domingo, 6 de febrero de 2011
lotería
martes, 27 de abril de 2010
A veces, me sorprende la inmensa cantidad de coincidencias que fueron necesarias para que conociera a J., y entonces, me gusta pensar que algún hilo sutil y luminoso (y agridulce) va uniendo unos con otros los detalles ínfimos de nuestras vidas, los celulares que se quedaron sin crédito, la dirección de la tienda donde conseguí trabajo por primera vez en un país extranjero, todos los hombres a los que deseé pero que decidieron no involucrarse conmigo, como las piececitas de cerámica que sólo adquieren sentido en el mosaico completo. Esa es mi filosofía: si el mundo es el mundo hagamos lo que hagamos, no hace ningún daño mirarlo desde algún cristal ligeramente mágico. No cambiamos el mundo, pero lo hacemos un poco más poético. Otras veces sin embargo, creo que todo lo que tengo en las manos son mis decisiones, y sus consecuencias. Lo que he hecho en el último año y medio es tomar decisiones de último minuto, y mi vida ha tenido desde entonces un carácter episódico: cuatro meses en Toronto. Punto. Casi tres meses en México. Punto. Seis meses en Toronto. Punto. Luego México, coma, y una boda apresurada y una luna de miel, coma, y casi tres meses en mi departamentito de la Portales y ahora, a empezar una vez más desde cero. Punto. En Michoacán, punto y coma, quién sabe por cuánto tiempo. Me la he pasado empezando y luego, volviendo a empezar. Ya tengo veintinueve años. He exorcizado de mi alma una vieja necesidad de incertidumbre. La primera vez que me fui a Canadá me la pasé mucho tiempo muy sola, en un invierno muy crudo para mis pulgas, pero todos mis recuerdos de esa época están encendidos, como si en lugar de verlos a través de mi pantallita de todos los días los viera en la pantalla gigante del cine, fueron meses de alta definición y muchos decibeles y eso embellecía mi percepción de la belleza y embellecía también mis momentos tristes. Eso, en mi diccionario personal, se parece bastante a la felicidad. Estar despierta. Y ahora que estoy en mi vida después de ese primer salto al precipicio, lo que más deseo es empezar y luego continuar mi vida en una sola ciudad para, por ejemplo, trabajar en algo que me guste, y hacerlo cada vez mejor. Que me crezcan raíces para que me florezcan los frutos que cargo a todos lados como nubes o volutas de humo. Quién iba a pensar que yo iba a decir esto, si hace un par de años escuchaba fascinada cómo un gitano de Sevilla se definía a sí mismo como parte de un pueblo que persigue sus sueños sin hacerlos realidad, porque entonces se acabarían las razones para seguir soñando. Y yo dije, esa soy yo, yo persigo, no encuentro, me muevo de un lugar a otro y sueño sin descanso. Y ahora estoy aquí, sin embargo, deseando descanso.
Aquí, es por lo pronto Pátzcuaro. Gatos, sol, cerritos verdes a la distancia. Voy a extrañar a mi querido defectuoso. No voy a extrañar el ruido ni el estrés ni los amontonamientos humanos. Pero voy a extrañar todo lo demás. Todos los rincones de la ciudad, desde los Palacios del centro hasta mi departamentito en un edificio que se cae a pedazos, donde corren los niños subiendo y bajando escaleras. Voy a extrañar el radio, los conciertos, la cineteca, los festivales, la promesa infinita de sorpresa. Viejas complicidades, y complicidades nuevas que empezaban a dibujarse poco a poco. Estoy aquí ahora, esperando que me den la residencia para irme a vivir con mi esposo a Toronto, y caigo en la cuenta de que de veras me estoy despidiendo de la ciudad de México. Uf, nostalgia sin límites. Esa ciudad está poblada de imágenes circulares, en mi historia. Esa ciudad, en mi vida de vocación nomádica y soñadora, es lo que más se parece a una raíz y a un hogar completamente mío.
Ahora, entrecierro los ojos y hago esfuerzos pero no sirve, no veo claro. Sé que empiezo aquí en Michoacán por unos meses mientras me dan permiso para ir a Toronto y empezar ahí, una vez más, mi vida. No sé cuándo ni cómo voy a sentir por fin que mi historia ya no es una serie entrecortada de arranques y enfrenones.
Extraño a mi marido, todos los días, y mucho más, todas las noches. Un amigo muy querido de la familia me dijo en vísperas de mi boda que en la vida anda uno cambiando de carrera, de ciudad, de trabajo, pero que cuando hallamos el amor hallamos definitivamente nuestro lugar en el mundo. Y aunque suene cursi (pero todo en este blog es como para vomitar de cursi), es verdad. La incertidumbre ya no es más una luz eufórica y cinematográfica sobre los acontecimientos de mi vida, ahora es sólo una presión en el pecho. Ahora sólo quiero que pase rápido, y que me digan, ya está, ya eres libre, puedes ir a tu casa. Y mi casa, es cualquier rinconcito que pueda compartir cotidianamente con J. Ese es por lo pronto mi lugar en el mundo. Una vez ahí, ya veremos. Que nos crezcan raíces. O alas.
domingo, 6 de septiembre de 2009
Escribo esto un domingo que se siente como domingo, con mi pijama de franela, sintiendome feliz. Creo que lo que siempre he querido es compartir mi corazon con un corazon que me asombre, todos los dias (searching for a heart of gold, como en la cancion de Neil Young). Y ahora estoy con alguien que no persigue titulos, ni fama, ni dinero, pero que regresa a la casa con ojos luminosos para platicarme las imagenes y las sensaciones de las calles, la forma en que la gente se reclina en el portal de sus casas al final de una tarde tibia, o la forma en que un ninito corre cargando un bote de basura sobre su cabeza para protegerse en el umbral de la lluvia. Canta en la regadera, canta en la cocina, canta mientras se pone los zapatos, mientras camina, canta para mi tambien todas las manianas, canciones que inventa sobre la marcha. Salta sin defensas sobre el oceano de nuestra cercania con la inocencia de los que se enamoran por primera vez. Ejerce una sonrisa inderrotable siempre, a pesar de su pasado sin refugios, durmiendo alguna vez en campos de maiz, y cada dia, ejerce una sonrisa sin oscuridad, inconsciente de toda su dulzura.
Todo lo que siempre he buscado es un corazon asi. Un alma inteligente y real que no viva para gravitar alrededor de su propio eje, sino para absorber el pulso claroscuro del universo.
Y todo entre nosotros es tambien dificil y dramatico y absolutamente imperfecto. Y mi ritmo cardiaco vuela, frecuentemente, y todos los dias estos ultimos meses puedo murmurar para mi misma que me siento afortunada.
De vez en cuando todavia me detengo para mirarme con incredulidad. Estoy en otro pais, estoy enamorada (y soy correspondida). Mi vida transcurre en otro idioma, en otra latitud, en otra frecuencia, y todo parece nacer de un solo impulso, una sola cadena de impulsos, un solo boleto de avion comprado a las prisas. Y quien sabe si todo esto es parte de alguna trama dibujada debilmente frente a nosotros, sobre la que cada quien navega inconscientemente, o de la que algunos se desvian para perderse en laberintos individuales, o si el disenio cambiante de nuestras vidas es accidental y tambien deliberado. El caso es que mi vida me sorprende, y esa sensacion me gusta. El futuro me parece ahora tan incierto como el ultimo anio de mi vida, susceptible a otros impulsos y otras metamorfosis aceleradas o pacientemente construidas. Y esa sensacion me gusta.
Y todo esta, como siempre, en mis manos. Mi vida tiembla (como siempre) entre mis dedos. Me pregunto si tengo la fuerza que necesito para cerrar los ciclos que han estado abiertos demasiado tiempo, y para sumergirme con firmeza en los ciclos que se abren.
Pero tengo que decir, hoy, a todos, no se preocupen por mi. Estoy bien.
viernes, 26 de diciembre de 2008
Hace como 6 dias:
Cada vez que enfrento una decision, no importa si es enorme o diminuta, me pregunto si va a enviar todos mis anios del futuro en una direccion completamente nueva. Todo el tiempo, frente a mi, la baraja abierta de mis vidas posibles. Sigo pensando en cosas como la magia o el destino. Y es inevitable para mi pensar al mismo tiempo en cosas como el amor. El pulso terco de mis obsesiones, sin descanso. Me pregunto, por ejemplo, a quien voy a conocer, y donde. Y me intrigan las decisiones que el universo parece tomar en mi lugar. Uno de los primeros dias en Toronto, cuando ya tenia casa pero aun no tenia trabajo, fui a buscar una agencia que estaba lejos, en alguna orilla muy al norte de la ciudad (una y otra vez, mis arranques y mis nociones vagas e impracticas acerca de las cosas). Entre a un subway, me atendio un chavo guapo con los ojos rojos de cansancio y la actitud embotada de los que llevan muchas horas repitiendo actos rutinarios. Me miro (sin mirarme), me pregunto que queria en mi sandwich. Ese sandwich iba a ser mi unica comida del dia (a veces extranio el poder de aquellos dias dramaticos), asi que le dije, como ninia en una tienda de dulces "EVERYTHING" Entonces me miro, por primera vez en realidad, y sonrio quizas porque se dio cuenta de que yo estaba ante los ingredientes de mi sandwich como alguien frente a sus regalos de navidad. Comi sola en una mesita de plastico saboreando cada centimetro y mirando las imagenes tras la ventana: un estacionamiento, una avenida, una sensacion desierta y gris, y mucho viento. Cuando me iba, el chavo me hablo (ya no puedo recordar su nombre). Me dijo que le parecia muy hermosa y que no se queria separar de mi. Hablamos unos minutos. Me acuerdo que me gusto, que me gusto su sonrisa (ojos color miel y patas de gallo), platicaba con inteligencia y senti algun palpito sutil, interno. En aquel entonces mi angustia era no tener trabajo. Era mi primer sabado en Toronto. El me dijo que era de la India y que el lunes se regresaba a su pais por un mes, que nos vieramos al dia siguiente. Intercambiamos telefonos. Ese mismo sabado consegui trabajo y el domingo prometido a el lo pase inaugurando la rutina que se ha convertido en mi pan de todas las semanas desde entonces. Y mi telefono se apago. Yo, semi-analfabeta con respecto a todo aparato electronico y analfabeta absoluta con respecto a los celulares (chunches con los que nunca he podido sostener una buena relacion o una relacion duradera), pense que me habian vendido algo de mala calidad y que mi telefono estaba descompuesto y ni modo. Resulta que solo se habia apagado (ja), pero eso lo averigue varios dias despues, ya mi promesa hindu de regreso en la India. Su numero desaparecio de mi agenda, no se como. Asi que ahi lo tienen. El universo decidio por mi a traves de pequenios accidentes y bifurcaciones. A veces me da por pensar en que hay hilos subterraneos sobre los que solo debemos deslizarnos, y que ahi, de algun modo, esta tejido un cuadro o una imagen general contra la que no tiene sentido resistirse, como si eso fuera enredar los hilos en lugar de permitirles dibujar el lienzo diminuto que tenemos reservado. Como si hubiera algo parecido a musica entre cada quien y las esquinas y las estrellas y las sombras y los rostros y los puentes y las puertas que se cierran o se abren un segundo antes o un segundo despues, y como si hubiera que, de algun modo, cerrar los ojos suavemente, algo asi, siguiendo el ritmo de nuestros acontecimientos, latiendo de acuerdo a algun otro latido mas universal y profundo. Cada quien cree que sabe y cada quien interpreta las seniales de acuerdo a sus propias contrasenias para la belleza, asi como Teresa y el numero seis de la habitacion de Tomas y de la Sexta de Beethoven y de las seis de la tarde. Y mis obsesiones. Viejas. Repetitivas. Las viejas repeticiones de mi cabeza y el blog y lo siento por mis lectores legitimamente aburridos. Y no me inclino ante ideas como estas con fe, ni siquiera ante ideas que encuentro bellas, como la imagen de hilos y algun latido cosmico conectado por redes infinitas a lo que ocurre dentro de mi pecho. Porque otras veces me por pensar en que todo son accidentes sin mensaje oculto, sin musica. Cada quien, nada mas, su voz ante el silencio. Y entonces no se trata de deslizarnos suavemente sino de respirar profundo y tomar decisiones y tener agallas. Y no se trata de relajar las manos sino de apretar los dientes. Apretar el estomago y los punios y trazar con pulso firme o tembloroso sobre nuestros momentos del presente y el futuro. Uf. Nada amedrenta tanto como la propia libertad. La baraja de las vidas posibles y uno ahi. Muchos destinos en lugar de uno solo y el camino de la izquierda o el de la derecha, camine usted y averigue, pero primero, elija.
La magia esta ahi donde uno la encuentra. Que hacia yo, tan al norte de la ciudad en un subway en un estacionamiento en medio de la tarde y de la nada dos dias antes de que un hombre regresara a su pais llevandose consigo todas sus posibilidades. Y la magia acaba ahi donde uno la pierde. Y pinches celulares de mierda siempre les fallo y siempre me fallan. Tambien habia un guerito de ojos azules que me gusto y ante el que no hice ninguna aparicion brillante pero me pidio mi telefono de todos modos (a lo mejor solo estaba siendo amable) y mi telefono lleva mas de dos semanas sin credito. Estoy arrastrando la precariedad hasta el final de estos dias, y maniana me pagan y cobro hasta el martes y si el guerito intento comunicarse conmigo, estoy segura de que esa es otra puerta definitivamente cerrada (yo no tengo su numero). Y eso es lo de menos porque ahora, ganas de acurrucarme y perder la batalla, ganas de Mexico. Santa Jimena autocompasiva asoma la cabeza y pide reposo. Pero si no hay un solo destino, sino muchos, entonces no se trata de aflojar las manos sino de apretar el punio y lo mas emocionante nos ocurre cuando somos valientes. Uf. Ya veremos. Aparecio mi metropas, por cierto. Pero se me olvida si es que al final creo o no creo en las seniales.
Hace como cinco dias.
Alguna noche de insomnio estos ultimos dias vi en la tele un programa sobre Joan Crawford. Creo que nunca he visto una pelicula suya, pero la ubico por un libro de fotos de estrellas de Hollywood que me encantaba hojear cuando era ninia. En este programa pasaron imagenes de ella en los 20s al centro de una pista en un club nocturno bailando con desenfado absoluto, segura, y languida, y feliz. Luego citan a Scott Fitzgerald describiendo a Joan Crawford y mujeres de los 20s igual de languidas y felices, y solo recuerdo esta frase: "Young things with a talent for living".
Es algo en lo que tambien pienso mucho. Talento para vivir. Eso es todo. A lo mejor se tiene o no se tiene, igual que el oido para la musica. A lo mejor llega a sus picos y luego cae lenta o abruptamente como le ocurre al talento de muchos artistas. Pienso en Jack Kerouac: talento para vivir. Neil Cassady: talento para vivir. (Mi madre: talento para vivir). En alguna parte de la novela (NO, TO-DA-VI-A NO TERMINO DE LEERLA), Jack esta viviendo en un barrio de las orillas de San Francisco y trabaja como vigilante nocturno en unas barracas para migrantes temporales que esperan su momento de zarpar al mar. Tiene un amigo cercano, un loco de corazon enorme y vida al borde de uno o varios precipicios. Y por las noches, en lugar de patrullar las calles sin crimenes y arrestar gente por borracheras ruidosas, entran de contrabando a la fuente de sodas local y asaltan los refrigeradores, y comen punios llenos de helado. Eso es lo que yo resumiria como talento para vivir.
Asi que ahora estoy. Aqui. En esta ciudad hermosa donde palpita el primer invierno verdadero de mi vida. Y puedo adormecerme o puedo estar despierta. Ojala fuera yo una verdadera virtuosa de la vida. Entonces, estoy segura, habria encontrado al menos un complice para la precariedad y seria una figura languida y feliz en el centro de una electricidad azul o roja. Mi talento alcanza por lo pronto para momentos de deslumbre y dulzura, espasmos brevisimos en el pecho. A veces me dan ganas de estar despierta y esperar un poco mas a que un poco mas de este nuevo mundo me sacuda. Otras veces solo quiero relajar de una vez los musculos y el alma.
ESPASMOS BREVISIMOS EN EL PECHO:
-Empezo a nevar como a las 11 de la noche. Sali de la casa a ver la metamorfosis inmediata de la calle, de pronto completamente suave, y blanca. Una calle dormida con sus luces de navidad y su silencio bajo la caida de todo lo delicado con lo que fantaseaba de ninia mirando al cielo, nubes de algodon deshaciendose sobre la tierra, materializadas en los techos y los tallos de las flores y las banquetas y los hilos de la luz.
-Tome un tour con los chinos (todo lo ofrecen mas barato, incluidas las cataratas del Niagara). El autobus le da la vuelta al lago. Salimos de Toronto y el horizonte a veces era esqueletos pardos contra el suelo blanco, y el lago se tan interminable como el mar. Todo es plano y es interminable y el cielo es una opresion blanda y palida sobre las orillas del agua y de la tierra. Vi pasar un grupo de aves migratorias, como 5 cumulos veloces formados en V, y parecio como si pasaran muy cerquita de la ventana. Iba oyendo a TV on the Radio y creo que ultimamente las bandas sonoras se han acoplado perfectamente con las imagenes en las calles, detras de los cristales. No saque la camara, para no preocuparme por angulos y fotos, y me perdi en el mundo cambiante frente a mi. Musica y carreteras. Combinacion luminosa. Especialmente en paises nuevos, donde la belleza carece de acentos familiares.
De las cataratas si hay fotos. Hacia un chingo de frio. Los barandales y las lamparas de los caminos estan cubiertos de agua congelada. Y el sonido de la caida es algo poderoso.
Hace como tres dias:
Sin dormir. Cambiar el boleto fue una tarea angustiante que empezo en la maniana ante una linea de telefono permanentemente ocupada, continuo en mi media hora de descanso en un cafe internet ante una pagina sin posibilidades de movimiento, siguio despues en la linea ocupada, luego en la noche, una hora y media de camino al aeropuerto y ahi, una fila larga y casi inmovil, mas de dos horas y entonces al filo de la medianoche con la novedad de que se cerraban los mostradores y nada que hacer. Caos. Miles de canadienses tratando de hacer lo mismo que yo porque al parecer las pasadas tormentas provocaron la cancelacion y el retraso de muchos vuelos en las visperas de navidad. Llegue a mi casa a la 1 y media y desde el telefono de Rodrigo segui marcando al numero ocupado. A las 2:50 me conectaron a una grabacion y me dejaron en espera. A las 6:30 (media hora antes de que se cerrara la ventana oficial de tiempo en la que tengo aun derecho a cambiar el boleto de avion), entro mi llamada y pude hacer el cambio. La nueva fecha es para el 31 de enero. Pase la noche con el telefono en la oreja oyendo las mismas dos estupidas cancioncitas una y otra vez. Hable con Rodrigo y resulta que mi cuarto ya esta rentado a partir del 31 de Diciembre. Yo y mis decisiones de ultimo minuto. Impulsiva de mi. Chingaa. Ahora no tengo donde vivir, de nuevo. El latido de la incertidumbre. Y entonces, hace unos minutos, se subio al autobus un cowboy delgadisimo y hermoso. Alto, muy joven, cabellos largos y sueltos hasta la mitad de la espalda. Una chamarra de mezclilla, jeans casi deshechos, bolsillos sostenidos con seguros de alambre, botas de cuero, sombrero de cowboy. Grandes ojos azules. Su ropa no lo protege del invierno. Su cuerpo lleva el acento rigido de los que tienen frio. Todo en el transpira precariedad, mucho mas violenta, mucho mas profunda, que la mia.
lunes, 18 de agosto de 2008
oda sin consecuencias al hombre de la semana pasada
Hace mucho que no sentía esto: entró un hombre a la oficina, para una entrevista con mis jefes, y cuando lo vi, altísimo (los hombres muy altos me atraen de manera irresistible), y sin la cara de oficinista que pulula por aquí, sin corbata, sin traje, sin portafolio, caminando por el pasillo frente a mí, entrando a la sala de juntas, me dolió el estómago, me puse toda colorada de puro enamoramiento súbito. Hace mucho que no me ponía tan nerviosa, casi sin aliento. Entró, estuvo en la entrevista. Cuando salió decidí, muerta de pánico, seguirlo hasta la planta baja con cualquier pretexto, sólo para acompañarlo en el elevador, pero hubo una pausa indecisa, y cuando salí al pasillo escuché el sonido de las puertas mientras se cerraban. No sé nada sobre él. Si el destino existe, no importa. Pero si no existe (y estoy casi segura de que no existe), a lo mejor esa brevísima pausa antes de salir de la oficina representa una distancia insalvable entre dos futuros posibles. En uno, yo iba a llegar al elevador antes de que se cerraran las puertas, y ese era el primer eslabón en una larga y significativa cadena de acontecimientos. En el segundo, no llegué a tiempo, bajé, no lo vi en ningún lado, regresé a mi lugar, y me sentí triste, como si acabara de despedirme para siempre de algo dulce y extraordinario. Mi corazón se sentía como si acabara de recibir una de esas cargas eléctricas con las que resucitan a los recién muertos, pero poco a poco fue recuperando su ritmo habitual, sin taquicardias, y en paz. (Pinche paz)
También puede ser por supuesto, que esta historia no tenga ninguna importancia, porque él es un feliz hombre casado, o un hombre enamorado sin remedio de una hermosísima mujer, alguna rubia de ojos azules 90 60 90 con la que no tengo posibilidad alguna de competir, o simplemente, lo que sea que ocurre cuando dos personas se encuentran no iba a ocurrir entre él y yo, aunque hubiéramos compartido el elevador y otras cosas, y la ola de calor que sentí cuando entró a la oficina es apenas un síntoma hormonal.
Pero de todos modos podría llorar, de puro cansancio, no frente al mundo sino frente a mí. Soy agnóstica con respecto a la idea del destino, pero cada vez me inclino más a no creer. Me parece que las vidas que vivimos no son conjuntos ordenados de acontecimientos, ni las proyecciones de alguien o de algo sobre nosotros, y que quizás lo más importante ocurre, no en las grandes decisiones, sobre las que reflexionamos, sino en nuestros instantes más irreflexivos. Ocurre en las pequeñas pausas indecisas o los arranques audaces de los que se echan a correr y no se detienen hasta que ya se sienten cayendo hacia el vacío, o hacia la diminuta incertidumbre de un elevador.
Y mi redención privada, la mía, ante nadie, sólo para mí, no depende de ninguna idea y ninguna certidumbre y ninguna esperanza y ninguna fe. Depende de mis saltos, al vacío.
viernes, 18 de julio de 2008
puntos ciegos
Nos la pasamos, a veces, pensando en lo que somos. Y a lo mejor, en el fondo, lo que realmente duele, es todo lo que no somos. Cada vez que elegimos, una historia posible cae en el vacío para hacerle espacio a las historias que acabamos viviendo. Está el peso evidente de decisiones como irte a vivir a una nueva ciudad, dejar de cortejar o de ser cortejada por x o y, o estudiar Antropología en lugar de Danza Contemporánea o Diseño, y están todas las bifurcaciones ínfimas que quizás también nos cambian para siempre, cuando doblamos a la izquierda en vez de la derecha, cuando llegamos tarde a una fiesta, cuando esperamos al siguiente vagón del metro. En todas las líneas de mi mano por las que nunca caminé hay una mujer felizmente casada y con hijos, una maestra rural en una comunidad de la sierra michoacana, una fabricante de separadores y libretas y lámparas viajando a Chiapas de aventón con una bola de amigos semidescalzos, de mirada encendida y cabello salvaje; una bailarina de carrera promisoria que lo vio todo interrumpido por un accidente en el que perdió una pierna o se rompió la espalda; una mujer comprometida con causas políticas que pasó varios meses en la cárcel y nunca más volvió a ser la misma que era, una mujer que se quemó en un accidente automovilístico, una mujer que se ganó el melate de chiripada cuando casi en broma decidió comprar un boleto, una migrante en España que la hace de estatua viviente sobre La Rambla (vestida de vagabundo, o de monumento ecuestre), una artista de circo que recorre entre esperanzada y exhausta los caminos de un circuito humilde de ciudades en provincia, con la sensación del polvo encima de los minutos y los días, y una actriz de teatro adicta sin remedio a la cocaína, y una diseñadora que vive igual que yo en el DF, pero en un edificio más bonito, en una colonia más pípiris náis. Somos lo que somos, y ahí, resumido, queda también todo lo que ya no fuimos.
Eso, hablando sólo de lo posible. Porque está también lo imposible. Lo que está en los puntos ciegos de nuestro alcance visual, más allá o más acá de todas nuestras posibilidades sensibles, de nuestro año, nuestro país, nuestra hora, nuestro ADN.
Hace mucho, platicando con mi papá, nos preguntábamos qué personaje de la historia nos gustaría ser por una semana, o un día, y él dio la que hasta ahorita me parece la mejor respuesta: él sería Einstein, para asomarse al universo con toda la lucidez de ese cerebro, para ver en la luz y en el espacio y en la materia y en el cielo, todo lo que él veía, y que para mí por ejemplo son sólo puntitos brillantes más o menos incomprensibles. Yo escogería un tour por conciertos magistrales, pero del lado de los músicos. Me gustaría ser Nina Simone, con un vestido entallado y una copa de coñac entre los dedos, seduciendo con la mirada a alguien de la primera fila, en un bar oscuro y espeso. Siempre quise ser una mujer con mucha voz y gestos cadenciosos, recargada con languidez y tristeza infinita sobre el micrófono. Y sería Thom Yorke, en cualquier momento, mientras escribe el poema adolorido que será la próxima canción, mientras juega con la guitarra o con el piano, mientras canta sacudiendo la cabeza hacia los lados con su gesto característico ante un estadio intoxicado. Me gustaría ser Jim Morrison en el momento exacto de uno de sus alaridos, y Jimmy Hendrix mientras le prende fuego a la guitarra. Pero no tengo voz, ni grandes facultades musicales, y nunca voy a saber qué se siente el acto creativo en vivo, la ceremonia mágica junto a un público de fieles. También me gustaría entender fácilmente a Kant y a Wittgenstein, y vivir en un mundo profundo, preocupada por las preguntas enormes, las inconmensurables, pero en lugar de eso resulté una lectora de novelas y de cuentos. Y me gustaría saber qué siente un corredor de distancias largas, o un escalador, mientras estira el esfuerzo todo lo que puede y el corazón late ensanchado, y un jugador de futbol, mientras su cuerpo reacciona con velocidad y hace exactamente lo que le piden. Pero siempre fui la niña que escogían al final en todos los equipos de la primaria, a la hora de la clase de educación física. Así que no voy a saber qué se siente eso, ni qué se siente improvisar en el piano, o dar piruetas desde la plataforma de diez metros. Tampoco voy a saber qué se siente ser útil a la manera heroica de los médicos sin fronteras en zonas de guerra, porque las vísceras y la sangre siempre me dieron náuseas, y no tengo las agallas para clavar el bisturí en un ser vivo sin que me tiemble la mano con mi pulso habitual de maraquero.
Luego, está la realidad misma, para colmo. No sólo está nuestro rango posible de experiencias, sino la forma en que alcanzamos a vivir la misma calle o la misma fiesta que los otros, o el mismo cuartito de París, y el mismo interlocutor nostálgico, para lo que es necesario traer nuevamente a Cortázar y Rayuela, y el fragmento que desencadenó todas estas palabras, que no son más que plagios grises de lo que Cortázar dijo primero, y mucho mejor que yo:
Vagando por el Quia des Célestins piso unas hojas secas y cuando levanto una y la miro bien la veo llena de polvo de oro viejo, con por debajo unas tierras profundas como el perfume musgoso que se me pega en la mano. Por todo eso traigo las hojas secas a mi pieza y las sujeto en la pantalla de una lámpara. Viene Ossip, se queda dos horas y ni siquiera mira la lámpara. Al otro día aparece Etienne, y todavía con la boina en la mano, Dis donc, c’est ‘epatant ça!, y levanta la lámpara, estudia las hojas, se entusiasma, Durero, las nervaduras, etcétera.
Una misma situación y dos versiones… Me quedo pensando en todas las hojas que no veré yo, el juntador de hojas secas, en tanta cosa que habrá en el aire y que no ven estos ojos, pobres murciélagos de novelas y cines y flores disecadas. Por todos lados habrá lámparas, habrá hojas que no veré.
miércoles, 2 de julio de 2008
No me da miedo el trece, ni cuando cae en viernes, no me preocupa si paso por debajo de una escalera o si rompo un espejo, adoro los gatos, especialmente si son negros. Pero soy supersticiosa o algo parecido, y tengo mis rituales, todos los días. Lo que más hago son apuestas con el universo: si el metro llega antes de que termine la canción, X piensa en mí en este momento, si la suma final del número de serie en el boleto del trolebús da 28, algo maravilloso está a punto de suceder, si aparece un ratoncito entre los rieles, si la canción que sigue es romántica, si el siguiente semáforo está en verde, si pasan dos aves volando juntas o la figura pequeña de un avión, o si al momento de encender el radio hay alguna canción que realmente me gusta, yo leo anuncios generales de esperanza; y tengo mis amuletos personales, una chamarra, unos aretes, que siempre parecen estar asociados a los buenos ratos o los encuentros improbables o a una sensación de magnetismo. Me ha pasado estar pensando con mucha intensidad en alguien, y que aparezca en ese instante, en una calle anónima de la ciudad, o en el carril de al lado en el tráfico. Una amiga, científica (y escéptica como todos los científicos), abre libros al azar y con los ojos cerrados hace una pregunta y pone el dedo en algún lugar de la página, convencida de que la frase donde aterrice su mano es la respuesta que busca. Y yo también, cuando estoy particularmente atormentada por una pregunta que no puedo responder, le pido al universo que responda por mí, y pido señales, y leo en ellas. He conocido un montón de personas de lo más racionales y cultivadas, que arman todo su mapa de relaciones de acuerdo a los signos zodiacales.
Lo que yo hago es jugar sin convencimiento absoluto. Sólo le creo a mis horóscopos cuando me prometen cosas buenas, cuando se ponen deprimentes los tacho de supersticiones y decido que todos hacemos nuestro futuro, lo construimos con las decisiones diminutas del presente, un minuto tras otro.
No sé qué me produce más angustia. Si la idea del azar y el sinsentido y la responsabilidad absoluta sobre lo que nos sucede. O la idea del destino y la impotencia de nuestra propia voluntad frente a voluntades más poderosas y de alguna manera omnipresentes. Si todo es una cadena de accidentes sin ningún orden, somos bolas de billar que chocan, se estrellan contra las paredes, los billetes de lotería, los descarrilamientos del tren, los príncipes azules y los criminales, los secuestros y los nacimientos, las enfermedades y el amor. Si hay una especie de fuerza obscura señalando las rutas de los acontecimientos, igual somos bolas de billar chocando y estrellándose, y quizás es peor, porque parece como si detrás de todo hubiera entes caprichosos y quizás ligeramente vengativos como los dioses griegos, esos que disfrutaban probándole al hombre su carácter minúsculo de rehén que no debe rebelarse, nunca. Como quiera que sea, estamos fritos, y si pertenecemos a la sociedad occidental moderna, científica, lógica, tecnológica y racional, estamos triplemente fritos, porque nos arrebatan también la dimensión de lo mágico, y entonces ya no nos quedan refugios ni consuelos.
Entonces, jugando, entre incrédulos y serios, nos conformamos con dosis reducidas de magia superficial. Los calzones de la suerte, soplar sobre la pestaña en la punta del dedo, deshojar la margarita, tocar madera.
Yo sólo juego. Un poco distante de mis propias ceremonias. Y hay días en que me angustio. Qué tal, por ejemplo, que ya conocí al hombre de mi vida, y lo confundí con un peatón común y corriente, y lo perdí para siempre. Y hay días en que mis pulmones se extienden como las velas hinchadas de un barco, con el horizonte sin fin, una promesa sin fin, de libertad.
viernes, 13 de junio de 2008
el amor y la debilidad...
Dicen por ahí que no hay que enamorarse cuando nos sentimos vulnerables y débiles. No debemos enamorarnos de nadie si estamos tristes. Y los que lo dicen han de tener toda la razón, porque que yo recuerde, esas historias nunca han tenido un buen final, por lo menos en mi caso. Uno está dispuesto a entregar mucho, y hay hombres que tienen olfato para eso, uno tiene cara de víctima, y hay hombres que tienen vocación de victimario, aunque por supuesto todo es inconsciente y no nos damos de topes contra la pared sino hasta muchos meses después, cuando vamos recuperando poco a poco la cordura y las funciones neuronales. Pero bueno, ese asunto de los quereres nunca ha sido una cuestión de botoncitos que encendemos o apagamos si decidimos que sí o decidimos que mejor siempre no. Y la tristeza nos hace propensos a los peores accidentes amorosos, los que nos harán (ay, pero mucho mucho tiempo después) retorcernos de pura bilis y arrepentimiento. A lo mejor, todas las relaciones son asimétricas, unas un poquito y otras un chingo. Pero nadie quiere estar del lado débil, si siempre hay alguien que quiere más y alguien que quiere menos, todos preferimos que nos quieran más, preferimos el lado que sostiene el mango del sartén, el lado que va a salir menos chamuscado cuando todo truene como cáscara de nuez con gusanitos.
Ojalá la práctica pudiera apegarse a la teoría y uno decidira matemáticamente sus operaciones sentimentales: dar sólo en la medida de lo que recibimos, sin números rojos, y sin superávit. Aunque en el fondo, qué hueva.
Hay por ahí una especie rara de seres afortunados que se encuentran mutuamente. Se encuentran. Y saltan al abismo a la cuenta de tres agarraditos de la mano. For better or for worse in sicknes and health por los siglos de los siglos amén; los que se quedan por los siglos de los siglos hasta que la muerte los separa (y no me refiero al matrimonio, sino al amor) son una especie de milagro ambulante, que a las mujeres cursilientas como yo nos refuerzan la esperanza en que el prodigio existe y podemos creer, el túnel está re gacho y ay cómo nos hemos raspado en el camino pero ahí viene, refulgente con toda la luz del final del camino, el príncipe que no sólo nos rescatará en corcel y toda la cosa, sino que envejecerá y nos agarrará de la mano arrugadita y nos mirará todavía con dulzura el rostro canoso y chimuelo y medio senil. Y la tristeza, lo hondo del túnel, nos hace desear un rescate a toda costa. Pero uno en casos así no atrae nunca al príncipe en cuestión, sino con mucha frecuencia a alimañas de la peor especie, corsarios de los túneles emocionales, que se aprovechan de la debilidad para asumir el lado más cómodo y seguro de la relación, son los que se recargan en el sillón y se frotan la panza con el corazón del otro, hasta que se aburren, o hasta que el otro y/o otra reacciona, recupera la lucidez, y los manda cual debe ser a la chingada.
Yo, creo que en mis épocas más tristes cometí simultáneamente y de manera acelerada todos los errores que me cabían en la caja torácica. Y ahora sigo siendo infantil y rosa cuando sueño, pero ya dejé de creer con el fervor de antes en los príncipes. Y dejé de creer en los rescates. Y la neta, pues sí creo que existen los milagros, y en que un porcentaje de los mortales vive amores inmortales, pero las probabilidades de caer en ese grupito selecto son mínimas. Los milagros ocurren por accidente, y le ocurren a muy pocos, y no creo que tengan nada que ver con el fervor con el que la gente les reza para que ocurran. La eternidad es una cosa rarísima, y si llega a eternidad, nunca es perfecta. Pero hay magia. De eso sí estoy completamente segura. La magia entre dos también es un accidente, pero es menos improbable que la eternidad.
Y como todo es accidental, las reglas no sirven para nada. Hay muchas reglas; sé siempre la perseguida y nunca la perseguidora es una de las más universales, sostenida por siglos de cultura sobre lo femenino y lo masculino. En el fondo, creo que no importa. Cada corazón tiene un detonador distinto y estoy casi segura de que las explosiones, las explosiones luminosas, dependen de un conjunto de coincidencias circunstanciales. La luz o la música o la atmósfera de un momento nos favorecen, nos pintan con colores poéticos, nos vinculan a alguna imagen arcaica en la memoria del otro que nos hace parecer irremplazables. Yo por lo menos nunca me enamoro de una lista de cualidades, me enamoro de imágenes, de la impresión general de un momento que se parece a una promesa. Y ya está, es el instante de la caída, una especie de salto mortal que nos atrae porque no hay nada más romántico que lanzarse al abismo en nombre del amor.
Lo malo es que cada raspón y cada fractura sumada a las anteriores nos van haciendo distantes y fríos, y en esas circunstancias la magia no hace acto de presencia. Porque la magia sí debe ser invocada en silencio, y si no la invocamos, llegan otras cosas, pero no la luz que se ocupa para que todo parezca, aunque sea por un instante, insustituible. Uno está cada vez menos dispuesto a dar saltos ciegos, y reemplazamos la fe que nos traicionó una y otra vez por reglas cada vez más pragmáticas, por supersticiones del comportamiento cada vez más rígidas. Las revistas del supermercado están llenas de esas recetas que enumeran, en diez sencillos pasos o menos, el camino adecuado para atraer al hombre perfecto y sostener con él la relación perfecta. Iaj.
Yo, soy cursi. Ando suspire que te suspire. Pero tengo mis horas lúcidas, y entonces no suspiro, nomás sonrío de lado con un poquito de ironía, porque aunque usted, lector uno dos o tres, no lo crea, aunque haya leído usted este blog que es un homenaje rosa a lo rosa, tengo mis momentos de lucidez y de ironía. He conocido demasiados hombres egocéntricos. Y también sé que no todos los hombres son iguales. Sé que la magia es un accidente, y por lo tanto lo mejor que podemos hacer es no preocuparnos demasiado por ella. Hagamos lo que hagamos, la magia aparecerá en el momento en que a la magia se le pegue la gana. No hay reglas. En algún momento, el momento que nos parezca el momento perfecto, vamos a tener que cerrar los ojos y creer. Otra vez. Las mujeres somos así, no nos rendimos tan fácil, tenemos el corazón grandote y generoso.
Todo va a ser perfecto como por tres segundos, y luego tendrá que ser imperfecto. Si la luz que lo detonó todo sigue estando ahí, no importará que a él le huelan los pies o que ella sea horriblemente impuntual. Seguirán ocurriendo los momentos impregnados de poesía o cosas parecidas, como monumentos para la memoria que lo irán sosteniendo todo por un tiempo. Y en la medida en que todo sea más real, será más profundo, en una de esas, cada vez un poco más irrevocable. Y ciegos, cada vez más ciegos y más dulces, seguirán así, balanceándose con el milagro de la eternidad por un lado y la oscuridad sin remedio de la fractura por el otro. Y en esto sí soy irreductiblemente rosa: si estoy dispuesta a saltar no es porque crea que haya muchas probabilidades de salir ilesa, sino porque me cautiva la belleza de las caídas y los vuelos, aunque sean fugaces.
Yo para todo tengo mis discursos. Como éste. En el fondo sí sé que no sé casi nada. Sé poquitisísimas cosas: no te enamores de los egocéntricos, y nunca te enamores cuando estás triste. Lo demás queda en manos del destino o el azar, a los dos les doy chance de jugar con mi futuro.
Estos son momentos vulnerables. Momentos para concentrarme en mi propio rescate. Esos rescates nadie mejor que uno solito para ejecutarlos. Ni modo. Cuando andamos tristes nos carcomen las ganas por un par de brazos robustos que nos abracen y una voz que nos arrulle hasta que se nos pase el berrinche. He ahí la paradoja (mierda). Cuando somos débiles es cuando no nos queda más remedio que ser fuertes, y resistir la tentación del vértigo, con todas sus promesas.