martes, 9 de febrero de 2010

¿Qué generación de computadora, i-pod y celular tiene usted? ¿De qué año y modelo es el coche que maneja? ¿Ya sustituyó sus DVDs por el blue ray? ¿Está usted seguro de que tiene lo último de lo último y lo mejor de lo mejor?

En palabras de Zygmunt Bauman: “El mercado recibiría un golpe mortal si el estatus de los individuos les aportara una sensación de seguridad, si sus logros y sus objetos personales estuvieran a buen recaudo, si sus proyectos fuesen finitos y si el final de sus trabajosos esfuerzos estuviese a su alcance. El arte del marketing está dedicado a impedir que se cierren las opciones y se realicen los deseos.” Luego de que usted ahorró para comprarse triunfalmente la más sofisticada computadora del mercado, sale a la venta un par de meses después una infinitamente mejor, que hace a la suya obsoleta; ahora, ésa es la que hay que tener…hasta que un nuevo modelo la reemplace, a su vez, en poco tiempo. Tal como el mismo Bauman afirma en su libro Vida Líquida, el objetivo de una sociedad basada en el consumo no es vendernos cosas que nos duren para siempre, sino continuar vendiéndonos productos hasta el infinito, así que el truco es mantener a la gente en un estado permanente de insatisfacción. Y tan importante como es comprar a la velocidad impuesta por el mercado, es desechar lo mismo que el mercado ha declarado caduco. No cometa usted el ridículo de aparecer en la reunión de ex alumnos de su escuela cargando una cámara no-digital, o una de sólo tres megapixeles cuando todo el mundo sabe que ahora hay que tener 8 o ya de perdis 7, mí-ni-mo.

De todas las novelas de ciencia ficción que he leído, mi favorita de todos los tiempos es Farenheit 451. Bradbury, hace décadas, dio en el clavo. A fin de cuentas, no era necesario programar genéticamente a las personas desde antes de su nacimiento a la Aldous Huxley, ni ejercer sobre la gente una vigilancia panóptica tipo George Orwell; lo único que hace falta para mantener un orden con pocas fisuras son pantallas gigantes de televisión. Es cierto que en el mundo recreado por Bradbury también hay bomberos que queman libros prohibidos, pero la premisa más interesante de la novela es que los bomberos son casi innecesarios, y no es sólo la represión, sino sobre todo el embotamiento, lo que mantiene a las calles en paz. Mildred, la esposa de Montag, sabe vagamente que más allá de las fronteras de su mundo privilegiado se pelea una guerra pero no le importa. Y ya no recuerda cuándo ni cómo conoció a su marido, lo único que verdaderamente la obsesiona es el dinero para que la cuarta pared de su sala sea transformada en televisión, y que desde esas cuatro paredes, la inunde todos los días y todas las noches la ilusión perfecta de sus amigos virtuales. Por supuesto, aunque Bradbury no lo dice uno puede imaginar que si Mildred se hubiera comprado la cuarta pared-televisión, se la iba a seducir de inmediato con nuevas pantallas táctiles y no sólo visuales, o techos con alguna cualidad estereofónica.

La vida se ha transformado en una carrera en la que nadie tiene derecho a detenerse. Y eso se puede aplicar al mercado pero también (quizás precisamente por eso) a casi todo lo demás. Después del post-doctorado, sigue el post-post-doctorado, o si usted ya se hizo gerente ahora le toca hacerse gerente en jefe ahí en la compañía donde trabaja. Sirve que así le pagan más dinero, y puede usted comprar más y mejores cosas. Póngale más pisos a su casa, múdese a un departamento más bonito. Después de pagar a cuotas y trabajosamente su coche, apresúrese a venderlo, no vaya a ser que se le devalúe, y póngase a pagar en cuotas y trabajosamente el coche que sigue.

Mientras tanto, conozco a alguien que en lugar de perseguir el siguiente título rimbombante, el siguiente objeto sofisticado y luminoso, la zanahoria en turno puesta por delante de nuestras bocas, se fue a vivir a un pueblito de Michoacán para estar en un lugar desde el que es posible, aún, oír el tren o los grillos a lo lejos. Y la verdad, es una mujer que produce una profunda impresión de luz, y seguridad.

J. va a todas partes cargando el mismo disc-man que ha tenido en los últimos cinco años, y le brillan los ojos cuando escucha por millonésima vez su disco favorito de Burning Speer. Nunca le ha interesado comprarse un coche, y le gusta caminar, y cuando camina, se detiene con frecuencia a observar los insectos que caminan junto a él por la banqueta.

La gente más conectada con cosas parece simultáneamente más desconectada del mundo. Y la gente más conectada con el mundo, está menos obsesionada con las cosas. El mundo, después de todo, ocurre todo el tiempo por debajo de nuestras narices, y no hay que pagar nada para sentirlo, mientras nos toca.

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