Una nota en las noticias del canal once subraya lo evidente: el futbol nos hace olvidar momentáneamente la inseguridad, la crisis, la injusticia, los zetas. La cámara pasea por los rostros de la multitud reunida en el zócalo de la ciudad de México para ver el partido contra Francia. Cae el gol y todas las caras se iluminan, y la gente grita y salta y agita los brazos. Hay quienes afirman, quizás con cierta justicia, que el futbol es puro escape gratuito, receta fácil para el adormecimiento de las multitudes. A mí, la verdad, me conmovió la explosión de alegría, y cada vez que la tele mostraba a la gente intoxicada por la euforia del gol, me sentía un poquito intoxicada también. Vi el partido, desde luego, caminando nerviosamente, y aplaudí y grité con las anotaciones, igual que medio mundo. Sí. Somos un pueblo madreado, un país madreado. Sí. El futbol no corrige en nada la realidad en la que resbalamos todos los días. Pero qué bonito es que se abran de pronto ventanas breves para la felicidad colectiva.
El futbol, hasta eso, además de universal, es democrático. Los equipos se enfrentan en igualdad de condiciones, y ocurre que México domina a Francia, que Ghana y Australia empatan. Nada que ver con la realidad. He ahí el encanto. Hay un millón de experiencias que sin ser la realidad, son bellas, como las dos horas de una buena película, o los quince minutos de un buen poema. La belleza del futbol no tiene que ver con las ideas; es físico, inmediato, en cierta medida accidental, y arbitrario. Hay quienes piensan que mientras sumergirse en una novela es una forma de escape inteligente, sumergirse en los partidos de una copa mundial es una forma estúpida de escape. Uf, demasiada seriedad, demasiada solemnidad. Uno de mis recuerdos favoritos es este: la primaria donde estudié organizó un paseo para alumnos y ex alumnos y sus familias a la orilla del lago de Chupícuaro. Empezó a llover, y no sé cómo, acabamos jugando todos un partido de futbol de lo más caótico con el agua hasta las rodillas. Euforia pura. El futbol no es un placer sofisticado, es un placer sencillo. Es, ante todo, un juego. He ahí su belleza.
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sábado, 19 de junio de 2010
martes, 21 de abril de 2009
Así que no hay ensayos ni partitura ni guión ni nada. Estamos desprotegidos frente al espacio inmenso del tiempo que nos resta, un espacio blanco de pura incertidumbre. Alguna vez escribí que quiero llenar ese espacio con dibujos (flores con chapitas, soles sonrientes, abejas gordas, con crayolas de colores), con líneas ligeras y flotantes, y no importa si hay que tachar y rayonear un poco las hojas del tiempo en blanco; los tachones se sienten mejor que los años que transcurren vacíos, con paraguas alejándonos siempre del cielo y de la lluvia.
Chingá.
Esta ciudad hermosa-horrible. Hace unos días fui con mi mejor amiga a ver una exposición de foto, y atravesamos la unidad Nonoalco-Tlatelolco con sus columpios y su tarde de sábado y sus niños en bicicleta para enterarnos del 68 en Praga y los tanques rusos. Atravesamos el memorial del 68 mexicano para llegar al sótano donde se exhibe el 68 checo. Y luego salimos a la luz tibia y los gorriones, un gato blanco entre las ruinas prehispánicas, un servicio religioso casi desierto al interior de las puertas de la Iglesia; construida con las mismas piedras de las pirámides, por las mismas manos morenas. Y era el lugar perfecto para empezar a despedirme de la ciudad. Luz anaranjada y niños pedaleando, la vida dentro de los edificios de departamentos respirando su aire secreto de pan dulce en las mañanas y uniformes escolares. Música tenue desde alguna ventana. La gente acompasada y amable, deteniéndose a comprar nieve de tamarindo. Todas las cicatrices del lugar casi invisibles, por lo menos en el aire enrojecido de esa tarde.
Casi 7 años viviendo en esta ciudad y nunca había caminado realmente por la explanada. Hubo una matanza ahí, cientos de años antes de la otra matanza. Y luego el terremoto del 85, y edificios enteros con todas sus familias colapsando para siempre. Y ahora, aunque sea sólo por ese rato, el cielo ligeramente rosa y palomas, y gente comprando fruta en la tienda de la esquina. Un montón de cicatrices que nadie debe olvidar nunca, por supuesto, pero ahora, un respeto creciente a la forma en que entre los edificios y los jardincitos la vida va de acuerdo a su propia suave música a lo largo de las horas. Después de todo, no somos un pueblo sombrío, aunque no nos faltan razones para ser sombríos (tampoco nos han faltado razones para la suavidad y la alegría).
De ahí nos fuimos al Ollin Kan y escuchamos a una banda balcánica que hizo bailar a todos, entre otras cosas, pero como otro regalo de despedida salió “Nine Rain” a tocar en vivo la música para una película silenciosa, hecha por rusos, acerca de México. Imágenes a blanco y negro, muy bellas, y este país, cruel y dulce. Tan feo y tan bonito.
Yo soy de aquí, pero me estoy yendo. Ya casi parto, con la misma mochila sobre los hombros y ahora otras incertidumbres, más profundas. Ahí voy. Ciega. En el nombre de mi fe en el amor, aunque no sea yo una mujer de fe y certidumbres. Y todas las personas y los espacios que están ahora enraizados en mí, íntimos y profundos, laten con la luminosidad de las despedidas. El amor es J. Amor que tiembla sobre el vacío, no escrito aún sobre el tiempo en blanco. Pero el amor es también todo esto, una geografía bien conocida. Nombres que me hacen encogerme de ternura. Lazos interiores, irrompibles, que van de uno a otro estómago, que conectan glándulas y lagrimales, y retratan largos diálogos, azules. Historia. Esquinas, canciones, que evocan a momentos y personas, eternas, circulares. Una plaza por ejemplo, en la que me senté bajo la lluvia; y en la que me emocioné entre la muchedumbre, en conciertos; y en la que canté himnos, en mítines políticos; y me perdí a medias una madrugada; y en la que me paré desnuda una mañana; y me sentí deslumbrada muchas veces, de muy distintas maneras, de día y de noche, por la belleza de la ciudad, al lado de cómplices que también se deslumbraron. Y por ejemplo, la cocina donde le da por cantar y bailar a mi mamá. Y los cerritos que caminé muchas veces siguiendo la figura alta de mi padre, en Pátzcuaro. Y patios con nísperos o árboles de limón, y geranios en macetas de barro. Una cama individual compartida con mi hermana, mi ángel más cercano. Y el sábado, por ejemplo, una explanada que evoca a un pasado que no fue individualmente mío, pero es mucho más mío y más cercano que el pasado de los que viven en Praga. No debería ser así, y los dos importan lo mismo. Pero la verdad es que me palpitó el pecho cuando vi las fotos con los checos rodeando a los tanques invasores; pero me palpitó más fuerte cuando oí los testimonios sobre la manifestación silenciosa. Las raíces, chingá. Ahí están. Qué bueno. Personas, lugares, que se van conmigo, en mí.
Traigo el boleto de avión en la mano y corro hacia el precipicio resolviendo trámites de última hora, pero no me aguanta siempre la audacia. A veces cierro los ojos y corro. A veces los abro y cuestiono, y siento miedo interminable, y nostalgia triste por todo, desde las hermanas reales y adoptivas, hasta el sonido de mi idioma en mi voz, que en inglés no suena por completo como mi voz. Pero es que así soy yo, ya me conozco, me gusta la vida en papel, en ideas seductoras, en sueños, pero la realidad me sigue dando un chingo de miedo. Ya no hay de otra. Nomás hay que respirar profundo y agarrar la caja de crayolas, y dibujar la primer línea azul, o verde.
Chingá.
Esta ciudad hermosa-horrible. Hace unos días fui con mi mejor amiga a ver una exposición de foto, y atravesamos la unidad Nonoalco-Tlatelolco con sus columpios y su tarde de sábado y sus niños en bicicleta para enterarnos del 68 en Praga y los tanques rusos. Atravesamos el memorial del 68 mexicano para llegar al sótano donde se exhibe el 68 checo. Y luego salimos a la luz tibia y los gorriones, un gato blanco entre las ruinas prehispánicas, un servicio religioso casi desierto al interior de las puertas de la Iglesia; construida con las mismas piedras de las pirámides, por las mismas manos morenas. Y era el lugar perfecto para empezar a despedirme de la ciudad. Luz anaranjada y niños pedaleando, la vida dentro de los edificios de departamentos respirando su aire secreto de pan dulce en las mañanas y uniformes escolares. Música tenue desde alguna ventana. La gente acompasada y amable, deteniéndose a comprar nieve de tamarindo. Todas las cicatrices del lugar casi invisibles, por lo menos en el aire enrojecido de esa tarde.
Casi 7 años viviendo en esta ciudad y nunca había caminado realmente por la explanada. Hubo una matanza ahí, cientos de años antes de la otra matanza. Y luego el terremoto del 85, y edificios enteros con todas sus familias colapsando para siempre. Y ahora, aunque sea sólo por ese rato, el cielo ligeramente rosa y palomas, y gente comprando fruta en la tienda de la esquina. Un montón de cicatrices que nadie debe olvidar nunca, por supuesto, pero ahora, un respeto creciente a la forma en que entre los edificios y los jardincitos la vida va de acuerdo a su propia suave música a lo largo de las horas. Después de todo, no somos un pueblo sombrío, aunque no nos faltan razones para ser sombríos (tampoco nos han faltado razones para la suavidad y la alegría).
De ahí nos fuimos al Ollin Kan y escuchamos a una banda balcánica que hizo bailar a todos, entre otras cosas, pero como otro regalo de despedida salió “Nine Rain” a tocar en vivo la música para una película silenciosa, hecha por rusos, acerca de México. Imágenes a blanco y negro, muy bellas, y este país, cruel y dulce. Tan feo y tan bonito.
Yo soy de aquí, pero me estoy yendo. Ya casi parto, con la misma mochila sobre los hombros y ahora otras incertidumbres, más profundas. Ahí voy. Ciega. En el nombre de mi fe en el amor, aunque no sea yo una mujer de fe y certidumbres. Y todas las personas y los espacios que están ahora enraizados en mí, íntimos y profundos, laten con la luminosidad de las despedidas. El amor es J. Amor que tiembla sobre el vacío, no escrito aún sobre el tiempo en blanco. Pero el amor es también todo esto, una geografía bien conocida. Nombres que me hacen encogerme de ternura. Lazos interiores, irrompibles, que van de uno a otro estómago, que conectan glándulas y lagrimales, y retratan largos diálogos, azules. Historia. Esquinas, canciones, que evocan a momentos y personas, eternas, circulares. Una plaza por ejemplo, en la que me senté bajo la lluvia; y en la que me emocioné entre la muchedumbre, en conciertos; y en la que canté himnos, en mítines políticos; y me perdí a medias una madrugada; y en la que me paré desnuda una mañana; y me sentí deslumbrada muchas veces, de muy distintas maneras, de día y de noche, por la belleza de la ciudad, al lado de cómplices que también se deslumbraron. Y por ejemplo, la cocina donde le da por cantar y bailar a mi mamá. Y los cerritos que caminé muchas veces siguiendo la figura alta de mi padre, en Pátzcuaro. Y patios con nísperos o árboles de limón, y geranios en macetas de barro. Una cama individual compartida con mi hermana, mi ángel más cercano. Y el sábado, por ejemplo, una explanada que evoca a un pasado que no fue individualmente mío, pero es mucho más mío y más cercano que el pasado de los que viven en Praga. No debería ser así, y los dos importan lo mismo. Pero la verdad es que me palpitó el pecho cuando vi las fotos con los checos rodeando a los tanques invasores; pero me palpitó más fuerte cuando oí los testimonios sobre la manifestación silenciosa. Las raíces, chingá. Ahí están. Qué bueno. Personas, lugares, que se van conmigo, en mí.
Traigo el boleto de avión en la mano y corro hacia el precipicio resolviendo trámites de última hora, pero no me aguanta siempre la audacia. A veces cierro los ojos y corro. A veces los abro y cuestiono, y siento miedo interminable, y nostalgia triste por todo, desde las hermanas reales y adoptivas, hasta el sonido de mi idioma en mi voz, que en inglés no suena por completo como mi voz. Pero es que así soy yo, ya me conozco, me gusta la vida en papel, en ideas seductoras, en sueños, pero la realidad me sigue dando un chingo de miedo. Ya no hay de otra. Nomás hay que respirar profundo y agarrar la caja de crayolas, y dibujar la primer línea azul, o verde.
capítulo
complicidad,
levedad,
precipicio,
raíz,
ventana
jueves, 11 de septiembre de 2008
yo también, Nick, yo también, la versión femenina de ese blues...
Cuando compré el disco, los escuché obsesivamente (a veces hago eso, el disco termina y lo pongo otra vez, termina, y lo pongo otra vez, termina y…). Hoy los redescubrí. Me encanta la voz de Nick Cave, y el tono sarcástico con el que canta algunas de las mejores canciones sarcásticas que he oído. Hay dos que me hacen sonreír muchísimo, y como ando muy desvelada y no-me-puedo-concentrar-en-lo-que-tengo-que-hacer, pues aquí se las dejo de regalito. Ah!, ellos son Grinderman, por cierto.
Las letras:
“Go tell the women”
We've done our thing
We have evolved
We're up on our hind legs
The problem's solved
We are artists
We are mathematicians
Some of us hold extremely
High positions
But we are tired
We're hardly breathing
And we're free
Go tell the women that we’re leaving
We're sick and tired
Of all this self-serving grieving
All we wanted was a little consensual rape in the morning
And maybe a bit more in the evening
We are scientists
We do genetics
We leave religion
To the psychos and fanatics
But we are tired
We got nothing to believe in
We are lost
Go tell the women that we’re leaving
We've done our thing
We’re hip to the sound
of six billion people
Going down
We are magicians
We are deceiving
We’re free and we’re lost
Go tell the women that we’re leaving
Come on back now to the fray
"No pussy blues"
My face is finished
My body's gone
And I can't help but think
Standing up here in all this applause
And gazing down at all the young and the beautiful
With their questioning eyes
That I must above all things love myself
That I must above all things love myself
That I must above all things love myself
I saw a girl in the crowd
I went over, I shouted out
I asked if I could take her out
But she said that she didn't want to
I changed the sheets on my bed
I combed the hairs across my head
I sucked in my gut and still she said
That she just didn't want to
I read her Eliot, I read her Yates
I tried my best to stay up late
I fixed the hinges on her gate
But still she just never wanted to
I bought her a dozen snow white doves
I did her dishes in rubber gloves
I called her Honeybee, I called her love
But she just still didn't want to
She just never wants to
DAMN!
I sent her every type of flower
I played her a guitar by the hour
I petted her revolting little Chihuahua
But still she just didn't want to
I wrote a song with a hundred lines
I picked a bunch of dandelions
I walked her through the trembling pines
But she just even then didn't want to
She just never wants to
I thought I'd try another tact
I drank a litre of Cognac
I threw her down upon her back
But she just laughed and said she just didn't want to
I thought I'd have another go
I called her my little ho
I felt like Marcel Marceau must feel
But she said she just never wanted to
She just didn't want to
I've got the No Pussy Blues
I've got the No Pussy Blues
I've got the No Pussy Blues!
DAMN!
y un videíto:
Grinderman
Las letras:
“Go tell the women”
We've done our thing
We have evolved
We're up on our hind legs
The problem's solved
We are artists
We are mathematicians
Some of us hold extremely
High positions
But we are tired
We're hardly breathing
And we're free
Go tell the women that we’re leaving
We're sick and tired
Of all this self-serving grieving
All we wanted was a little consensual rape in the morning
And maybe a bit more in the evening
We are scientists
We do genetics
We leave religion
To the psychos and fanatics
But we are tired
We got nothing to believe in
We are lost
Go tell the women that we’re leaving
We've done our thing
We’re hip to the sound
of six billion people
Going down
We are magicians
We are deceiving
We’re free and we’re lost
Go tell the women that we’re leaving
Come on back now to the fray
"No pussy blues"
My face is finished
My body's gone
And I can't help but think
Standing up here in all this applause
And gazing down at all the young and the beautiful
With their questioning eyes
That I must above all things love myself
That I must above all things love myself
That I must above all things love myself
I saw a girl in the crowd
I went over, I shouted out
I asked if I could take her out
But she said that she didn't want to
I changed the sheets on my bed
I combed the hairs across my head
I sucked in my gut and still she said
That she just didn't want to
I read her Eliot, I read her Yates
I tried my best to stay up late
I fixed the hinges on her gate
But still she just never wanted to
I bought her a dozen snow white doves
I did her dishes in rubber gloves
I called her Honeybee, I called her love
But she just still didn't want to
She just never wants to
DAMN!
I sent her every type of flower
I played her a guitar by the hour
I petted her revolting little Chihuahua
But still she just didn't want to
I wrote a song with a hundred lines
I picked a bunch of dandelions
I walked her through the trembling pines
But she just even then didn't want to
She just never wants to
I thought I'd try another tact
I drank a litre of Cognac
I threw her down upon her back
But she just laughed and said she just didn't want to
I thought I'd have another go
I called her my little ho
I felt like Marcel Marceau must feel
But she said she just never wanted to
She just didn't want to
I've got the No Pussy Blues
I've got the No Pussy Blues
I've got the No Pussy Blues!
DAMN!
y un videíto:
Grinderman
viernes, 20 de junio de 2008
martes, 20 de mayo de 2008
martes
Martes nublado y yo de buen humor.
Punto en contra del universo:
Toda la semana pasada apareció con cierta frecuencia en el identificador de llamadas del teléfono en mi casa, un número privado. A mí me encanta el misterio, me lo deberían prohibir como la comida rápida a los niños obesos, porque detona historias en mi cabeza. Toda la semana me imaginé a un admirador anónimo. Hoy por la mañana descubrí que era Telmex, recordándome en una grabación (muy amable eso sí), que seguramente por causas ajenas a mi voluntad no había podido hacer el pago a tiempo, pero que si les hacía favor de pagar de una vez.
Puntos a favor del universo:
Día nublado sin frío. Ideal para usar una boina que casi nunca me pongo, precisamente por falta de climas propicios como el de hoy.
Me cedieron el asiento en el microbús. Y el chofer iba silbando al ritmo de las canciones noventeras que escuchaba en el radio.
El chofer inclinó la balanza al lado luminoso. Hoy es un buen día.
Punto en contra del universo:
Toda la semana pasada apareció con cierta frecuencia en el identificador de llamadas del teléfono en mi casa, un número privado. A mí me encanta el misterio, me lo deberían prohibir como la comida rápida a los niños obesos, porque detona historias en mi cabeza. Toda la semana me imaginé a un admirador anónimo. Hoy por la mañana descubrí que era Telmex, recordándome en una grabación (muy amable eso sí), que seguramente por causas ajenas a mi voluntad no había podido hacer el pago a tiempo, pero que si les hacía favor de pagar de una vez.
Puntos a favor del universo:
Día nublado sin frío. Ideal para usar una boina que casi nunca me pongo, precisamente por falta de climas propicios como el de hoy.
Me cedieron el asiento en el microbús. Y el chofer iba silbando al ritmo de las canciones noventeras que escuchaba en el radio.
El chofer inclinó la balanza al lado luminoso. Hoy es un buen día.
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