sábado, 30 de octubre de 2010

allá abajo en el hueco en el boquete, nacen flores por ra-mi-lle-te

Se nota la diferencia entre quienes son de la Ciénega o los ranchos cercanos, y los que llegan de fuera a trabajar en las huertas de aguacate. Hay códigos implícitos, maneras de respetarse, maneras de mirar y de saludar y responder a los saludos. ¿Creció usted, amable lector cobijado por un código, por un lenguaje que no necesita hablarse? ¿Tiene usted raíces que lo atan a la belleza de un paisaje, la cadencia singular de unas calles, un ritmo pautado para el transcurrir del tiempo? En las orillas de los centros del mundo, en todas las orillas, la gente se cría bajo un paisaje, callecitas, callejones, abuelos y abuelas, camiones traqueteados anunciando productos de belleza a través de megáfonos prehistóricos, fervores y fiestas, peregrinaciones y santos. La gente en esas orillas tiene un lugar en el mundo, es un lugar dibujado claramente bajo las nubes y bajo las estrellas, es un lugar con coordenadas y símbolos irremplazables. En los centros se difuminan las coordenadas, se difuminan las raíces y las familias, la vida se ordena y se silencia, no hay música en las calles, las casas están pintadas con colores pálidos, casi mudos, y en los centros neurálgicos veloces todo se compra o se paga, se trabaja febrilmente para consumir febrilmente, la gente no tiene un lugar en el mundo, apenas tiene, con suerte, una imagen, que debe esculpir y re-esculpir de acuerdo al dictado del último anuncio en las revistas de moda . Lo único que le da sabor e identidad a esas ciudades de marquesina son sus propias orillas, sus migrantes, la gente que llega cargando sus códigos y sus recuerdos y sus perfumes y su música, y también aquellos que con libertad creativa se salen del eje para ser otra cosa, algo más parecido a ellos mismos. Con una especie de ceguera hostil, vueltos permanentemente hacia sí mismos, presos de una compulsión aséptica, hay quienes quieren imaginar su mundo como una línea suburbana que sea la repetición de sí misma en todas partes, casitas iguales, porches iguales, jardines frontales bien podados. Las reglas de la frontera dictan: productividad, corbata, portafolio, y de preferencia, dinero. Si por el contrario no tiene usted mucho más que ofrecer que la riqueza de sus colores y sus canciones, apriete los dientes. Ojalá no hubiera desesperación en las orillas, y la gente no tuviera que irse nunca a tocar la puerta de esas ciudades blancas, para que haya quienes los miren con desprecio, con racismo. Aquí estoy también, tocando la puerta. La única razón por la que me siento atraída hacia Toronto es porque está llena de migrantes, y gracias a eso, una vida y un alma le corren en las venas. Si no fuera así, encontraría insufribles el invierno y los horarios y las calles silenciosas y bien vigiladas.


Llegó nueva carta de la oficina de migración canadiense. Quieren más fotos de J. y yo en Canadá, y quieren alguna prueba escrita de que vivimos juntos, como una cuenta conjunta en el banco, o un contrato para rentar una casa. Esto último es imposible (y, chingá, ellos lo saben) porque nunca fui residente, y no tenía derecho a abrir cuentas de banco o firmar contratos. Fotos de J. y yo con alguna imagen reconocible de Canadá en el fondo hay muy pocas, porque nos gustaba tomar fotos de las escenas y los paisajes, pero no somos de los que se andan retratando enfrente. Había fotos con el invierno y la nieve, pero el primer día que regresé a la ciudad de México me asaltaron y junto con la cámara perdí imágenes que no había descargado en ningún lado. Apretando los dientes con coraje, ya les enviamos mails privados, todo tipo de fotos en las que aparecen también nuestros amigos y nuestras familias, radiografías, pruebas de orina, currículum detallado. No es suficiente. La carta dice que si no envío esas pruebas en los próximos 30 días, mi expediente será evaluado tal y como está, y corro el riesgo de que mi petición sea rechazada. Cuánta impotencia. Tengo ganas de decir, quédense con su pinche frontera, y su país (tan despoblado, además), que yo, desde siempre, tuve el mío, y ahí, hay abundancia de cielo, hay sol todo el año, hay fiestas y misterios, hay tradiciones y cuetes, hay procesiones y música, hay paisajes y hay, en cada comunidad y en cada barrio, un lenguaje cifrado. Sólo espero que mi esposo y yo podamos estar, el uno para el otro, por encima de la angustia y el desgaste y la espera.

Después de la descarga encorajinada, aquí les dejo un videíto. Calle trece no me hace muy feliz, pero esta canción, sí que sí.

https://www.youtube.com/watch?v=B0cVKmkYamU

domingo, 24 de octubre de 2010

Cada semana, me toca vivir con una familia distinta. A veces hay que caminar una hora para llegar a la escuela, a veces 40 minutos, a veces hay luz, a veces no, a veces hay letrina, a veces no, a veces toca bañarse con agua fría, a veces con agua caliente. Cada semana vivo con la familia de uno de mis alumnos, y eso quiere decir que en el camino platicamos, y me asomo más de cerca a sus vidas, a veces alcanzo a tocar alguno de sus secretos, todos tan diferentes. Cada semana las imágenes cotidianas cambian, y todos los días o las noches hay alguna sorpresa, un caballo iluminado por el sol de las 5 de la tarde, un grupo de gallinas durmiendo en la copa de los encinos, constelaciones levantándose por encima del horizonte que es la cima suave de un monte, y sus árboles.


Hace poco me tocó quedarme con una de las familias más pobres. El papá camina con un zapato que tiene una abertura horizontal casi todo a lo largo y deja al descubierto el pie sin calcetines. A ese mismo hombre se le escucha silbar con deleite todas las mañanas, todas las tardes, canciones que él inventa, que sólo existen fugazmente. La gente del rumbo le dice, quién fuera usted, para vivir siempre tan alegre y despreocupado. Pero poniendo más atención, por los caminos casi siempre es posible escuchar a alguna mujer o algún hombre, un muchacho o un niño, que cantan a todo volumen, con gusto, en las mañanas, o en las tardes. Mis ojos excesivamente románticos tienden a obviar el drama y las carencias más evidentes, la gente trabaja todo el día, y sobrevive apenas sin lujos, muchas familias están divididas por la migración al norte, muchos de mis alumnos no van a estudiar más que la secundaria. Sucede de todos modos que por las mañanas, por las tardes, alguien silba, las personas cantan, animadas por claridades propias, alegrías secretas.

Mis alumnos son el producto de ese mundo, esas tardes y esas mañanas en las que una claridad o una incógnita suave mueven a la gente a cantar. Entre más los conozco, más los quiero. Y así llego a uno de mis mejores secretos, una de mis verdades más claras. Sonrío con agradecimiento, porque sí, soy bien pinche cursi, y bien pinche rosa, y además, siento ganas de cantar, y sé que todo está bien, y las carencias empequeñecen bajo la luz de una belleza sin complicaciones, imágenes, pinos verdes contra nubes blancas, Jessica usando por primera vez el teclado de la computadora, buscando la “e” y luego la “m”…

sábado, 9 de octubre de 2010

La sensación de un gato que ronronea entre mis brazos.


Café con mucho azúcar el sábado por la mañana, bajo las cobijas.

Dormir con cansancio, dormir voluptuosamente, despertar, ver el reloj, saber que hay un poco más de tiempo para dormir, y en dos minutos soñar largas y complicadas historias.

Oír diez veces seguidas una canción que me gusta, y luego, con un ligero agujerito en la panza, apretar el botón de play, otra vez.

Caminar rumbo a la escuela a las ocho de la mañana, y detrás de la curva del camino, encontrar la visión deslumbrante de un árbol tejido con una luz que no será igual al minuto siguiente, ni al día siguiente.

Tener frío en la noche, sentarme junto al fogón de una cocina de madera, y beber té de guayaba. Tener frío en la mañana y repetir la operación con una taza de café y una gordita de harina.

Instantes de comunicación que parecen especiales, si Andrés sonríe de una manera cuando le digo que es inteligente, o Yalit descubre que le gusta un poema de Neruda, o Brisa aprieta entre sus brazos “La historia Interminable”, o Marco sale a mirar conmigo la Vía Láctea desde el patio de su casa.

Son momentos. No hay idilio. Se encienden, en medio de sensaciones incómodas y pequeños fracasos, clases que no funcionan, frío en la madrugada, la añoranza de espacios que sean sólo míos, intimidad para leer un libro o escuchar la música que me gusta por las tardes. Muchas cosas faltan. Falta desde hace 9 meses mi corazón favorito en el mundo. Falta energía, a veces llego desmadejada a mi casa los fines de semana, y no quiero nada más que la voluptuosidad dulce de caminar en calcetines, y una película, y la libertad para no tener que hacer nada. Todo está irremediablemente incompleto. Mi tesis sigue incompleta. Espero el momento en que me den permiso para vivir en Canadá pero no sé cómo será ahí mi vida, empezando en blanco, una vez más. Sé que hará falta entonces vencer una larga fila de batallas. No hay cima, no hay victoria definitiva. Tampoco es eso lo que quiero. Cambiar, a veces violentamente, de rutinas y escenarios, atravesar épocas con perfumes distintivos, con alguna magia, sencilla, en el fondo: eso es todo. Y es suficiente.

Todavía todavía todavía sueño... con África.