viernes, 27 de junio de 2008

hhhhaaaapppppyyyyy

Me levanto, y mientras me preparo para ir a la chamba con los gestos casi automáticos de siempre, entra el primer arranque de euforia, y antes de que sea plenamente consciente de lo que hago ya estoy bailando frente al espejo; y así, a cada rato, una revoltura suave del estómago, una revoltura dulce, un despeñamiento breve y sin catástrofes, como pendiente de montaña rusa, como salto de papalote. He sonreído todo el tiempo. He platicado con todos: con los desconocidos del elevador, y la dependiente del puestito de la esquina, y me aventé toda una discusión existencial con el taxista. La gente me voltea a ver cuando subo y bajo y camino, es lo que hace la alegría, es como si trajera una vela en la cara, una lumbre suave, a la manera del vientre de las luciérnagas, uf, y uno es más cursi que de costumbre a la hora de escribir. Casi no soy consciente de mis gestos, nomás de pronto me veo a mí misma saltando por uno de los pasillos del edificio, brincando con los dos pies, sacudiendo la melena, como niña. Muy apropiado. Y bueno, hay sol, hoy nos pagan, y es viernes, y el fin de semana todavía no empieza y es una tira impredecible de tiempo sin estrenar, y todo eso es apenas lo de menos. Hoy llega mi hermana.

La he extrañado sin fin. Sin fin.

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