sábado, 21 de noviembre de 2015

Miedo



El péndulo que se mueve entre esos momentos en que son los sueños los que nos mantienen con vida y los momentos en que vive uno tan intensamente que casi no hay tiempo para soñar, es un péndulo que se mueve entre el pánico y la seguridad. A veces nos acurrucamos con suavidad en una paz rutinaria y medio adormecida. Otras veces la vida que vivimos nos da miedo, y eso es bueno. Pocas cosas tan saludables, para mí, como una cierta medida de pánico. No un miedo que paralice o angustie en exceso, desde luego, pero de todos modos, miedo, porque hacemos algo que tiene tintes desconocidos, de algún modo impredecible,  que exige de nosotros algo más que sólo lo automático y lo cotidiano. Miedo porque enfrentamos situaciones difíciles que nos obligan a ser más fuertes de lo acostumbrado, y somos un poco más libres y estamos un poco más vivos y nos miramos, quizás, con un poquito de orgullo, y todo es a veces terrible y oscuro pero en medio se abren momentos de una dulzura incandescente.

Siento dentro de mí una desesperación que ya conozco, la desesperación frente a la tranquilidad. Quiero tener más miedo, estar más viva, quiero romper algo en pedazos, tomar una decisión impulsiva, saltar a un precipicio. Es un patrón que ya conozco. Mi vida ha sido una serie de saltos intempestivos en zigzag, del sur a una ciudad en el norte, de la ciudad al campo michoacano. Y no me arrepiento. Lo mejor de mi vida, lo más luminoso, ha nacido gracias a esos arranques. El último arranque es distinto, esta vez, y ya no es un arranque. No se trata, ahora, de abrir un capítulo luminoso en una geografía distinta, se trata de apostarle, por primera vez, ya tarde en mi historia, a construir una permanencia que sea luminosa. Combinar la cotidianidad y el miedo. Y sí, la vida se va en muchas horas inevitablemente rutinarias y eso me rompe el corazón ahora tanto como la primera vez, cuando escribí la primer entrada en este blog. Pero además hay miedo. Me da miedo no tener el talento suficiente. Me da miedo exponer el camino todavía principiante a los ojos del mundo. La distancia entre cómo se ven las cosas que hago y cómo me gustaría que se vieran es enorme. Dan ganas de encerrarse uno en una habitación por diez años y crear obsesivamente y sólo hasta después salir a mostrar mis creaciones al mundo. Yo llevo muchos años haciendo garabatitos sin disciplina ni técnica en los márgenes de mis libretas pero sólo hasta ahora empecé a dibujar y pintar con más seriedad y se siente inevitablemente tarde. Y sé que no necesito  otro arranque dramático, echando las cosas por la borda para empezar una y otra vez en otro lado. Necesito una pequeña cadena de actos valientes. Creando cosas. Atreviéndome a mostrarlas. Así. Todo pequeño y poco romántico y además, responsable, porque hay que pagar la renta mientras tanto y llegar temprano al trabajo y cumplir con las cuotas que exige sobrevivir y eso. Así la vida. Con su medida de miedo. Un miedo modesto, en dosis mesuradas, sin violencia, sin huracanes ni tormentas. Ni modo. Y aun así, chingá, esta impaciencia que crece, estas ganas, todavía, de saltar hacia lo desconocido en un solo arrebato, en un solo acto de destrucción, un solo derrumbe y luego, ver con felicidad cómo se quiebra la rutina, para siempre.



sábado, 7 de noviembre de 2015

Una vela



Hace unos meses vi una película que me gustó mucho: “20,000 Days on Earth”. Ahí, Nick Cave (personajazo) dice algo que desde entonces me acompaña, algo en lo que me descubro pensando con frecuencia: 

“All of our days are numbered. We cannot afford to be idle. To act on a bad idea is better than to not act at all, because the worth of an idea never becomes apparent until you do it.
Sometimes this idea can be the smallest thing in the world – a little flame that you hunch over, and cup with your hand, and pray will not be extinguished by all the storm that howls about it. If you can hold on to that flame, great things can be constructed around it that are massive, and powerful, and world changing.
All held up by the tiniest of ideas.”

Ese breve discurso de Nick Cave me hizo pensar en otra frase, de otra película, que me ha acompañado por años: en un documental acerca de gitanos en España uno de ellos dice algo así como que su naturaleza es soñar, no alcanzar los sueños, porque al realizar los sueños se acaban las razones para seguir soñando. Otro de los discursos repetitivos de mi vida y de este blog.

Si pudiera condensar en una sola imagen este momento de mi vida sería así: caminando en la tormenta encogida para proteger la flama delicada y frágil de un sueño. Supongo que mi vida ha sido siempre el vaivén pendular entre los momentos en que sueños (inesperados, sorpresivos) florecen de pronto, y no hay más tiempo para soñar, y sólo hay que concentrarse en vivir y tomar minutos y días abiertos y dulces como frutas maduras, y los momentos en los que los sueños son semillas que hay que proteger de la misma manera que protegemos una flama con las manos y el cuerpo en medio de la tormenta. Hay épocas en las que la vida misma es una especie dulce de incendio, y hay épocas en las que nos tenemos que aferrar a nuestra esperanza de la misma manera en la que protegemos una vela. Hay épocas que son como triunfos inesperados, épocas en las que el mundo se abre dulcemente, enorme, interminable. Y hay épocas que son el acto de luchar, épocas en las que estamos golpeando una y otra vez con el cincel y el martillo para abrir un huequito, en el mundo, donde acomodarnos. 

Hace poco fue mi cumpleaños. Qué miedo. No tengo tras de mí, como se supone, una carrera establecida y brillante. Tengo más bien una línea en zigzag hecha de interrupciones y comienzos. Los últimos 4 años, en este país que todavía se siente de muchas maneras como un nuevo país, todo ha sido sobre todo el cincel y el martillo y la lucha y proteger la llamita de una vela. Pero mi corazón no está vacío. Porque si algo he sabido hacer, desde que era chica, es soñar, y tener esperanza. Y los sueños, aun cuando son apenas la semilla de sí mismos, son poderosos, y alcanzan para alimentarnos. Aun cuando son solo la flama de una sola idea que protegemos con las manos, alcanzan para iluminarnos. Así que a esta época no le falta su propia felicidad. El acto de luchar por lo que queremos es valioso. Y si no tenemos todavía lo que queremos, somos felices porque seguimos peleando. Mientras la llama de la vela respira, y nuestro corazón respira, somos a nuestra manera felices. 

“Porque de algo hay que morir” escribió Cortázar en algún lado, creo que es algo que dice Oliveira. El acto de ganarse la vida como una manera de morir un poco. Así ha sido la vida en Canadá. Sobrevivir de maneras más o menos aburridas y más o menos cercanas a los salarios mínimos. Poco a poco se van construyendo ahí pequeños progresos, un trabajo un poco mejor y por fin, un balcón, ventanas, plantitas, cosas vivas respirando y absorbiendo luz. Paralelamente, camino con la vela en la mano aventándome la apuesta de entrar a la escuela para aprender a dibujar, y luego, dibujo en el metro, dibujo los fines de semana, soñando con ser realmente buena, un día, lo suficientemente buena para ganarme la vida viviendo y no muriendo un poco frente a la pantalla oficinesca de una computadora. Y no se me escapa la ironía de que vine a Toronto la primera vez porque me sentía asfixiada por la pantalla oficinesca de una computadora, y ahora, años después, estoy otra vez tratando de escapar de una rutina parecida. Pero está bien. Porque en el metro, en los fines de semana, los sueños respiran y nos mueven a trabajar y pelear y nos llaman con nuestro propio nombre. Y hay felicidad ahí. Una felicidad incompleta pero suficiente.

Justo antes de venir a Canadá, dando clases en la secundaria de La Ciénega, la rutina diaria era parecida a un incendio dulce o una fruta madura. Pero esa era también una felicidad incompleta porque no estaba con mi esposo. Ahora, la rutina diaria se ilumina apenas con la vela del sueño que protegemos para que no se apague, pero J. está conmigo. Así que las cosas son pocas veces perfectas. Y en toda esta imperfección se las arregla uno para ser feliz, y estar bien. Y estoy bien. De una cosa estoy segura: “All of our days are numbered. We cannot afford to be iddle.”