miércoles, 11 de junio de 2008

lost in translation

Este post no tiene nada que ver con la película, nomás con la imagen del título, porque me gusta, porque así me siento. Hay épocas de pura seguridad y certezas. Luego uno mismo les va dando con el martillo, les va dando de patadas. Abandonamos la religión de la madre y la casa donde crecimos, y seguimos abandonando cosas, y cada renuncia es la inauguración de algo más, mientras estamos consciente o inconscientemente cada vez más perdidos, y quizás más cerca de nuestras propias verdades, las individuales, las que tenemos que inventar o descubrir solos y sin ayuda de nadie.


Ayer despidieron al gigante del cubículo a mi derecha. Mi gigante favorito en todo el edificio. Se lo tomó con diplomacia, ya lo veía venir, lleva varias semanas yendo a entrevistas de trabajo porque antes de que llegara el veredicto tenía ganas de irse, como la mayoría de nosotros, los residentes más humildes de este lado de la oficina. Es joven, no ha perdido del todo la sombra protectora de su familia, no está casado, no tiene hijos, tiene una maestría, con toda probabilidad no tardará mucho en encontrar otra chamba (changuitos), el despido es apenas la aceleración de un movimiento que él mismo había iniciado. Así que este no es del todo el drama sobre lo desechables que somos para el sistema que nos mueve como cifras sin detenerse ante tragedias personales, pero siempre es el drama de lo desechables que somos para el sistema y siempre hay tragedia, aunque sea sólo un temblor o una fisura en la voz de Chris, aunque sea sólo la inclinación de su cabeza, mientras él se empeña en tomárselo con calma. Él está perdido, como yo, y como los residentes del ala trasera de la oficina. El ala trasera es el limbo de los paracaidistas. Todos queremos saltar, pero no sabemos muy bien la hora exacta. No somos trágicos, no nos morimos de hambre, nuestros trabajos son cómodos, la anestesia flota en el aire en dosis equivalentes a lo que flota de promesas interiores que son irrenunciables, o que por lo menos nos parecen irrenunciables, a las que nos aferramos como a nuestros latidos, como a las tablas salvavidas de nuestra condición humana.


Yo estoy aquí porque estoy perdida y la inercia de una ola me trajo, y la resaca me devuelve todas las mañanas. Esta es la playa serena y triste de la isla de los náufragos. Podría ser mesera (ya fui mesera un tiempo), y esto es sólo un poco más cómodo, un poco mejor pagado, con más días de descanso, y con cosas como audífonos a los que llega el bálsamo dulce de la música casi a todas horas. Me hace falta esta indefinición de ahora, y luego necesito acentuarla con toda la violencia de mis manos y dejar que sea completa. Pronto. Esta es apenas la ambigüedad previa a la deriva absoluta. La deriva es el momento del salto. Y yo estoy aquí, mirando el abismo, reuniendo valor para hundirme de una vez en el agua o en el aire. En el camino.


Y es que todo me lo tomo muy a pecho, o a lo mejor es precisamente al revés, y no logro tomarme nada seriamente. Me la paso discutiendo con el universo, con cosas como el discurso famosísimo de Mark Renton circulando por una cabeza llena de discursos parecidos que también son clichés, y son ingenuos y románticos a su manera, a fin de cuentas. Choose life, choose a job, choose a career, choose a family, choose a fucking big television… Es obvio que yo bueno, no estudié administración de empresas en el Tec, y nunca en la vida voy a ser una dama de gimnasio y minivan y traje sastre y tacones y manicure. Estudié antropología mientras estudiaba letras hispánicas mientras dejaba de estudiar historia y sociología. O sea que la deriva era ya un germen con ganas de florecer por completo. Me decidí por la antropología social, y todavía no me arrepiento, aunque la historia que no era en realidad la historia de mi carrera universitaria sino la historia de mí misma estuvo casi siempre llena de fracturas, ganas de perderme, de estar perdida. El meollo del asunto no está en si me interesa la ciudad o la sierra, los punks o los migrantes o los indígenas, el meollo no es ni siquiera el hecho de que me purguen los mundos académicos donde la gente se dedica a publicar artículos, leerse entre sí, pelearse inútilmente entre sí. Mundos abstractos y diminutos que casi nunca salen de sus propias fronteras. Me siguen gustando las preguntas que los antropólogos se hacen, y me siguen gustando los caminos que toman para responderlas.


El meollo del asunto es el mundo. Y yo. Una discusión que no hemos resuelto. Unas preguntas que no puedo ni formular ni empezar a responder sino hasta que me dé chance de estar completamente perdida. Iniciando una búsqueda desnuda, que no sea la búsqueda de la próxima calificación o el próximo título o el próximo trabajo o el siguiente asenso sino que pueda ser simple y llanamente una búsqueda. Mía.


Desde hace varios años, desde la primera indecisión, debí dejar que el germen floreciera y que llegaran la fiebre y los sudores y los escalofríos. Sin contenciones. Sin miedo. Ahora empieza a ser casi demasiado tarde, y la gente que conozco se casa o se enfila al matrimonio, se compra el primer coche, graba el primer disco de su banda, se titula y gana becas para el posgrado o las residencias de investigación en otros países. Saben lo que quieren o han logrado ignorar del todo a sus preguntas. Dicen, yo soy fulanito de tal, médico, o sutanita, historiadora. Yo podría decir antropóloga pero es con indecisión porque en realidad no es cierto, en este instante soy godínez y podría ser mesera o bartender y me daría casi lo mismo. Desde hace años necesitaba la deriva pero nomás no me alcanzaron las agallas, o me sobraron las ideas prefabricadas acerca de la vida y las profesiones y todas esas cosas. Sólo ahora me lo puedo decir más claramente y puedo dibujar un camino que sigue siendo impredecible pero que adivino dónde desemboca. Sólo sé que mi vida en este momento es un río corriendo al revés del mar, hacia otro continente.


Definitivamente no soy científica ni teórica, demasiado hemisferio izquierdo del cerebro (o es el derecho? demasiado hemisferio cronopio, es lo que quiero decir). Tampoco soy profeta ni revolucionaria, demasiado escepticismo. No quiero ser sólo viajera o sólo barco que flota, no quiero vivir vorazmente sólo para mí misma, demasiado mundo adolorido por todos lados. Tengo algo de testigo deslumbrado de las cosas. Y unas manos que quieren ofrecerse como voluntarias a quien las ocupe o las quiera, sin etiquetas y sin escalafones, lejos de aquí, lejos de todas las sombras protectoras y los refugios conocidos. Más lejos todavía que ahora de las certezas, y más cerca que nunca también. A ver si entonces, de cara a las contradicciones de un mundo sin disfraces, la realidad y yo podemos llegar a un acuerdo.

2 comentarios:

Álvaro dijo...

Ésta es una de esas cosas que me da miedo admitir, y es el hecho de que aún, pese a estar cursando una segunda carrera y disponer de un trabajo, me siento perdido. Cómo si estuviera haciendo algo, no por decisión mía, sino porque es lo que se espera de mí. Acabé con Publicidad y Relaciones Públicas y me aboné a las Ciencias Políticas, y en ellas estoy. No porque esos estudios fueran mi sueño, sino porque eran los que más se asemejaban a aquello que tenía intención de hacer.

Esta duda constante me ha acompañado durante parte de mi vida, las eterna pregunta de ¿qué quiero hacer?, y confiaba en que, tarde o temprano, por el peso del propio tiempo y el acontecer de mi vida, se desvanecería. Pero no ha sido así. Y hoy veo que es demasiado tarde para planteármela de nuevo, pese a que siempre he sostenido que nunca es demasiado tarde para nada. O para prácticamente nada.

Miro a mi alrededor, en mi círculo más próximo, y, tal y como a tí también te sucede, mis amigos finalizan carreras, empiezan vidas en pareja, y se plantean proyectos a largo plazo. En mi trabajo, pese a disponer de un puesto de más o menos importancia, veo como todos a mi alrededor buscan estabilidad, están contentos con el trabajo que desempeñan, e incluso algunos envidian mi situación. Yo me siento perdido, confuso en ocasiones, y con el sentimiento de que podría estar en cualquier otro lugar y apenas me importaría, a excepción de que echaría muchísimo de menos a las personas que he conocido. En casa, mi família suplica para que "siente cabeza" (como ellos lo llaman) y me ate definitivamente a alguna chica. Por el momento no tengo intención; esa mujer la conocí años atrás y se fue a vivir a Méjico. Nunca más supe de ella. Y entre semana, mis compañeras de piso (a las cuales adoro con locura) hablan sobre seguir viviendo juntos algunos años más. Y es entonces cuando el desconcierto y la inseguridad se apoderan de mí: ¿todo ésto es lo que realmente quiero, o es sólamente algo circunstancial?

Pero no todo son dudas y corrientes que me arrastran. El ser consciente de ese mar de dudas es lo que me permite ser, a la vez, consciente de aquello que quiero hacer a corto plazo. El inicio: la emancipación, la salida del domicilio familiar, el empezar una nueva vida en una nueva casa, por mis propios medios, y con la inseguridad de que ésa aventura me pueda dejar marca. El resto ya vendrá solo, con el devenir de los acontecimientos. O, almenos, esa es mi esperanza: que empezando de cero en un nuevo hogar, sea capaz de ver por mí mismo hacia donde quiero ir, y si estoy preparado para ello.

Aunque, por otro lado, ¿existe quien esté totalmente satisfecho con su vida? Alguien a quien ésta llene completamente, y le haga desear ver amanecer todos los días... no sé. Supongo que eso no se puede saber, pero me gustaría pensar que sí, y que a ello podemos llegar.

En fin, espero que me perdones por el tremendo tostón que te he dejado como comentario.

Un beso.

Jimena dijo...

Pues no sé, para este tipo de búsquedas no hay ninguna fórmula. Conozco gente que desde que tenía cuatro años dijo quiero ser doctora, y es feliz siendo doctora ahora a sus veintitantos, sin la sombra de ninguna incertidumbre. También conozco gente que nunca tuvo chance de elegir nada, y que de todos modos son felices, mi abuelita no pudo estudiar más que la secundaria y habría dado lo que fuera por ser historiadora, pero leía como loca y sentía curiosidad por todo, y la posibilidad de aprender por sí sola la enriquecía todos los días, la iluminaba mucho más que a muchos compañeros de la universidad, por ejemplo. Hay muchas formas de estar despiertos y muchas formas de adormecernos. Y muchas formas de sufrir crisis existenciales. A mí a veces me gustan (a veces me aterran); cuestionarlo todo, o cuestionar lo que nos importa nos obliga a movernos, a estar casi dolorosamente alerta con respecto a lo que nos sucede; la satisfacción y la calma no nos mueven a nada más que a quedarnos exactamente donde estamos. En la medida en que las crisis nos sacuden, creo que nos pueden hacer también personas más interesantes...
;)