lunes, 8 de diciembre de 2008

Santa Jimena del eterno sufrimiento y la autocompasión

Perdí mi metropas. No sé cómo. Pero es trágico. Esas cosas cuestan 110 dólares. Todo el tiempo lo protejo. Reviso obsesivamente la bolsa de la chamarra para asegurarme de que esté ahí. Pero en algún momento entre el último autobús y la casa, lo perdí. Ahora voy en el metro rumbo a la chamba. Voy increíblemente tarde, más de media hora (pasé mucho tiempo buscando la tarjeta amarilla en todas partes). Puede ser que me regañen, puede ser que me despidan, qui`en sabe. Perder el trabajo, creo, me duele menos que perder el metropas. Ja. Salí de la casa, angustiada, y caía la nieve, grandes copos, ligeros, muchísimos, todo blanco otra vez, la nieve un velo creciente sobre mi chamarra y mi bolsa, entrando sin querer a mi boca. Sutileza infinita. De nuevo, era como si la belleza inesperada de las imágenes y las sensaciones que me rodean llegara para rescatarme de mis propias sensaciones oscuras, mi angustia, mi sentido de la tragedia. Ahora no sé si es suficiente. Estoy desgastada por la precariedad. No la precariedad eufórica del principio, ni la magia de la incertidumbre. Hago una chamba pesada muchas horas, seis de los siete días de la semana, y no puedo ahorrar con mi régimen de pago, de alguna manera siempre tengo el agua hasta el cuello, me siento endeudada y rota, y ahora pierdo el metropas y todo tendrá que ser de nuevo austero y básico hasta el próximo cheque. Llevo dos meses aquí, y han sido dos meses austeros y básicos. Estoy hasta la madre. En México ganaba menos lana pero me daba más lujos. Tenía más tiempo y energía para mí. Aquí las jornadas me dejan molida. Allá comía mejor, iba innumerables veces al cine, bailaba más por las noches. Aquí, salir una noche es una empresa costosa, y compleja. Implica esperar autobuses a las tres y media de la mañana a menos veintidós grados con viento (y soplaba el viento, este sábado), para evitar 35 dólares de taxi. Una sola cerveza cuesta el equivalente a 75 pesos mexicanos. Me siento en el umbral de la renuncia. Anoche estaba de nuevo cambiando las bolsas de la basura, a menos 11 sin viento junto al estacionamiento, y la gente va y echa ahí la basura de sus casas, bolsas de arena para gato muy pesadas, y el asunto se vuelve una tarea humilde, ingrata, y estuve ahí, maldiciendo, en el frío, pensando en que mi espíritu está hecho para otras cosas y ya tuve suficiente de experimentar en carne propia realidades lejanas a la mía, por lo menos esta realidad especifica, aunque de eso se trate en términos muy románticos el trabajo antropológico. No hay nada romántico ahora. Esto es puro anti-romanticismo. Se siente casi como esclavitud (es, esclavitud), un hombre que se cree muy gracioso pasa junto a mí mientras trapeo por millonésima vez la entrada de la tienda permanentemente sucia y mojada por la nieve y me dice en español “muchou trabajou, pocou dinerou”. Me lo dice desde su orilla más cómoda y ligera así como yo he mirado muchas veces cuadros infinitamente más rudos que mi vida cotidiana con el rabillo del ojo, o con la compasión de los ignorantes. Todos tenemos una orilla más cómoda desde la que miramos otros territorios de la realidad. Y sí hay una ganancia al atravesar uno o dos puentes y colocarnos del otro lado de algunas líneas defensivas. Hay, en el empobrecimiento crudo de los últimos dos meses, la riqueza de un entendimiento más profundo. La profundidad también es, de alguna manera, anti-romántica, implica por definición ir más allá de la superficie y el maquillaje para acceder a donde están la belleza inesperada y el desamparo, todas las sorpresas y todas las fracturas. Así que aquí estoy. Harta, en mi pequeña tragedia, sintiendo cómo resbalan las gotas finales y el vaso se derrama y mi fortaleza llega a una frontera. Si soy fuerte, me quedo otro mes y medio, me quedo Diciembre y luego Enero. Luego de un cumpleaños solitario, una navidad solitaria y qué más da. Todo cada vez más helado, una chamba ingrata, empleando mis energías en “muchou trabajou, poco dinerou” y no en mi tesis, porque una investigación implica tiempo y un solo día de descanso a la semana no es suficiente. Pero de vez en cuando, milagros, velos de cristal acumulándose sobre el cabello y las ramas desnudas de los árboles, momentos así, breve humedecimiento de la córnea, breve electricidad por la columna. Si soy débil, veo la forma de que me paguen todo lo que he trabajado y me regreso el 23 como era el plan original, o en una de esas el 15, y en lugar de breves luces en el centro de lo oscuro, me quedo con el sol constante de mi país.

2 comentarios:

Istlalick Aviles dijo...

Mi querida Jimena, quisisera recordarte el temple y la sangre que tenemos: "Por dentro, mi sangre es algo que se escapa, siempre, hacia constelaciones calladas. Mis cabellos están enredados, como ovillos, con la sombra de nubes y la silueta de pájaros, y la luz tenue de planetas milenarios." (Jimena)

Pero si has decidido que te regresas, pus ¡vente ya! no sé qué demonios estás haciendo tan lejos de los que te queremos con una chamba que lo único que está provandote son callos en las manos y resistencia por trabajo al frío.

Y si no hay más remedio, y si tú único consuelo son las imágenes de Canadá bajo cero, pues resiste y consigue otro trabajo.

Pero si quieres, mejor vente ya que te estoy esperando... Istlaluca

Anónimo dijo...

Aguanta, la experiencia de cada día por allá es invaluable. Hay que aprender del "sufrimiento", aunque tampoco creo que sea tal. Me gusta la sinceridad que proyectas en tus palabras; me gusta tu blog.

H