miércoles, 9 de noviembre de 2011
miércoles, 12 de octubre de 2011
miércoles, 1 de septiembre de 2010
El amor, versión original
Estaba tan excitado que se incorporó en la cama. Teresa respiraba profundamente a su lado. Pensaba que la muchacha del sueño no se parecía a ninguna de las mujeres que jamás había visto. La muchacha que le había parecido íntimamente conocida era precisamente una completa desconocida. Pero era precisamente la que siempre había anhelado. Si existe para él algún paraíso personal, en ese paraíso tendría que vivir con ella. Esa mujer del sueño es el «es muss sein!» de su amor. Recordó el conocido mito de El banquete de Platón: los humanos eran antes hermafroditas y Dios los dividió en dos mitades que desde entonces vagan por el mundo y se buscan. El amor es el deseo de encontrar a la mitad perdida de nosotros mismos.
Admitimos que eso es así; que cada uno de nosotros tiene en algún lugar del mundo a su mitad, con la que una vez formó un solo cuerpo. La otra mitad de Tomás era la muchacha con la que había soñado. Lo que sucede es que el hombre no encuentra a la otra mitad de sí mismo. En su lugar le envían, en un cesto aguas abajo, a Teresa. ¿Pero qué sucede si se encuentra realmente con la mujer que le corresponde, con la otra mitad de sí mismo? ¿A quién dará prioridad? ¿A la mujer del cesto o a la mujer del mito de Platón?
Se imaginó que estaba viviendo en un mundo ideal con la muchacha del sueño. Junto a las ventanas abiertas de su residencia pasa Teresa. Está sola, se detiene en medio de la acera y desde allí lo mira, con una mirada de infinita tristeza. Y él no soporta aquella mirada. ¡Siente otra vez el dolor de ella en su propio corazón! Está otra vez en poder de la compasión y se hunde en el alma de ella. Atraviesa de un salto la ventana. Pero ella le dice amargamente que se quede allí donde se siente feliz y hace aquellos gestos bruscos y crispados que le disgustaban en ella y que siempre le habían molestado. Coge aquellas manos nerviosas y las estrecha entre las suyas para calmarlas. Y sabe que abandonaría en cualquier momento la casa de su felicidad, que abandonaría en cualquier momento su paraíso en el que vive con la muchacha del sueño, que traicionaría el «es muss sein!» de su amor para irse con Teresa, la mujer nacida de seis ridículas casualidades.
Seguía incorporado en la cama y miraba a la mujer que yacía a su lado y apretaba en sueños su mano. Sentía hacia ella un amor indescriptible. Ella debía tener en aquel momento un sueño muy frágil porque abrió los ojos y lo miró con asombro.
— ¿Qué miras? —preguntó ella.
Sabía que no debía despertarla, que tenía que hacer que volviese a dormirse; por eso trató de responder de tal modo que sus palabras creasen en su mente la imagen de un nuevo sueño.
— Miro las estrellas —dijo.
— No mientas, no miras las estrellas. Estás mirando hacia abajo.
— Porque estamos en un avión. Las estrellas están por debajo de nosotros —respondió Tomás.
— Ah, en un avión —dijo Teresa.
Apretó aún más la mano de Tomás y volvió a dormirse. Tomás sabía que ahora Teresa estaba mirando por la ventana redonda de un avión que vuela muy por encima de las estrellas
Milán Kundera, en La Insoportable Levedad del Ser
martes, 31 de agosto de 2010
Otro post en mal inglés
Milan Kundera, a writer I’ve quoted far too many times, describes in The Unbearable Lightness of Being (a book I’ve read excessively) peculiar characters with peculiar takes on love. Despite I don’t like the relationship between Tomas and Teresa, I like the way Kundera describes their love sometimes. In some part of the book, Tomas dreams that he is sitting next to a beautiful naked woman. He knows that she is the woman perfect for him, something like his soul mate. In front of them there’s a window facing the street, through the window he sees Teresa crying. He knows, without any threat of doubt that he will jump through the window, abandoning the perfect woman to be with the woman he loves.
That’s love for me. I would jump too, through the window, any window, and all the windows.
domingo, 7 de marzo de 2010
Los libros de Kapuscinski, y otros libros
Además, me regalaron “Cristo con un fusil al hombro”, de Kapuscinski, que en mi estado actual de pobreza no me habría podido comprar sin una culpa del tamaño del mundo. Lo leí casi todo de un tirón, con el pecho acelerado, como corresponde a las lecturas extraordinarias. Esas crónicas fueron escritas en los 70s y retratan realidades que sublevan a cualquiera con un mínimo sentido de la humanidad y la justicia. Las leo en el 2010 con la sensación de que el mundo es peor que entonces, más desigual, más injusto. Como un murmullo de agua en desiertos individualistas, hay personas que siguen creyendo en otros mundos posibles. Están ahí, hay que saber que están ahí. Las personas que creen en otros mundos posibles son los ángeles guardianes de nuestra historia. Sin ellos, ya no nos queda más que un desierto cada vez más solitario, sin vida, sin ideas, sin sueños, sin sorpresas.
martes, 9 de febrero de 2010
En palabras de Zygmunt Bauman: “El mercado recibiría un golpe mortal si el estatus de los individuos les aportara una sensación de seguridad, si sus logros y sus objetos personales estuvieran a buen recaudo, si sus proyectos fuesen finitos y si el final de sus trabajosos esfuerzos estuviese a su alcance. El arte del marketing está dedicado a impedir que se cierren las opciones y se realicen los deseos.” Luego de que usted ahorró para comprarse triunfalmente la más sofisticada computadora del mercado, sale a la venta un par de meses después una infinitamente mejor, que hace a la suya obsoleta; ahora, ésa es la que hay que tener…hasta que un nuevo modelo la reemplace, a su vez, en poco tiempo. Tal como el mismo Bauman afirma en su libro Vida Líquida, el objetivo de una sociedad basada en el consumo no es vendernos cosas que nos duren para siempre, sino continuar vendiéndonos productos hasta el infinito, así que el truco es mantener a la gente en un estado permanente de insatisfacción. Y tan importante como es comprar a la velocidad impuesta por el mercado, es desechar lo mismo que el mercado ha declarado caduco. No cometa usted el ridículo de aparecer en la reunión de ex alumnos de su escuela cargando una cámara no-digital, o una de sólo tres megapixeles cuando todo el mundo sabe que ahora hay que tener 8 o ya de perdis 7, mí-ni-mo.
De todas las novelas de ciencia ficción que he leído, mi favorita de todos los tiempos es Farenheit 451. Bradbury, hace décadas, dio en el clavo. A fin de cuentas, no era necesario programar genéticamente a las personas desde antes de su nacimiento a la Aldous Huxley, ni ejercer sobre la gente una vigilancia panóptica tipo George Orwell; lo único que hace falta para mantener un orden con pocas fisuras son pantallas gigantes de televisión. Es cierto que en el mundo recreado por Bradbury también hay bomberos que queman libros prohibidos, pero la premisa más interesante de la novela es que los bomberos son casi innecesarios, y no es sólo la represión, sino sobre todo el embotamiento, lo que mantiene a las calles en paz. Mildred, la esposa de Montag, sabe vagamente que más allá de las fronteras de su mundo privilegiado se pelea una guerra pero no le importa. Y ya no recuerda cuándo ni cómo conoció a su marido, lo único que verdaderamente la obsesiona es el dinero para que la cuarta pared de su sala sea transformada en televisión, y que desde esas cuatro paredes, la inunde todos los días y todas las noches la ilusión perfecta de sus amigos virtuales. Por supuesto, aunque Bradbury no lo dice uno puede imaginar que si Mildred se hubiera comprado la cuarta pared-televisión, se la iba a seducir de inmediato con nuevas pantallas táctiles y no sólo visuales, o techos con alguna cualidad estereofónica.
La vida se ha transformado en una carrera en la que nadie tiene derecho a detenerse. Y eso se puede aplicar al mercado pero también (quizás precisamente por eso) a casi todo lo demás. Después del post-doctorado, sigue el post-post-doctorado, o si usted ya se hizo gerente ahora le toca hacerse gerente en jefe ahí en la compañía donde trabaja. Sirve que así le pagan más dinero, y puede usted comprar más y mejores cosas. Póngale más pisos a su casa, múdese a un departamento más bonito. Después de pagar a cuotas y trabajosamente su coche, apresúrese a venderlo, no vaya a ser que se le devalúe, y póngase a pagar en cuotas y trabajosamente el coche que sigue.
Mientras tanto, conozco a alguien que en lugar de perseguir el siguiente título rimbombante, el siguiente objeto sofisticado y luminoso, la zanahoria en turno puesta por delante de nuestras bocas, se fue a vivir a un pueblito de Michoacán para estar en un lugar desde el que es posible, aún, oír el tren o los grillos a lo lejos. Y la verdad, es una mujer que produce una profunda impresión de luz, y seguridad.
J. va a todas partes cargando el mismo disc-man que ha tenido en los últimos cinco años, y le brillan los ojos cuando escucha por millonésima vez su disco favorito de Burning Speer. Nunca le ha interesado comprarse un coche, y le gusta caminar, y cuando camina, se detiene con frecuencia a observar los insectos que caminan junto a él por la banqueta.
La gente más conectada con cosas parece simultáneamente más desconectada del mundo. Y la gente más conectada con el mundo, está menos obsesionada con las cosas. El mundo, después de todo, ocurre todo el tiempo por debajo de nuestras narices, y no hay que pagar nada para sentirlo, mientras nos toca.
miércoles, 21 de enero de 2009
semana vertiginosa
Esta es mi mas violenta ternura. Todo es hermoso hasta la raiz de las corneas, todo duele a veces, y a veces, todo es cielo puro acariciando mis alas (yo era cursi antes de estar enamorada, los nuevos niveles son toxicos y vomitivos, si usted querido lector se siente enfermo por el exceso, recomiendo detener en este momento la lectura). Hemos compartido minutos y horas reservados para la zona poetica de mi memoria (robandole una imagen a Milan Kundera, oooootra vez), ahi donde guardamos solo las cosas que nos intoxican por completo, con su belleza. Tengo esas imagenes, y estoy incluida en ellas, no son cuadros lejanos de J., sino con J., a mi lado, muy cerquita, y me siento afortunada y a veces pienso en la esperanza como si pudiera asirla, apenas. Estoy partida en dos por la ternura. Estoy consciente de todo. Estoy jodida. A veces llegan las grandes olas de terror. Me voy en dos semanas, y no puedo ni pensar en eso, no hay nada bajo mis pies, puro precipicio. Pero tengo alas, a veces, y nada es oscuro, todavia. Todo es deslumbrante.
Sen-tir-lo. Calido. Dulce. Tener su rostro pegadito al mio, su nariz frotando a mi nariz con dulzura. FELICIDAD, entonces. FELICIDAD, ahora. Estoy en el restaurancito junto a la chamba y acabo de desayunar un desayuno opulento y el esta ahi, a unos metros de mi del otro lado de la calle y los dos odiamos nuestros trabajos (el me dijo, es inhumano, a veces creo que podria romper a llorar mientras estoy ahi), pero tendremos nuestros encuentros en los pasillos, miradas significativas y secretas, y me siento permanentemente intoxicada, ESTA ES LA FELICIDAD. Que no se me escape esta conciencia, mientras afuera cae la nieve y hace frio y el lunes es blanco y gris, y estoy aqui, y SE que SOY FELIZ.
Dos dias despues, creo, en el cafe de la esquina.
A veces vienen juntos el miedo y la tristeza. Partida en dos por la ternura ahora, despues solo voy a estar partida en dos. Me predico calma y trato de practicar distancia. Entonces por ejemplo el se esconde detras de una columna y me mira con ojos luminosos. Me invita el lunch, se sienta a mi lado, y acerca el periodico para leer conmigo, y parece como si hubieramos compartido esos rituales desde hace muchos anios. Y solo pienso, en mis momentos mas insanos, que no me puedo imaginar otra alma como la suya para estar a mi lado. Asi las cosas. No me queda de otra mas que entregarme sin resistencia a la felicidad de estos ultimos dias. Practicarla a conciencia, con todos los tejidos nerviosos. No hay despues, ahora. Hay lo que hay mientras los minutos se abren en nuestras manos como frutas maduras.
Y hoy.
El me hace sentir cada vez mas segura, el se hecha encima de mi como sol, como una manta. Me siento dispuesta a ir con el a traves de lo que sea, cualquier enfermedad, cualquier tristeza. Su corazon maritimo es el unico lugar donde puedo hundirme sin heridas, sin oscuridad, sin arrepentimiento.
viernes, 26 de diciembre de 2008
Hace como 6 dias:
Cada vez que enfrento una decision, no importa si es enorme o diminuta, me pregunto si va a enviar todos mis anios del futuro en una direccion completamente nueva. Todo el tiempo, frente a mi, la baraja abierta de mis vidas posibles. Sigo pensando en cosas como la magia o el destino. Y es inevitable para mi pensar al mismo tiempo en cosas como el amor. El pulso terco de mis obsesiones, sin descanso. Me pregunto, por ejemplo, a quien voy a conocer, y donde. Y me intrigan las decisiones que el universo parece tomar en mi lugar. Uno de los primeros dias en Toronto, cuando ya tenia casa pero aun no tenia trabajo, fui a buscar una agencia que estaba lejos, en alguna orilla muy al norte de la ciudad (una y otra vez, mis arranques y mis nociones vagas e impracticas acerca de las cosas). Entre a un subway, me atendio un chavo guapo con los ojos rojos de cansancio y la actitud embotada de los que llevan muchas horas repitiendo actos rutinarios. Me miro (sin mirarme), me pregunto que queria en mi sandwich. Ese sandwich iba a ser mi unica comida del dia (a veces extranio el poder de aquellos dias dramaticos), asi que le dije, como ninia en una tienda de dulces "EVERYTHING" Entonces me miro, por primera vez en realidad, y sonrio quizas porque se dio cuenta de que yo estaba ante los ingredientes de mi sandwich como alguien frente a sus regalos de navidad. Comi sola en una mesita de plastico saboreando cada centimetro y mirando las imagenes tras la ventana: un estacionamiento, una avenida, una sensacion desierta y gris, y mucho viento. Cuando me iba, el chavo me hablo (ya no puedo recordar su nombre). Me dijo que le parecia muy hermosa y que no se queria separar de mi. Hablamos unos minutos. Me acuerdo que me gusto, que me gusto su sonrisa (ojos color miel y patas de gallo), platicaba con inteligencia y senti algun palpito sutil, interno. En aquel entonces mi angustia era no tener trabajo. Era mi primer sabado en Toronto. El me dijo que era de la India y que el lunes se regresaba a su pais por un mes, que nos vieramos al dia siguiente. Intercambiamos telefonos. Ese mismo sabado consegui trabajo y el domingo prometido a el lo pase inaugurando la rutina que se ha convertido en mi pan de todas las semanas desde entonces. Y mi telefono se apago. Yo, semi-analfabeta con respecto a todo aparato electronico y analfabeta absoluta con respecto a los celulares (chunches con los que nunca he podido sostener una buena relacion o una relacion duradera), pense que me habian vendido algo de mala calidad y que mi telefono estaba descompuesto y ni modo. Resulta que solo se habia apagado (ja), pero eso lo averigue varios dias despues, ya mi promesa hindu de regreso en la India. Su numero desaparecio de mi agenda, no se como. Asi que ahi lo tienen. El universo decidio por mi a traves de pequenios accidentes y bifurcaciones. A veces me da por pensar en que hay hilos subterraneos sobre los que solo debemos deslizarnos, y que ahi, de algun modo, esta tejido un cuadro o una imagen general contra la que no tiene sentido resistirse, como si eso fuera enredar los hilos en lugar de permitirles dibujar el lienzo diminuto que tenemos reservado. Como si hubiera algo parecido a musica entre cada quien y las esquinas y las estrellas y las sombras y los rostros y los puentes y las puertas que se cierran o se abren un segundo antes o un segundo despues, y como si hubiera que, de algun modo, cerrar los ojos suavemente, algo asi, siguiendo el ritmo de nuestros acontecimientos, latiendo de acuerdo a algun otro latido mas universal y profundo. Cada quien cree que sabe y cada quien interpreta las seniales de acuerdo a sus propias contrasenias para la belleza, asi como Teresa y el numero seis de la habitacion de Tomas y de la Sexta de Beethoven y de las seis de la tarde. Y mis obsesiones. Viejas. Repetitivas. Las viejas repeticiones de mi cabeza y el blog y lo siento por mis lectores legitimamente aburridos. Y no me inclino ante ideas como estas con fe, ni siquiera ante ideas que encuentro bellas, como la imagen de hilos y algun latido cosmico conectado por redes infinitas a lo que ocurre dentro de mi pecho. Porque otras veces me por pensar en que todo son accidentes sin mensaje oculto, sin musica. Cada quien, nada mas, su voz ante el silencio. Y entonces no se trata de deslizarnos suavemente sino de respirar profundo y tomar decisiones y tener agallas. Y no se trata de relajar las manos sino de apretar los dientes. Apretar el estomago y los punios y trazar con pulso firme o tembloroso sobre nuestros momentos del presente y el futuro. Uf. Nada amedrenta tanto como la propia libertad. La baraja de las vidas posibles y uno ahi. Muchos destinos en lugar de uno solo y el camino de la izquierda o el de la derecha, camine usted y averigue, pero primero, elija.
La magia esta ahi donde uno la encuentra. Que hacia yo, tan al norte de la ciudad en un subway en un estacionamiento en medio de la tarde y de la nada dos dias antes de que un hombre regresara a su pais llevandose consigo todas sus posibilidades. Y la magia acaba ahi donde uno la pierde. Y pinches celulares de mierda siempre les fallo y siempre me fallan. Tambien habia un guerito de ojos azules que me gusto y ante el que no hice ninguna aparicion brillante pero me pidio mi telefono de todos modos (a lo mejor solo estaba siendo amable) y mi telefono lleva mas de dos semanas sin credito. Estoy arrastrando la precariedad hasta el final de estos dias, y maniana me pagan y cobro hasta el martes y si el guerito intento comunicarse conmigo, estoy segura de que esa es otra puerta definitivamente cerrada (yo no tengo su numero). Y eso es lo de menos porque ahora, ganas de acurrucarme y perder la batalla, ganas de Mexico. Santa Jimena autocompasiva asoma la cabeza y pide reposo. Pero si no hay un solo destino, sino muchos, entonces no se trata de aflojar las manos sino de apretar el punio y lo mas emocionante nos ocurre cuando somos valientes. Uf. Ya veremos. Aparecio mi metropas, por cierto. Pero se me olvida si es que al final creo o no creo en las seniales.
Hace como cinco dias.
Alguna noche de insomnio estos ultimos dias vi en la tele un programa sobre Joan Crawford. Creo que nunca he visto una pelicula suya, pero la ubico por un libro de fotos de estrellas de Hollywood que me encantaba hojear cuando era ninia. En este programa pasaron imagenes de ella en los 20s al centro de una pista en un club nocturno bailando con desenfado absoluto, segura, y languida, y feliz. Luego citan a Scott Fitzgerald describiendo a Joan Crawford y mujeres de los 20s igual de languidas y felices, y solo recuerdo esta frase: "Young things with a talent for living".
Es algo en lo que tambien pienso mucho. Talento para vivir. Eso es todo. A lo mejor se tiene o no se tiene, igual que el oido para la musica. A lo mejor llega a sus picos y luego cae lenta o abruptamente como le ocurre al talento de muchos artistas. Pienso en Jack Kerouac: talento para vivir. Neil Cassady: talento para vivir. (Mi madre: talento para vivir). En alguna parte de la novela (NO, TO-DA-VI-A NO TERMINO DE LEERLA), Jack esta viviendo en un barrio de las orillas de San Francisco y trabaja como vigilante nocturno en unas barracas para migrantes temporales que esperan su momento de zarpar al mar. Tiene un amigo cercano, un loco de corazon enorme y vida al borde de uno o varios precipicios. Y por las noches, en lugar de patrullar las calles sin crimenes y arrestar gente por borracheras ruidosas, entran de contrabando a la fuente de sodas local y asaltan los refrigeradores, y comen punios llenos de helado. Eso es lo que yo resumiria como talento para vivir.
Asi que ahora estoy. Aqui. En esta ciudad hermosa donde palpita el primer invierno verdadero de mi vida. Y puedo adormecerme o puedo estar despierta. Ojala fuera yo una verdadera virtuosa de la vida. Entonces, estoy segura, habria encontrado al menos un complice para la precariedad y seria una figura languida y feliz en el centro de una electricidad azul o roja. Mi talento alcanza por lo pronto para momentos de deslumbre y dulzura, espasmos brevisimos en el pecho. A veces me dan ganas de estar despierta y esperar un poco mas a que un poco mas de este nuevo mundo me sacuda. Otras veces solo quiero relajar de una vez los musculos y el alma.
ESPASMOS BREVISIMOS EN EL PECHO:
-Empezo a nevar como a las 11 de la noche. Sali de la casa a ver la metamorfosis inmediata de la calle, de pronto completamente suave, y blanca. Una calle dormida con sus luces de navidad y su silencio bajo la caida de todo lo delicado con lo que fantaseaba de ninia mirando al cielo, nubes de algodon deshaciendose sobre la tierra, materializadas en los techos y los tallos de las flores y las banquetas y los hilos de la luz.
-Tome un tour con los chinos (todo lo ofrecen mas barato, incluidas las cataratas del Niagara). El autobus le da la vuelta al lago. Salimos de Toronto y el horizonte a veces era esqueletos pardos contra el suelo blanco, y el lago se tan interminable como el mar. Todo es plano y es interminable y el cielo es una opresion blanda y palida sobre las orillas del agua y de la tierra. Vi pasar un grupo de aves migratorias, como 5 cumulos veloces formados en V, y parecio como si pasaran muy cerquita de la ventana. Iba oyendo a TV on the Radio y creo que ultimamente las bandas sonoras se han acoplado perfectamente con las imagenes en las calles, detras de los cristales. No saque la camara, para no preocuparme por angulos y fotos, y me perdi en el mundo cambiante frente a mi. Musica y carreteras. Combinacion luminosa. Especialmente en paises nuevos, donde la belleza carece de acentos familiares.
De las cataratas si hay fotos. Hacia un chingo de frio. Los barandales y las lamparas de los caminos estan cubiertos de agua congelada. Y el sonido de la caida es algo poderoso.
Hace como tres dias:
Sin dormir. Cambiar el boleto fue una tarea angustiante que empezo en la maniana ante una linea de telefono permanentemente ocupada, continuo en mi media hora de descanso en un cafe internet ante una pagina sin posibilidades de movimiento, siguio despues en la linea ocupada, luego en la noche, una hora y media de camino al aeropuerto y ahi, una fila larga y casi inmovil, mas de dos horas y entonces al filo de la medianoche con la novedad de que se cerraban los mostradores y nada que hacer. Caos. Miles de canadienses tratando de hacer lo mismo que yo porque al parecer las pasadas tormentas provocaron la cancelacion y el retraso de muchos vuelos en las visperas de navidad. Llegue a mi casa a la 1 y media y desde el telefono de Rodrigo segui marcando al numero ocupado. A las 2:50 me conectaron a una grabacion y me dejaron en espera. A las 6:30 (media hora antes de que se cerrara la ventana oficial de tiempo en la que tengo aun derecho a cambiar el boleto de avion), entro mi llamada y pude hacer el cambio. La nueva fecha es para el 31 de enero. Pase la noche con el telefono en la oreja oyendo las mismas dos estupidas cancioncitas una y otra vez. Hable con Rodrigo y resulta que mi cuarto ya esta rentado a partir del 31 de Diciembre. Yo y mis decisiones de ultimo minuto. Impulsiva de mi. Chingaa. Ahora no tengo donde vivir, de nuevo. El latido de la incertidumbre. Y entonces, hace unos minutos, se subio al autobus un cowboy delgadisimo y hermoso. Alto, muy joven, cabellos largos y sueltos hasta la mitad de la espalda. Una chamarra de mezclilla, jeans casi deshechos, bolsillos sostenidos con seguros de alambre, botas de cuero, sombrero de cowboy. Grandes ojos azules. Su ropa no lo protege del invierno. Su cuerpo lleva el acento rigido de los que tienen frio. Todo en el transpira precariedad, mucho mas violenta, mucho mas profunda, que la mia.
martes, 11 de noviembre de 2008
Con C. por otro lado, las cosas adquirieron un acento enrarecido. Tengo un nuevo compañero en la chamba que es de Bolivia, y es delicioso detenerme a veces para hablar con ` él en español. C. se dio cuenta y me dijo, ah, spanish eh? Y yo le dije que s `i muy emocionada, que era un alivio para mí, que extraño mi idioma y que extraño mi pa`is. Una cosa llevó a la otra y `el acabó preguntándome quiénes estaban allá, y entonces quiénes aquí, y yo, seguramente me puse roja, y seguramente hablé con nerviosismo y le dije que nadie en realidad, que la primera vez que hablamos le había dicho que mi familia estaba aquí por puro pánico, pero que en realidad estoy sola. Y no sé. Estábamos en el umbral de una nueva cercanía poco a poco, todo muy gradual y muy lento y muy sutil y muy ambiguo. Y ahora, vuelve una sensación de distancia, no sé qué tan irremediable. Pero ya no depende de mí. Lo mío fue un instante inocente de miedo en mi primera conversación con quien era, finalmente, un empleado de la tienda, digo, muy guapo eso s`i, pero un guardia de seguridad, y me sentí insegura sobre mi status migratorio, mi primer día de trabajo (ilegal), la primer semana en Toronto. Así que ahora todo depende de `el, y si hay distancia, entonces nunca hubo mucha cercanía y tan tan. Lo malo es que en realidad no hay, nada, apenas la promesa muy frágil de un puente.
El asunto es que, a pesar de que Zayid tiene unos labios muy apetecibles, la sensación que m`as me cala ahora es la ausencia de intimidad de cualquier tipo. Todos los roces, todos los contactos ocurren aún en las superficies, la mía, y la de todos los demás. Con Zayid me voy a sentir tan sola como me siento sin `el. C., por otro lado, tiene alma, se le nota, es un espíritu rumoroso en las coyunturas y el cuello y las líneas generales y las comisuras de la boca y el dibujo interminable de la sonrisa y los ojos. Algo templado y sólido en la voz. No quiero acurrucarme en cualquier pecho entre unos brazos al azar. Quiero sumergirme en una voz profunda y protectora. Quiero electricidad y nerviosismo. No confío en los hombres que no me ponen nerviosa.
Y no estoy enamorada de C. Todo es todavía un juego que puede jugarse con dulzura. Hay luz que es una pequeña luz cuando me coquetea o parece como que me coquetea, y hay oscuridad que es una diminuta oscuridad cuando lo siento lejano o poco interesado. No hay vida ni muerte involucradas, sólo las horas que transcurren en el microcosmos de una tiendita canadiense. Hay sombras, las siluetas de promesas silenciosas, o de silencios absolutos, entre nosotros, fantasmas moviéndose muy lento sin revelar nada, sin veredicto alguno. Estoy fascinada con mi novela en turno, y estoy llegando a algunas de mis páginas favoritas, donde por ejemplo, Kerouac describe a Bill Burroughs: “… He was a gray, nondescript looking fellow you wouldn’t notice on the street, unless you looked closer and saw his mad bony skull with its strange youthfulness and fire--- a Kansas minister with exotic phenomenal fires and mysteries. He had studied medicine in Viena, known Freud too: had studied anthropology, read everything: and now he was settling to his life’s work, which was the study of things themselves in the streets of life and the night.” Y pienso, que desde luego, quiero algo de eso. He ahí mi disyuntiva. Quiero libertad, pero quiero además, significados. No estoy en la línea de Borroughs, porque no podría sobrevivir a una convicción nihilista, he ahí mi drama, me fallan al mero final las convicciones. No puedo creer en el sinsentido así como me cuesta trabajo creer en los sentidos absolutos. Lo he escrito aquí muchas veces, yo no quiero teorías universales, a mí denme destellos, denme luciérnagas, eso es todo. Así que en el esquema mayor de nuestras vidas, no sé si C. y yo podamos entendernos, `el dueño ya de una luz serena y eterna, y yo cachando el momento de breve incendio en la panza de los insectos, fascinada también por la noche y la poesía incierta de algunos callejones. A veces, creo que ahí está la raíz de mis problemas, de toda mi tristeza. Me falta ser radical. Creo que los seres m`as bellos del planeta son también en alguna medida radicales. Creyentes. Místicos. Tienen fe. Fe a la manera de Borroughs, en las posibilidades infinitas de las búsquedas sin moraleja alguna. En el carácter infinito de la posibilidad. Fe en todo lo posible y asequible. Ejercicio sin cortapisas de la libertad. O fe a la manera de los monjes que vi en aquel documental (En el gran silencio), fe en lo místico y lo profundo y lo interior, también infinito. En el carácter absoluto de la contención. Y `Ángeles sobrevolando con suavidad nuestras cabezas, suspirando con cierta melancolía sobre nosotros. Me siento incapaz de la radicalidad, pero irremediablemente atraída hacia ella. La verdad es que, en el fondo de todas las cosas, lo que me mata es el mundo, y unas ganas enormes de creer. Así que qui`en sabe. Qui`en sabe. En una de esas C. y yo podemos estar cerca, o en una de esas estamos lejos sin remedio. Me inclino m`as a la radicalidad de los que buscan que a la radicalidad de los que se apuestan en el mundo desde la torre inexpugnable de una sola respuesta, de una vez y para siempre y por encima de todas las cosas. En el fondo, aún, me aterran las definiciones totales. Y me atraen los vagabundos hambrientos que consumen libertad en porciones abundantes. He descubierto promesas nuevas a lo largo de este viaje. Empiezo a creer también en los `Ángeles. Pero no estoy hecha de materia religiosa. En realidad C. y yo no hemos sostenido ninguna conversación que dure lo suficiente para saber si, después de todo, podemos entendernos. Yo hago eso. Todo el tiempo. Soy una tejedora sedienta y me gustan las imágenes lejanas. Me gusta pensar largamente en las posibilidades de la posibilidad antes de que nada sea, de hecho, posible. Lo que me sorprende es que habiendo una frontera tan evidente entre nosotros, una separación probablemente insalvable en nuestras maneras de situarnos en el mundo, me encuentro escribiendo sobre `el, y pensando en `el, derretida por su voz, que es sin lugar a dudas la voz m`as sexy, hasta ahora, de Toronto y sus inmediaciones. El domingo pasado no me buscó para ofrecerme raid. Me encogí de hombros ligeramente triste, salí a la tarde oscurecida y lluviosa y he aquí que he ahí, `el, esperándome a la salida, tocando su claxon. No pudimos platicar esta vez tampoco, porque ahora traía a todo volumen la música de su banda. Uf. Y el asunto es que suenan muy bien. Intensos. `El no es el vocalista principal, pero caché su voz, cantando a ratos, y sólo podía pensar en que esa voz tiene algo, marino o selvático, ronco y maravilloso, que no puedo resistir. Por supuesto, para mí, no es necesario agonizar respecto a todas estas cosas. Todo puede quedarse tranquilamente en un juego dulce y suave para jugarse por unos meses, hasta que regrese a México. Estoy aquí por un rato nada m`as. As`i es más fácil. Agonizo un poco porque creo que C. lo piensa todo en términos más absolutos y la levedad es imposible a su lado. Quizás eso también me atrae. Será posible enamorarse de alguien sólo por su corazón? En fin en fin en fin.
lunes, 27 de octubre de 2008
Lo mio, en este momento, es la construccion acelerada de una vida desde el papel en blanco de un pais nuevo. Pero no es el camino. El camino es otra cosa. Es una libertad mas violenta.
Por mucho tiempo sostuve conmigo y en mi contra adoloridas discusiones existenciales. Ahora empiezo a saber con una exactitud casi cristalina en que consisten mis suenios. Quiero pisar Africa el anio que viene. De alguna manera, ser modestamente util en el espacio que me separa y me comunica con las otras realidades del mundo.
Pero tambien esta ahi, todavia esta ahi, todo el tiempo esta ahi, el demonio del camino, esperando el momento de su exorcismo. La deriva en dosis absolutas y concentradas puede resultar una adiccion peligrosa. Y quienes no la prueban, quienes no enloquecen, por lo menos una vez, dos veces, se pierden de algo muy dulce. Y yo quiero probar, por lo menos una vez esa dulzura, no me la quiero perder, quiero decir, una vez, no se a donde voy, pero "I dig life", quiero estar con alguien mas loco que yo, mucho mas, y que nos quememos juntos... "burn burn burn like Roman candles in the night". Pronto.
A veces, me da por pensar que los mas hermosos destellos humanos ocurren fuera de las multitudes y los ordenes y los sistemas. Y que la dulzura no esta en perseguir un objetivo concreto sino en caminar por algunos minutos o algunos meses o algunos anios sin una direccion definida. En movimiento. Sin pausas sin frenos sin brujulas sin programacion sin horarios. (Ojala estuviera hecha yo de una materia cotidiana mas audaz que la mia.)
miércoles, 23 de julio de 2008
laberinto
Si estuviera realmente anclada a la vida y el mundo, aún a sus corrientes más oscuras o más espesas, no haría tantas preguntas, porque la contemplación igual sólo le sirve a cerebros privilegiados, y el mío es apenas un cerebro promedio. No talking man, all action. Mi vida es esto, este minuto de miércoles soleado, oyendo una canción al azar de The Beta Band. La promesa de ver a mi mamá al ratito, de visita en la ciudad por unos días, el exprés doble con azúcar, el respaldo flexible de la silla, las voces que flotan entre cubículos, el sonido del teclado bajo los dedos. El ritmo del pecho, y la sensación del laberinto. El laberinto. Hay quienes marcan rutas sobre el mapa de los años, y palomean destinos, uno tras otro, una sola carrera. Lo malo de las carreras es que parecen flechas disparadas en una sola dirección y todo lo que importa es el destino, y una vez que se alcanza, todo lo que importa es el destino siguiente (asch, algo así también lo dijo Kundera en algún lado, yo no tengo ideas originales y cito a Kundera con mucha mayor frecuencia de la que debería; juro que no es el único al autor al que he leído). A mí lo que me importan son los colores del camino, y sus lluvias, y las imágenes a través del cuadrito de la ventana, o el abismo del cielo abierto sobre la cabeza, o el aire frío en la cara, y los encuentros, los guiños que nos hacemos al pasar, y cosas así, por el estilo, en realidad no me importa demasiado si más allá está el diploma A o B o Z, como decía ese personaje de “Little Miss Sunshine”, un pinche concurso de belleza tras otro, validaciones basadas en las preguntas incorrectas, en los artificios de la competencia, qué hueva. Pero el presente, así, pensado en función del presente y no del futuro, se parece mucho a la deriva, y lo único malo de la deriva es que es una forma sutil de laberinto, es fácil caminar en círculos, flotar sin resistencia hasta el fondo de los remolinos. Si yo fuera realmente profunda, si estuviera verdaderamente adolorida por el mundo y la existencia, ya me habría suicidado, o ya habría contemplado con seriedad la idea del asesinato, o sería monja en algún lugar silencioso, o ermitaña en el fondo de un escondite boscoso, o revolucionaria en una selva del sur, si el sinsentido realmente me hubiera llegado hasta el plexo solar ya habría roto un sinnúmero de convenciones sociales, habría tenido algunos cientos de amantes, por ejemplo, y me inyectaría heroína, o asaltaría bancos, o planearía fraudes. No haría cosas terribles como trabajar en una oficina y pagar puntualmente los impuestos. No soy Horacio Oliveira, tampoco, aparte de que no soy un hombre cultísimo de cuarentaytantos que va y vuelve de París a Argentina, yo no busco una humanidad en mí al margen de la humanidad misma. A mí, la verdad, con ingenuidad sin disculpas, me gusta la gente. No me gusta el mundo, pero me gusta la gente. Los veo ahí, como yo, gotitas perdidas en las corrientes veloces, sin capacidad de guerrilla ni levantamientos, bañaditos y perfumados por la mañana en el metro, consultando los relojes para llegar a tiempo a sus trabajos, igual que yo, bañadita y perfumada, mirando con angustia el minutero en la muñeca, los veo iguales a mí, dejándose partir la espalda, resistiendo con los dientes apretados, y así, con sensiblería cursi, me dan ganas de darles, a todos, una ventana hacia el mar, o acariciarles la cabeza, pobrecitos, de todos, nosotros, y cosas así, por el estilo, cosas que no sirven para nada.
Parece que no hay salida porque de todos modos me duele el corazón, a veces, ese músculo simbólico donde guardamos las cosas que nos duelen. Hay viajes en metro que me dejan exhausta. Esta ciudad tiene eso. El metro está tan lleno de realidad que no hay cómo evadirse, aunque hundas la nariz en la novela (y llegues al fragmento ese en el que Oliveira mira al hombre del pijama rosa que acaricia sin descanso una paloma en los pasillos del manicomio) la realidad interrumpe los sueños y las reflexiones y llega de la mano de un hombre ciego que canta horriblemente con el aparato de música a todo volumen recargado en el pecho, o de la mano del niño descalzo que pide dinero para los campesinos en Puebla, y que hay campesinos pobres lo sabe de sobra todo el mundo, y estos que vienen de Puebla se aparecen con frecuencia, pero hay algo en el gesto del niño en el momento en que extiende con rigidez el brazo para entregar un papelito que nadie acepta, una y otra vez, con la misma seriedad y el mismo ademán rígido, algo que es aguja pinchando el centro de la muñeca de cera, o ácido sobre el confort de la oficina abrigada y la música y el cafecito caliente.
Y es preferible mirar. Odiaría voltear la cabeza. Pero me dan unas ganas terribles de irme a donde nadie me encuentre y la realidad no sea, por las mañanas, el niño de rostro inteligente y sereno que extiende muchas veces el brazo con el mismo gesto y la misma rigidez multiplicada. Los que viajan siempre en coche no saben; para muchos, el resto del mundo es una mancha borrosa que se deja velozmente atrás por el espejo retrovisor, mientras van de Polanco a Las Lomas, o de Santa Fe a La Condesa. Es curioso cómo todos vivimos en la misma ciudad y nadie vive en la misma ciudad que los demás. Todos vamos siguiendo las líneas preventivas de nuestras fronteras sociales, y sólo las calles, a veces, el metro, a veces, agrietan un poco los lentes, el parabrisas, los cristalitos protectores.
Y cuando ocurre, duele. Pero a mí nunca me duele lo suficiente. Lo malo de estos ojos que ven con el párpado entreabierto es que a pesar de todo, estoy aquí, escuchando el teclear de mis dedos sobre la máquina, escuchando ahora la versión acústica de una canción que se llama “Happiness”, con la noticia de que me aumentaron el sueldo, y de que todo marcha de lo más bien y no hay por qué preocuparse.
viernes, 18 de julio de 2008
puntos ciegos
Nos la pasamos, a veces, pensando en lo que somos. Y a lo mejor, en el fondo, lo que realmente duele, es todo lo que no somos. Cada vez que elegimos, una historia posible cae en el vacío para hacerle espacio a las historias que acabamos viviendo. Está el peso evidente de decisiones como irte a vivir a una nueva ciudad, dejar de cortejar o de ser cortejada por x o y, o estudiar Antropología en lugar de Danza Contemporánea o Diseño, y están todas las bifurcaciones ínfimas que quizás también nos cambian para siempre, cuando doblamos a la izquierda en vez de la derecha, cuando llegamos tarde a una fiesta, cuando esperamos al siguiente vagón del metro. En todas las líneas de mi mano por las que nunca caminé hay una mujer felizmente casada y con hijos, una maestra rural en una comunidad de la sierra michoacana, una fabricante de separadores y libretas y lámparas viajando a Chiapas de aventón con una bola de amigos semidescalzos, de mirada encendida y cabello salvaje; una bailarina de carrera promisoria que lo vio todo interrumpido por un accidente en el que perdió una pierna o se rompió la espalda; una mujer comprometida con causas políticas que pasó varios meses en la cárcel y nunca más volvió a ser la misma que era, una mujer que se quemó en un accidente automovilístico, una mujer que se ganó el melate de chiripada cuando casi en broma decidió comprar un boleto, una migrante en España que la hace de estatua viviente sobre La Rambla (vestida de vagabundo, o de monumento ecuestre), una artista de circo que recorre entre esperanzada y exhausta los caminos de un circuito humilde de ciudades en provincia, con la sensación del polvo encima de los minutos y los días, y una actriz de teatro adicta sin remedio a la cocaína, y una diseñadora que vive igual que yo en el DF, pero en un edificio más bonito, en una colonia más pípiris náis. Somos lo que somos, y ahí, resumido, queda también todo lo que ya no fuimos.
Eso, hablando sólo de lo posible. Porque está también lo imposible. Lo que está en los puntos ciegos de nuestro alcance visual, más allá o más acá de todas nuestras posibilidades sensibles, de nuestro año, nuestro país, nuestra hora, nuestro ADN.
Hace mucho, platicando con mi papá, nos preguntábamos qué personaje de la historia nos gustaría ser por una semana, o un día, y él dio la que hasta ahorita me parece la mejor respuesta: él sería Einstein, para asomarse al universo con toda la lucidez de ese cerebro, para ver en la luz y en el espacio y en la materia y en el cielo, todo lo que él veía, y que para mí por ejemplo son sólo puntitos brillantes más o menos incomprensibles. Yo escogería un tour por conciertos magistrales, pero del lado de los músicos. Me gustaría ser Nina Simone, con un vestido entallado y una copa de coñac entre los dedos, seduciendo con la mirada a alguien de la primera fila, en un bar oscuro y espeso. Siempre quise ser una mujer con mucha voz y gestos cadenciosos, recargada con languidez y tristeza infinita sobre el micrófono. Y sería Thom Yorke, en cualquier momento, mientras escribe el poema adolorido que será la próxima canción, mientras juega con la guitarra o con el piano, mientras canta sacudiendo la cabeza hacia los lados con su gesto característico ante un estadio intoxicado. Me gustaría ser Jim Morrison en el momento exacto de uno de sus alaridos, y Jimmy Hendrix mientras le prende fuego a la guitarra. Pero no tengo voz, ni grandes facultades musicales, y nunca voy a saber qué se siente el acto creativo en vivo, la ceremonia mágica junto a un público de fieles. También me gustaría entender fácilmente a Kant y a Wittgenstein, y vivir en un mundo profundo, preocupada por las preguntas enormes, las inconmensurables, pero en lugar de eso resulté una lectora de novelas y de cuentos. Y me gustaría saber qué siente un corredor de distancias largas, o un escalador, mientras estira el esfuerzo todo lo que puede y el corazón late ensanchado, y un jugador de futbol, mientras su cuerpo reacciona con velocidad y hace exactamente lo que le piden. Pero siempre fui la niña que escogían al final en todos los equipos de la primaria, a la hora de la clase de educación física. Así que no voy a saber qué se siente eso, ni qué se siente improvisar en el piano, o dar piruetas desde la plataforma de diez metros. Tampoco voy a saber qué se siente ser útil a la manera heroica de los médicos sin fronteras en zonas de guerra, porque las vísceras y la sangre siempre me dieron náuseas, y no tengo las agallas para clavar el bisturí en un ser vivo sin que me tiemble la mano con mi pulso habitual de maraquero.
Luego, está la realidad misma, para colmo. No sólo está nuestro rango posible de experiencias, sino la forma en que alcanzamos a vivir la misma calle o la misma fiesta que los otros, o el mismo cuartito de París, y el mismo interlocutor nostálgico, para lo que es necesario traer nuevamente a Cortázar y Rayuela, y el fragmento que desencadenó todas estas palabras, que no son más que plagios grises de lo que Cortázar dijo primero, y mucho mejor que yo:
Vagando por el Quia des Célestins piso unas hojas secas y cuando levanto una y la miro bien la veo llena de polvo de oro viejo, con por debajo unas tierras profundas como el perfume musgoso que se me pega en la mano. Por todo eso traigo las hojas secas a mi pieza y las sujeto en la pantalla de una lámpara. Viene Ossip, se queda dos horas y ni siquiera mira la lámpara. Al otro día aparece Etienne, y todavía con la boina en la mano, Dis donc, c’est ‘epatant ça!, y levanta la lámpara, estudia las hojas, se entusiasma, Durero, las nervaduras, etcétera.
Una misma situación y dos versiones… Me quedo pensando en todas las hojas que no veré yo, el juntador de hojas secas, en tanta cosa que habrá en el aire y que no ven estos ojos, pobres murciélagos de novelas y cines y flores disecadas. Por todos lados habrá lámparas, habrá hojas que no veré.
lunes, 14 de julio de 2008
ridícula
Milan Kundera escribió alguna vez que a los seres humanos, pocas cosas nos importan tanto como las miradas de los demás. Y hace una clasificación de las personas de acuerdo a las miradas que buscan (cómo le gustan las clasificaciones a Kundera): los que buscan muchas miradas, un público, un auditorio, aunque sea una masa más o menos anónima y lejana, (el locutor de radio o editor de un periódico, no me acuerdo bien, que después hacía comentarios para los escuchas ocultos de la policía comunista); los que buscan una sola mirada, la del ser amado (Teresa y Tomás); y los que actúan para una mirada imaginaria (Franz, para el fantasma de Sabina).
¿Por qué nos importan tanto las miradas de los demás? A lo mejor, el reconocimiento es casi una confirmación de nuestra existencia, quizás no es tanto “pienso, luego existo”, sino “me miran, me escuchan, luego existo”. La mirada de otro, o de otros, nos salva de nuestras propias fronteras y nos abre la puerta a la existencia de los demás, y es como si eso bastara para rescatarnos parcialmente, y nos restara fragilidad.
Por supuesto, son espejismos. El hecho de que nos miren y nos escuchen no es garantía de comunicación, quién sabe si realmente nos miran y nos escuchan; y aunque hagan el esfuerzo honesto, quién sabe hasta qué punto lo que llevamos por dentro puede ser expresado de una forma que resulte inteligible para el otro, o los otros. Quizás, en mayor o menor medida todo es un juego de suposiciones erradas: yo creo que él es tal como lo veo y creo que me mira tal como soy, pero yo veo lo que invento en él y él ve a la que inventa para mí. Y así nos vamos, tranquilos y engañados, hasta el fin.
Cuando leí “La insoportable levedad del ser”, para mí el más ridículo de los personajes era Franz, pobre soñador. Actuar para la mirada de los otros es de por sí ridículo, pero actuar para la mirada de alguien que no está, para la mirada inventada de un fantasma, es una exageración de lo ridículo. Y lo peor es que me siento reconocida en toda esa ridiculez. No sólo me preocupa infinitamente la forma en que los otros me miran, sino que estoy rodeada de fantasmas, y ejecuto para ellos breves gestos teatrales, todos los días. Soy la actriz de públicos imaginarios. La imaginación, mierda, es como la heroína. Yo siempre sueño despierta. Siempre. Así que por qué no habría de actuar un poquito también, a través de ademanes insignificantes que duran unos segundos nada más, que a veces son sólo una tensión pasajera en la panza o un timbre o un perfume o un acento en el rostro o en los ojos. Cuando voy a cruzar una calle, a veces, por ejemplo, me imagino que el hombre que me gusta (que todavía me gusta, por pura terquedad) está ahí, a pocos metros, en alguno de los coches (ni siquiera sé de qué color es, así que podría ser cualquiera), me imagino que está detrás de algún parabrisas, y que me mira. El chiste es no voltear. Si volteo, voy a ver a un hombre de mediana edad con cara de fastidio, o a una mujer y sus hijos de regreso del kínder, o algún grupito de adolescentes, y voy a saber con certeza que él no está y que yo soy ridícula. Pero si no volteo, la duda se sostiene como una esperanza impalpable, así como todo lo sutil e inmaterial que hay en el mundo y que es improbable pero nos mantiene vivos, por alguna razón. Yo no volteo en la cineteca, no volteo en el supermercado, y esta ciudad es tan impredecible y tan grande que su fantasma está ahí, en todos lados, siempre y cuando yo no abra los ojos para destruirlo.
Este blog puede ser muchas cosas pero también es un gesto teatral. En el fondo de todo, hay una dedicatoria, una esperanza diminuta, un poquito adolorida (pero sólo un poquito). Y todo es trágico y ridículo a la manera de Franz. Todo sigue siendo la duda que no se desvanece gracias a que cerramos los ojos un segundo. No queremos voltear hacia la realidad y sus ausencias, una señora acalorada en su minivan, o un par de oficinistas de regreso hacia sus casas, pero no él, en ninguno de los coches, por más que lo invoquemos en silencio cada vez que cruzamos una calle. No sé quiénes pasan de visita por aquí, pero una parte de mí ya sabe que hace mucho dejé de ser interesante para la silueta específica que me interesaba. Y esto es sólo (el blog, todas y cada una de las entradas), la canción que cantamos a solas, los pasitos de baile que improvisamos en el pasillo desierto, la pelea de Franz contra los delincuentes en un país asiático, son gestos para el fantasma y sabemos que son sólo gestos para nosotros mismos. Son gestos para nuestros sueños, gestos que a fin de cuentas nos dedicamos íntimamente, gestos con los que jugamos a que el juego continúa. En el fondo, hace mucho que perdimos y hace mucho que lo sabemos. Por lo menos yo, ya sé que perdí. Y aún así. El click en el botón de “publicar”, otra vez. Un día en el que me siento bonita entro al metro y mantengo la mirada fija en la ventana, el desconocido que será el gran amor de mi vida está ahí, en el asiento de al lado o en el de enfrente, siempre y cuando yo no voltee para confirmar su existencia, siempre y cuando deje a la duda respirar con sus perfumes vagos, que a la gente como yo nos intoxican, siempre, somos seres incurables, las gentes como Franz y como yo.
viernes, 11 de julio de 2008
Post en dos partes, una deshechable, y la otra morelliana
PRIMERA PARTE DEL POST, PRESCINDIBLE ACTO DE DESAHOGO SIN MÁS:
En este momento, hay como cinco o seis capas aislantes entre la realidad y yo. Las paredes del edificio, la pantalla en vez de la ventana, los oídos cubiertos por audífonos, la gripa, los antigripales, y encima, una sensación general de irritación y mal humor. Alguien, quizás el mismo alguien que se llevó mi quincena, se llevó ayer mis audífonos, y ahora traigo unos muy incómodos, que no sirven bien, con los que es una tortura hacer mi chamba, la cual ahorita consiste en transcribir una larga entrevista que hice ayer, con un hombre que habla muy rápido y con acento norteño (el acento norteño puede ser encantador, pero en este caso sólo resulta ininteligible), mientras todo el mundo habla por teléfono (hoy, la impresión es que hablan a gritos), y el scaner hace un sonido que hoy parece como de instrumento motorizado mal afinado, o máquina oxidada de tortillería. Hoy es uno de esos días. Pero como ustedes, lectores imaginarios o no, de mi blog, no tienen la culpa, denme chance de un breve momento de descarga: espero que al ladrón de esta oficina le salga caspa de por vida, y que sufra de impotencia sexual y halitosis, que le salgan hongos en los pies y le de mucha comezón y le apesten horriblemente los calcetines, que se le atore siempre la comida entre los dientes y que sufra de flatulencia incontrolable.
Igual no es para tanto. Me empiezo a sentir mejor. Este es un buen desahogo. Aunque sigo de mal humor. Mierda y recontramierda (en algún momento voy a tener que mejorar mis habilidades insultativas, hasta ahorita, son más bien patéticas).
SEGUNDA PARTE DEL POST, MÁS SERENO, DONDE QUEDA PROBADO QUE ES MUCHO MEJOR TRANSCRIBIR A CORTÁZAR QUE CONVERSACIONES CON ACENTO INCOMPRENSIBLE A TRAVÉS DE AUDÍFONOS DEFECTUOSOS
Ya me reí dos veces, gracias a J. quien primero me contó un chiste misógino (y tuve que reírme, con la misma risa culpable que producen los chistes crueles de humor negro: primero te ríes y luego te contienes y protestas). Después, me enseñó una foto que se hizo con una tortilla de harina a modo de máscara, con hoyitos para la nariz, los ojos y la boca. El resultado me hizo reír de nuevo, con más ganas, y todo poco a poco se aligera. Interrumpí la transcripción de la entrevista, puse música, y le robo minutitos al día para escribir aquí. Se siguen aligerando las sensaciones generales, dentro de poco a lo mejor ya empezaré a darme cuenta de que hoy, milagrosamente, ya no llueve. Termina aquí la parte más prosaica del post. Lento camino de regreso a los rumbos más densos: estoy releyendo Rayuela, por tercera vez. La primera vez lo leí en la prepa y creo que sólo entendí más o menos la mitad, pero igual me desvelé muchas noches leyendo y anduve varios días escribe que te escribe en mis diarios terribles monólogos semi-filosóficos. La segunda vez lo leí en la universidad, lo disfruté más, pero mis simpatías estaban casi todas del lado de la Maga. Oliveira, a lo mucho, me daba un poquito de lástima, con su búsqueda tan egoísta, tan ciega a los demás. Esta vez, aunque la Maga sigue contando con toda mi lealtad, Oliveira me cae mucho mejor. Me siento reconocida. En realidad, me gustaría pensar que de parecerme a alguien me parecería a la Maga, pero en este momento, más bien me parezco a Horacio, que busca una reconciliación pero no está seguro de dónde ni de cómo, y todo parece dolerle, pero nunca lo suficiente. En medio, una nostalgia por algo que se intuye, que a lo mejor está aquí, pero es casi todo el tiempo inaccesible. Aquí transcribo un cachito, de Oliveira-Morelli-Cortázar, sintiéndose triste por los locos, los soñadores, y las especies humanas en proceso de extinción:
…Qué inútil tarea la del hombre, peluquero de sí mismo, repitiendo hasta la náusea el recorte quincenal, tendiendo la misma mesa, rehaciendo la misma cosa, comprando el mismo diario, aplicando los mismo principios a las mismas coyunturas. Puede ser que haya un reino milenario, pero si alguna vez llegamos a él, si somos él, ya no se llamará así. Hasta no quitarle al tiempo su látigo de historia, hasta no acabar con la hinchazón de tantos hasta, seguiremos tomando la belleza por un fin, la paz por un desiderátum, siempre de este lado de la puerta donde en realidad no siempre se está tan mal, donde mucha gente encuentra una vida satisfactoria, perfumes agradables, buenos sueldos, literatura de alta calidad, sonido estereofónico, y por qué entonces inquietarse si probablemente el mundo es finito, la historia se acerca al punto óptimo, la raza humana sale de la edad media para ingresar en la era cibernética. Tout va très bien, madame La Maquise, tout va très bien.
Por lo demás hay que ser imbécil, hay que ser poeta, hay que estar en la luna de Valencia para perder más de cinco minutos con estas nostalgias perfectamente liquidables a corto plazo. Cada reunión de gerentes internacionales, de hombres-de-ciencia, cada nuevo satélite artificial, hormona o reactor atómico aplastan un poco más estas falaces esperanzas. El reino será de material plástico, es un hecho. Y no que el mundo haya de convertirse en una pesadilla orwelliana o huxleyana; será mucho peor, será un mundo delicioso, a la medida de sus habituales, sin ningún mosquito, sin ningún analfabeto, con gallinas de enorme tamaño y probablemente dieciocho patas, exquisitas todas ellas, con cuartos de baño telecomandados, agua de distintos colores según el día de la semana, una delicada atención del servicio nacional de higiene,
con televisión en cada cuarto, por ejemplo grandes paisajes tropicales para los habitantes de Reijavik, vistas de igloos para los de La Habana, compensaciones sutiles que conformarán todas las rebeldías,
etcétera,
Es decir un mundo satisfactorio para gentes razonables.
¿Y quedará en él alguien, uno solo, que no sea razonable?
En algún rincón, un vestigio del reino olvidado. En alguna muerte violenta, el castigo por haberse acordado del reino. En alguna risa, en alguna lágrima, la sobrevivencia del reino. En el fondo no parece que el hombre acabe por matar al hombre. Se le va a escapar, le va a agarrar el timón de la máquina electrónica, del cohete sideral, le va a hacer una zancadilla y después que le echen un galgo. Se puede matar todo menos la nostalgia del reino, la llevamos en el color de los ojos, en cada amor, en todo lo que profundamente atormenta y desata y engaña. Wishful thinking, quizá; pero ésa es otra definición posible del bípedo implume.