Martes por la noche en la estación de Jane
J. me cuenta de sus planes para ir a Montreal usando su bono de vacaciones. Trabajamos en la misma tienda, pero desde mi orillita, gano menos dinero, no tengo bonos de ningún tipo, me pagan el 15 de cada mes sólo lo que haya ganado el mes anterior (o sea que el 15 de noviembre recibo lo que gané en octubre, y el 15 de diciembre lo que gané en noviembre y así nos vamos). Mientras a los demás se les deposita directo en sus cuentas cada semana, yo estoy a las 11 y media de la noche esperando en Jane a Carlos que no se aparece para recibir la segunda parte de lo que gané durante octubre. Los hombres, por hacer exactamente el mismo trabajo, ganan m`as dinero, y todos los sueldos están divididos de acuerdo al género de los trabajadores. Así es esto, porque soy ilegal. Y además, si me descubren, me deportan, y tan tan. Me estoy congelando. Rodrigo me prestó su chamarrota pero aún así, estamos a menos cinco grados, y con viento, a menos diez.
El primer o segundo día en Toronto, buscaba casa y trabajo y me angustiaban los 25 dólares por noche en el hostal, y sólo sabía que cerca de Dufferin Station estaba el periódico de los latinos. Vi una tienda con la bandera de México desplegada en la ventana y entré. Dos chavos estaban enviando dinero a sus casas y mencionaron Michoacán. Les hice plática, les pregunté si no sabían de trabajos. Hicieron lo posible por ayudarme, me aseguraron que iba a estar todo bien. El domingo regresé, porque esa tienda es un punto de referencia para prácticamente todos los mexicanos en Toronto, del ramo migratorio clandestino como yo, y es por lo tanto un punto de referencia importante para mi tesis. Jueves, viernes, sábado y domingo venden ahí comida mexicana, en mesas de plástico distribuidas en los rinconcitos y las esquinas. Pozole. Carnitas, barbacoa. Cara. 10 dólares la orden. El precio por la nostalgia. Y nada es lo mismo, ni las tortillas, ni la salsa, pero se acerca un poco, apenitas lo suficiente. Así que fui el domingo a llenar mi diario de campo de observaciones, pero la noche (ya es de noche a partir de las 5 de la tarde) estaba helada, y desierta. Sin embargo, he aquí, que he ahí, de nuevo, mis dos paisanos michoacanos. Se sentaron conmigo. Comimos carnitas. Creo que los adoro. Trabajan en el roofing, que es, bajo todos los parámetros migratorios, una de las chambas m`as pesadas para cualquier trabajador de cualquier país. Durante junio y julio, si la temperatura en las calles es de 35 grados, sobre los techos con las láminas de chapopote alcanza fácilmente los cuarenta. Todos los migrantes se parten la espalda, pero los del roofing un poco m`as aún que los demás. Mis paisanos vienen cuando acaba la primavera y se van cuando empieza el invierno. Y les brillan los ojos. Cuando hablan del verano. Cuando hablan del roofing y la adrenalina de pararse a 4 metros de altura sobre superficies inclinadas. Uno de ellos tiene una sonrisa muy especial, ligeramente torcida, es un moreno muy guapo, debe tener como 22 años, tiene una hijita que se llama igual que yo. Su sonrisa es una mezcla de sensualidad vital y orgullo. La despliega para responder en qué trabaja, “en el roofing”, y para decir “a huevo” y después reír con suavidad. Trabajan 12 horas diarias, (ahora ya menos, porque los días terminan temprano), y les pagan diez dólares la hora. Lo cual, me explicó después Rodrigo, es un robo absoluto, “nadie se sube a un techo por menos de 15 dólares”. Me preguntan si he tenido malas experiencias y les digo que no, que la gente en la chamba me trata bien. “S`i, los canadienses son muy nobles”. Los albaneses, los griegos, otros latinos, son m`as rudos. El jefe (griego) los amenaza con deportarlos, los amenazó una vez con golpearlos, ellos lo mandan mentalmente a la chingada, a ellos les brillan los rostros con orgullo, con promesas, ellos quieren volver el próximo verano, ellos sonríen una sonrisa de lado y dicen “a huevo”. Ellos, como buenos mexicanos, ya saben todos los lugares a donde está chido ir de noche, ellos trabajan 12 horas en los techos y luego bailan hasta las 5 de la mañana, en lugares repletos de otros mexicanos en las mismas circunstancias.
Miércoles. Atorada en un autobús, durante la tormenta.
Nieve!!! Nieveeee!!! Por fin!!! Todo el día!!! Filigrana, blancura, flotando por encima y alrededor de todos. Felicidad. Y un chingo de frío. En medio de esta, mi primera nevada, fui a Orfus Road y me compré ropa de invierno. Saltar sobre la capa blanda y delicada es la neta del planeta. Mi chamarra nueva tiene una capucha de peluche calientita, deliciosa, que me cubre los ojos hasta la mitad, así que iba yo estrenándola, ya de noche a las seis de la tarde, sintiéndome abrigada pero con la visión comprometida, viendo el suelo completamente blanco y las huellas de los zapatos de otras personas y así, mirando hacia abajo, estrellé mi cara contra el tubo de metal de un letrero en la banqueta. Me di un madrazote. Creo que se me está hinchando el labio y que voy a tener un moretón bajo el ojo mañana. Cuando me pregunten, puedo inventar alguna historia original. Seguro. No voy a confesar mi estupidez. Cuando estaba en la universidad me hice yo sola un ojo morado en circunstancias de una ridiculez equivalente. Estrellé sin ayuda de nadie mi cara contra el filo de una mesa. Y anduve con mi ojo morado por la escuela, disfrutando de las caras intrigadas de los que me veían en los pasillos y el patio y las escaleras. Y pensaba en historias como “me golpeó la policía en la `ultima manifestación”, “me agarr`e con una mujer del doble de mi tamaño afuera del patio de mi casa o alg`un after de ese estilo (referencia chilanga y espacio clausurado, para desgracia de todos, nosotros)”. Si se me hace moretón, no pienso desperdiciarlo con la verdad. Oh, bueno, excepto aquí. Mierda. (Ou! a la Homero Simpson). Me hubieran creído si les digo que me golpeó la migra y escapé apenitas junto con un par de senegaleses y una mujer de Nicaragua a través de un callejoncito en el barrio chino? O que una señora que quería mi lugar en el bus me soltó un paraguazo en la cara? Los canadienses son muy angelicales, para qué difamarlos sin provocación de por medio. La verdad es que mi vida transcurre dentro de parámetros tan ordenados como los parámetros generales de este pa`is, donde aparentemente, la violencia física ocurre en los `últimos márgenes, en los m`as subterráneos. Chale. Y la verdad es que la única manera factible de adquirir un moretón en la cara en mis presentes circunstancias, es exactamente tal y como acabo de adquirir el mío. Lo cual evidencia de manera contundente y triste que esto es una aventura, pero así, en minúsculas, sin letras capitales.
Y Hoy.
Regresando a mi pequeña telenovela sin consecuencias (y casi sin trama), ya me estoy aburriendo de la danza sutilísima y velada alrededor de C. Pequeñas aproximaciones y luego pequeños alejamientos. Ninguna claridad de ningún tipo. Zayid, por otro lado, no ha dejado de buscarme. Toda la semana me estuvo llamando (no contesté al celular, mujer taimada que soy). Pasó a la tienda, insistió mucho en que le hablara (se cortó el cabello y se ve todavía un poquito m`as guapo). No le hablé. Pasó a la tienda otra vez, hoy. Me saludó (Hey!), le contesté brevemente (Hey!) y me fui, seguí barriendo los pasillos. Me buscó otra vez. Me disculpé por no haberle hablado y le dije que no estaba segura de que fuera buena idea vernos de nuevo, porque `el regresa a Bangla Desh en un mes (mentí un poquito). Me dijo, podemos ser amigos, podemos sólo conocernos, sólo tomar un café y platicar. Me lo decía todo con una seguridad que me gustó. Las luces rojas de mi escepticismo están encendidas, pero le vi los labios, y la sonrisa y los ojos enormes ligeramente rasgados y decidí dejar que las luces rojas se apagaran brevemente. Es dulce, es cálido, sentir el interés sobre mí, con aplomo, sin danzas interminables en la tierra de nadie.
Por supuesto, la magia, muchas veces, puede ser que nazca de las danzas sutiles a la distancia cuando se van transformando en un acercamiento profundo, pero casi siempre, lo que ocultan es una carencia absoluta de sustancia. Detrás de las promesas que a mí me gusta tanto tejer, a pesar de todo su encanto, intangible, resulta casi siempre que no hay nada.
En fin. Es viernes. Hoy estuvimos todo el día a menos diez grados sin viento, con viento a menos diecinueve o algo así. Y estoy molida. Quiero dormir temprano. La hermosa nieve se transforma en fango dentro de la tienda, y yo trabajo el triple pero qué le vamos a hacer. Así es la vida de los migrantes ilegales, y no hay ningún romanticismo involucrado. Hay Ángeles, sin embargo. A veces. No hubo grandes nevadas el día de hoy. Cielo azul, y frío. Pero justo en el momento en el que salí a cambiar las bolsas de la basura, cayeron grandes copos, dos minutos, y luego se disolvieron. Ya era de noche. No se puede explicar la poesía de un estacionamiento a las seis y media en el comienzo del invierno, mientras caen los copos de cristal.
1 comentario:
Que chida la nieve!
daria lo que sea por contemplar un paisaje asi, algún dia.
Seguramente, algún dia!
Te mando un gran abrazo!
Atl
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