viernes, 13 de junio de 2008

el amor y la debilidad...

Dicen por ahí que no hay que enamorarse cuando nos sentimos vulnerables y débiles. No debemos enamorarnos de nadie si estamos tristes. Y los que lo dicen han de tener toda la razón, porque que yo recuerde, esas historias nunca han tenido un buen final, por lo menos en mi caso. Uno está dispuesto a entregar mucho, y hay hombres que tienen olfato para eso, uno tiene cara de víctima, y hay hombres que tienen vocación de victimario, aunque por supuesto todo es inconsciente y no nos damos de topes contra la pared sino hasta muchos meses después, cuando vamos recuperando poco a poco la cordura y las funciones neuronales. Pero bueno, ese asunto de los quereres nunca ha sido una cuestión de botoncitos que encendemos o apagamos si decidimos que sí o decidimos que mejor siempre no. Y la tristeza nos hace propensos a los peores accidentes amorosos, los que nos harán (ay, pero mucho mucho tiempo después) retorcernos de pura bilis y arrepentimiento. A lo mejor, todas las relaciones son asimétricas, unas un poquito y otras un chingo. Pero nadie quiere estar del lado débil, si siempre hay alguien que quiere más y alguien que quiere menos, todos preferimos que nos quieran más, preferimos el lado que sostiene el mango del sartén, el lado que va a salir menos chamuscado cuando todo truene como cáscara de nuez con gusanitos.

Ojalá la práctica pudiera apegarse a la teoría y uno decidira matemáticamente sus operaciones sentimentales: dar sólo en la medida de lo que recibimos, sin números rojos, y sin superávit. Aunque en el fondo, qué hueva.

Hay por ahí una especie rara de seres afortunados que se encuentran mutuamente. Se encuentran. Y saltan al abismo a la cuenta de tres agarraditos de la mano. For better or for worse in sicknes and health por los siglos de los siglos amén; los que se quedan por los siglos de los siglos hasta que la muerte los separa (y no me refiero al matrimonio, sino al amor) son una especie de milagro ambulante, que a las mujeres cursilientas como yo nos refuerzan la esperanza en que el prodigio existe y podemos creer, el túnel está re gacho y ay cómo nos hemos raspado en el camino pero ahí viene, refulgente con toda la luz del final del camino, el príncipe que no sólo nos rescatará en corcel y toda la cosa, sino que envejecerá y nos agarrará de la mano arrugadita y nos mirará todavía con dulzura el rostro canoso y chimuelo y medio senil. Y la tristeza, lo hondo del túnel, nos hace desear un rescate a toda costa. Pero uno en casos así no atrae nunca al príncipe en cuestión, sino con mucha frecuencia a alimañas de la peor especie, corsarios de los túneles emocionales, que se aprovechan de la debilidad para asumir el lado más cómodo y seguro de la relación, son los que se recargan en el sillón y se frotan la panza con el corazón del otro, hasta que se aburren, o hasta que el otro y/o otra reacciona, recupera la lucidez, y los manda cual debe ser a la chingada.

Yo, creo que en mis épocas más tristes cometí simultáneamente y de manera acelerada todos los errores que me cabían en la caja torácica. Y ahora sigo siendo infantil y rosa cuando sueño, pero ya dejé de creer con el fervor de antes en los príncipes. Y dejé de creer en los rescates. Y la neta, pues sí creo que existen los milagros, y en que un porcentaje de los mortales vive amores inmortales, pero las probabilidades de caer en ese grupito selecto son mínimas. Los milagros ocurren por accidente, y le ocurren a muy pocos, y no creo que tengan nada que ver con el fervor con el que la gente les reza para que ocurran. La eternidad es una cosa rarísima, y si llega a eternidad, nunca es perfecta. Pero hay magia. De eso sí estoy completamente segura. La magia entre dos también es un accidente, pero es menos improbable que la eternidad.

Y como todo es accidental, las reglas no sirven para nada. Hay muchas reglas; sé siempre la perseguida y nunca la perseguidora es una de las más universales, sostenida por siglos de cultura sobre lo femenino y lo masculino. En el fondo, creo que no importa. Cada corazón tiene un detonador distinto y estoy casi segura de que las explosiones, las explosiones luminosas, dependen de un conjunto de coincidencias circunstanciales. La luz o la música o la atmósfera de un momento nos favorecen, nos pintan con colores poéticos, nos vinculan a alguna imagen arcaica en la memoria del otro que nos hace parecer irremplazables. Yo por lo menos nunca me enamoro de una lista de cualidades, me enamoro de imágenes, de la impresión general de un momento que se parece a una promesa. Y ya está, es el instante de la caída, una especie de salto mortal que nos atrae porque no hay nada más romántico que lanzarse al abismo en nombre del amor.

Lo malo es que cada raspón y cada fractura sumada a las anteriores nos van haciendo distantes y fríos, y en esas circunstancias la magia no hace acto de presencia. Porque la magia sí debe ser invocada en silencio, y si no la invocamos, llegan otras cosas, pero no la luz que se ocupa para que todo parezca, aunque sea por un instante, insustituible. Uno está cada vez menos dispuesto a dar saltos ciegos, y reemplazamos la fe que nos traicionó una y otra vez por reglas cada vez más pragmáticas, por supersticiones del comportamiento cada vez más rígidas. Las revistas del supermercado están llenas de esas recetas que enumeran, en diez sencillos pasos o menos, el camino adecuado para atraer al hombre perfecto y sostener con él la relación perfecta. Iaj.

Yo, soy cursi. Ando suspire que te suspire. Pero tengo mis horas lúcidas, y entonces no suspiro, nomás sonrío de lado con un poquito de ironía, porque aunque usted, lector uno dos o tres, no lo crea, aunque haya leído usted este blog que es un homenaje rosa a lo rosa, tengo mis momentos de lucidez y de ironía. He conocido demasiados hombres egocéntricos. Y también sé que no todos los hombres son iguales. Sé que la magia es un accidente, y por lo tanto lo mejor que podemos hacer es no preocuparnos demasiado por ella. Hagamos lo que hagamos, la magia aparecerá en el momento en que a la magia se le pegue la gana. No hay reglas. En algún momento, el momento que nos parezca el momento perfecto, vamos a tener que cerrar los ojos y creer. Otra vez. Las mujeres somos así, no nos rendimos tan fácil, tenemos el corazón grandote y generoso.

Todo va a ser perfecto como por tres segundos, y luego tendrá que ser imperfecto. Si la luz que lo detonó todo sigue estando ahí, no importará que a él le huelan los pies o que ella sea horriblemente impuntual. Seguirán ocurriendo los momentos impregnados de poesía o cosas parecidas, como monumentos para la memoria que lo irán sosteniendo todo por un tiempo. Y en la medida en que todo sea más real, será más profundo, en una de esas, cada vez un poco más irrevocable. Y ciegos, cada vez más ciegos y más dulces, seguirán así, balanceándose con el milagro de la eternidad por un lado y la oscuridad sin remedio de la fractura por el otro. Y en esto sí soy irreductiblemente rosa: si estoy dispuesta a saltar no es porque crea que haya muchas probabilidades de salir ilesa, sino porque me cautiva la belleza de las caídas y los vuelos, aunque sean fugaces.

Yo para todo tengo mis discursos. Como éste. En el fondo sí sé que no sé casi nada. Sé poquitisísimas cosas: no te enamores de los egocéntricos, y nunca te enamores cuando estás triste. Lo demás queda en manos del destino o el azar, a los dos les doy chance de jugar con mi futuro.

Estos son momentos vulnerables. Momentos para concentrarme en mi propio rescate. Esos rescates nadie mejor que uno solito para ejecutarlos. Ni modo. Cuando andamos tristes nos carcomen las ganas por un par de brazos robustos que nos abracen y una voz que nos arrulle hasta que se nos pase el berrinche. He ahí la paradoja (mierda). Cuando somos débiles es cuando no nos queda más remedio que ser fuertes, y resistir la tentación del vértigo, con todas sus promesas.

1 comentario:

Isa Gómez dijo...

"...todos preferimos que nos quieran más, preferimos el lado que sostiene el mango del sartén, el lado que va a salir menos chamuscado cuando todo truene como cáscara de nuez con gusanitos."

Esta parte me gusto mucho jiji saludos