martes, 10 de abril de 2012

...riqueza.


Existimos, ahora, a la sombra de una pobreza primermundista. Es decir, podemos pagar comida china de vez en cuando, internet, cable. Pero vivimos en un departamento diminuto, en un sótano, por ejemplo, y no compramos cosas libremente con frecuencia, y a veces sentimos un sobresalto de incertidumbre, sobre todo si nos dan menos horas en el trabajo, o si hay la posibilidad de quedarnos sin trabajo. No hace mucho sin embargo, yo pasé muchos meses al lado de personas que tenían menos todavía, mucho menos, pero más de cualquier forma, mucho más. Hay personas así, familias así. Trabajan aplicadamente, con sus manos, con la fuerza de sus brazos, todo el día, todos los días, y viven sin lujos, sin cable, sin internet, sin comida china. Pero están en el mundo, en el centro mismo de la enormidad del mundo, están bajo las estrellas, bajo los árboles, se echan a correr libremente, en lugares sin asfalto, sin tráfico, sin semáforos. A veces, caminando por estas calles de acá, me imagino en cuál de todas las casas me gustaría vivir: una casa bien iluminada, con muchas ventanas, con un jardincito, con un  árbol gigante en la parte trasera. Aplicando obsesivamente para trabajos administrativos en organizaciones no gubernamentales (para los únicos para los que tengo certificados suficientes, de acuerdo a las reglas canadienses), me imagino un mejor sueldo, una vida más holgada, un departamento con más luz. En realidad no es eso lo que quiero. Desde el principio, lo que siempre he querido, es el mundo. Los árboles, las estrellas, las carreras de niños en lugares sin semáforos.