domingo, 24 de octubre de 2010

Cada semana, me toca vivir con una familia distinta. A veces hay que caminar una hora para llegar a la escuela, a veces 40 minutos, a veces hay luz, a veces no, a veces hay letrina, a veces no, a veces toca bañarse con agua fría, a veces con agua caliente. Cada semana vivo con la familia de uno de mis alumnos, y eso quiere decir que en el camino platicamos, y me asomo más de cerca a sus vidas, a veces alcanzo a tocar alguno de sus secretos, todos tan diferentes. Cada semana las imágenes cotidianas cambian, y todos los días o las noches hay alguna sorpresa, un caballo iluminado por el sol de las 5 de la tarde, un grupo de gallinas durmiendo en la copa de los encinos, constelaciones levantándose por encima del horizonte que es la cima suave de un monte, y sus árboles.


Hace poco me tocó quedarme con una de las familias más pobres. El papá camina con un zapato que tiene una abertura horizontal casi todo a lo largo y deja al descubierto el pie sin calcetines. A ese mismo hombre se le escucha silbar con deleite todas las mañanas, todas las tardes, canciones que él inventa, que sólo existen fugazmente. La gente del rumbo le dice, quién fuera usted, para vivir siempre tan alegre y despreocupado. Pero poniendo más atención, por los caminos casi siempre es posible escuchar a alguna mujer o algún hombre, un muchacho o un niño, que cantan a todo volumen, con gusto, en las mañanas, o en las tardes. Mis ojos excesivamente románticos tienden a obviar el drama y las carencias más evidentes, la gente trabaja todo el día, y sobrevive apenas sin lujos, muchas familias están divididas por la migración al norte, muchos de mis alumnos no van a estudiar más que la secundaria. Sucede de todos modos que por las mañanas, por las tardes, alguien silba, las personas cantan, animadas por claridades propias, alegrías secretas.

Mis alumnos son el producto de ese mundo, esas tardes y esas mañanas en las que una claridad o una incógnita suave mueven a la gente a cantar. Entre más los conozco, más los quiero. Y así llego a uno de mis mejores secretos, una de mis verdades más claras. Sonrío con agradecimiento, porque sí, soy bien pinche cursi, y bien pinche rosa, y además, siento ganas de cantar, y sé que todo está bien, y las carencias empequeñecen bajo la luz de una belleza sin complicaciones, imágenes, pinos verdes contra nubes blancas, Jessica usando por primera vez el teclado de la computadora, buscando la “e” y luego la “m”…

4 comentarios:

trying not to sell dreams for small desires dijo...

me gusta ver el mundo con tus ojos..

mariana m* dijo...

Aprender a amar la sencillez de la vida, cómo menos es lo más...me parece que estás llenando tu corazón de un gran conocimiento. Me da gusto leerte e imaginar un poco esa belleza tan propia de percibir otras vidas, otros mundos que con su absoluta falta de lujos te enriquecen más que el oropel y el brillo. Abrazo profundo.

todavia dijo...

Y a veces quienes todo tenemos no estanos satisfechos. uqeremos más y más.

No eres cursi ni rosa: Estas viva.

Jimena dijo...

Trying, Mariana, Todavía, gracias por mensajes tan cálidos y dulces, gracias sobre todo por seguir pasando de visita. Abrazo grandote.