algun modo, cerrar los ojos suavemente, algo asi, siguiendo el ritmo de nuestros acontecimientos, latiendo de acuerdo a algun otro latido mas universal y profundo. Cada quien cree que sabe y cada quien interpreta las seniales de acuerdo a sus propias contrasenias para la belleza, asi como Teresa y el numero seis de la habitacion de Tomas y de la Sexta de Beethoven y de las seis de la tarde. Y mis obsesiones. Viejas. Repetitivas. Las viejas repeticiones de mi cabeza y el blog y lo siento por mis lectores legitimamente aburridos. Y no me inclino ante ideas como estas con fe, ni siquiera ante ideas que encuentro bellas, como la imagen de hilos y algun latido cosmico conectado por redes infinitas a lo que ocurre dentro de mi pecho. Porque otras veces me por pensar en que todo son accidentes sin mensaje oculto, sin musica. Cada quien, nada mas, su voz ante el silencio. Y entonces no se trata de deslizarnos suavemente sino de respirar profundo y tomar decisiones y tener agallas. Y no se trata de relajar las manos sino de apretar los dientes. Apretar el estomago y los punios y trazar con pulso firme o tembloroso sobre nuestros momentos del presente y el futuro. Uf. Nada amedrenta tanto como la propia libertad. La baraja de las vidas posibles y uno ahi. Muchos destinos en lugar de uno solo y el camino de la izquierda o el de la derecha, camine usted y averigue, pero primero, elija.

La magia esta ahi donde uno la encuentra. Que hacia yo, tan al norte de la ciudad en un subway en un estacionamiento en medio de la tarde y de la nada dos dias antes de que un hombre regresara a su pais llevandose consigo todas sus posibilidades. Y la magia acaba ahi donde uno la pierde. Y pinches celulares de mierda siempre les fallo y siempre me fallan. Tambien habia un guerito de ojos azules que me gusto y ante el que no hice ninguna aparicion brillante pero me pidio mi telefono de todos modos (a lo mejor solo estaba siendo amable) y mi telefono lleva mas de dos semanas sin credito. Estoy arrastrando la precariedad hasta el final de estos dias, y maniana me pagan y cobro hasta el martes y si el guerito intento comunicarse conmigo, estoy segura de que esa es otra puerta definitivamente cerrada (yo no tengo su numero). Y eso es lo de menos porque ahora, ganas de acurrucarme y perder la batalla, ganas de Mexico. Santa Jimena autocompasiva asoma la cabeza y pide reposo. Pero si no hay un solo destino, sino muchos, entonces no se trata de aflojar las manos sino de apretar el punio y lo mas emocionante nos ocurre cuando somos valientes. Uf. Ya veremos. Aparecio mi metropas, por cierto. Pero se me olvida si es que al final creo o no creo en las seniales.

Hace como cinco dias.

Alguna noche de insomnio estos ultimos dias vi en la tele un programa sobre Joan Crawford. Creo que nunca he visto una pelicula suya, pero la ubico por un libro de fotos de estrellas de Hollywood que me encantaba hojear cuando era ninia. En este programa pasaron imagenes de ella en los 20s al centro de una pista en un club nocturno bailando con desenfado absoluto, segura, y languida, y feliz. Luego citan a Scott Fitzgerald describiendo a Joan Crawford y mujeres de los 20s igual de languidas y felices, y solo recuerdo esta frase: "Young things with a talent for living".

Es algo en lo que tambien pienso mucho. Talento para vivir. Eso es todo. A lo mejor se tiene o no se tiene, igual que el oido para la musica. A lo mejor llega a sus picos y luego cae lenta o abruptamente como le ocurre al talento de muchos artistas. Pienso en Jack Kerouac: talento para vivir. Neil Cassady: talento para vivir. (Mi madre: talento para vivir). En alguna parte de la novela (NO, TO-DA-VI-A NO TERMINO DE LEERLA), Jack esta viviendo en un barrio de las orillas de San Francisco y trabaja como vigilante nocturno en unas barracas para migrantes temporales que esperan su momento de zarpar al mar. Tiene un amigo cercano, un loco de corazon enorme y vida al borde de uno o varios precipicios. Y por las noches, en lugar de patrullar las calles sin crimenes y arrestar gente por borracheras ruidosas, entran de contrabando a la fuente de sodas local y asaltan los refrigeradores, y comen punios llenos de helado. Eso es lo que yo resumiria como talento para vivir.

Asi que ahora estoy. Aqui. En esta ciudad hermosa donde palpita el primer invierno verdadero de mi vida. Y puedo adormecerme o puedo estar despierta. Ojala fuera yo una verdadera virtuosa de la vida. Entonces, estoy segura, habria encontrado al menos un complice para la precariedad y seria una figura languida y feliz en el centro de una electricidad azul o roja. Mi talento alcanza por lo pronto para momentos de deslumbre y dulzura, espasmos brevisimos en el pecho. A veces me dan ganas de estar despierta y esperar un poco mas a que un poco mas de este nuevo mundo me sacuda. Otras veces solo quiero relajar de una vez los musculos y el alma.

ESPASMOS BREVISIMOS EN EL PECHO:

-Empezo a nevar como a las 11 de la noche. Sali de la casa a ver la metamorfosis inmediata de la calle, de pronto completamente suave, y blanca. Una calle dormida con sus luces de navidad y su silencio bajo la caida de todo lo delicado con lo que fantaseaba de ninia mirando al cielo, nubes de algodon deshaciendose sobre la tierra, materializadas en los techos y los tallos de las flores y las banquetas y los hilos de la luz.

-Tome un tour con los chinos (todo lo ofrecen mas barato, incluidas las cataratas del Niagara). El autobus le da la vuelta al lago. Salimos de Toronto y el horizonte a veces era esqueletos pardos contra el suelo blanco, y el lago se tan interminable como el mar. Todo es plano y es interminable y el cielo es una opresion blanda y palida sobre las orillas del agua y de la tierra. Vi pasar un grupo de aves migratorias, como 5 cumulos veloces formados en V, y parecio como si pasaran muy cerquita de la ventana. Iba oyendo a TV on the Radio y creo que ultimamente las bandas sonoras se han acoplado perfectamente con las imagenes en las calles, detras de los cristales. No saque la camara, para no preocuparme por angulos y fotos, y me perdi en el mundo cambiante frente a mi. Musica y carreteras. Combinacion luminosa. Especialmente en paises nuevos, donde la belleza carece de acentos familiares.

De las cataratas si hay fotos. Hacia un chingo de frio. Los barandales y las lamparas de los caminos estan cubiertos de agua congelada. Y el sonido de la caida es algo poderoso.

Hace como tres dias:

Sin dormir. Cambiar el boleto fue una tarea angustiante que empezo en la maniana ante una linea de telefono permanentemente ocupada, continuo en mi media hora de descanso en un cafe internet ante una pagina sin posibilidades de movimiento, siguio despues en la linea ocupada, luego en la noche, una hora y media de camino al aeropuerto y ahi, una fila larga y casi inmovil, mas de dos horas y entonces al filo de la medianoche con la novedad de que se cerraban los mostradores y nada que hacer. Caos. Miles de canadienses tratando de hacer lo mismo que yo porque al parecer las pasadas tormentas provocaron la cancelacion y el retraso de muchos vuelos en las visperas de navidad. Llegue a mi casa a la 1 y media y desde el telefono de Rodrigo segui marcando al numero ocupado. A las 2:50 me conectaron a una grabacion y me dejaron en espera. A las 6:30 (media hora antes de que se cerrara la ventana oficial de tiempo en la que tengo aun derecho a cambiar el boleto de avion), entro mi llamada y pude hacer el cambio. La nueva fecha es para el 31 de enero. Pase la noche con el telefono en la oreja oyendo las mismas dos estupidas cancioncitas una y otra vez. Hable con Rodrigo y resulta que mi cuarto ya esta rentado a partir del 31 de Diciembre. Yo y mis decisiones de ultimo minuto. Impulsiva de mi. Chingaa. Ahora no tengo donde vivir, de nuevo. El latido de la incertidumbre. Y entonces, hace unos minutos, se subio al autobus un cowboy delgadisimo y hermoso. Alto, muy joven, cabellos largos y sueltos hasta la mitad de la espalda. Una chamarra de mezclilla, jeans casi deshechos, bolsillos sostenidos con seguros de alambre, botas de cuero, sombrero de cowboy. Grandes ojos azules. Su ropa no lo protege del invierno. Su cuerpo lleva el acento rigido de los que tienen frio. Todo en el transpira precariedad, mucho mas violenta, mucho mas profunda, que la mia.

lunes, 27 de octubre de 2008

Haydee vino a Canada, y sabia que yo queria leerlo y que preferia intentarlo en ingles, asi que me lo compro y me lo llevo a Mexico para que viajara conmigo de regreso a Toronto. "On the Road", de Jack Kerouac. No la novela (que no he leido y tambien NECESITO leer), sino el manuscrito original. Es el mejor regalo que pude haber recibido justo ahora. Lo estoy leyendo deeespaaciooo, a la hora del desayuno o la cena, en los descansos durante la chamba. Otro himno a las periferias, donde TODO sucede, rapidamente, sin pausas, y las personas se entregan sin contenciones, a todo, a los minutos del dia y a los impulsos subitos de la noche y a la dulzura de las cosas y a ciertas variantes luminosas de la locura. No hay diques para el tiempo en el que ellos estan vivos. Son una estampida que se enciende y se quema, son incendios veloces sobre el asfalto, piden aventon a la orilla del camino, se tienden al lado de los vagabundos en el pasto de las iglesias, se quedan sin dinero para comer, se paran de cabeza en el centro de la borrachera, se pierden en fiestas multitudinarias de tres dias y tres noches, guardan un silencio maravillado para escuchar el mecanismo fragil de una cajita musical, de un minuto al siguiente se lanzan en busqueda de la orilla opuesta del pais, de Nueva York a San Franciso a Nueva York a San Francisco. El cuerpo es algo que les vibra y se sacude y se incinera, azotado y calado y acariciado por todos los sentidos y todos los contactos, y todo esta floreciendo y derrumbandose en sus vidas.

Lo mio, en este momento, es la construccion acelerada de una vida desde el papel en blanco de un pais nuevo. Pero no es el camino. El camino es otra cosa. Es una libertad mas violenta.

Por mucho tiempo sostuve conmigo y en mi contra adoloridas discusiones existenciales. Ahora empiezo a saber con una exactitud casi cristalina en que consisten mis suenios. Quiero pisar Africa el anio que viene. De alguna manera, ser modestamente util en el espacio que me separa y me comunica con las otras realidades del mundo.

Pero tambien esta ahi, todavia esta ahi, todo el tiempo esta ahi, el demonio del camino, esperando el momento de su exorcismo. La deriva en dosis absolutas y concentradas puede resultar una adiccion peligrosa. Y quienes no la prueban, quienes no enloquecen, por lo menos una vez, dos veces, se pierden de algo muy dulce. Y yo quiero probar, por lo menos una vez esa dulzura, no me la quiero perder, quiero decir, una vez, no se a donde voy, pero "I dig life", quiero estar con alguien mas loco que yo, mucho mas, y que nos quememos juntos... "burn burn burn like Roman candles in the night". Pronto.

A veces, me da por pensar que los mas hermosos destellos humanos ocurren fuera de las multitudes y los ordenes y los sistemas. Y que la dulzura no esta en perseguir un objetivo concreto sino en caminar por algunos minutos o algunos meses o algunos anios sin una direccion definida. En movimiento. Sin pausas sin frenos sin brujulas sin programacion sin horarios. (Ojala estuviera hecha yo de una materia cotidiana mas audaz que la mia.)