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sábado, 21 de noviembre de 2015

Miedo



El péndulo que se mueve entre esos momentos en que son los sueños los que nos mantienen con vida y los momentos en que vive uno tan intensamente que casi no hay tiempo para soñar, es un péndulo que se mueve entre el pánico y la seguridad. A veces nos acurrucamos con suavidad en una paz rutinaria y medio adormecida. Otras veces la vida que vivimos nos da miedo, y eso es bueno. Pocas cosas tan saludables, para mí, como una cierta medida de pánico. No un miedo que paralice o angustie en exceso, desde luego, pero de todos modos, miedo, porque hacemos algo que tiene tintes desconocidos, de algún modo impredecible,  que exige de nosotros algo más que sólo lo automático y lo cotidiano. Miedo porque enfrentamos situaciones difíciles que nos obligan a ser más fuertes de lo acostumbrado, y somos un poco más libres y estamos un poco más vivos y nos miramos, quizás, con un poquito de orgullo, y todo es a veces terrible y oscuro pero en medio se abren momentos de una dulzura incandescente.

Siento dentro de mí una desesperación que ya conozco, la desesperación frente a la tranquilidad. Quiero tener más miedo, estar más viva, quiero romper algo en pedazos, tomar una decisión impulsiva, saltar a un precipicio. Es un patrón que ya conozco. Mi vida ha sido una serie de saltos intempestivos en zigzag, del sur a una ciudad en el norte, de la ciudad al campo michoacano. Y no me arrepiento. Lo mejor de mi vida, lo más luminoso, ha nacido gracias a esos arranques. El último arranque es distinto, esta vez, y ya no es un arranque. No se trata, ahora, de abrir un capítulo luminoso en una geografía distinta, se trata de apostarle, por primera vez, ya tarde en mi historia, a construir una permanencia que sea luminosa. Combinar la cotidianidad y el miedo. Y sí, la vida se va en muchas horas inevitablemente rutinarias y eso me rompe el corazón ahora tanto como la primera vez, cuando escribí la primer entrada en este blog. Pero además hay miedo. Me da miedo no tener el talento suficiente. Me da miedo exponer el camino todavía principiante a los ojos del mundo. La distancia entre cómo se ven las cosas que hago y cómo me gustaría que se vieran es enorme. Dan ganas de encerrarse uno en una habitación por diez años y crear obsesivamente y sólo hasta después salir a mostrar mis creaciones al mundo. Yo llevo muchos años haciendo garabatitos sin disciplina ni técnica en los márgenes de mis libretas pero sólo hasta ahora empecé a dibujar y pintar con más seriedad y se siente inevitablemente tarde. Y sé que no necesito  otro arranque dramático, echando las cosas por la borda para empezar una y otra vez en otro lado. Necesito una pequeña cadena de actos valientes. Creando cosas. Atreviéndome a mostrarlas. Así. Todo pequeño y poco romántico y además, responsable, porque hay que pagar la renta mientras tanto y llegar temprano al trabajo y cumplir con las cuotas que exige sobrevivir y eso. Así la vida. Con su medida de miedo. Un miedo modesto, en dosis mesuradas, sin violencia, sin huracanes ni tormentas. Ni modo. Y aun así, chingá, esta impaciencia que crece, estas ganas, todavía, de saltar hacia lo desconocido en un solo arrebato, en un solo acto de destrucción, un solo derrumbe y luego, ver con felicidad cómo se quiebra la rutina, para siempre.



jueves, 16 de junio de 2011

Visions of J...

Hace mucho que no escribo, me he desconectado paulatinamente de todas las personas que están lejos, y a las que quiero. Todos los días pienso en las cartas que deseo escribir y los paquetes que me gustaría enviar. Tengo un par de dibujos, por ejemplo, uno para Chihuahua y otro para la Colonia Doctores en el DeEfe; un par de aretes con destinatario en Calgary; una dirección en Morelia a donde puedo mandar postales para mis alumnos (sus fotos me sonríen todos los días desde la pared). No tengo energía, a veces, para mandar noticias telegráficas anunciando que estoy bien, aún viva, para responder a los mails de personas queridas o usar los breves caracteres del facebook, mucho menos para escribir crónicas detalladas de mi vida canadiense. No es que no tenga tiempo (aunque muchas veces no tengo tiempo), lo que me ocurre es una oscura especie de cansancio a consecuencia de estirar y comprimir el corazón en exceso. El corazón, pobre globito metafórico, se infla insensatamente de esperanza, y todo está maravillosamente bien por unas horas o por unos días, soy una esfera roja encima del mundo hasta que, irremediable, llega el derrumbe, que no es como el cadencioso descenso de un globo, sino como el resquebrajamiento de una ciudad entera, gritos atrapados para siempre entre las piedras de los edificios, pesos infinitos aplastando la espalda. No puedo jugar a flotar y derrumbarme sin acabar de alguna forma deshecha, simplemente adolorida. Llorar es como abrir una fuente, así que parpadeo rápidamente y con fuerza para alejar las avalanchas. El corazón se queja y se endurece, así que trato de meterlo en formol, por un rato.


No sé si alguna vez me he animado a vivir sin esperanza. A lo mejor nunca, mi naturaleza es romántica, siempre he soñado en exceso. Pero ya no tengo la fuerza de siempre para aventurarme a creer, a sentir fe. Me queda eso sí el amor, y es todavía un amor muy grande.

Visions of Johana, de Bob Dylan, es una de mis canciones favoritas (de todos los tiempos). Hay una frase que me hace pensar siempre en mi esposo: The ghost of electricity howls in the bones of her  his face. Innumerables veces he mirado a J., y los poderosos fantasmas eléctricos que aúllan en los huesos de su rostro. Se encienden, casi siempre, por razones pequeñas: hace calor, está lista la cena, hay un mapache tras la puerta de la cocina, despiertan los primeros insectos o florecen los primeros árboles después del invierno. Se encienden y aúllan desde su rostro cada vez que aprende algo nuevo, y se encienden cuando su sentido del humor también se ilumina. Los espectros de electricidad pocas veces duermen, y el rostro de mi esposo aúlla desde el interior de sí mismo con una violencia dulce, casi todo el tiempo. Creo que nunca he mirado realmente la oscuridad de J., porque desde el primer día y desde nuestra primer conversación lo que me deslumbró fue su limpieza, una claridad que sólo se hizo más sonora cuando supe las tormentas que ha sobrevivido; él debería exhibir cicatrices amargas, banderas negras, dientes afilados, en lugar de eso en su rostro los fantasmas de electricidad aúllan con la honestidad de los niños (niños salvajes) por un montón de milagros que la mayoría pasa de largo. Así que (ay, romántica de mí) me enamoré de esa luz acentuada por una oscuridad que no lo corrompió ni lo deshizo, me enamoré de todo lo que en él está completo, sin fisuras. Pero todos llevamos nubes, cargadas de agua y relámpagos, que se estiran y encogen entre las membranas del corazón y los pulmones. Las de mi marido son descomunales, y su corazón, su corazón hermoso, su corazón aún sutil y frágil y valiente, las ha resistido, todas. Nos ha llegado la hora, sin embargo. Las pesadillas, los dientes afilados de todas las pesadillas se alinean ahora bajo el párpado cansado. Hay que enfrentar la oscuridad, ahora, y dejar que llueva.

sábado, 7 de agosto de 2010

Mi reino por una letrina

Casi se me había olvidado cómo se siente esta forma específica de agitación sanguínea. Los dedos se estiran como queriendo desprender sus falanges para alcanzar lo más pronto posible la otra orilla del umbral siguiente, dan ganas de hacer tantas cosas, y de empezar a hacerlas de inmediato. Sueño despierta sin querer y sin descanso, tejiendo proyectos unos sobre otros en torres inclinadas, que culminan en alguna lámpara suave, una vela arropada en un quinqué. Esto también es la felicidad. Ahora me acuerdo. La vez pasada que estuve en conafe, hace ya varios años, también fui feliz. Todavía no me asignan una comunidad, pero este lunes salgo tempranito para la sierra en viaje de prácticas. Somos cuatro, y sólo sabemos que a donde vamos no hay luz eléctrica, y que hay que subir y bajar un cerro a pie, para llegar a la escuelita donde daremos clases durante la semana. Conozco la brecha que se abre paso en la sierra, pero me cuesta trabajo recordarla. De ese camino sólo recuerdo una sensación general de deslumbre, y alegría. Recuerdo con más detalle momentos muy específicos, por ejemplo, ir a caballo por un sendero en lo alto de una montaña a la hora del atardecer en que todo es rojo, y encontrarme en medio de un bosque completamente rojo, y mis manos y las correas de la silla, y las orejas del caballo y las siluetas de mis compañeros y de los campesinos que nos acompañaban eran rojas, y el horizonte gigantesco, interminable, mostraba una tras otra hileras de montañas que también eran rojas.


Ayer, mientras hablaba por teléfono escuché maullidos roncos en la calle. Poco después vi con alivio a mi mamá entrar al cuarto con un gato arropado contra su pecho. Es la cosa más flaca, más triste, más dulce, que he visto en mi vida. Mi mamá lo rescató, literalmente, de las fauces de un perro. Se le sienten todos los huesos del cuerpo, tiene un ojo infectado y amarillento, y ronronea todo el tiempo.

Y además, si alguien estaba interesado en saber, a mi marido ya le llegó una carta oficial donde la burocracia migratoria lo acepta como mi sponsor, así que las cosas avanzan y la frustración retrocede un poquito y la esperanza respira con alivio y da tres pasos cautelosos hacia el frente.

Este es el post más optimista que me había dado el lujo de escribir, desde enero, y era ya una cuestión de supervivencia darle chance al corazón de que se agite, y esté vivo. Y aquí estoy, arropada en el mediodía nublado de este sábado a principios de agosto, nerviosa y feliz, agitada y feliz. Espero que todo salga bien, que no nos muerda una víbora, que no nos salgan los narcos, y que por favor por favor por favor haya una letrina allá a donde vamos. Nada me preocupa tanto como eso. La vez pasada que fui instructora, nada me preocupaba tanto como eso. Hay lugares donde el baño es todo el monte, y cualquiera puede interrumpir sin querer el momento en que andamos con el trasero al viento tratando de cumplir con funciones fisiológicas impostergables. Tenía pesadillas al respecto, seguí teniendo sueños angustiosos sobre la necesidad de ir al baño incluso cuando ya no era instructora comunitaria y había a mi alcance retretes y comodidades urbanas y modernas. Según lo que recuerda nuestro capacitador, Sinda (así se llama la comunidad a donde vamos) tiene por lo menos una letrina cerca de la escuela, pero la última vez que él estuvo ahí, había un panal de avispas abajo. Posición más vulnerable al piquete de las avispas no me puedo imaginar. No sé qué es peor, las avispas o la falta de privacidad. En fin en fin, si todo sale bien (y no es éste un eufemismo escatológico), aquí estaré de regreso en una semana.

sábado, 5 de diciembre de 2009

Así que. Estoy de vuelta. No sé por cuánto tiempo. Al principio todo es, de nuevo, la violencia del contraste y nada más. Graffitti en casi todos los edificios y ruido en casi todas partes. Gente, familias, durmiendo sobre la banqueta afuera de la central de Observatorio. Mi edificio gris, oscuro; para variar, sin agua. Música norteña a todo volumen en el primer piso (música en todas partes). Caminé las calles abrumada por la ciudad y sus amontonamientos, concreto encima de concreto y masas humanas en todas las vías públicas, en todas las corrientes del tráfico.

Cuando me gusta mucho una película puedo verla nuevamente con alguien más y entonces me ocurre con frecuencia que me abstraigo de mí misma y lo observo todo desde los ojos imaginarios de la otra persona; me tenso o me relajo en las escenas controversiales dependiendo de si mi acompañante es liberal o no tanto, si aprueba o desaprueba la violencia o los soliloquios filosóficos, y así hasta que la película termina y sé si hubo o no una secreta comunión entre nosotros, si pudimos o no mirar de maneras parecidas las mismas cosas. Y así me ocurrió ahora con la ciudad y J. A veces me tensaba involuntariamente frente a la suciedad y la basura, y me fijaba con más atención que antes en las grietas de las banquetas; en Toronto son todas lisas y aquí él tropezaba con el cemento a cada rato.

Después de los primeros minutos el espíritu respiró profundo nomás, de vuelta en casa. Tacos de aguacate, salsa, la gente entrañable, el centro histórico de noche, silencioso, iluminado, las calles que cargan las sombras de sus siglos y sus pequeñas o grandes revoluciones, nada simétrico ni diseñado cuidadosamente, todo orgánico y caótico, y viejo. Alegre y claroscuro. Rebosante y dramático. Perros de la calle con ojos expresivos, grasa humeando en los puestos de la esquina. Soy otra vez dueña sin reservas de una ventana. Desde la suya me saluda Andrea, y entra a mi casa vestida como brujita de Halloween y se queda muchas horas, riendo explosivamente a la menor provocación, platicando en español con J. que no entiende nada y contesta en inglés. Y luego Michoacán y entonces, por fin, montañas. Nunca me doy cuenta de lo mucho que me consuelan hasta que las tengo enfrente de nuevo. Por fin, un horizonte, una cadena azul, y verde.

Corajes con las noticias en el periódico. Injusticia sin fin, impunidad sin fin, pero los barrios vibran su melodía de todos los días y sobreviven sin aspavientos. Pasa el camión del gas, el camión de las naranjas, el de los fierros viejos; J. les toma video, fascinado, y toma fotos de los tendederos y los techos pelones y sin terminar, atravesados por varillas.

Me gusta estar aquí. Me gusta esta gente, este sentido del humor. Me gusta que en Morelia todavía pueda uno fumar adentro de los bares mientras bebe una cerveza, y que en las esquinas de mi colonia en Pátzcuaro la gente arme fogatas para tomar ponche sin que los multe el gobierno. Me gusta el sol, y la luz, y me gusta mucho la temperatura sin violencia de casi todos los días. Me gusta estar cerca de la gente cercana. Me gusta no tener que extrañar a nadie y poder hablar largamente con los pies recogidos en la silla sorbiendo café, en lugar del zumbido de los teléfonos públicos en Toronto.

No hay nada malo en vivir en otro lado, en todo caso, se alargan y enriquecen las listas de las personas y las imágenes y las atmósferas que nos conmueven y nos resultan cercanas. Es sólo que las raíces pierden un poco de su consistencia sólida, quizás. Vivimos en un estado permanente de nostalgia.

Casi toda la gente que conozco de mi edad está terminando una maestría o algo así, definiendo su vida con trazos cada vez más consistentes. Yo voy exactamente al revés. Me he dedicado concienzudamente a diluirlo todo y ahora, de nuevo, el futuro es una imagen borrosa, blanca. Cierro los ojos y ahí están mis sueños, y mis planes, islas verdes que tiemblan bajo el peso del cielo. Lo que me sorprende cada vez más, es que cada vez tengo menos miedo. Me estoy entregando a la incertidumbre suavemente.

El encanto dulce de las caídas. Plum. Al agua. Y milagrosamente, todo sigue estando bien

lunes, 19 de octubre de 2009

Me detuve a mitad del dia en el primer cafe que encontre, para escribir, y pensar, y tomar impulso para seguir corriendo. Desde hace un anio estoy corriendo. Estoy pintando sobre mi vida con pinceles gordos y veloces, bajo el estres sin descanso de las decisiones de ultimo minuto. Desde hace un anio el futuro es una ventana como a 10 kilometros de distancia, y solo adivino desde lejos sus colores, y su luz. La estabilidad de un trabajo o un lugar para vivir llega con fechas de expiracion determinadas, y transcurre bajo la sombra de tormentas emocionales. La estabilidad amorosa llega mientras todo lo demas se esfuma, y ahora por ejemplo, mientras escribo, no se si tengo dinero suficiente para remontar los meses y las luchas burocraticas que siguen, si puedo o no regresar a Mexico, y si puedo despues regresar a Canada. Es la primera vez en mi vida en que, ademas de no tener trabajo, ni siquiera tengo claramente un pais de residencia. Entre las sacudidas de los terremotos que desde hace un anio no terminan, ciertas verdades aparecen como pilares desnudos. Encontre por fin al hombre con el que quiero pasar toda mi vida, esa es mi certeza interior y yo reposo ahi la frente con los ojos cerrados. A veces llega la angustia en oleadas, el corazon traga saliva bajo las amenazas que flotan sobre nuestra pequenia historia de amor. J. tambien tiene miedo. Me abraza, me cuenta algo chistoso para que me sienta mejor, y me rio, y me siento mejor. Estamos bien por unas horas lejos del mundo. El mundo llega en la maniana a despertarnos, y hace frio.

Me acuerdo de este miedo, estas pausas nada mas para jalar aire mientras ni siquiera los proximos dias o las proximas horas tienen contornos definidos. Se parecen a la primera vez en Toronto, los primeros dias. Igual que entonces, los minutos estan encendidos intensamente. Se me olvidaba que la incertidumbre provoca tambien angustia, y ahora escribo con el viejo hoyo negro jalando aire desde el estomago. Para consolarme, pienso en que de veras estoy viva, estoy viviendo, me ocurren cosas, me sacuden terremotos, se levantan columnas interiores iluminadas suavemente, se fortalecen los musculos de la espalda, y los del corazon, y los del alma. No soy ya la tejedora de ciudades aereas y cristalinas, de suenios minuciosamente inventados. Soy nada mas alguien probando la superficie agridulce del mundo. Y eso me hace feliz precisamente porque no hace mucho, yo le tenia miedo a esas superficies claroscuras y soniaba mucho mas de lo que vivia. Ahora mi vida esta encima de mi como un maremoto azul, poderoso. No queda de otra mas que seguir corriendo, seguir tomando decisiones veloces a dos o tres minutos del avion que sigue, con el pulso acelerado y la gastritis latiendo en la panza que se queja y pide descanso. No hay, todavia, descanso. Pero luces calidas prometen felicidad desde sus pilares desnudos.

sábado, 8 de agosto de 2009

Esperanza. La salida facil para los ingenuos. El vicio sucio de los que suenian. Somos siempre nuestro propio director de camara; rodeados por el mundo, por el universo, elegimos close ups o tomas panoramicas, elegimos desde el interior de la cabeza el esquema de la iluminacion en turno, y la esperanza no es mas que una forma de luz, inventada. Sol a traves de la ventana a las 9 de una maniana sin obligaciones, o tarde que cae a traves de arboles o nubes amarillas, o reflejos caleidoscopicos desde el agua, o quinques ambarinos en los rincones intimos de una habitacion sin frio, o galaxias de polvo flotando en horas rojas bajo techos de madera, o cielo infinito golpeado por el viento. En medio de la noche y del suenio me despierto a medias y el duerme a mi lado, bajo la luz azul de la tele encendida.

Nada alegra y nada entristece tanto como la esperanza. Pocos riesgos tan grandes como sentir esperanza, y empezar a creer, en algo o en alguien. Nada cura y nada enferma tanto como la esperanza. Pocas cosas se quiebran tan violentamente como una esperanza.

Cultivo mi esperanza porque no se hacer otra cosa. Si se rompe, me rompo, y nada mas que hacer.

Hace unos dias, camino al trabajo, a traves de la ventana, entre los arboles, junto a las vias del tren, dos venados. Una vez oi a un venado galopar junto a mi cierta noche a la intemperie en los cerritos de Michoacan, pero esta es la primera vez que los miro asi, vivos y despreocupados, viviendo su vida de venados en un cachito de bosque amenazado por los hombres. Ahi nada mas, esperanza. La esperanza es muy cursi, casi siempre.

Y mientras la esperanza se recupera y se recupera mi talento para soniar, todo esta bien y estoy viva. Me gusta la ciudad, el pais, la gente. Canto a todo volumen en la regadera, me peino cuidadosamente en las visperas de mi domingo, me tomo fotos borrosas frente al vapor del espejo, y corro escaleras arriba hacia el proximo tren y el volumen dulce de este dia que nada mas por hoy, suena al Siamese Dream de los Smashing Pumpkins.

Desde el rabillo de mis propios ojos mi escepticismo respira lentamente y murmura entre dientes: a ver cuanto dura esta vez, la alegria. Y sin fe pero con esperanza, el lado mas salvaje de mis decisiones reclina la cabeza hacia atras, desprende las manos hacia la incertidumbre de los anios, todo el tiempo que se extiende por delante, y suenia: para siempre.

miércoles, 6 de mayo de 2009

Regresan las transcripciones rapidas y sin acentos con muchas faltas de ortografia!

1. En el avion.

Oigo a Manu Chao... "volando vengo, volando voy, deprisa deprisa mundo perdido". A traves de la ventana, cielo inmenso y azul, a mi derecha, una pareja rubia que habla de compras triviales mientras beben clandestinamente de una botellita de tequila. El tiene gripa, se suena a escondidas la nariz y ahora se ha quedado dormido sobre la mesita plegable del asiento (chan chan chan chaaaaaaan, estoy sentada junto a una victima de la influenza?). La ciudad daba una impresion tranquila esta ultima maniana (algo mas de paranoia en el aeropuerto, casi todos usando cubrebocas y cada dos minutos una voz en los altavoces anunciando la epidemia y sus sintomas). Haydee a mi lado, mi mejor amiga en la ciudad inmensa, preocupada por mi felicidad, solidaria. Nos chutamos unas tortitas de arrachera en el aeropuerto, Nos abrazamos varias veces.

Metaforica y literalmente, solo hay aire y vacio bajo mis pies, una vez mas. Muchos kilometros abajo, el mar (segun un test psicologico el mar esta asociado simbolicamente al amor). Por lo pronto, las incertidumbres inmediatas no dejan tomar conciencia de las incertidumbres mayores.

Anoche, de regreso a mi casa, encontre a Denisse (ese es su nombre artistico aunque todos l@ conocen por Charlie, "algun dia te voy a decir mi verdadero nombre, me prometio hace poco), vive bajo el puente que esta cerca de la casa algunas noches, y otras noches vive bajo otros puentes. Sus dialogos son siempre recuentos de desgracias, y casi no mira a los ojos de sus interlocutores. Su vida es ahora un descenso circular del que no puede levantarse. Tenia una tienda de campania, pero se la robaron. No es la posibilidad de tener frio lo que le pesa, sino la imposibilidad de un espacio intimo, "no todo en uno debe estar siempre expuesto a las miradas de los demas", me dice. Es inteligente. Le pregunto si le interesan las novelas y sus ojos se encienden y empieza a hablar de realismo magico y literatura francesa. Anoche, por primera vez en muchas noches, tenia esperanza. Me platico el suenio lejano de irse a una ciudad fronteriza y de ahi saltar a Estados Unidos, irse a Nueva York, y luego saltar de nuevo, a Canada.

Asi que aqui estoy, bebiendo coca con hielo, escuchando "The Test", de los Chemical Brothers, recordando intensamente a mi hermana, viviendo el suenio de Denisse, mientras se extiende a mi izquierda una pradera de nubes y siento felicidad a ratos, y a ratos, solo el vacio que se expande dentro de mi casa.

2. HOME

Esta vez, la entrevista en aduanas fue rapida y sin contratiempos, ya tenia con quien vivir, y donde vivir, y hasta chamba. El avion se fue acercando a la tierra a eso de las 7 y media, a una ciudad recuperandose de su invierno, fresca y fria por una lluvia reciente, y desde la ventana todo era pasto mojado y pedazos de vida despertando entre los arboles y ya no me sentia en el umbral de un mundo nuevo. Mire a ese pedacito del planeta como a un espacio que empieza a ser mio, rascacielos, lineas de casas, parques, manchones verdes bajo luz violeta.

El domingo desperte infinitamente triste. Nostalgia sin limites. Y dormi infinitamente feliz. Pura dulzura.

El lunes empece a trabajar, para la misma compania de limpieza, ahora en otro lado. Nunca habia trabajado tan duro en toda mi vida. Nun-ca. Es una jornada muy intensa de 10 horas y media. Tengo media hora de descanso para comer en chinga y eso es todo. No hay ningun otro espacio para detenerse a respirar. El regimen es hitleriano, a la gente la reganian si se regarga dos segundos en la pared para tomar aire. Cada cierto tiempo me descubro diciendome en silencio "tu puedes Jimena, tu puedes". Y al final me miro con un orgullo pequenito, porque si puedo, me duelen los pies como luego de una caminata Patzcuaro-Zirahuen, y me duelen todos los musculos, y algo en mi se fortalece y aguanta.

Y hace frio, y los dias son grises, y los arboles estan pelones, pero hay brotes verdes por todos lados, y cada dia es mas largo que el anterior, y hay brotes de belleza tambien, por aqui y por alla, todos los dias, mientras se acerca la promesa del verano.

3. HOY.

A veces siento como si el puro brinco al precipicio fuera ya demasiado, esta decision de irme y dejar tantas personas y espacios luminosos para empezar de nuevo la dura tarea de una vida, reducida a la casi esclavitud por mi estatus migratorio [mientras el amor es suave y real, imperfecto y acido], como si el solo esfuerzo de respirar y moverme a lo largo de estos dias nublados se llevara consigo mi capacidad para estar viva justo como me gusta estar viva, es decir, en medio de dulces tensiones y sobresaltos. A veces siento como si mi talento para el encanto y la sorpresa (quizas mi unico verdadero talento) estuviera languidamente recargado en un espacio trasero de mi espiritu, cerrando los ojos, pidiendo reposo.

Sin embargo, todo es relevante, los labios pequenios y las miradas infinitas de J.; la euforia del dia libre; el puesto de Hot Dogs que sigue en la misma esquina de Dufferin Station y ahi, la breve conversacion con dos paisanos, tan molidos como yo (mas, seguramente), que trabajan recogiendo basura o lavando ventanas o haciendo jardineria, que acaban de llegar y no han estado aqui en el invierno y lo miran todo con esperanza y ganas de quedarse; y el arbol en la esquina de la casa que de un dia para otro ya esta cubierto de flores blancas; y la vida al lado de este hombre (duuuuulce) que se emociona (igual que yo) con los nuevos brotes o los escarabajos, y se entristece a veces tambien (igual que yo), como si lo persiguiera una llovizna; y los momentos en los que el tren sale a la superficie del mundo y muestra grupos de arboles contra un cielo blanco que no existe en Mexico, un cielo frio contra el que se recortan y se afilan las siluetas; y Velvet Underground; y las cartas y los mensajes que llegan de Mexico enviando carinio y pidiendo noticias; y de nuevo esta sensacion de la realidad desde sus sotanos, desde su orilla; promesas de lo aun no visto, aun no viajado y no hecho. Y los musculos adoloridos por el trabajo. Todo es relevante y mi corazon lo mira todo, exhausto, como detras del primer umbral del suenio.

Me muevo a lo largo de estas calles con la seguridad de los habitantes, ahora. Ya no hay miedo, como antes, ya no hay drama, buscando casa y comiendo un hot dog al dia. Hay desde el primer lunes, un trabajo, y largas jornadas, ojos vigilantes, y horarios. Rutas familiares (las mismas, todos los dias), movimientos inconscientes por las estaciones del metro a la izquierda o la derecha con el cafe en la mano por las manianas, en piloto automatico.

Y entonces, hoy, ahora. Escucho por 5a o 7a vez "Venus in Furs" a todo volumen, y estoy en High Park recargada contra un tronco (sin J., porque hoy el trabaja), hace frio pero solo un poco y el cielo es blanco y los arboles hacen dibujos de tinta china en un mundo que es sobre mi cabeza una foto a blanco y negro. Son solo huesos de arboles, sin follaje, pero estan cubiertos por brotes pequenitos, botones redondos. Viene la vida otra vez, de regreso, reapareciendo tan subitamente como desaparecio en el invierno. Son las 6 y media y hay mucha luz pero nada de sol, el cielo es blanco sin matices, el cielo es una sola nube sin orillas, y los arboles estan pintados con esbeltos derrames de tinta, y sobre mi cabeza nada tiembla con el viento, todo es hilos negros, firmes. Algo se sacude otra vez, en mi pecho o mi espalda, y estoy bien, mientras la gente corre a mi alrededor con sus perros y una mujer lee descalza el periodico con los pies recogidos, sobre una banca. Por fin siento, con alivio, como se humedecen mis ojos un poquito, y se, entonces, que soy capaz de una felicidad solo mia, que no depende de nadie, ni siquira de J., que sigo aqui para mi misma, y que el mundo todavia me conmueve.

martes, 21 de abril de 2009

Así que no hay ensayos ni partitura ni guión ni nada. Estamos desprotegidos frente al espacio inmenso del tiempo que nos resta, un espacio blanco de pura incertidumbre. Alguna vez escribí que quiero llenar ese espacio con dibujos (flores con chapitas, soles sonrientes, abejas gordas, con crayolas de colores), con líneas ligeras y flotantes, y no importa si hay que tachar y rayonear un poco las hojas del tiempo en blanco; los tachones se sienten mejor que los años que transcurren vacíos, con paraguas alejándonos siempre del cielo y de la lluvia.

Chingá.

Esta ciudad hermosa-horrible. Hace unos días fui con mi mejor amiga a ver una exposición de foto, y atravesamos la unidad Nonoalco-Tlatelolco con sus columpios y su tarde de sábado y sus niños en bicicleta para enterarnos del 68 en Praga y los tanques rusos. Atravesamos el memorial del 68 mexicano para llegar al sótano donde se exhibe el 68 checo. Y luego salimos a la luz tibia y los gorriones, un gato blanco entre las ruinas prehispánicas, un servicio religioso casi desierto al interior de las puertas de la Iglesia; construida con las mismas piedras de las pirámides, por las mismas manos morenas. Y era el lugar perfecto para empezar a despedirme de la ciudad. Luz anaranjada y niños pedaleando, la vida dentro de los edificios de departamentos respirando su aire secreto de pan dulce en las mañanas y uniformes escolares. Música tenue desde alguna ventana. La gente acompasada y amable, deteniéndose a comprar nieve de tamarindo. Todas las cicatrices del lugar casi invisibles, por lo menos en el aire enrojecido de esa tarde.

Casi 7 años viviendo en esta ciudad y nunca había caminado realmente por la explanada. Hubo una matanza ahí, cientos de años antes de la otra matanza. Y luego el terremoto del 85, y edificios enteros con todas sus familias colapsando para siempre. Y ahora, aunque sea sólo por ese rato, el cielo ligeramente rosa y palomas, y gente comprando fruta en la tienda de la esquina. Un montón de cicatrices que nadie debe olvidar nunca, por supuesto, pero ahora, un respeto creciente a la forma en que entre los edificios y los jardincitos la vida va de acuerdo a su propia suave música a lo largo de las horas. Después de todo, no somos un pueblo sombrío, aunque no nos faltan razones para ser sombríos (tampoco nos han faltado razones para la suavidad y la alegría).

De ahí nos fuimos al Ollin Kan y escuchamos a una banda balcánica que hizo bailar a todos, entre otras cosas, pero como otro regalo de despedida salió “Nine Rain” a tocar en vivo la música para una película silenciosa, hecha por rusos, acerca de México. Imágenes a blanco y negro, muy bellas, y este país, cruel y dulce. Tan feo y tan bonito.

Yo soy de aquí, pero me estoy yendo. Ya casi parto, con la misma mochila sobre los hombros y ahora otras incertidumbres, más profundas. Ahí voy. Ciega. En el nombre de mi fe en el amor, aunque no sea yo una mujer de fe y certidumbres. Y todas las personas y los espacios que están ahora enraizados en mí, íntimos y profundos, laten con la luminosidad de las despedidas. El amor es J. Amor que tiembla sobre el vacío, no escrito aún sobre el tiempo en blanco. Pero el amor es también todo esto, una geografía bien conocida. Nombres que me hacen encogerme de ternura. Lazos interiores, irrompibles, que van de uno a otro estómago, que conectan glándulas y lagrimales, y retratan largos diálogos, azules. Historia. Esquinas, canciones, que evocan a momentos y personas, eternas, circulares. Una plaza por ejemplo, en la que me senté bajo la lluvia; y en la que me emocioné entre la muchedumbre, en conciertos; y en la que canté himnos, en mítines políticos; y me perdí a medias una madrugada; y en la que me paré desnuda una mañana; y me sentí deslumbrada muchas veces, de muy distintas maneras, de día y de noche, por la belleza de la ciudad, al lado de cómplices que también se deslumbraron. Y por ejemplo, la cocina donde le da por cantar y bailar a mi mamá. Y los cerritos que caminé muchas veces siguiendo la figura alta de mi padre, en Pátzcuaro. Y patios con nísperos o árboles de limón, y geranios en macetas de barro. Una cama individual compartida con mi hermana, mi ángel más cercano. Y el sábado, por ejemplo, una explanada que evoca a un pasado que no fue individualmente mío, pero es mucho más mío y más cercano que el pasado de los que viven en Praga. No debería ser así, y los dos importan lo mismo. Pero la verdad es que me palpitó el pecho cuando vi las fotos con los checos rodeando a los tanques invasores; pero me palpitó más fuerte cuando oí los testimonios sobre la manifestación silenciosa. Las raíces, chingá. Ahí están. Qué bueno. Personas, lugares, que se van conmigo, en mí.

Traigo el boleto de avión en la mano y corro hacia el precipicio resolviendo trámites de última hora, pero no me aguanta siempre la audacia. A veces cierro los ojos y corro. A veces los abro y cuestiono, y siento miedo interminable, y nostalgia triste por todo, desde las hermanas reales y adoptivas, hasta el sonido de mi idioma en mi voz, que en inglés no suena por completo como mi voz. Pero es que así soy yo, ya me conozco, me gusta la vida en papel, en ideas seductoras, en sueños, pero la realidad me sigue dando un chingo de miedo. Ya no hay de otra. Nomás hay que respirar profundo y agarrar la caja de crayolas, y dibujar la primer línea azul, o verde.

lunes, 30 de marzo de 2009

feliz (idiota)

Las imágenes que me gustan se repiten muchas veces aquí. Los saltos al vacío, por ejemplo. Tomar impulso, empezar a correr y no detenernos hasta que el suelo ya no esté debajo y sólo quede la caída y el hoyo negro en el estómago. Si dudamos a medio camino, si hacemos una pausa, cualquier pausa, entonces ya no hay más salto y el umbral se cierra y ya estuvo. Ese es el único método que conozco para ser valiente (o idiota). Las decisiones irreflexivas. En el momento en el que empiezan los cálculos, y la búsqueda de operaciones exactas y equilibradas, todos los impulsos se adormecen y ya no hay más movimiento. Lo único que nos garantiza seguridad es quedarnos donde estamos, entre coordenadas familiares desde las que es posible sumar o restar y multiplicar o dividir por adelantado. Los saltos al vacío son inciertos y todo puede acabar en lastimaduras sin remedio. Hay gente que apuesta con sus ahorros, con su quincena, y hay gente que apuesta con su vida. Cada decisión es una apuesta y una torcedura irreparable sobre el tejido de nuestro futuro. Estoy convencida de que nuestras decisiones lo cambian todo, para siempre. Y las mías, son casi todas decisiones de último minuto. La distancia entre mi vida apacible en la ciudad de México y el aterrizaje en blanco sobre Toronto fue de dos semanas (dos semanas para renunciar al trabajo, comprar el boleto de avión, sacar el pasaporte y estar de pronto a unas doce de la noche atravesando el cielo sin posibilidad para el arrepentimiento). Y mi vida es distinta, para siempre. Ahora estoy enamorada de un hombre delgadísimo y dulce que espera mi regreso. Y una vez que ya estamos en el territorio del amor, las coordenadas y los cálculos se desvanecen. Los seres románticos (especie deslumbrada) nos dejamos seducir fácilmente y preferimos la fe en ideas hermosas al convencimiento basado en cálculos realistas. Idiotas. Queremos poesía, no definiciones. Queremos carreteras sin fin, y nos decimos en silencio una y otra vez palabras como: la magia la magia la magia, los instantes milagrosos, el horizonte. Los saltos. Al vacío. Los románticos sabemos apreciar la dulce embriaguez de una caída. Poco después viene la realidad, por supuesto, a despertarnos, y probar hasta dónde llegan nuestras fuerzas más allá de todas las promesas y las palabras que nos gusta murmurar a veces. Y todo es terrible entonces, y agridulce, y la luz de los días se afila y se congela, y el tiempo duele y también hay dulzura sin límites y horas indescriptibles en las que extendemos nuestras alas por completo. Y puede ser que a los románticos nos gusten también esas tormentas majestuosas.

El amor es un accidente. Una noche de nieve y ventisca y un departamento revuelto, y discos de Junior Murvin y un hombre que hace florecer su dulzura entre callejones y whisky, en el invierno. Nada que hacer. A los románticos todo se nos hace borroso mientras el corazón se inflama para prometernos (idiota) la belleza. No se crean, a veces tenemos instantes de lucidez adolorida y sentimos pánico. Apretamos el milagro contra el pecho mientras la realidad se acerca a cabalgarnos y ver si nos quiebra o nos paraliza.

Entonces repito en silencio las líneas de un libro famoso (el amor todo lo sabe, todo lo puede). Sonrío porque, quién lo diría. Tan escéptica yo, con respecto a casi todo y ahora, esta fe resplandeciente en J., y en mí.

Me voy a Toronto, de regreso. Todo es complicado y agridulce y no va de acuerdo a ningún plan. Mi vida antes era tranquila. Ahora sólo es veloz, y afortunada.

miércoles, 21 de enero de 2009

semana vertiginosa

Una maniana, reciente, antes del trabajo, en un restaurancito, junto a la ventana.

Esta es mi mas violenta ternura. Todo es hermoso hasta la raiz de las corneas, todo duele a veces, y a veces, todo es cielo puro acariciando mis alas (yo era cursi antes de estar enamorada, los nuevos niveles son toxicos y vomitivos, si usted querido lector se siente enfermo por el exceso, recomiendo detener en este momento la lectura). Hemos compartido minutos y horas reservados para la zona poetica de mi memoria (robandole una imagen a Milan Kundera, oooootra vez), ahi donde guardamos solo las cosas que nos intoxican por completo, con su belleza. Tengo esas imagenes, y estoy incluida en ellas, no son cuadros lejanos de J., sino con J., a mi lado, muy cerquita, y me siento afortunada y a veces pienso en la esperanza como si pudiera asirla, apenas. Estoy partida en dos por la ternura. Estoy consciente de todo. Estoy jodida. A veces llegan las grandes olas de terror. Me voy en dos semanas, y no puedo ni pensar en eso, no hay nada bajo mis pies, puro precipicio. Pero tengo alas, a veces, y nada es oscuro, todavia. Todo es deslumbrante.

Sen-tir-lo. Calido. Dulce. Tener su rostro pegadito al mio, su nariz frotando a mi nariz con dulzura. FELICIDAD, entonces. FELICIDAD, ahora. Estoy en el restaurancito junto a la chamba y acabo de desayunar un desayuno opulento y el esta ahi, a unos metros de mi del otro lado de la calle y los dos odiamos nuestros trabajos (el me dijo, es inhumano, a veces creo que podria romper a llorar mientras estoy ahi), pero tendremos nuestros encuentros en los pasillos, miradas significativas y secretas, y me siento permanentemente intoxicada, ESTA ES LA FELICIDAD. Que no se me escape esta conciencia, mientras afuera cae la nieve y hace frio y el lunes es blanco y gris, y estoy aqui, y SE que SOY FELIZ.

Dos dias despues, creo, en el cafe de la esquina.

A veces vienen juntos el miedo y la tristeza. Partida en dos por la ternura ahora, despues solo voy a estar partida en dos. Me predico calma y trato de practicar distancia. Entonces por ejemplo el se esconde detras de una columna y me mira con ojos luminosos. Me invita el lunch, se sienta a mi lado, y acerca el periodico para leer conmigo, y parece como si hubieramos compartido esos rituales desde hace muchos anios. Y solo pienso, en mis momentos mas insanos, que no me puedo imaginar otra alma como la suya para estar a mi lado. Asi las cosas. No me queda de otra mas que entregarme sin resistencia a la felicidad de estos ultimos dias. Practicarla a conciencia, con todos los tejidos nerviosos. No hay despues, ahora. Hay lo que hay mientras los minutos se abren en nuestras manos como frutas maduras.

Y hoy.

El me hace sentir cada vez mas segura, el se hecha encima de mi como sol, como una manta. Me siento dispuesta a ir con el a traves de lo que sea, cualquier enfermedad, cualquier tristeza. Su corazon maritimo es el unico lugar donde puedo hundirme sin heridas, sin oscuridad, sin arrepentimiento.

domingo, 4 de enero de 2009

Mas transcripciones rapidas y sin acentos.
El primer dia del anio.

En huelga. Ensombrecida. Se que no se trata solo de estar aqui, automaticamente, sino de ESTAR aqui, pero me siento desgastada, y sin luz. Solo quiero hundirme un momento debajo de las cobijas y cerrar los ojos y apagar el pecho, unas horas. J. y yo habiamos quedado en salir juntos la noche del 31, pero el pobre se enfermo horriblemente del estomago. Lo fui a visitar, me estaba esperando en la parada del metro, palido, casi helado. Le lleve sopa pero el no queria comer nada, todavia. Nos acostamos en el colchoncito en su cuarto a ver la tele. Dulce, delgadisimo J. Se veia en los huesos. Yo quede con el por telefono en irme temprano para dejarlo descansar, y pense que me daba tiempo de ir al “Bandido Mexicano”, a celebrar con los paisanos antes de las doce. J. aun tenia que ir a cada rato al banio, y solo tomaba sorbitos de agua, y se veia cansado, pero a veces se encendia otra vez su entusiasmo y se levantaba de un salto para explicarme con gestos tal personaje de una parodia comica, o los movimientos del mar en ciertos lugares del norte. Yo habia pagado una reservacion cara (32 pinches dolares) por la cena en “El Bandido”, a invitacion de Edgar, otro mexicano, quien se esta quedando por unos dias con Rodrigo. Pense que no me podia zafar de eso, asi que a las 11 me despedi de J. Lo abrace en el umbral de la puerta, al filo de la nieve, y el a lo mejor hubiera querido que me quedara, pero solo sonreia una de sus sonrisas caracteristicas mirando al suelo, apenas de pie, todavia mareado por la enfermedad. Debi mandar la reservacion a la chingada y quedarme con el por lo menos hasta la medianoche pero no lo hice. Viaje en metro de regreso a la orilla opuesta de la ciudad y a ratos entraban a los vagones parvadas jovenes y alcoholizadas, cantando a todo volumen canciones de los Beatles, riendo escandalosamente, encendidos, balanceandose en los tubos de metal, resbalando de sus asientos, sin poder estar de pie, sin poder estar quietos. Y habia personajes nocturnos, maquillados dramaticamente, cabellos fosforescentes y multiples perforaciones en el rostro. Y habia personajes solitarios, vistiendo su ropa de todos los dias, quietos en sus lugares. Yo ya llevaba encima mi tristeza. Una tristeza que fue creciendo a lo largo de la noche. Llegue al bar mexicano y el chavo que me invito y al que le pague la reservacion no estaba. Rodrigo me hizo un lugar con su familia y me sacaron a bailar pero la tristeza para ese momento era ya una nube a punto de romperse sobre mi cabeza. Yo estaba ahi, pero no estaba celebrando nada. Finalmente llego Edgar y se sento a platicar conmigo y bailamos una pieza nortenia y el baila muy bien, pero un poco antes de las dos de la maniana Rodrigo tenia que ir por algo a la casa y aproveche el aventon y me tendi en la cama y me dormi hasta ya muy empezado el dia siguiente. Ahora escribo desde la sala de C. (el guardia de seguridad), con quien voy a vivir este ultimo mes, escribo en el sillon que me servira de cama y C. salio desde hace rato y la tele esta encendida en los creditos finales de una comedia romantica. Perdi mi tarjeta de larga distancia y no puedo hablar con mi familia ni mis amigos porque hoy todo esta cerrado, y creo que estoy evadiendo la sensacion tangible de ellos, alla. Ahora vivo en un departamento, al filo de una avenida, y se escucha el sonido del trafico. Ese sonido me gusta.

HOY.
ALGUNAS SENIALES DE QUE MI CORAZON SE HA IDO POR LA PENDIENTE RESBALOSA Y TODO ES TRISTISIMO Y DESESPERADO.

* Pienso en el, todo el tiempo.

* El viernes le dije, ey, somos vecinos ahora, vivimos cerquisima, deberiamos hacer algo juntos, y el me dijo, pues hoy, asi que saliendo de la chamba fui otra vez a su departamento y el me puso discos de CRASS, una banda de punk, irlandesa, y discos con canciones poco conocidas de Bob Marley, y luego un poquito de War, y un poquito de Johnny Cash. Y yo estaba ahi, de una manera mas bien tenue, y me di cuenta de que me gustan las manos de J., muchisimo, y su rostro tipicamente irlandes y las patas de gallo alrededor de sus ojos encendidos. Y ya empezaba a estar todo perdido desde entonces, o desde mucho antes. Desde que llegue a Toronto (y desde siempre) he estado preparando mi naufragio, he estado persiguiendo el momento para quemar las naves del pecho (y perderlas al fondo del mar). Cada quien sus abandonos y sus debilidades. Mi problema siempre ha sido el mismo, siempre ha sido que voy ansiosamente buscando abismos para caminar por la orillita y antes de que llegue la garantia de un puente resbalo y me hundo oscuramente hasta que todo duele y es un poco dulce y un poco acido y ya no tiene remedio.

Hoy el descansa (hoy es domingo), pero vino a la tienda y paso como media hora platicando con M. junto a la caja, y apenas si nos saludamos y apenas si nos despedimos, de lejos, gestos brevisimos de reconocimiento. M. es una de las cajeras y es una mujer hermosa y dulce y J. la quiere desde hace quien sabe cuanto tiempo y el de ellos tambien es un abismo del que solo adivino imagenes borrosas. La familia de M. es originaria de algun lugar en el cercano oriente y son musulmanes. Ella tiene como 22 anios y su piel es color trigo y sus ojos son como ojos de gato, enormes y rasgados y de un intensisimo color miel. Es, ademas, una presencia serena y segura. J. me confeso que la quiere, hace varias semanas, antes de que empezara a quererlo o me imaginara que iba a quererlo, me dijo "I would date her in a second, and she knows it, too", el problema es que su familia es muy religiosa, y J. tendria que ser musulman y no limitarse a ser su novio, sino casarse asi nada mas, tajantemente. Se que se ven a veces para comer juntos y eso es mas o menos todo lo que se. J. lleva quien sabe cuanto tiempo caminando en circulos alrededor de esta historia imposible y a lo mejor M. es la razon por la que el sigue trabajando en la tienda. De cualquier forma, los dos forman parte de este barrio desde hace mucho, y conocen a sus mutuas familias, y se encuentran en las calles con frecuencia. Y cuando yo le digo a J. deberias simplemente tomar un avion y lanzarte a Mexico el se encoge de hombros y me dice que ni siquiera tiene pasaporte y que la burocracia canadiense es imposible de remontar para esas cosas. El no tiene ganas de irse a ningun lado, ni siquiera por un tiempo. El forma parte del tejido de estas esquinas y estos pasillos, y el bar de la esquina, y M. Y yo se que J. disfrutaria de cada segundo y cada piedra de Mexico, pero el asunto es que el se las arregla para emocionarse con los segundos y los personajes y los semaforos y los itinerarios de este barrio de Toronto y no le hace falta nada mas (no le hago falta yo, por ejemplo). Hay algo zen, ahi. J. no parece necesitar nada. Tiene su colchon, su tele, su dinero para la renta, su aparato para la musica y un chingo de discos, dinero para comida, y cervezas, y 3 guitarras que ya no sirven. No tiene celular, ni computadora, ni ipod, ni dvd. Todavia escucha cassettes y camina a todos lados con un discman viejo (se parece a mi en esas cosas). Pero nada en el, nada, nunca, en sus movimientos o sus conversaciones es opaco o distante. Ese es el asunto. J. no necesita de nada para estar intensamente involucrado con todo, y con todos. Y lo que pasa es que entre a ese departamento de sotano la noche en que habia tormenta y vi la orilla, el pedazo luminoso de periferia desde el que J. esta en su vida, y es profundo, es inteligente y sutil y calido y transcurre con integridad dulce y capacidad sin descanso para el asombro. Ese espacio lleno de botellas vacias y ropa desparramada, y cambio revuelto con discos sobre la mesa y el sillon, podria ser la celda de un monasterio, y J. es una especie de santo, al margen de todo lo religioso y al margen de todos los slogans y todos los discursos. J.es una de esas figuras esbeltas a punto de desvanecerse. La vida de J. en este barrio del este de Toronto es el equivalente a el bosque de un ermitanio, es un lugar para estar en el mundo desde el margen, sin asumir cualquier carrera sin aliento en pos de titulos o victorias, o cosas, o prestigio. Por supuesto, yo he pensado mucho, y mas a ultimas fechas, en la belleza de esas figuras delgadas, y ahora encuentro a J., y todo es triste, infinitamente triste, y ya no tiene remedio.

Cuando J. llego hoy a la tienda y lo vi, hubo una violencia aguda en mi estomago, una violencia que casi habia olvidado, una violencia que no sentia quizas desde mis anios de la prepa. Y luego lo vi platicando con M. y todo estuvo claro, asi que me quede con la escoba en la mano en la seccion de las verduras, inmovil entre los clientes ajetreados, y no se que cara tenia pero una mujer se me acerco y me dijo, "happy new year, don't look so sad." Uf. Soy en este momento una figura al borde de una mesita en un cafe escribiendo velozmente en mi cuaderno tamanio profesional y afuera la noche esta helada cerca de Dufferin Station, y traigo el rostro enrojecido y humedo por la tristeza.

Pero el asunto es este. Hace rato que no me sentia tan viva como ahora justo ahora. Y a pesar de lo amargo, esa sensacion me gusta un chingo. Hay algo de lucidez oceanica en esta tristeza helada. No se si tengo el temple para desvanecerme en un margen para siempre, pero estoy en un margen ahora. Toronto es mi pedacito de periferia. Y el asunto con las orillas como esta, no importa sin son una selva o una playa o una carcel o un monasterio o un barrio del este y una pinche tiendita de supermercado, es que son ventanas asombrosas para mirar el universo. Estoy mirando al mundo en carne cruda y sin refugios. Estoy mirando al mundo intensamente (lo malo es que no siempre consigo que el mundo me mire de regreso). Estoy mirando al mundo, estoy mirando a J. J. no me mira, esta mirando a M. Me limito a estar, en medio de sensaciones saladas y oscuras que se han ido intensificando cada dia. Estoy, simplemente estoy, en la version mas triste de mi misma. Y si quiero que J. me vea a lo mejor tengo que hacer aspavientos o desplegar estrategia pero para esas cosas nunca he tenido la energia. Nunca me han dado ganas de competir por un hombre. J. regreso tiempo despues a la tienda, hoy, y se acerco a platicar conmigo, y M. hizo varios movimientos territoriales para llevarselo y yo pense amargamente que que derecho tiene ella a ser territorial si no puede ofrecerse a J. mas que como suenio o como fantasia. Pero que derecho tengo yo. Yo me voy a Mexico en menos de un mes. Mi batalla estaba perdida, con M., o sin ella. Que derecho tengo, que derecho, mi corazon insano, para enfilarme todo el tiempo en el bando equivocado de todas las guerras.

viernes, 26 de diciembre de 2008

Transcripciones rapidas y sin acentos de dias pasados, desde el cafe junto a la estacion de Dufferin:

Hace como 6 dias:

Cada vez que enfrento una decision, no importa si es enorme o diminuta, me pregunto si va a enviar todos mis anios del futuro en una direccion completamente nueva. Todo el tiempo, frente a mi, la baraja abierta de mis vidas posibles. Sigo pensando en cosas como la magia o el destino. Y es inevitable para mi pensar al mismo tiempo en cosas como el amor. El pulso terco de mis obsesiones, sin descanso. Me pregunto, por ejemplo, a quien voy a conocer, y donde. Y me intrigan las decisiones que el universo parece tomar en mi lugar. Uno de los primeros dias en Toronto, cuando ya tenia casa pero aun no tenia trabajo, fui a buscar una agencia que estaba lejos, en alguna orilla muy al norte de la ciudad (una y otra vez, mis arranques y mis nociones vagas e impracticas acerca de las cosas). Entre a un subway, me atendio un chavo guapo con los ojos rojos de cansancio y la actitud embotada de los que llevan muchas horas repitiendo actos rutinarios. Me miro (sin mirarme), me pregunto que queria en mi sandwich. Ese sandwich iba a ser mi unica comida del dia (a veces extranio el poder de aquellos dias dramaticos), asi que le dije, como ninia en una tienda de dulces "EVERYTHING" Entonces me miro, por primera vez en realidad, y sonrio quizas porque se dio cuenta de que yo estaba ante los ingredientes de mi sandwich como alguien frente a sus regalos de navidad. Comi sola en una mesita de plastico saboreando cada centimetro y mirando las imagenes tras la ventana: un estacionamiento, una avenida, una sensacion desierta y gris, y mucho viento. Cuando me iba, el chavo me hablo (ya no puedo recordar su nombre). Me dijo que le parecia muy hermosa y que no se queria separar de mi. Hablamos unos minutos. Me acuerdo que me gusto, que me gusto su sonrisa (ojos color miel y patas de gallo), platicaba con inteligencia y senti algun palpito sutil, interno. En aquel entonces mi angustia era no tener trabajo. Era mi primer sabado en Toronto. El me dijo que era de la India y que el lunes se regresaba a su pais por un mes, que nos vieramos al dia siguiente. Intercambiamos telefonos. Ese mismo sabado consegui trabajo y el domingo prometido a el lo pase inaugurando la rutina que se ha convertido en mi pan de todas las semanas desde entonces. Y mi telefono se apago. Yo, semi-analfabeta con respecto a todo aparato electronico y analfabeta absoluta con respecto a los celulares (chunches con los que nunca he podido sostener una buena relacion o una relacion duradera), pense que me habian vendido algo de mala calidad y que mi telefono estaba descompuesto y ni modo. Resulta que solo se habia apagado (ja), pero eso lo averigue varios dias despues, ya mi promesa hindu de regreso en la India. Su numero desaparecio de mi agenda, no se como. Asi que ahi lo tienen. El universo decidio por mi a traves de pequenios accidentes y bifurcaciones. A veces me da por pensar en que hay hilos subterraneos sobre los que solo debemos deslizarnos, y que ahi, de algun modo, esta tejido un cuadro o una imagen general contra la que no tiene sentido resistirse, como si eso fuera enredar los hilos en lugar de permitirles dibujar el lienzo diminuto que tenemos reservado. Como si hubiera algo parecido a musica entre cada quien y las esquinas y las estrellas y las sombras y los rostros y los puentes y las puertas que se cierran o se abren un segundo antes o un segundo despues, y como si hubiera que, de algun modo, cerrar los ojos suavemente, algo asi, siguiendo el ritmo de nuestros acontecimientos, latiendo de acuerdo a algun otro latido mas universal y profundo. Cada quien cree que sabe y cada quien interpreta las seniales de acuerdo a sus propias contrasenias para la belleza, asi como Teresa y el numero seis de la habitacion de Tomas y de la Sexta de Beethoven y de las seis de la tarde. Y mis obsesiones. Viejas. Repetitivas. Las viejas repeticiones de mi cabeza y el blog y lo siento por mis lectores legitimamente aburridos. Y no me inclino ante ideas como estas con fe, ni siquiera ante ideas que encuentro bellas, como la imagen de hilos y algun latido cosmico conectado por redes infinitas a lo que ocurre dentro de mi pecho. Porque otras veces me por pensar en que todo son accidentes sin mensaje oculto, sin musica. Cada quien, nada mas, su voz ante el silencio. Y entonces no se trata de deslizarnos suavemente sino de respirar profundo y tomar decisiones y tener agallas. Y no se trata de relajar las manos sino de apretar los dientes. Apretar el estomago y los punios y trazar con pulso firme o tembloroso sobre nuestros momentos del presente y el futuro. Uf. Nada amedrenta tanto como la propia libertad. La baraja de las vidas posibles y uno ahi. Muchos destinos en lugar de uno solo y el camino de la izquierda o el de la derecha, camine usted y averigue, pero primero, elija.

La magia esta ahi donde uno la encuentra. Que hacia yo, tan al norte de la ciudad en un subway en un estacionamiento en medio de la tarde y de la nada dos dias antes de que un hombre regresara a su pais llevandose consigo todas sus posibilidades. Y la magia acaba ahi donde uno la pierde. Y pinches celulares de mierda siempre les fallo y siempre me fallan. Tambien habia un guerito de ojos azules que me gusto y ante el que no hice ninguna aparicion brillante pero me pidio mi telefono de todos modos (a lo mejor solo estaba siendo amable) y mi telefono lleva mas de dos semanas sin credito. Estoy arrastrando la precariedad hasta el final de estos dias, y maniana me pagan y cobro hasta el martes y si el guerito intento comunicarse conmigo, estoy segura de que esa es otra puerta definitivamente cerrada (yo no tengo su numero). Y eso es lo de menos porque ahora, ganas de acurrucarme y perder la batalla, ganas de Mexico. Santa Jimena autocompasiva asoma la cabeza y pide reposo. Pero si no hay un solo destino, sino muchos, entonces no se trata de aflojar las manos sino de apretar el punio y lo mas emocionante nos ocurre cuando somos valientes. Uf. Ya veremos. Aparecio mi metropas, por cierto. Pero se me olvida si es que al final creo o no creo en las seniales.

Hace como cinco dias.

Alguna noche de insomnio estos ultimos dias vi en la tele un programa sobre Joan Crawford. Creo que nunca he visto una pelicula suya, pero la ubico por un libro de fotos de estrellas de Hollywood que me encantaba hojear cuando era ninia. En este programa pasaron imagenes de ella en los 20s al centro de una pista en un club nocturno bailando con desenfado absoluto, segura, y languida, y feliz. Luego citan a Scott Fitzgerald describiendo a Joan Crawford y mujeres de los 20s igual de languidas y felices, y solo recuerdo esta frase: "Young things with a talent for living".

Es algo en lo que tambien pienso mucho. Talento para vivir. Eso es todo. A lo mejor se tiene o no se tiene, igual que el oido para la musica. A lo mejor llega a sus picos y luego cae lenta o abruptamente como le ocurre al talento de muchos artistas. Pienso en Jack Kerouac: talento para vivir. Neil Cassady: talento para vivir. (Mi madre: talento para vivir). En alguna parte de la novela (NO, TO-DA-VI-A NO TERMINO DE LEERLA), Jack esta viviendo en un barrio de las orillas de San Francisco y trabaja como vigilante nocturno en unas barracas para migrantes temporales que esperan su momento de zarpar al mar. Tiene un amigo cercano, un loco de corazon enorme y vida al borde de uno o varios precipicios. Y por las noches, en lugar de patrullar las calles sin crimenes y arrestar gente por borracheras ruidosas, entran de contrabando a la fuente de sodas local y asaltan los refrigeradores, y comen punios llenos de helado. Eso es lo que yo resumiria como talento para vivir.

Asi que ahora estoy. Aqui. En esta ciudad hermosa donde palpita el primer invierno verdadero de mi vida. Y puedo adormecerme o puedo estar despierta. Ojala fuera yo una verdadera virtuosa de la vida. Entonces, estoy segura, habria encontrado al menos un complice para la precariedad y seria una figura languida y feliz en el centro de una electricidad azul o roja. Mi talento alcanza por lo pronto para momentos de deslumbre y dulzura, espasmos brevisimos en el pecho. A veces me dan ganas de estar despierta y esperar un poco mas a que un poco mas de este nuevo mundo me sacuda. Otras veces solo quiero relajar de una vez los musculos y el alma.

ESPASMOS BREVISIMOS EN EL PECHO:

-Empezo a nevar como a las 11 de la noche. Sali de la casa a ver la metamorfosis inmediata de la calle, de pronto completamente suave, y blanca. Una calle dormida con sus luces de navidad y su silencio bajo la caida de todo lo delicado con lo que fantaseaba de ninia mirando al cielo, nubes de algodon deshaciendose sobre la tierra, materializadas en los techos y los tallos de las flores y las banquetas y los hilos de la luz.

-Tome un tour con los chinos (todo lo ofrecen mas barato, incluidas las cataratas del Niagara). El autobus le da la vuelta al lago. Salimos de Toronto y el horizonte a veces era esqueletos pardos contra el suelo blanco, y el lago se tan interminable como el mar. Todo es plano y es interminable y el cielo es una opresion blanda y palida sobre las orillas del agua y de la tierra. Vi pasar un grupo de aves migratorias, como 5 cumulos veloces formados en V, y parecio como si pasaran muy cerquita de la ventana. Iba oyendo a TV on the Radio y creo que ultimamente las bandas sonoras se han acoplado perfectamente con las imagenes en las calles, detras de los cristales. No saque la camara, para no preocuparme por angulos y fotos, y me perdi en el mundo cambiante frente a mi. Musica y carreteras. Combinacion luminosa. Especialmente en paises nuevos, donde la belleza carece de acentos familiares.

De las cataratas si hay fotos. Hacia un chingo de frio. Los barandales y las lamparas de los caminos estan cubiertos de agua congelada. Y el sonido de la caida es algo poderoso.

Hace como tres dias:

Sin dormir. Cambiar el boleto fue una tarea angustiante que empezo en la maniana ante una linea de telefono permanentemente ocupada, continuo en mi media hora de descanso en un cafe internet ante una pagina sin posibilidades de movimiento, siguio despues en la linea ocupada, luego en la noche, una hora y media de camino al aeropuerto y ahi, una fila larga y casi inmovil, mas de dos horas y entonces al filo de la medianoche con la novedad de que se cerraban los mostradores y nada que hacer. Caos. Miles de canadienses tratando de hacer lo mismo que yo porque al parecer las pasadas tormentas provocaron la cancelacion y el retraso de muchos vuelos en las visperas de navidad. Llegue a mi casa a la 1 y media y desde el telefono de Rodrigo segui marcando al numero ocupado. A las 2:50 me conectaron a una grabacion y me dejaron en espera. A las 6:30 (media hora antes de que se cerrara la ventana oficial de tiempo en la que tengo aun derecho a cambiar el boleto de avion), entro mi llamada y pude hacer el cambio. La nueva fecha es para el 31 de enero. Pase la noche con el telefono en la oreja oyendo las mismas dos estupidas cancioncitas una y otra vez. Hable con Rodrigo y resulta que mi cuarto ya esta rentado a partir del 31 de Diciembre. Yo y mis decisiones de ultimo minuto. Impulsiva de mi. Chingaa. Ahora no tengo donde vivir, de nuevo. El latido de la incertidumbre. Y entonces, hace unos minutos, se subio al autobus un cowboy delgadisimo y hermoso. Alto, muy joven, cabellos largos y sueltos hasta la mitad de la espalda. Una chamarra de mezclilla, jeans casi deshechos, bolsillos sostenidos con seguros de alambre, botas de cuero, sombrero de cowboy. Grandes ojos azules. Su ropa no lo protege del invierno. Su cuerpo lleva el acento rigido de los que tienen frio. Todo en el transpira precariedad, mucho mas violenta, mucho mas profunda, que la mia.

lunes, 8 de diciembre de 2008

Santa Jimena del eterno sufrimiento y la autocompasión

Perdí mi metropas. No sé cómo. Pero es trágico. Esas cosas cuestan 110 dólares. Todo el tiempo lo protejo. Reviso obsesivamente la bolsa de la chamarra para asegurarme de que esté ahí. Pero en algún momento entre el último autobús y la casa, lo perdí. Ahora voy en el metro rumbo a la chamba. Voy increíblemente tarde, más de media hora (pasé mucho tiempo buscando la tarjeta amarilla en todas partes). Puede ser que me regañen, puede ser que me despidan, qui`en sabe. Perder el trabajo, creo, me duele menos que perder el metropas. Ja. Salí de la casa, angustiada, y caía la nieve, grandes copos, ligeros, muchísimos, todo blanco otra vez, la nieve un velo creciente sobre mi chamarra y mi bolsa, entrando sin querer a mi boca. Sutileza infinita. De nuevo, era como si la belleza inesperada de las imágenes y las sensaciones que me rodean llegara para rescatarme de mis propias sensaciones oscuras, mi angustia, mi sentido de la tragedia. Ahora no sé si es suficiente. Estoy desgastada por la precariedad. No la precariedad eufórica del principio, ni la magia de la incertidumbre. Hago una chamba pesada muchas horas, seis de los siete días de la semana, y no puedo ahorrar con mi régimen de pago, de alguna manera siempre tengo el agua hasta el cuello, me siento endeudada y rota, y ahora pierdo el metropas y todo tendrá que ser de nuevo austero y básico hasta el próximo cheque. Llevo dos meses aquí, y han sido dos meses austeros y básicos. Estoy hasta la madre. En México ganaba menos lana pero me daba más lujos. Tenía más tiempo y energía para mí. Aquí las jornadas me dejan molida. Allá comía mejor, iba innumerables veces al cine, bailaba más por las noches. Aquí, salir una noche es una empresa costosa, y compleja. Implica esperar autobuses a las tres y media de la mañana a menos veintidós grados con viento (y soplaba el viento, este sábado), para evitar 35 dólares de taxi. Una sola cerveza cuesta el equivalente a 75 pesos mexicanos. Me siento en el umbral de la renuncia. Anoche estaba de nuevo cambiando las bolsas de la basura, a menos 11 sin viento junto al estacionamiento, y la gente va y echa ahí la basura de sus casas, bolsas de arena para gato muy pesadas, y el asunto se vuelve una tarea humilde, ingrata, y estuve ahí, maldiciendo, en el frío, pensando en que mi espíritu está hecho para otras cosas y ya tuve suficiente de experimentar en carne propia realidades lejanas a la mía, por lo menos esta realidad especifica, aunque de eso se trate en términos muy románticos el trabajo antropológico. No hay nada romántico ahora. Esto es puro anti-romanticismo. Se siente casi como esclavitud (es, esclavitud), un hombre que se cree muy gracioso pasa junto a mí mientras trapeo por millonésima vez la entrada de la tienda permanentemente sucia y mojada por la nieve y me dice en español “muchou trabajou, pocou dinerou”. Me lo dice desde su orilla más cómoda y ligera así como yo he mirado muchas veces cuadros infinitamente más rudos que mi vida cotidiana con el rabillo del ojo, o con la compasión de los ignorantes. Todos tenemos una orilla más cómoda desde la que miramos otros territorios de la realidad. Y sí hay una ganancia al atravesar uno o dos puentes y colocarnos del otro lado de algunas líneas defensivas. Hay, en el empobrecimiento crudo de los últimos dos meses, la riqueza de un entendimiento más profundo. La profundidad también es, de alguna manera, anti-romántica, implica por definición ir más allá de la superficie y el maquillaje para acceder a donde están la belleza inesperada y el desamparo, todas las sorpresas y todas las fracturas. Así que aquí estoy. Harta, en mi pequeña tragedia, sintiendo cómo resbalan las gotas finales y el vaso se derrama y mi fortaleza llega a una frontera. Si soy fuerte, me quedo otro mes y medio, me quedo Diciembre y luego Enero. Luego de un cumpleaños solitario, una navidad solitaria y qué más da. Todo cada vez más helado, una chamba ingrata, empleando mis energías en “muchou trabajou, poco dinerou” y no en mi tesis, porque una investigación implica tiempo y un solo día de descanso a la semana no es suficiente. Pero de vez en cuando, milagros, velos de cristal acumulándose sobre el cabello y las ramas desnudas de los árboles, momentos así, breve humedecimiento de la córnea, breve electricidad por la columna. Si soy débil, veo la forma de que me paguen todo lo que he trabajado y me regreso el 23 como era el plan original, o en una de esas el 15, y en lugar de breves luces en el centro de lo oscuro, me quedo con el sol constante de mi país.