lunes, 1 de diciembre de 2008

Son altos los decibeles de estas experiencias, porque son nuevas, porque estoy sola. Todo ocurre a otro volumen, en el límite tembloroso de mis tímpanos, y mis pulmones, y todas las membranas de todas las células. Cuando una cotidianidad crece a lo largo de las situaciones y modifica la impresión del principio, encuentro a veces una indiferencia que me desconcierta. Respecto a C., por ejemplo, ya sólo siento algo de hueva. Me sorprende lo distante de él que me encuentro ahora y me sorprende que la ilusión de un contacto o una promesa haya sobrevivido tantas semanas. Las conexiones. Ching`a. Son de mis eventos favoritos en este mundo. A veces son espejismos, a veces no. Y los viajes lo deforman todo. No confío en nada de lo que siento. A lo mejor cuando regrese a México las sensaciones de ahora y todos sus acentos van a adormecerse bajo luces disminuidas, y todo se sentirá menos, en general. Hay magias, de pronto, hay, magias, que aparecen frágilmente por un acomodo inusual en todas las circunstancias. Estar sola en una nueva ciudad y un nuevo país. Estar hasta la madre de la comunicación en inglés. Estar hasta la madre de una sensación de esfuerzo permanente, y no-relajación. Que mi paisano, de Michoacán (no el que tiene una hija que se llama como yo, sino L., el otro, el que debe tener más o menos mi edad), me hable por teléfono. Que me diga que se regresa a México al día siguiente y yo decida que tengo que verlo, aunque no haya dormido nada la noche anterior (una noche que ocurrió dulce y entre neblinas y entre canadienses y en la que bailé en un bar, y en la banqueta, con los audífonos de alguien más sobre mis oídos), y aunque haya trabajado así un turno interminable de nueve horas, y esté en mi casa, calientita, con ganas infinitas de tenderme por fin en la cama. Me pongo la chamarra a las nueve de la noche y salgo a verlo, y me lleva a cenar a un lugarcito por su casa, y por primera vez desde que llegué a Canadá me siento relajada, y hay una conexión (milagro chiquito), y hablamos, sin silencios incómodos, sin momentos rígidos, de playas vírgenes y hongos y mares y viajes y maneras de estar en el mundo y caminos y posibilidades, África y Australia. Y descubro que me gusta la manera en la que L. está en el mundo, y me gusta la manera en la que está conmigo, sentado frente a mí, bebiendo una cerveza china (que por cierto no sabe nada mal). Y su manera de estar en el mundo se parece a su manera de estar conmigo. Y hay algo cálido y dulce, por fin, en mi panza. Algo cálido en la luz bajo la que estamos juntos, comiendo comida china deliciosa, cerca de Dundas West. Y a lo mejor todo es consecuencia de los decibeles del viaje, subiéndole el volumen a todas mis impresiones. En ese momento no estoy consciente de nada, ni siquiera de la intensidad. Estoy dejando que las cosas sucedan. `El tiene ganas de pasar más tiempo conmigo y yo me echo hacia atrás, decido regresar a mi casa mientras todavía hay metro y autobús que me lleven, atrapada en pensamientos mezquinos y prácticos como que no tengo dinero suficiente para un taxi después. L. me dice en broma que me vaya con `el a México. Sólo me río. Me dice en broma o en serio que vaya a su casa y lo ayude a empacar. No quiero convertirme en una especie de `ultima conquista en Toronto. Le digo que no. Me dice que si me puede besar y me dice que le gusto y me pregunta en voz baja si `el me gusta un poquito, y le digo que sí y dejo que me bese y todo se siente suave y en su lugar. Sin aspereza sin desajustes. Se siente bien. Y es muy breve. Y soy yo la que se va y le desea buena suerte, casi corriendo escaleras hacia abajo, hacia el metro.

La intensidad y la magia de lo que ocurrió sólo me pegaron después. Todo el domingo, y ahora todo el lunes, estuve deseando que esté conmigo, que sea mi cómplice para la ciudad, y hay la promesa de otros hombres, de otros países, pero yo lo quiero a `el y hasta lo extraño, como si nos hubiéramos conocido mucho tiempo, pero sólo pasamos un par de horas solos y juntos, los `únicos dos clientes bajo la luz enrojecida de un restaurantito chino. Y `el ya está de vuelta en Michoacán. Y a lo mejor lo que sucede es sólo deformación y decibeles, soledad y Toronto. Tiene mi dirección y prometió visitarme en México pero quizás lo más mágico entre nosotros debía ocurrir ahora, y en este frío, en estas calles bajo la promesa de la nieve y todas las promesas de lo conocido y lo desconocido. Debí haberle pedido que se quedara en Canadá más días. O que de plano no cambiara su boleto, y que se quedara todo el mes, conmigo. M e pregunto si `el hubiera aceptado. Es curioso cómo lo extraño, y cómo me arrepiento de no haber pasado más tiempo con `el esa noche, haber seguido un impulso que nos abriera un espacio más amplio, a `el y a mí, juntos, en el volumen y el aire y la electricidad irrepetible de Toronto. Sospecho que en México nada se va a sentir tan dulce y cálido como se sintió aquí, pero habrá que ver. En fin en fin en fin. Hay un menú apetitoso y variado de hombres, de todos los rasgos y los tonos y los acentos. Y yo al que quiero y extraño es a mi paisano de Michoacán. Estuvimos juntos realmente sólo dos horas y ya van dos días que lo extraño.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

MMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmm. me gusta tu blog, pero se me olvida. como hago para recordarte?

Gustavo Abascal dijo...

Por acá traigo más bálsamo amargo, amargísimo. Ahi dale al blog. Salú!