viernes, 24 de septiembre de 2010

Su voz adquiere un acento de felicidad indescriptible cuando pronuncia palabras como “curry chicken”, o “hot weather”. Es el mismo acento de felicidad que se escucha en la voz de los niños cuando dicen palabras como “helado”, o “vacaciones”.  Tenemos 8 meses mirándonos a través de la pantalla pixelada de la computadora, y nada más. Puedo escuchar cómo cambia el timbre de su voz a  veces, con “bacon”, y  también con “honey”; siento entonces como si se derrumbaran paredes de agua por dentro, como si un planeta del tamaño de Júpiter se comprimiera en mi pecho, y sé que estamos bien.

sábado, 11 de septiembre de 2010

luz-hasta-el-tope

semana número uno

Se llega a la comunidad tomando un camión que sale a las seis de la mañana y cruje y se bambolea mientras avanza. Saliendo de Morelia el camión se mete en la neblina, en la sierra húmeda, no hay paisajes, sólo una densidad gris y la silueta de los árboles más cercanos. El agua flota y con el frío se condensa suavemente en todas las cosas. El chofer es un chavo simpático, irreverente, nos asusta diciendo que la carcachita a lo mejor no avanza hasta donde vamos y nosotras, las dos nuevas “maestras” de La Ciénega, miramos con angustia nuestros mochilones. Pero el camión sube y nos deja a la entrada de la escuela, así que el asunto es mucho menos heroico de lo acostumbrado en el conafe; no hay que subir montañas a pie, no hay que atravesar la sierra por 8 horas para avanzar luego a caballo por 4 horas más. Hay luz, hay dos salones de concreto (uno para la primaria y otro para la secundaria), hay baños, hay lo que se siente como una medida de opulencia. Tengo 17 alumnos, de los tres grados, y soy la única maestra. El Instructor que estuvo ahí el año pasado era un tipazo, no lo conozco, pero se ve que era un tipazo, los chavos no dejan de hablar de él, son un grupo disciplinado, muy despierto, se nota que han aprendido, se nota que tuvieron un maestro chingón. Se me hace un hoyito en la panza pensando en que ahora son mi responsabilidad y no quiero echar nada a perder. Muchos vienen de otros ranchos donde no hay secundaria, y caminan una hora todos los días para llegar a la escuela. Ni uno solo llega tarde. Si les pido que investiguen algo en la biblioteca, investigan de una vez 5 cosas más; quieren retos, me van a traer en vilo. Me he dormido tarde todas las noches preparando las clases del día siguiente, me falta mucho por aprender, quiero ser una buena maestra, aunque sea una maestra más o menos digna de estos alumnos, brillantes, llenos de luz hasta el tope. No hay descanso. Es un trabajo de todo el día, y parte de la noche. Me tiemblan las manos y sueño, muchísimo, sueños modestos: conseguir libros para la biblioteca (que los chavos tengan la oportunidad de disfrutar una buena novela), conseguir documentales, conseguir de algún modo que suba hasta allá una noche un telescopio y que puedan ver algo así como los anillos de Saturno.


La Ciénega está ubicada en una meseta en lo más alto de una montaña. Otras montañas la rodean pero casi nunca se ven porque día y noche en tiempo de aguas todo está cubierto por las nubes, no hay horizonte, ninguna línea, sólo humedad gris. A los diez minutos de estar ahí ya tenía los tenis empapados y los calcetines hechos una sopa. Anda uno siempre con la sensación de estar mojado y tener frío. Pero los últimos dos días salió el sol un ratito y mis pies estuvieron secos, y aparecieron pedazos de la sierra, azules, lejanos. Cada semana una familia diferente se hará cargo de mi alimentación y hospedaje. Esta semana me trataron como reina, me quedé en casa de Doña Juventina, quien tiene un corazón oceánico, generoso. La semana que viene me toca quedarme con una familia de “El Laurel”, que está como a una hora de camino. Todos dicen que ahí está muy bonito. A mí La Ciénega me pareció preciosa así que ahora me muero de curiosidad, habrá que aprevenirse la cámara y tomar muchas fotos.

Estoy enamorada de todos mis alumnos. También estoy enamorada de Doña Juventina.Estoy exhausta. Me siento feliz.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

El amor, versión original

Estaba pensando en el fragmento de la novela que usé en el post anterior, y si lo había recordado fielmente. Al leerlo de nuevo me di cuenta de que no le hice justicia, así que aquí van las palabras originales del autor.



Estaba tan excitado que se incorporó en la cama. Teresa respiraba profundamente a su lado. Pensaba que la muchacha del sueño no se parecía a ninguna de las mujeres que jamás había visto. La muchacha que le había parecido íntimamente conocida era precisamente una completa desconocida. Pero era precisamente la que siempre había anhelado. Si existe para él algún paraíso personal, en ese paraíso tendría que vivir con ella. Esa mujer del sueño es el «es muss sein!» de su amor. Recordó el conocido mito de El banquete de Platón: los humanos eran antes hermafroditas y Dios los dividió en dos mitades que desde entonces vagan por el mundo y se buscan. El amor es el deseo de encontrar a la mitad perdida de nosotros mismos.


Admitimos que eso es así; que cada uno de nosotros tiene en algún lugar del mundo a su mitad, con la que una vez formó un solo cuerpo. La otra mitad de Tomás era la muchacha con la que había soñado. Lo que sucede es que el hombre no encuentra a la otra mitad de sí mismo. En su lugar le envían, en un cesto aguas abajo, a Teresa. ¿Pero qué sucede si se encuentra realmente con la mujer que le corresponde, con la otra mitad de sí mismo? ¿A quién dará prioridad? ¿A la mujer del cesto o a la mujer del mito de Platón?



Se imaginó que estaba viviendo en un mundo ideal con la muchacha del sueño. Junto a las ventanas abiertas de su residencia pasa Teresa. Está sola, se detiene en medio de la acera y desde allí lo mira, con una mirada de infinita tristeza. Y él no soporta aquella mirada. ¡Siente otra vez el dolor de ella en su propio corazón! Está otra vez en poder de la compasión y se hunde en el alma de ella. Atraviesa de un salto la ventana. Pero ella le dice amargamente que se quede allí donde se siente feliz y hace aquellos gestos bruscos y crispados que le disgustaban en ella y que siempre le habían molestado. Coge aquellas manos nerviosas y las estrecha entre las suyas para calmarlas. Y sabe que abandonaría en cualquier momento la casa de su felicidad, que abandonaría en cualquier momento su paraíso en el que vive con la muchacha del sueño, que traicionaría el «es muss sein!» de su amor para irse con Teresa, la mujer nacida de seis ridículas casualidades.



Seguía incorporado en la cama y miraba a la mujer que yacía a su lado y apretaba en sueños su mano. Sentía hacia ella un amor indescriptible. Ella debía tener en aquel momento un sueño muy frágil porque abrió los ojos y lo miró con asombro.




— ¿Qué miras? —preguntó ella.




Sabía que no debía despertarla, que tenía que hacer que volviese a dormirse; por eso trató de responder de tal modo que sus palabras creasen en su mente la imagen de un nuevo sueño.




— Miro las estrellas —dijo.




— No mientas, no miras las estrellas. Estás mirando hacia abajo.




— Porque estamos en un avión. Las estrellas están por debajo de nosotros —respondió Tomás.




— Ah, en un avión —dijo Teresa.



Apretó aún más la mano de Tomás y volvió a dormirse. Tomás sabía que ahora Teresa estaba mirando por la ventana redonda de un avión que vuela muy por encima de las estrellas
 
 


Milán Kundera, en La Insoportable Levedad del Ser