martes, 18 de mayo de 2010

música

Poco a poco mi vida, al menos este futuro inmediato, se despeja, y por aquí, los días se han puesto nublados, y llueve a veces, y el polvo se aquieta y los cerros verdes tras la ventana palpitan con algún secreto descanso, y el mundo se suaviza. Y el tiempo sigue pasando, circular, al ritmo de la calle principal del barrio, la melodía de los camioncitos con altavoces: el gaaaaaas, la basuuuuraaaaa, el aaaaguaaaaa, naraaaanjas de jugo y para jugo, una voz profunda casi susurra que trae truchas frescas desde el lago, y otra voz compra "toda clase de fierro viejo que ya no le sirve, que a usted ya le estorba, estufas, lavadoras, refrigeradores, monedas antiguas, baterías, cobre, bronce, hasta la puerta de su hogar venimos señora" , y una camioneta avanza lentamente vendiendo el periódico local con noticias de último momento: “En la colonia Morelos, en Pátzcuaro, un delincuente se robó una camioneta de lujo, al huir por la carretera se volcó y ahora lucha por su vida en el hospital”. Pero mi favorito, sin duda, es el del pan, que pasa con un altavoz cascado todas las tardes, y esta canción de Tin Tan.

Tengo que sonreír cada vez que lo escucho y entonces sé que a mí, lo que es a mí, cómo me gusta México, chingá. Hay otros lugares en el mundo, ciudades limpias y sofisticadas donde la gente es glamurosa aunque no trate de ser glamurosa, o gracias a que se esfuerzan mucho en ser siluetas interesantes en masas que se mueven a la velocidad de la luz y luces que alumbran una vida que dura todo el día y después toda la noche. Pero a mí me gusta cada vez más este capullo de cotidianeidad amplificada con altavoces viejos. En Toronto las calles son demasiado silenciosas. Nadie escucha cumbias a todo volumen, y nadie usa canciones viejas para anunciar el pan. En mi país el cielo es azul todo el año, y los barrios pautan con música su vida de todos los días.

domingo, 9 de mayo de 2010

Los días pasan despacio. Fuera de la vida, a veces, fuera del tiempo. Como en otra época, una electricidad silenciosa atraviesa mis manos para que se cierren, como puños, y rompan, de una vez, alguna ventana. Y nada nace, nada vuela, todo está suspendido, cargado, azul, todo tiembla, como el silencio tiembla, en las tardes inflamadas del verano.

No-pa-sa-na-da. Pasa el camión del gas, el camión del pan, pasa el sol y todo se muere por las noches y regresa luego idéntico a sí mismo, por la misma calle, por la misma tarde.

Y la sal, la vieja sal, la nueva sal, la sal de todos los días, la milenaria destilación de mis ojos, espolvoreada en mis pulmones, en las membranas de mi estómago, me susurra oscuridad, noche, ningún huracán, ninguna lluvia, silencio congestionado, enredado sobre sí mismo. Los días están apretados, como laberintos.