viernes, 26 de diciembre de 2008

Transcripciones rapidas y sin acentos de dias pasados, desde el cafe junto a la estacion de Dufferin:

Hace como 6 dias:

Cada vez que enfrento una decision, no importa si es enorme o diminuta, me pregunto si va a enviar todos mis anios del futuro en una direccion completamente nueva. Todo el tiempo, frente a mi, la baraja abierta de mis vidas posibles. Sigo pensando en cosas como la magia o el destino. Y es inevitable para mi pensar al mismo tiempo en cosas como el amor. El pulso terco de mis obsesiones, sin descanso. Me pregunto, por ejemplo, a quien voy a conocer, y donde. Y me intrigan las decisiones que el universo parece tomar en mi lugar. Uno de los primeros dias en Toronto, cuando ya tenia casa pero aun no tenia trabajo, fui a buscar una agencia que estaba lejos, en alguna orilla muy al norte de la ciudad (una y otra vez, mis arranques y mis nociones vagas e impracticas acerca de las cosas). Entre a un subway, me atendio un chavo guapo con los ojos rojos de cansancio y la actitud embotada de los que llevan muchas horas repitiendo actos rutinarios. Me miro (sin mirarme), me pregunto que queria en mi sandwich. Ese sandwich iba a ser mi unica comida del dia (a veces extranio el poder de aquellos dias dramaticos), asi que le dije, como ninia en una tienda de dulces "EVERYTHING" Entonces me miro, por primera vez en realidad, y sonrio quizas porque se dio cuenta de que yo estaba ante los ingredientes de mi sandwich como alguien frente a sus regalos de navidad. Comi sola en una mesita de plastico saboreando cada centimetro y mirando las imagenes tras la ventana: un estacionamiento, una avenida, una sensacion desierta y gris, y mucho viento. Cuando me iba, el chavo me hablo (ya no puedo recordar su nombre). Me dijo que le parecia muy hermosa y que no se queria separar de mi. Hablamos unos minutos. Me acuerdo que me gusto, que me gusto su sonrisa (ojos color miel y patas de gallo), platicaba con inteligencia y senti algun palpito sutil, interno. En aquel entonces mi angustia era no tener trabajo. Era mi primer sabado en Toronto. El me dijo que era de la India y que el lunes se regresaba a su pais por un mes, que nos vieramos al dia siguiente. Intercambiamos telefonos. Ese mismo sabado consegui trabajo y el domingo prometido a el lo pase inaugurando la rutina que se ha convertido en mi pan de todas las semanas desde entonces. Y mi telefono se apago. Yo, semi-analfabeta con respecto a todo aparato electronico y analfabeta absoluta con respecto a los celulares (chunches con los que nunca he podido sostener una buena relacion o una relacion duradera), pense que me habian vendido algo de mala calidad y que mi telefono estaba descompuesto y ni modo. Resulta que solo se habia apagado (ja), pero eso lo averigue varios dias despues, ya mi promesa hindu de regreso en la India. Su numero desaparecio de mi agenda, no se como. Asi que ahi lo tienen. El universo decidio por mi a traves de pequenios accidentes y bifurcaciones. A veces me da por pensar en que hay hilos subterraneos sobre los que solo debemos deslizarnos, y que ahi, de algun modo, esta tejido un cuadro o una imagen general contra la que no tiene sentido resistirse, como si eso fuera enredar los hilos en lugar de permitirles dibujar el lienzo diminuto que tenemos reservado. Como si hubiera algo parecido a musica entre cada quien y las esquinas y las estrellas y las sombras y los rostros y los puentes y las puertas que se cierran o se abren un segundo antes o un segundo despues, y como si hubiera que, de algun modo, cerrar los ojos suavemente, algo asi, siguiendo el ritmo de nuestros acontecimientos, latiendo de acuerdo a algun otro latido mas universal y profundo. Cada quien cree que sabe y cada quien interpreta las seniales de acuerdo a sus propias contrasenias para la belleza, asi como Teresa y el numero seis de la habitacion de Tomas y de la Sexta de Beethoven y de las seis de la tarde. Y mis obsesiones. Viejas. Repetitivas. Las viejas repeticiones de mi cabeza y el blog y lo siento por mis lectores legitimamente aburridos. Y no me inclino ante ideas como estas con fe, ni siquiera ante ideas que encuentro bellas, como la imagen de hilos y algun latido cosmico conectado por redes infinitas a lo que ocurre dentro de mi pecho. Porque otras veces me por pensar en que todo son accidentes sin mensaje oculto, sin musica. Cada quien, nada mas, su voz ante el silencio. Y entonces no se trata de deslizarnos suavemente sino de respirar profundo y tomar decisiones y tener agallas. Y no se trata de relajar las manos sino de apretar los dientes. Apretar el estomago y los punios y trazar con pulso firme o tembloroso sobre nuestros momentos del presente y el futuro. Uf. Nada amedrenta tanto como la propia libertad. La baraja de las vidas posibles y uno ahi. Muchos destinos en lugar de uno solo y el camino de la izquierda o el de la derecha, camine usted y averigue, pero primero, elija.

La magia esta ahi donde uno la encuentra. Que hacia yo, tan al norte de la ciudad en un subway en un estacionamiento en medio de la tarde y de la nada dos dias antes de que un hombre regresara a su pais llevandose consigo todas sus posibilidades. Y la magia acaba ahi donde uno la pierde. Y pinches celulares de mierda siempre les fallo y siempre me fallan. Tambien habia un guerito de ojos azules que me gusto y ante el que no hice ninguna aparicion brillante pero me pidio mi telefono de todos modos (a lo mejor solo estaba siendo amable) y mi telefono lleva mas de dos semanas sin credito. Estoy arrastrando la precariedad hasta el final de estos dias, y maniana me pagan y cobro hasta el martes y si el guerito intento comunicarse conmigo, estoy segura de que esa es otra puerta definitivamente cerrada (yo no tengo su numero). Y eso es lo de menos porque ahora, ganas de acurrucarme y perder la batalla, ganas de Mexico. Santa Jimena autocompasiva asoma la cabeza y pide reposo. Pero si no hay un solo destino, sino muchos, entonces no se trata de aflojar las manos sino de apretar el punio y lo mas emocionante nos ocurre cuando somos valientes. Uf. Ya veremos. Aparecio mi metropas, por cierto. Pero se me olvida si es que al final creo o no creo en las seniales.

Hace como cinco dias.

Alguna noche de insomnio estos ultimos dias vi en la tele un programa sobre Joan Crawford. Creo que nunca he visto una pelicula suya, pero la ubico por un libro de fotos de estrellas de Hollywood que me encantaba hojear cuando era ninia. En este programa pasaron imagenes de ella en los 20s al centro de una pista en un club nocturno bailando con desenfado absoluto, segura, y languida, y feliz. Luego citan a Scott Fitzgerald describiendo a Joan Crawford y mujeres de los 20s igual de languidas y felices, y solo recuerdo esta frase: "Young things with a talent for living".

Es algo en lo que tambien pienso mucho. Talento para vivir. Eso es todo. A lo mejor se tiene o no se tiene, igual que el oido para la musica. A lo mejor llega a sus picos y luego cae lenta o abruptamente como le ocurre al talento de muchos artistas. Pienso en Jack Kerouac: talento para vivir. Neil Cassady: talento para vivir. (Mi madre: talento para vivir). En alguna parte de la novela (NO, TO-DA-VI-A NO TERMINO DE LEERLA), Jack esta viviendo en un barrio de las orillas de San Francisco y trabaja como vigilante nocturno en unas barracas para migrantes temporales que esperan su momento de zarpar al mar. Tiene un amigo cercano, un loco de corazon enorme y vida al borde de uno o varios precipicios. Y por las noches, en lugar de patrullar las calles sin crimenes y arrestar gente por borracheras ruidosas, entran de contrabando a la fuente de sodas local y asaltan los refrigeradores, y comen punios llenos de helado. Eso es lo que yo resumiria como talento para vivir.

Asi que ahora estoy. Aqui. En esta ciudad hermosa donde palpita el primer invierno verdadero de mi vida. Y puedo adormecerme o puedo estar despierta. Ojala fuera yo una verdadera virtuosa de la vida. Entonces, estoy segura, habria encontrado al menos un complice para la precariedad y seria una figura languida y feliz en el centro de una electricidad azul o roja. Mi talento alcanza por lo pronto para momentos de deslumbre y dulzura, espasmos brevisimos en el pecho. A veces me dan ganas de estar despierta y esperar un poco mas a que un poco mas de este nuevo mundo me sacuda. Otras veces solo quiero relajar de una vez los musculos y el alma.

ESPASMOS BREVISIMOS EN EL PECHO:

-Empezo a nevar como a las 11 de la noche. Sali de la casa a ver la metamorfosis inmediata de la calle, de pronto completamente suave, y blanca. Una calle dormida con sus luces de navidad y su silencio bajo la caida de todo lo delicado con lo que fantaseaba de ninia mirando al cielo, nubes de algodon deshaciendose sobre la tierra, materializadas en los techos y los tallos de las flores y las banquetas y los hilos de la luz.

-Tome un tour con los chinos (todo lo ofrecen mas barato, incluidas las cataratas del Niagara). El autobus le da la vuelta al lago. Salimos de Toronto y el horizonte a veces era esqueletos pardos contra el suelo blanco, y el lago se tan interminable como el mar. Todo es plano y es interminable y el cielo es una opresion blanda y palida sobre las orillas del agua y de la tierra. Vi pasar un grupo de aves migratorias, como 5 cumulos veloces formados en V, y parecio como si pasaran muy cerquita de la ventana. Iba oyendo a TV on the Radio y creo que ultimamente las bandas sonoras se han acoplado perfectamente con las imagenes en las calles, detras de los cristales. No saque la camara, para no preocuparme por angulos y fotos, y me perdi en el mundo cambiante frente a mi. Musica y carreteras. Combinacion luminosa. Especialmente en paises nuevos, donde la belleza carece de acentos familiares.

De las cataratas si hay fotos. Hacia un chingo de frio. Los barandales y las lamparas de los caminos estan cubiertos de agua congelada. Y el sonido de la caida es algo poderoso.

Hace como tres dias:

Sin dormir. Cambiar el boleto fue una tarea angustiante que empezo en la maniana ante una linea de telefono permanentemente ocupada, continuo en mi media hora de descanso en un cafe internet ante una pagina sin posibilidades de movimiento, siguio despues en la linea ocupada, luego en la noche, una hora y media de camino al aeropuerto y ahi, una fila larga y casi inmovil, mas de dos horas y entonces al filo de la medianoche con la novedad de que se cerraban los mostradores y nada que hacer. Caos. Miles de canadienses tratando de hacer lo mismo que yo porque al parecer las pasadas tormentas provocaron la cancelacion y el retraso de muchos vuelos en las visperas de navidad. Llegue a mi casa a la 1 y media y desde el telefono de Rodrigo segui marcando al numero ocupado. A las 2:50 me conectaron a una grabacion y me dejaron en espera. A las 6:30 (media hora antes de que se cerrara la ventana oficial de tiempo en la que tengo aun derecho a cambiar el boleto de avion), entro mi llamada y pude hacer el cambio. La nueva fecha es para el 31 de enero. Pase la noche con el telefono en la oreja oyendo las mismas dos estupidas cancioncitas una y otra vez. Hable con Rodrigo y resulta que mi cuarto ya esta rentado a partir del 31 de Diciembre. Yo y mis decisiones de ultimo minuto. Impulsiva de mi. Chingaa. Ahora no tengo donde vivir, de nuevo. El latido de la incertidumbre. Y entonces, hace unos minutos, se subio al autobus un cowboy delgadisimo y hermoso. Alto, muy joven, cabellos largos y sueltos hasta la mitad de la espalda. Una chamarra de mezclilla, jeans casi deshechos, bolsillos sostenidos con seguros de alambre, botas de cuero, sombrero de cowboy. Grandes ojos azules. Su ropa no lo protege del invierno. Su cuerpo lleva el acento rigido de los que tienen frio. Todo en el transpira precariedad, mucho mas violenta, mucho mas profunda, que la mia.

sábado, 20 de diciembre de 2008

El amor, yo creo, puede tener todos los acentos posibles. Estoy segura de que estoy enamorada de J. de una manera no romántica. Me siento tocada y conmovida por su voz y su cuerpo delgadísimo. Lo quiero. Anoche fuimos al bar de la esquina, junto a la chamba. Un lugar típico, supongo. En ese barrio, que no es una zona fresa sino más bien lo opuesto, muy al este de la ciudad. Un barrio en Toronto con sus violencias y sus oscuridades y sus tristezas cotidianas. El bar es apenas una grabadora a todo volumen y luces de navidad sin glamour de por medio. Personajes locales y una mesa de billar. La gente va, se sienta junto a la barra o en las mesitas, y se emborracha paulatinamente. Los mismos personajes en las mismas actitudes, todas las noches. Una mujer de piel muy oscura, nativa original de estas tierras, me explicó J., que bebe sola murmurando para sí misma hasta que se pierde por completo. Un rubio de ojos azules que es amigable con todos en el bar pero mantiene discusiones violentas por teléfono, invitando a gritos a alguien del otro lado a que vaya hasta ahí para agarrarse a madrazos. J. voltea y no se inmuta y me sonríe y me dice no te preocupes, siempre es así. La bartender es una mujer china muy joven y muy bonita, esbeltísima, de cabello largo, que habla un inglés con mucho acento y juega billar y se sienta al lado de los clientes y se recarga en el hombro de uno de ellos como en el hombro de un amigo. J. los conoce a todos, `el es uno más de los personajes en el bar al final de la cuadra. Pasamos una parte de la noche hablando de nuestros países, de tradiciones mexicanas y canadienses-europeas. J. está lleno de información y datos curiosos. Le gusta la historia, y recuerda todo (a diferencia de mí, que se me olvidan las cosas), le gusta la sensación de sus raíces, mitad alemanas y mitad irlandesas. `El bebe mucho, y yo poquito. Habla con entusiasmo. J. siempre habla mucho y siempre habla con entusiasmo iluminado. Se mueve con ademanes ligeramente nerviosos y fuma un chingo, pero su voz tiene algo sereno que nunca parece romperse ni oscurecerse. Poco a poco me va contando pedacitos de su historia. Yo no la voy a repetir aquí. Queda entre `el y yo. Sólo voy a decir que es una historia triste y luminosa. Es una tragedia sin acentos trágicos. Es sólo una vida sin muchos idilios ni romanticismo. J. no se la ha pasado andando en bici bajo las hojas de maple en los barrios fresas de la ciudad, `el conoce, más bien, los callejones. A mí, como ya se sabe, esas almas que deambulan y se encienden en las periferias oscuras y fracturadas, me gustan. Me gustan más que las almas que van exitosamente en la vida persiguiendo lo que todos persiguen. Canadá tiene sus propios callejones y su violencia y J. ha estado ahí y sin embargo, nada en `el parece endurecido o roto. J. es infinitamente dulce. Está infinitamente interesado en el mundo y en todas las personas que lo rodean. Y su dulzura no nace de una bondad inocente (no se parece en nada a mi dulzura), sino que es algo intacto en `el a pesar de momentos y luchas comparables a los puñetazos y el frío. Hay mucho en J. En su vitalidad y su sonrisa y su inteligencia, mucho que es noble y sutil y cristalino y a veces casi inocente, en el centro de la aspereza. Quizás porque `el bebió mucho y yo muy poco, el acabó revelándome mucho más de su vida que yo de la mía. Le dije que ya me iba, para alcanzar transporte, porque Toronto estaba esa noche bajo una tormenta que hace a los canadienses de sangre roja quejarse del clima, lo que me da derecho oficial a quejarme también, y eso quiere decir que había ventisca aguda y nieve a raudales y muchísimos grados bajo cero. Montañas blancas acumulándose en todos lados y en todos los caminos. J. me dijo, pues como quieras, pero puedes quedarte en mi casa (J. vive muy cerca de la chamba y yo vivo hasta el otro lado de la ciudad), te quedas en mi sillón de la sala, no voy a intentar nada raro. Así que me quedé con `el. Tomamos un taxi que `el pagó. `El ya iba algo borracho, la voz más pastosa, las palabras más lentas, pero se las arregló para platicar con nuestro conductor, que era un hombre joven, de Afganistán (where all the good things are happening, bromeaba, con voz profunda y parda el hombre, mientras iba manejando en la ventisca hasta la casa de J.)

Vive solo en un departamentito de sótano. Es un desmadre absoluto. La ropa desparramada y las botellas de cerveza lo cubren todo. No había espacio libre para caminar o para dejar la chamarra o sentarse. Pero nos las arreglamos para platicar y oír algunos de sus discos y canciones favoritas (tiene muy buen gusto para la música, y la disfruta, y le gustan, sobre todo, las cosas soleadas y suaves como el reggae, y sabe más que yo de todo eso). Me preparó una camita con los cojines del sillón. Y yo me tendí ahí mientras `el bebía más cerveza y segu`ia platicando entusiasmado, y yo cerraba los ojos muerta de cansancio y `el me sacudía suavemente para despertarme otra vez. Me mostró un álbum con fotos. Poquitas fotos. Un par de `el cuando era chico. Una de su mamá. Una de su papá. Un par de su hermana. Un par de un viaje a un pueblito canadiense aislado y casi rudimentario, `el con una playera anudada alrededor de la cabeza y el torso descubierto fingiendo que es un terrorista, apuntando con una pistola de juguete hacia la cámara.

Se portó dulce y fue un caballero, y `el no tenía que trabajar al día siguiente pero yo sí, y como una hora antes de la hora en que yo debía levantarme se levantó sobresaltado pensando que ya se me había hecho tarde. Nos quedamos dormidos otra vez, y mi alarma sonó, y desde la sala podía verlo tendido en el colchoncito en su cuarto, delgadísimo, inmóvil. No lo quise despertar pero `el se despertó de todos modos y salió a la mañana helada para mostrarme el camino hasta el metro. Aprovechó para encender un cigarro, y al despedirse sólo me apretó suavemente el hombro.

viernes, 12 de diciembre de 2008

Fotos!!!

Hay más, muchísimas, pero se aburrirían ustedes y el proceso de subirlas es tortuosamente lento. Ganas de sentirme conectada con los que están allá, y que vean un poquito de lo que he visto... últimamente... y bueno, me he engolosinado con el juguete nuevo, en realidad ya van más de trescientas fotos, qué barbaridad. No hay tiempo de fotochopear y aparentemente mi sofisticadísima cámara toma imágenes muy pesadas, así que tal como salieron, ahí les van... algunas.

jueves, 11 de diciembre de 2008

lunes, 8 de diciembre de 2008

Santa Jimena del eterno sufrimiento y la autocompasión

Perdí mi metropas. No sé cómo. Pero es trágico. Esas cosas cuestan 110 dólares. Todo el tiempo lo protejo. Reviso obsesivamente la bolsa de la chamarra para asegurarme de que esté ahí. Pero en algún momento entre el último autobús y la casa, lo perdí. Ahora voy en el metro rumbo a la chamba. Voy increíblemente tarde, más de media hora (pasé mucho tiempo buscando la tarjeta amarilla en todas partes). Puede ser que me regañen, puede ser que me despidan, qui`en sabe. Perder el trabajo, creo, me duele menos que perder el metropas. Ja. Salí de la casa, angustiada, y caía la nieve, grandes copos, ligeros, muchísimos, todo blanco otra vez, la nieve un velo creciente sobre mi chamarra y mi bolsa, entrando sin querer a mi boca. Sutileza infinita. De nuevo, era como si la belleza inesperada de las imágenes y las sensaciones que me rodean llegara para rescatarme de mis propias sensaciones oscuras, mi angustia, mi sentido de la tragedia. Ahora no sé si es suficiente. Estoy desgastada por la precariedad. No la precariedad eufórica del principio, ni la magia de la incertidumbre. Hago una chamba pesada muchas horas, seis de los siete días de la semana, y no puedo ahorrar con mi régimen de pago, de alguna manera siempre tengo el agua hasta el cuello, me siento endeudada y rota, y ahora pierdo el metropas y todo tendrá que ser de nuevo austero y básico hasta el próximo cheque. Llevo dos meses aquí, y han sido dos meses austeros y básicos. Estoy hasta la madre. En México ganaba menos lana pero me daba más lujos. Tenía más tiempo y energía para mí. Aquí las jornadas me dejan molida. Allá comía mejor, iba innumerables veces al cine, bailaba más por las noches. Aquí, salir una noche es una empresa costosa, y compleja. Implica esperar autobuses a las tres y media de la mañana a menos veintidós grados con viento (y soplaba el viento, este sábado), para evitar 35 dólares de taxi. Una sola cerveza cuesta el equivalente a 75 pesos mexicanos. Me siento en el umbral de la renuncia. Anoche estaba de nuevo cambiando las bolsas de la basura, a menos 11 sin viento junto al estacionamiento, y la gente va y echa ahí la basura de sus casas, bolsas de arena para gato muy pesadas, y el asunto se vuelve una tarea humilde, ingrata, y estuve ahí, maldiciendo, en el frío, pensando en que mi espíritu está hecho para otras cosas y ya tuve suficiente de experimentar en carne propia realidades lejanas a la mía, por lo menos esta realidad especifica, aunque de eso se trate en términos muy románticos el trabajo antropológico. No hay nada romántico ahora. Esto es puro anti-romanticismo. Se siente casi como esclavitud (es, esclavitud), un hombre que se cree muy gracioso pasa junto a mí mientras trapeo por millonésima vez la entrada de la tienda permanentemente sucia y mojada por la nieve y me dice en español “muchou trabajou, pocou dinerou”. Me lo dice desde su orilla más cómoda y ligera así como yo he mirado muchas veces cuadros infinitamente más rudos que mi vida cotidiana con el rabillo del ojo, o con la compasión de los ignorantes. Todos tenemos una orilla más cómoda desde la que miramos otros territorios de la realidad. Y sí hay una ganancia al atravesar uno o dos puentes y colocarnos del otro lado de algunas líneas defensivas. Hay, en el empobrecimiento crudo de los últimos dos meses, la riqueza de un entendimiento más profundo. La profundidad también es, de alguna manera, anti-romántica, implica por definición ir más allá de la superficie y el maquillaje para acceder a donde están la belleza inesperada y el desamparo, todas las sorpresas y todas las fracturas. Así que aquí estoy. Harta, en mi pequeña tragedia, sintiendo cómo resbalan las gotas finales y el vaso se derrama y mi fortaleza llega a una frontera. Si soy fuerte, me quedo otro mes y medio, me quedo Diciembre y luego Enero. Luego de un cumpleaños solitario, una navidad solitaria y qué más da. Todo cada vez más helado, una chamba ingrata, empleando mis energías en “muchou trabajou, poco dinerou” y no en mi tesis, porque una investigación implica tiempo y un solo día de descanso a la semana no es suficiente. Pero de vez en cuando, milagros, velos de cristal acumulándose sobre el cabello y las ramas desnudas de los árboles, momentos así, breve humedecimiento de la córnea, breve electricidad por la columna. Si soy débil, veo la forma de que me paguen todo lo que he trabajado y me regreso el 23 como era el plan original, o en una de esas el 15, y en lugar de breves luces en el centro de lo oscuro, me quedo con el sol constante de mi país.

lunes, 1 de diciembre de 2008

Son altos los decibeles de estas experiencias, porque son nuevas, porque estoy sola. Todo ocurre a otro volumen, en el límite tembloroso de mis tímpanos, y mis pulmones, y todas las membranas de todas las células. Cuando una cotidianidad crece a lo largo de las situaciones y modifica la impresión del principio, encuentro a veces una indiferencia que me desconcierta. Respecto a C., por ejemplo, ya sólo siento algo de hueva. Me sorprende lo distante de él que me encuentro ahora y me sorprende que la ilusión de un contacto o una promesa haya sobrevivido tantas semanas. Las conexiones. Ching`a. Son de mis eventos favoritos en este mundo. A veces son espejismos, a veces no. Y los viajes lo deforman todo. No confío en nada de lo que siento. A lo mejor cuando regrese a México las sensaciones de ahora y todos sus acentos van a adormecerse bajo luces disminuidas, y todo se sentirá menos, en general. Hay magias, de pronto, hay, magias, que aparecen frágilmente por un acomodo inusual en todas las circunstancias. Estar sola en una nueva ciudad y un nuevo país. Estar hasta la madre de la comunicación en inglés. Estar hasta la madre de una sensación de esfuerzo permanente, y no-relajación. Que mi paisano, de Michoacán (no el que tiene una hija que se llama como yo, sino L., el otro, el que debe tener más o menos mi edad), me hable por teléfono. Que me diga que se regresa a México al día siguiente y yo decida que tengo que verlo, aunque no haya dormido nada la noche anterior (una noche que ocurrió dulce y entre neblinas y entre canadienses y en la que bailé en un bar, y en la banqueta, con los audífonos de alguien más sobre mis oídos), y aunque haya trabajado así un turno interminable de nueve horas, y esté en mi casa, calientita, con ganas infinitas de tenderme por fin en la cama. Me pongo la chamarra a las nueve de la noche y salgo a verlo, y me lleva a cenar a un lugarcito por su casa, y por primera vez desde que llegué a Canadá me siento relajada, y hay una conexión (milagro chiquito), y hablamos, sin silencios incómodos, sin momentos rígidos, de playas vírgenes y hongos y mares y viajes y maneras de estar en el mundo y caminos y posibilidades, África y Australia. Y descubro que me gusta la manera en la que L. está en el mundo, y me gusta la manera en la que está conmigo, sentado frente a mí, bebiendo una cerveza china (que por cierto no sabe nada mal). Y su manera de estar en el mundo se parece a su manera de estar conmigo. Y hay algo cálido y dulce, por fin, en mi panza. Algo cálido en la luz bajo la que estamos juntos, comiendo comida china deliciosa, cerca de Dundas West. Y a lo mejor todo es consecuencia de los decibeles del viaje, subiéndole el volumen a todas mis impresiones. En ese momento no estoy consciente de nada, ni siquiera de la intensidad. Estoy dejando que las cosas sucedan. `El tiene ganas de pasar más tiempo conmigo y yo me echo hacia atrás, decido regresar a mi casa mientras todavía hay metro y autobús que me lleven, atrapada en pensamientos mezquinos y prácticos como que no tengo dinero suficiente para un taxi después. L. me dice en broma que me vaya con `el a México. Sólo me río. Me dice en broma o en serio que vaya a su casa y lo ayude a empacar. No quiero convertirme en una especie de `ultima conquista en Toronto. Le digo que no. Me dice que si me puede besar y me dice que le gusto y me pregunta en voz baja si `el me gusta un poquito, y le digo que sí y dejo que me bese y todo se siente suave y en su lugar. Sin aspereza sin desajustes. Se siente bien. Y es muy breve. Y soy yo la que se va y le desea buena suerte, casi corriendo escaleras hacia abajo, hacia el metro.

La intensidad y la magia de lo que ocurrió sólo me pegaron después. Todo el domingo, y ahora todo el lunes, estuve deseando que esté conmigo, que sea mi cómplice para la ciudad, y hay la promesa de otros hombres, de otros países, pero yo lo quiero a `el y hasta lo extraño, como si nos hubiéramos conocido mucho tiempo, pero sólo pasamos un par de horas solos y juntos, los `únicos dos clientes bajo la luz enrojecida de un restaurantito chino. Y `el ya está de vuelta en Michoacán. Y a lo mejor lo que sucede es sólo deformación y decibeles, soledad y Toronto. Tiene mi dirección y prometió visitarme en México pero quizás lo más mágico entre nosotros debía ocurrir ahora, y en este frío, en estas calles bajo la promesa de la nieve y todas las promesas de lo conocido y lo desconocido. Debí haberle pedido que se quedara en Canadá más días. O que de plano no cambiara su boleto, y que se quedara todo el mes, conmigo. M e pregunto si `el hubiera aceptado. Es curioso cómo lo extraño, y cómo me arrepiento de no haber pasado más tiempo con `el esa noche, haber seguido un impulso que nos abriera un espacio más amplio, a `el y a mí, juntos, en el volumen y el aire y la electricidad irrepetible de Toronto. Sospecho que en México nada se va a sentir tan dulce y cálido como se sintió aquí, pero habrá que ver. En fin en fin en fin. Hay un menú apetitoso y variado de hombres, de todos los rasgos y los tonos y los acentos. Y yo al que quiero y extraño es a mi paisano de Michoacán. Estuvimos juntos realmente sólo dos horas y ya van dos días que lo extraño.