miércoles, 12 de octubre de 2011

Una breve lista para las nostalgias futuras, cuando ya no viva en Canadá (curioso, de pronto me doy cuenta de que no me imagino viviendo el resto absoluto de mi futuro aquí, y vivo este presente segura de que voy a regresar a México y aun así , una lista creciente para una nostalgia imaginaria también creciente) :

• Funnel cake (una masa deliciosa y luego frita, para colmo cubierta con salsa de chocolate, o helado de vainilla),

• Beaver tale (la misma masa deliciosa, cubierta con azúcar y canela, copeteada con fresas y chocolate al gusto).

• Pay de calabaza con muchísima crema batida.

Lo bueno de estas maravillosas invenciones culinarias es que están reservadas para ocasiones especiales, las venden en las ferias y los festivales, o se sirven (en el caso del pay) en cenas familiares como el Thanksgiving. Gracias al cielo, porque si las vendieran en la tienda de la esquina yo pesaría ya como doscientos kilos. Las listas para la nostalgia, por cierto, empiezan siempre con la comida.

• El otoño. El otoño no dura tres meses, es un evento mágico que se extiende a través del espacio y el tiempo por algunas semanas nada más; todo lo verdaderamente hermoso es muy breve. Su eco mexicano son las jacarandas floreadas entre marzo y abril, una explosión que se enciende y termina pronto, y que llega aquí acompañada de cuervos y calabazas, sonidos como las hojas acumulándose en la banqueta, y días que son inesperadamente soleados en los que los árboles se encienden doblemente, y días que son fríos pero apenas lo necesario. El otoño es siempre una metáfora perfecta, y a uno le dan ganas de estar muy vivo y vivir mucho, y salir al mundo y sentir en el rostro las sombras de los árboles, porque siempre sabemos pero es bajo los árboles del otoño cuando nos damos cuenta, de que todo es breve, incluidos nosotros, incluidos todos los minutos de nuestra vida.

• Las bibliotecas de barrio. Cada barrio tiene la suya, aunque algunas son realmente diminutas. Sacar la credencial es muy rápido y no cuesta nada y es posible acceder entonces a muchos pequeños tesoros. Gracias a mi credencial puedo leer ahora sin pagar un centavo “Big Sur”, de Jack Kerouac. Y es perfecto. La primera vez que leí algo suyo fue el manuscrito original de “On the Road”, y entonces también fue perfecto, las vidas de esos hombres en ese libro se parecían, ligeramente, sutilmente, a mi vida, porque yo estaba sola y sin planes definidos en un país nuevo. Ahora Kerouac vuelve a sacudirme con una prosa intensa sin pausas, pero es menos joven, ya famoso, y se encuentra en una crisis entre las nieblas del alcoholismo. Y es perfecto porque he pensado mucho a últimas fechas en el carácter general de nuestras adicciones, cada quien las suyas, y porque el otoño (efímero-hermoso) es una luminosa invitación para las crisis existenciales. Así que ahora voy en el metro y en los autobuses encorvada sobre las páginas de mi libro (mío por veintiún días, sin recargos), y luego alzo los ojos para ver por la ventana, a las explosiones rojas y amarillas que cuelgan por un hilo de los árboles, a punto de caer y dejarnos con los esqueletos del invierno, y pienso en mi vida, desde luego. Estamos aquí (esto ya lo sabe todo el mundo), fugazmente, vivos, y si estamos condenados a ser breves deberíamos, al menos, tejer con nuestro tiempo días tan sugerentes y encendidos como el otoño. Días, y noches, que valga la pena mirar desde lejos, que nos muevan a pegar la nariz a los cristales de nuestra memoria. Y pienso, también, que los comienzos, todos los comienzos, son buenos, porque ofrecen (con más o menos suavidad, o más o menos violencia) el aliento musculoso de la libertad, y mientras las cosas aún no se definen por completo, TO-DO es posible, otra vez (esta es una ilusión, desde luego, porque si miráramos más atentamente sabríamos que TO DO es posible TODO EL TIEMPO). Y si por cuarta o quinta vez (ahora me doy cuenta de que eso es un regalo), estoy ante mi vida como ante un espacio en blanco que necesita inventarse, no queda de otra más que tomar las decisiones más valientes, tomar la brocha o las crayolas de colores vigorosamente y con el espíritu salvaje de los niños.

Voy en la página 60, y algunas de mis páginas favoritas están al inicio del libro, donde Kerouac describe su retiro por tres semanas a una cabaña cerca del mar y del bosque. Relata, por ejemplo, un día en el que pasa el tiempo construyendo con piedras una pequeña presa en el arroyo para tener agua limpia para beber, y después, describe objetos pequeños y baratos y su valor enorme comparado con la inutilidad de las cosas caras y las escenas rimbombantes de su propia vida. Y es una página hermosa que tengo que transcribir ahora:

…Always so wonderful in fact to get away from that and back to the more human woods and come to the cabin where the fire’s still red and you can see the Bodhisattva’s lamp, the glass of ferns on the table, the box of Jasmine tea nearby, all so gentle and human after that rocky deluge out there – So I make an excellent pan of muffins and tell myself “Blessed is the man can make his own bread”- Like that, the whole three weeks, happiness- And I’m rolling my own cigarettes, too- And as I say sometimes I meditate how wonderful the fantastic use I’ve gotten out of cheap little articles like the scourer, but in this instance I think of the marvelous belongings in my rucksack like my 25 cent plastic shaker with which I’ve just made the muffin batter but also I’ve used it in the past to drink hot tea, wine, coffee, whisky and even stored clean handkerchiefs in it when I traveled- The top part of the shaker, my holy cup, and had it for five years now- And other belongings so valuable compared to the worthlessness of expensive things I’d bought and never used- Like my black soft sleeping sweater also five years which I was now wearing in the damp Sur summer night and day, over a flannel shirt in the cold, and just the sweater for the night’s sleep in the bag- Endless use and virtue of it!- And because the expensive things were of ill use, like the fancy pants I’d bought for recent recording dates in New York and other television appearances and never even wore again, useless things like $40 raincoat I never wore because it didn’t even have slits in the side pockets (you pay for the label and the so called “tailoring”)- Also an expensive tweed jacket bought for TV and never worn again- Two silly sports shirts bought for Hollywood never worn again and were 9 bucks each!- And it’s almost tearful to realize and remember the old green T-shirt I’d found, mind you, eight years ago, mind you, on the DUMP in Watsonville California mind you, and got fantastic use and comfort from it- Like working to fix that new stream in the creek to flow through the convenient deep new waterhole near the wood platform on the bank, and losing myself in this like a kid playing, it’s the little things that count (clichés are truisms and all truisms are true)- On my deathbed I could be remembering that creek day and forgetting the day MGM bought my book, I could be remembering the old lost green dump T-shirt and forgetting the sapphire robes- Mebbe the best way to get into Heaven.

Lo que deseo para mi vida ahora es eso que está ahí desde el principio, la playera verde, el día en el arroyo (días en bici, parques, mi credencial de biblioteca). Lo que necesito es estar viva y atenta, en el mundo en la calle bajo los árboles, a la felicidad que ya es mía y que aparece fugazmente como la visión de un animal salvaje que pasa veloz entre dos nubes o entre dos ramas, o en los huecos del bosque.