lunes, 21 de diciembre de 2009

Chingá. Yo quiero vivir en Chiapas.

Día 1.

Llueve. Todos estos días, la lluvia viene con nosotros. Truenos el día de mi boda. Una carretera blanca por el granizo a la altura de Puebla. Y ahora, lluvia blanda y dulce y sin frío en nuestra primer mañana en Palenque. Casi no hemos dormido. La selva está justo alrededor de nosotros, manda sus hormigas rojas, sus pájaros, su olor a hierbas que crecen y se pudren velozmente. El aire y la tierra están llenos de alas y hojas que se sacuden, de monos y arañas que laten furtivamente, de seres que crujen y que cantan. No hay silencio, el rumor de la vida abundante cae con suavidad en el aire, todos los segundos. Contra el cielo se dibujan árboles interminables, verde oscuro, y contra esos árboles se dibujan ceibas blancas. Nos rodean parvadas de montes alados, en el centro de las nubes. Y aquí, en medio de la violencia explosiva de la selva, lo que hay es suavidad ilimitada, la sensación de que la tierra y el cielo nos cubren y nos arropan con ternura.

Día 2.

Sigue lloviendo. La lluvia es buena cuando es de noche y nos cae encima como arrullo tibio. Hoy subimos a las ruinas a través de la selva (sin lluvia). Escuchamos aullar a los monos, y escuchamos al agua rodando en arroyos y cascadas. Vimos a los árboles enraizados en las piedras de los viejos templos, creciendo como torres verdes, y blancas, y rojas. Y luego llegamos a la explanada y subimos escalinatas blancas y estábamos en el primer techo de la selva, pero la selva se alzaba aún por encima de nosotros, cantando los llamados de sus aves, las amenazas roncas de sus monos, los aleteos sutiles de sus mariposas. Y estuvimos ahí y tomamos fotos desde todos los ángulos y en todas las cumbres, y aplaudimos para escuchar el eco del Quetzal, y nos asomamos a los túneles y las tumbas y las estelas con las entronizaciones y los reyes-dioses, y las victorias y los sacrificios. A veces el estuco seguía en pie y nos mostraba flores azules, suelos negros. Estuvimos muchas horas ahí, mirando a la selva desde la punta de todas las pirámides y mirando a la ciudad maya desde todos sus centros y todas sus periferias. Estuvimos ahí, pegando el oído a las piedras, pensando en los fantasmas vivos de la ciudad desierta. Y no llovió más que una llovizna breve, como para espantar a los turistas ruidosos. Pero ahora es de noche y escribo bajo la luz de la linterna, y afuera llueve mucho, limpiamente. Sólo se escuchan conversaciones suaves a la distancia, y el crecimiento caudaloso de la lluvia.

Día 3.

Nos levantamos tempranito y nos lavamos los dientes con prisa para esperar el transporte a Yaxchilán, y Bonampak. Los tours apestan, hay que compartir el viaje con turistas gordos que se quejan porque no encuentran el cinturón de seguridad en el asiento trasero de la camioneta, hay que aguantar chistes ruidosos, y esperar a que la gente se tome la foto enfrente de cada pirámide, y cada letrerito, y cada ceiba. Pero esta vez íbamos al interior espeso de la selva, y no supimos cómo llegar de otro modo. Además nuestro chofer fue "el borrego"; simpatiquísimo y locuaz, quien nos contó historias verídicas y exageradas con un entusiasmo iluminado que me hizo pensar en mi esposo. Llovió persistentemente, de nuevo, todo el día. Aquí, en Chiapas, las nubes crecen en el suelo y desde ahí se elevan, los árboles humean humedad en volutas blancas. No hay una división clara entre la tierra y el cielo, la selva es una ola gigantesca, una montaña ondulada que se eleva sin fin, que nos aturde. Los mayas tenían razón, el cielo está sostenido por las ramas de las ceibas.

Las ceibas, por cierto, son los árboles más hermosos de este mundo.

Nos metimos con la camioneta a las olas de la selva, al cielo gris y blanco sobre los montes verdes y blancos. Llegamos cerca de la rivera del Corozal, casi en la frontera con Guatemala, y nos subimos a una camioneta de los tzeltales para la orilla del río. Familias chaparritas, silenciosas, hombres y niños firmes y ligeros bajo la llovizna, bajo las sombras verdes de esta parte del mundo. Tomamos un bote que nos llevó entre Guatemala y México hasta el sitio de las ruinas. Caminamos entre templos de hace más de mil años y ceibas de hace más de doscientos años. Piedras húmedas donde los gobernantes se perforaban las yemas de los dedos y hacían subir la sangre con el humo del copal, para los dioses. Y ahora Marlén, nuestra guía, nos sonreía con dulzura y nos platicaba las propiedades del perejil y el palo mulato. Regresamos al bote y nos morimos de frío bajo la lluvia, y comimos, y agarramos camino al terreno Lacandón, cada vez más lejos de este mundo y más cerca del corazón natural de la tierra. Tomamos otra camioneta con los lacandones y agarramos una brecha a través de lo más denso en la creciente espesura. Llegamos a Bonampak ya tarde, y Pequeño Sol nos explicó en español con acento maya las pinturas, y las estelas. No hubo tiempo de subir hasta la punta de la larga escalinata, donde antes los astrónomos se ponían a descifrar las constelaciones. Llovía, y teníamos frío, y Pequeño Sol nos explicó que estaban a punto de cerrar el sitio. Afuera, niños y niñas lacandones de largos cabellos negros y camisones de manta nos ofrecían collares y brincaban descalzos sobre el agua.

Ahora es el día siguiente y la lluvia sigue cayendo. Los músicos locales toman café y tocan la guitarra alrededor de una sola mesa en el restaurante, y en la zona de acampado no hay turistas, sólo viajeros que reciben la lluvia dulcemente, que no se preocupan por nada, que no sufren mayores tensiones aparte de encontrar el hashís que se van a fumar por la mañana. Me gusta este lugar, y sus personajes locales. Niños de cabello largo que juegan a ser aviones desde los brazos de los amigos de sus padres. Aquí no hay ruido, sólo murmullos. Música suave que no desentona con la música de la selva. Le doy un sorbito a la taza de café con mucha azúcar, me dedico a oír los rumores tranquilos del mundo. Estamos como a veinte grados pero la gente de aquí se queja del frío. Ojalá pudiera quedarme para siempre en este lugar, donde se oyen con más frecuencia los monos que los coches, y el frío a la mitad de Diciembre es estar a veinte grados centígrados.

sábado, 5 de diciembre de 2009

Así que. Estoy de vuelta. No sé por cuánto tiempo. Al principio todo es, de nuevo, la violencia del contraste y nada más. Graffitti en casi todos los edificios y ruido en casi todas partes. Gente, familias, durmiendo sobre la banqueta afuera de la central de Observatorio. Mi edificio gris, oscuro; para variar, sin agua. Música norteña a todo volumen en el primer piso (música en todas partes). Caminé las calles abrumada por la ciudad y sus amontonamientos, concreto encima de concreto y masas humanas en todas las vías públicas, en todas las corrientes del tráfico.

Cuando me gusta mucho una película puedo verla nuevamente con alguien más y entonces me ocurre con frecuencia que me abstraigo de mí misma y lo observo todo desde los ojos imaginarios de la otra persona; me tenso o me relajo en las escenas controversiales dependiendo de si mi acompañante es liberal o no tanto, si aprueba o desaprueba la violencia o los soliloquios filosóficos, y así hasta que la película termina y sé si hubo o no una secreta comunión entre nosotros, si pudimos o no mirar de maneras parecidas las mismas cosas. Y así me ocurrió ahora con la ciudad y J. A veces me tensaba involuntariamente frente a la suciedad y la basura, y me fijaba con más atención que antes en las grietas de las banquetas; en Toronto son todas lisas y aquí él tropezaba con el cemento a cada rato.

Después de los primeros minutos el espíritu respiró profundo nomás, de vuelta en casa. Tacos de aguacate, salsa, la gente entrañable, el centro histórico de noche, silencioso, iluminado, las calles que cargan las sombras de sus siglos y sus pequeñas o grandes revoluciones, nada simétrico ni diseñado cuidadosamente, todo orgánico y caótico, y viejo. Alegre y claroscuro. Rebosante y dramático. Perros de la calle con ojos expresivos, grasa humeando en los puestos de la esquina. Soy otra vez dueña sin reservas de una ventana. Desde la suya me saluda Andrea, y entra a mi casa vestida como brujita de Halloween y se queda muchas horas, riendo explosivamente a la menor provocación, platicando en español con J. que no entiende nada y contesta en inglés. Y luego Michoacán y entonces, por fin, montañas. Nunca me doy cuenta de lo mucho que me consuelan hasta que las tengo enfrente de nuevo. Por fin, un horizonte, una cadena azul, y verde.

Corajes con las noticias en el periódico. Injusticia sin fin, impunidad sin fin, pero los barrios vibran su melodía de todos los días y sobreviven sin aspavientos. Pasa el camión del gas, el camión de las naranjas, el de los fierros viejos; J. les toma video, fascinado, y toma fotos de los tendederos y los techos pelones y sin terminar, atravesados por varillas.

Me gusta estar aquí. Me gusta esta gente, este sentido del humor. Me gusta que en Morelia todavía pueda uno fumar adentro de los bares mientras bebe una cerveza, y que en las esquinas de mi colonia en Pátzcuaro la gente arme fogatas para tomar ponche sin que los multe el gobierno. Me gusta el sol, y la luz, y me gusta mucho la temperatura sin violencia de casi todos los días. Me gusta estar cerca de la gente cercana. Me gusta no tener que extrañar a nadie y poder hablar largamente con los pies recogidos en la silla sorbiendo café, en lugar del zumbido de los teléfonos públicos en Toronto.

No hay nada malo en vivir en otro lado, en todo caso, se alargan y enriquecen las listas de las personas y las imágenes y las atmósferas que nos conmueven y nos resultan cercanas. Es sólo que las raíces pierden un poco de su consistencia sólida, quizás. Vivimos en un estado permanente de nostalgia.

Casi toda la gente que conozco de mi edad está terminando una maestría o algo así, definiendo su vida con trazos cada vez más consistentes. Yo voy exactamente al revés. Me he dedicado concienzudamente a diluirlo todo y ahora, de nuevo, el futuro es una imagen borrosa, blanca. Cierro los ojos y ahí están mis sueños, y mis planes, islas verdes que tiemblan bajo el peso del cielo. Lo que me sorprende cada vez más, es que cada vez tengo menos miedo. Me estoy entregando a la incertidumbre suavemente.

El encanto dulce de las caídas. Plum. Al agua. Y milagrosamente, todo sigue estando bien

jueves, 19 de noviembre de 2009

No sé si todos acaban gravitando en sus vidas alrededor de una o dos obsesiones (independencia, o conocimiento, o fama, o poder, o la creación, o la libertad). Sé que a mí, desde muy chica, me ha obsesionado el amor. En su expresión vaga y universal, como el amor a la humanidad, o al planeta, y en su dimensión más individual y egoísta: el amor a alguien que resulte el amor de mi vida. El primero me ha resultado menos problemático y misterioso que el segundo. Me gusta la gente, y me asomo a la naturaleza humana con más esperanza que escepticismo la mayor parte del tiempo. Pero el amor a una sola persona, un amor que dure para siempre, ha sido una idea mágica y llena de enigmas, una idea para visitarse en el silencio oscuro de las salas de cine y las novelas, en sueños, en lugares exóticos vagamente azules. ¿Existe el amor? ¿Es un acontecimiento accidental o un acto deliberado? ¿Ocurre gracias a la naturaleza interior de las personas o gracias a un solo golpe de la suerte? ¿Es el amor de nuestras vidas una sola alma que camina paralela a nosotros y que podemos o no encontrar a causa del destino? o todavía peor, del azar? ¿Y por qué nace el amor, y cómo? ¿Y por qué se extingue?

De alguna manera siempre supe que el amor no iba a ser para mí una zambullida rápida en aguas superficiales, sino una caída sin defensas hasta el centro del océano, una especie de hundimiento irrevocable.

Y ahora, quizás por primera vez en mi vida, no escribo acerca del amor, sino desde el amor. El amor ocurrió así nomás, de pronto, violento. Una tras otra he ido tomando decisiones irreparables sin pensarlas demasiado, y parece como si mi vida corriera un par de kilómetros por delante de mí, y yo fuera detrás apenas tomando aliento pidiendo que me espere tantito.

Y cuando puedo asirme a una pausa (cualquier pausa) me viene a la cabeza la imagen de Teresa y Tomás, en La insoportable Levedad del Ser. Creerán los lectores más antigüitos de este blog que ese libro es casi una biblia privada, pero Kundera no siempre me cae bien, y la verdad, Teresa y Tomás como ideal romántico están bastante jodidos. Tomás le pone el cuerno a Teresa hasta el infinito, y a Teresa le duele, y los dos lo saben. Pinche libro misógino (chingón, pero misógino). Pero con una cosa estoy de acuerdo, y es con la forma en que Kundera describe al nacimiento del amor. Teresa se parece a un niño abandonado a la corriente de un río, le toma la mano a Tomás mientras duerme y no la suelta para nada y ya estuvo, queda escrita la primer palabra en la memoria poética de Tomás.

Yo me imaginé muchas veces a mi príncipe encantado, y pensé en la lista maravillosa de todas sus cualidades. Y pácatelas. Resulta de pronto que el amor, para mí, no fue una lista de cualidades, una especie de intercambio más o menos equilibrado en el mercado libre de lo humano (tus virtudes, tu talento y tus logros, a cambio de los míos). El amor fue estar conmovida de manera irreparable, conmovida para siempre, por las imágenes que condensan a alguien, las metáforas que lo conjuran delante de mis ojos. Él es el menos ingenuo y el más inocente de los hombres que conozco. Se parece a un boxeador noqueado muchas veces que llega al round siguiente sin cicatrices, sin miedo, tarareando alguna canción suave, luminosa. Ha estado en la lona y muchos no le creen pero yo le tengo fe. Y no puedo enorgullecerme de muchas cosas pero me siento orgullosa de mi fe en él, como si mi habilidad para mirarlo y comprender su belleza me embelleciera también, sutilmente, aunque esa sea una historia privada entre mis ojos y yo (y ahora, los lectores de este blog, que leen una confesión parcial, incompleta).

Y así las cosas, para siempre.

lunes, 19 de octubre de 2009

Me detuve a mitad del dia en el primer cafe que encontre, para escribir, y pensar, y tomar impulso para seguir corriendo. Desde hace un anio estoy corriendo. Estoy pintando sobre mi vida con pinceles gordos y veloces, bajo el estres sin descanso de las decisiones de ultimo minuto. Desde hace un anio el futuro es una ventana como a 10 kilometros de distancia, y solo adivino desde lejos sus colores, y su luz. La estabilidad de un trabajo o un lugar para vivir llega con fechas de expiracion determinadas, y transcurre bajo la sombra de tormentas emocionales. La estabilidad amorosa llega mientras todo lo demas se esfuma, y ahora por ejemplo, mientras escribo, no se si tengo dinero suficiente para remontar los meses y las luchas burocraticas que siguen, si puedo o no regresar a Mexico, y si puedo despues regresar a Canada. Es la primera vez en mi vida en que, ademas de no tener trabajo, ni siquiera tengo claramente un pais de residencia. Entre las sacudidas de los terremotos que desde hace un anio no terminan, ciertas verdades aparecen como pilares desnudos. Encontre por fin al hombre con el que quiero pasar toda mi vida, esa es mi certeza interior y yo reposo ahi la frente con los ojos cerrados. A veces llega la angustia en oleadas, el corazon traga saliva bajo las amenazas que flotan sobre nuestra pequenia historia de amor. J. tambien tiene miedo. Me abraza, me cuenta algo chistoso para que me sienta mejor, y me rio, y me siento mejor. Estamos bien por unas horas lejos del mundo. El mundo llega en la maniana a despertarnos, y hace frio.

Me acuerdo de este miedo, estas pausas nada mas para jalar aire mientras ni siquiera los proximos dias o las proximas horas tienen contornos definidos. Se parecen a la primera vez en Toronto, los primeros dias. Igual que entonces, los minutos estan encendidos intensamente. Se me olvidaba que la incertidumbre provoca tambien angustia, y ahora escribo con el viejo hoyo negro jalando aire desde el estomago. Para consolarme, pienso en que de veras estoy viva, estoy viviendo, me ocurren cosas, me sacuden terremotos, se levantan columnas interiores iluminadas suavemente, se fortalecen los musculos de la espalda, y los del corazon, y los del alma. No soy ya la tejedora de ciudades aereas y cristalinas, de suenios minuciosamente inventados. Soy nada mas alguien probando la superficie agridulce del mundo. Y eso me hace feliz precisamente porque no hace mucho, yo le tenia miedo a esas superficies claroscuras y soniaba mucho mas de lo que vivia. Ahora mi vida esta encima de mi como un maremoto azul, poderoso. No queda de otra mas que seguir corriendo, seguir tomando decisiones veloces a dos o tres minutos del avion que sigue, con el pulso acelerado y la gastritis latiendo en la panza que se queja y pide descanso. No hay, todavia, descanso. Pero luces calidas prometen felicidad desde sus pilares desnudos.

domingo, 6 de septiembre de 2009

Detras de cada cuerpo y cada rostro una realidad y en el centro, un espiritu azul o violeta, levantando los punios o sacudiendo los hombros y reclinandose con suavidad en el tiempo. Y yo ahi tambien entre los otros corazones, con mis propios dilemas y mis dedos delgados, temblando mis propios terremotos y reconstrucciones, aprendiendo a mirar, y asombrarme.

Escribo esto un domingo que se siente como domingo, con mi pijama de franela, sintiendome feliz. Creo que lo que siempre he querido es compartir mi corazon con un corazon que me asombre, todos los dias (searching for a heart of gold, como en la cancion de Neil Young). Y ahora estoy con alguien que no persigue titulos, ni fama, ni dinero, pero que regresa a la casa con ojos luminosos para platicarme las imagenes y las sensaciones de las calles, la forma en que la gente se reclina en el portal de sus casas al final de una tarde tibia, o la forma en que un ninito corre cargando un bote de basura sobre su cabeza para protegerse en el umbral de la lluvia. Canta en la regadera, canta en la cocina, canta mientras se pone los zapatos, mientras camina, canta para mi tambien todas las manianas, canciones que inventa sobre la marcha. Salta sin defensas sobre el oceano de nuestra cercania con la inocencia de los que se enamoran por primera vez. Ejerce una sonrisa inderrotable siempre, a pesar de su pasado sin refugios, durmiendo alguna vez en campos de maiz, y cada dia, ejerce una sonrisa sin oscuridad, inconsciente de toda su dulzura.

Todo lo que siempre he buscado es un corazon asi. Un alma inteligente y real que no viva para gravitar alrededor de su propio eje, sino para absorber el pulso claroscuro del universo.

Y todo entre nosotros es tambien dificil y dramatico y absolutamente imperfecto. Y mi ritmo cardiaco vuela, frecuentemente, y todos los dias estos ultimos meses puedo murmurar para mi misma que me siento afortunada.

De vez en cuando todavia me detengo para mirarme con incredulidad. Estoy en otro pais, estoy enamorada (y soy correspondida). Mi vida transcurre en otro idioma, en otra latitud, en otra frecuencia, y todo parece nacer de un solo impulso, una sola cadena de impulsos, un solo boleto de avion comprado a las prisas. Y quien sabe si todo esto es parte de alguna trama dibujada debilmente frente a nosotros, sobre la que cada quien navega inconscientemente, o de la que algunos se desvian para perderse en laberintos individuales, o si el disenio cambiante de nuestras vidas es accidental y tambien deliberado. El caso es que mi vida me sorprende, y esa sensacion me gusta. El futuro me parece ahora tan incierto como el ultimo anio de mi vida, susceptible a otros impulsos y otras metamorfosis aceleradas o pacientemente construidas. Y esa sensacion me gusta.

Y todo esta, como siempre, en mis manos. Mi vida tiembla (como siempre) entre mis dedos. Me pregunto si tengo la fuerza que necesito para cerrar los ciclos que han estado abiertos demasiado tiempo, y para sumergirme con firmeza en los ciclos que se abren.

Pero tengo que decir, hoy, a todos, no se preocupen por mi. Estoy bien.

sábado, 8 de agosto de 2009

Esperanza. La salida facil para los ingenuos. El vicio sucio de los que suenian. Somos siempre nuestro propio director de camara; rodeados por el mundo, por el universo, elegimos close ups o tomas panoramicas, elegimos desde el interior de la cabeza el esquema de la iluminacion en turno, y la esperanza no es mas que una forma de luz, inventada. Sol a traves de la ventana a las 9 de una maniana sin obligaciones, o tarde que cae a traves de arboles o nubes amarillas, o reflejos caleidoscopicos desde el agua, o quinques ambarinos en los rincones intimos de una habitacion sin frio, o galaxias de polvo flotando en horas rojas bajo techos de madera, o cielo infinito golpeado por el viento. En medio de la noche y del suenio me despierto a medias y el duerme a mi lado, bajo la luz azul de la tele encendida.

Nada alegra y nada entristece tanto como la esperanza. Pocos riesgos tan grandes como sentir esperanza, y empezar a creer, en algo o en alguien. Nada cura y nada enferma tanto como la esperanza. Pocas cosas se quiebran tan violentamente como una esperanza.

Cultivo mi esperanza porque no se hacer otra cosa. Si se rompe, me rompo, y nada mas que hacer.

Hace unos dias, camino al trabajo, a traves de la ventana, entre los arboles, junto a las vias del tren, dos venados. Una vez oi a un venado galopar junto a mi cierta noche a la intemperie en los cerritos de Michoacan, pero esta es la primera vez que los miro asi, vivos y despreocupados, viviendo su vida de venados en un cachito de bosque amenazado por los hombres. Ahi nada mas, esperanza. La esperanza es muy cursi, casi siempre.

Y mientras la esperanza se recupera y se recupera mi talento para soniar, todo esta bien y estoy viva. Me gusta la ciudad, el pais, la gente. Canto a todo volumen en la regadera, me peino cuidadosamente en las visperas de mi domingo, me tomo fotos borrosas frente al vapor del espejo, y corro escaleras arriba hacia el proximo tren y el volumen dulce de este dia que nada mas por hoy, suena al Siamese Dream de los Smashing Pumpkins.

Desde el rabillo de mis propios ojos mi escepticismo respira lentamente y murmura entre dientes: a ver cuanto dura esta vez, la alegria. Y sin fe pero con esperanza, el lado mas salvaje de mis decisiones reclina la cabeza hacia atras, desprende las manos hacia la incertidumbre de los anios, todo el tiempo que se extiende por delante, y suenia: para siempre.

domingo, 5 de julio de 2009

Primer flash.
Necesito tiempo, que sea mio, mas tiempo, que no pueda ser comprado ni vendido, que no este sujeto a la vigilancia de nadie, sin obligaciones, ni cargas. Tiempo LIBRE, para disfrutar de la tenue luminosidad de estas horas tan extranias, en estas calles verdes, caleidoscopicas, estas horas como capullos de ternura que germinan violentamente, horas como dulces choques electricos para el alma.
Hace mucho que no era tan feliz; a veces solo hay que caer en minutos de una suavidad sin limites, mientras se tejen imagenes para apretar contra mi pecho, luciernagas temblando, para siempre. Tambien, hace mucho que no me sentia tan triste. Triste sin matices, oscuramente triste. La silueta, las manos y la voz de este hombre me quiebran por completo, me parten en dos, me iluminan y me redimen. Lo que pasa es que nunca habia estado enamorada asi, tan dulce y tormentosamente.

Segundo flash.
Pasamos la tarde en la casa de los abuelos de J. No se como, yo estaba de pronto tocando el piano, jugueteando con las notas torpemente, y J. tocaba un pandero, y Oma (la dulce abuela alemana) tocaba la armonica. Y todo sonaba seguramente a musica de ninios, porque los tres eramos ninios, y el momento era un aleteo dulce y torpe, y perfecto.

Sin Flash.
Hay tambien una semilla oscura germinando en algun lugar dentro de mi estomago. Algo negro, lleno de miedo, que a veces se infla como una nube y cae en lloviznas heladas. Y soy entonces todos los gatos sin casa, todos los hombres y mujeres que caminan sin reposo, sin zapatos. Hay dias que son como flechas que dan en el blanco y nada ocurre pero la esperanza toma formas grises. Entonces, solo ocurre que mis parpados se inflaman de un cansancio moribundo. Y una luz parecida a la punta de los instrumentos punzantes va revelando la cara menos atractiva de todo, de lo que tengo en las manos y entre mis brazos, de los suenios que me he predicado y de los saltos mortales que a veces practico.

Yo, la dulce y letargica tejedora de ciudades y escenarios, estoy practicando la realidad concienzudamente, estoy mirando con tristeza como se hunde el escalpelo en la superficie rosada de las promesas que cultivo.

A veces, en dias asi, no hay salida, ni respuesta, ni perseverancia posible. No importa si uno es fuerte o si uno es debil. No hay discursos que nos salven. Nomas ahi, el corazon, completamente roto.

jueves, 4 de junio de 2009

Cronica intermitente que empieza al final de un mal dia en el trabajo y termina varios dias despues.

Siento al mundo encima, justo sobre mi espalda. A veces daria lo que fuera por una isla o un pedacito de monte lejos de los explotadores y los explotados. Es dificil sentir la menor empatia por la humanidad en dias como hoy. Hay gente a la que podria odiar, si valiera la pena. No odio a nadie, pero me siento descorazonada, exhausta. Hago lo posible por concentrarme en cosas como la esperanza que tiembla entre J. y yo. El. Musculos fuertes, cabello revuelto para siempre, la disposicion de un ninio impaciente con respecto al universo. Un corazon que lo ha resistido todo limpiamente. Un corazon que se inclina sobre mi con la suavidad de los arboles, y el tacto y las conversaciones nos van tejiendo cada vez mas juntos, y hay puertas interiores que se abren y entonces hay tambien un respeto creciente a lo que en el es cristalino. Sin amargura. Quizas, a veces solo un cansancio que lo moveria a dormir cien anios, como en la cancion de Velvet Underground (solo para soniar diferentes colores hechos con lagrimas). Todo lo que quiero es pasar mi mano por su espalda y asi se diluye la desesperanza de la jornada y recuerdo que hay ejemplares de la humanidad que me gustan, muchisimo, mientras el duerme, a mi lado.

Hay tambien otras redenciones. Las ventanas del tren cuando sale a la superficie de Toronto siguen siendo mi escape favorito. Entonces, a mi derecha todo lo que hay es bosque, sin banquitas ni caminos, ni puestos de comida ni letreros, solo arboles, esbeltos, y luz . Todo es asi, inevitablemente rosa como siempre y diminutas metamorfosis. De un dia para otro, el pasto se cubre con flores amarillas, y entonces de pronto, una maniana, tiembla contra el sol un oceano sin fin de esferas blancas, fragiles, que se desmoronan (suena bonito el nombre en ingles: dandylions). Tengo un nuevo vecino de dos anios que dice WOOOW con entusiasmo honesto, cuando me pongo unos aretes rojos, o J. toca un par de acordes en su guitarra. Le gusta tomarme de la mano por el jardin de atras de la casa y decir “look” senialando y nombrando a cosas en el mundo, a tree, the sun, a wagon; y se alegra cuando me ve, aunque apenas me conoce. El lunes fue Victoria Day, dia feriado para todos, tambien para J. y para mi. Me trajo a este parque donde ahora escribo, un parque del este estrecho y largo, con arroyitos y puentes de madera. En la noche fuimos a la playa a ver los fuegos artificiales. Las familias se acercaban a la orilla del lago cargando sillas plegables y mantas y termos con bebidas calientes. La gente encendia versiones domesticas de los cohetes y las luces, que explotaban casi sin descanso a lo largo de la playa. Un ninito mirando a una luz de bengala enterrada en la arena le pedia “Go up, Go up!”. A nuestro lado habia tres figuras silenciosas: un hombre de mediana edad, moreno, con sus dos hijos, de alrededor de 11 y 8 anios. Habia una severidad austera en el hombre y su silencio y algo enternecedor en los dos ninios, esperando callados y de pie, en la primera fila frente al agua. Tres figuras sobre la arena, sin luces fluorescentes ni sillas plegables ni risas o musica, solo la promesa de los fuegos en el cielo. A ellos los quise, y a J., a mi lado, silencioso tambien, sonriendo.

Hoy el trabaja y yo soy libre. El dia es tibio, hay por fin sol, en porciones generosas. Corrientes tranquilas de agua atras de mi, pajaros carpinteros, arboles de maple, enormes, opulentos de nuevo. Todo es dulce en este momento, mientras una catarina blanca camina sobre mi pierna. Y por supuesto mi corazon tiembla un poco, ojala estuviera el aqui conmigo, quedandose dormido con la cabeza sobre mi panza. Asi las cosas y asi la belleza limpia del parque y de la hora. Y este pinche blog que cada dia es mas cursi pero que le vamos a hacer. Hay otros dias y otras noches de acentos mas oscuros, pero este dia y esta pagina acaban aqui, en el parque, junto al agua.

miércoles, 6 de mayo de 2009

Regresan las transcripciones rapidas y sin acentos con muchas faltas de ortografia!

1. En el avion.

Oigo a Manu Chao... "volando vengo, volando voy, deprisa deprisa mundo perdido". A traves de la ventana, cielo inmenso y azul, a mi derecha, una pareja rubia que habla de compras triviales mientras beben clandestinamente de una botellita de tequila. El tiene gripa, se suena a escondidas la nariz y ahora se ha quedado dormido sobre la mesita plegable del asiento (chan chan chan chaaaaaaan, estoy sentada junto a una victima de la influenza?). La ciudad daba una impresion tranquila esta ultima maniana (algo mas de paranoia en el aeropuerto, casi todos usando cubrebocas y cada dos minutos una voz en los altavoces anunciando la epidemia y sus sintomas). Haydee a mi lado, mi mejor amiga en la ciudad inmensa, preocupada por mi felicidad, solidaria. Nos chutamos unas tortitas de arrachera en el aeropuerto, Nos abrazamos varias veces.

Metaforica y literalmente, solo hay aire y vacio bajo mis pies, una vez mas. Muchos kilometros abajo, el mar (segun un test psicologico el mar esta asociado simbolicamente al amor). Por lo pronto, las incertidumbres inmediatas no dejan tomar conciencia de las incertidumbres mayores.

Anoche, de regreso a mi casa, encontre a Denisse (ese es su nombre artistico aunque todos l@ conocen por Charlie, "algun dia te voy a decir mi verdadero nombre, me prometio hace poco), vive bajo el puente que esta cerca de la casa algunas noches, y otras noches vive bajo otros puentes. Sus dialogos son siempre recuentos de desgracias, y casi no mira a los ojos de sus interlocutores. Su vida es ahora un descenso circular del que no puede levantarse. Tenia una tienda de campania, pero se la robaron. No es la posibilidad de tener frio lo que le pesa, sino la imposibilidad de un espacio intimo, "no todo en uno debe estar siempre expuesto a las miradas de los demas", me dice. Es inteligente. Le pregunto si le interesan las novelas y sus ojos se encienden y empieza a hablar de realismo magico y literatura francesa. Anoche, por primera vez en muchas noches, tenia esperanza. Me platico el suenio lejano de irse a una ciudad fronteriza y de ahi saltar a Estados Unidos, irse a Nueva York, y luego saltar de nuevo, a Canada.

Asi que aqui estoy, bebiendo coca con hielo, escuchando "The Test", de los Chemical Brothers, recordando intensamente a mi hermana, viviendo el suenio de Denisse, mientras se extiende a mi izquierda una pradera de nubes y siento felicidad a ratos, y a ratos, solo el vacio que se expande dentro de mi casa.

2. HOME

Esta vez, la entrevista en aduanas fue rapida y sin contratiempos, ya tenia con quien vivir, y donde vivir, y hasta chamba. El avion se fue acercando a la tierra a eso de las 7 y media, a una ciudad recuperandose de su invierno, fresca y fria por una lluvia reciente, y desde la ventana todo era pasto mojado y pedazos de vida despertando entre los arboles y ya no me sentia en el umbral de un mundo nuevo. Mire a ese pedacito del planeta como a un espacio que empieza a ser mio, rascacielos, lineas de casas, parques, manchones verdes bajo luz violeta.

El domingo desperte infinitamente triste. Nostalgia sin limites. Y dormi infinitamente feliz. Pura dulzura.

El lunes empece a trabajar, para la misma compania de limpieza, ahora en otro lado. Nunca habia trabajado tan duro en toda mi vida. Nun-ca. Es una jornada muy intensa de 10 horas y media. Tengo media hora de descanso para comer en chinga y eso es todo. No hay ningun otro espacio para detenerse a respirar. El regimen es hitleriano, a la gente la reganian si se regarga dos segundos en la pared para tomar aire. Cada cierto tiempo me descubro diciendome en silencio "tu puedes Jimena, tu puedes". Y al final me miro con un orgullo pequenito, porque si puedo, me duelen los pies como luego de una caminata Patzcuaro-Zirahuen, y me duelen todos los musculos, y algo en mi se fortalece y aguanta.

Y hace frio, y los dias son grises, y los arboles estan pelones, pero hay brotes verdes por todos lados, y cada dia es mas largo que el anterior, y hay brotes de belleza tambien, por aqui y por alla, todos los dias, mientras se acerca la promesa del verano.

3. HOY.

A veces siento como si el puro brinco al precipicio fuera ya demasiado, esta decision de irme y dejar tantas personas y espacios luminosos para empezar de nuevo la dura tarea de una vida, reducida a la casi esclavitud por mi estatus migratorio [mientras el amor es suave y real, imperfecto y acido], como si el solo esfuerzo de respirar y moverme a lo largo de estos dias nublados se llevara consigo mi capacidad para estar viva justo como me gusta estar viva, es decir, en medio de dulces tensiones y sobresaltos. A veces siento como si mi talento para el encanto y la sorpresa (quizas mi unico verdadero talento) estuviera languidamente recargado en un espacio trasero de mi espiritu, cerrando los ojos, pidiendo reposo.

Sin embargo, todo es relevante, los labios pequenios y las miradas infinitas de J.; la euforia del dia libre; el puesto de Hot Dogs que sigue en la misma esquina de Dufferin Station y ahi, la breve conversacion con dos paisanos, tan molidos como yo (mas, seguramente), que trabajan recogiendo basura o lavando ventanas o haciendo jardineria, que acaban de llegar y no han estado aqui en el invierno y lo miran todo con esperanza y ganas de quedarse; y el arbol en la esquina de la casa que de un dia para otro ya esta cubierto de flores blancas; y la vida al lado de este hombre (duuuuulce) que se emociona (igual que yo) con los nuevos brotes o los escarabajos, y se entristece a veces tambien (igual que yo), como si lo persiguiera una llovizna; y los momentos en los que el tren sale a la superficie del mundo y muestra grupos de arboles contra un cielo blanco que no existe en Mexico, un cielo frio contra el que se recortan y se afilan las siluetas; y Velvet Underground; y las cartas y los mensajes que llegan de Mexico enviando carinio y pidiendo noticias; y de nuevo esta sensacion de la realidad desde sus sotanos, desde su orilla; promesas de lo aun no visto, aun no viajado y no hecho. Y los musculos adoloridos por el trabajo. Todo es relevante y mi corazon lo mira todo, exhausto, como detras del primer umbral del suenio.

Me muevo a lo largo de estas calles con la seguridad de los habitantes, ahora. Ya no hay miedo, como antes, ya no hay drama, buscando casa y comiendo un hot dog al dia. Hay desde el primer lunes, un trabajo, y largas jornadas, ojos vigilantes, y horarios. Rutas familiares (las mismas, todos los dias), movimientos inconscientes por las estaciones del metro a la izquierda o la derecha con el cafe en la mano por las manianas, en piloto automatico.

Y entonces, hoy, ahora. Escucho por 5a o 7a vez "Venus in Furs" a todo volumen, y estoy en High Park recargada contra un tronco (sin J., porque hoy el trabaja), hace frio pero solo un poco y el cielo es blanco y los arboles hacen dibujos de tinta china en un mundo que es sobre mi cabeza una foto a blanco y negro. Son solo huesos de arboles, sin follaje, pero estan cubiertos por brotes pequenitos, botones redondos. Viene la vida otra vez, de regreso, reapareciendo tan subitamente como desaparecio en el invierno. Son las 6 y media y hay mucha luz pero nada de sol, el cielo es blanco sin matices, el cielo es una sola nube sin orillas, y los arboles estan pintados con esbeltos derrames de tinta, y sobre mi cabeza nada tiembla con el viento, todo es hilos negros, firmes. Algo se sacude otra vez, en mi pecho o mi espalda, y estoy bien, mientras la gente corre a mi alrededor con sus perros y una mujer lee descalza el periodico con los pies recogidos, sobre una banca. Por fin siento, con alivio, como se humedecen mis ojos un poquito, y se, entonces, que soy capaz de una felicidad solo mia, que no depende de nadie, ni siquira de J., que sigo aqui para mi misma, y que el mundo todavia me conmueve.

martes, 21 de abril de 2009

Así que no hay ensayos ni partitura ni guión ni nada. Estamos desprotegidos frente al espacio inmenso del tiempo que nos resta, un espacio blanco de pura incertidumbre. Alguna vez escribí que quiero llenar ese espacio con dibujos (flores con chapitas, soles sonrientes, abejas gordas, con crayolas de colores), con líneas ligeras y flotantes, y no importa si hay que tachar y rayonear un poco las hojas del tiempo en blanco; los tachones se sienten mejor que los años que transcurren vacíos, con paraguas alejándonos siempre del cielo y de la lluvia.

Chingá.

Esta ciudad hermosa-horrible. Hace unos días fui con mi mejor amiga a ver una exposición de foto, y atravesamos la unidad Nonoalco-Tlatelolco con sus columpios y su tarde de sábado y sus niños en bicicleta para enterarnos del 68 en Praga y los tanques rusos. Atravesamos el memorial del 68 mexicano para llegar al sótano donde se exhibe el 68 checo. Y luego salimos a la luz tibia y los gorriones, un gato blanco entre las ruinas prehispánicas, un servicio religioso casi desierto al interior de las puertas de la Iglesia; construida con las mismas piedras de las pirámides, por las mismas manos morenas. Y era el lugar perfecto para empezar a despedirme de la ciudad. Luz anaranjada y niños pedaleando, la vida dentro de los edificios de departamentos respirando su aire secreto de pan dulce en las mañanas y uniformes escolares. Música tenue desde alguna ventana. La gente acompasada y amable, deteniéndose a comprar nieve de tamarindo. Todas las cicatrices del lugar casi invisibles, por lo menos en el aire enrojecido de esa tarde.

Casi 7 años viviendo en esta ciudad y nunca había caminado realmente por la explanada. Hubo una matanza ahí, cientos de años antes de la otra matanza. Y luego el terremoto del 85, y edificios enteros con todas sus familias colapsando para siempre. Y ahora, aunque sea sólo por ese rato, el cielo ligeramente rosa y palomas, y gente comprando fruta en la tienda de la esquina. Un montón de cicatrices que nadie debe olvidar nunca, por supuesto, pero ahora, un respeto creciente a la forma en que entre los edificios y los jardincitos la vida va de acuerdo a su propia suave música a lo largo de las horas. Después de todo, no somos un pueblo sombrío, aunque no nos faltan razones para ser sombríos (tampoco nos han faltado razones para la suavidad y la alegría).

De ahí nos fuimos al Ollin Kan y escuchamos a una banda balcánica que hizo bailar a todos, entre otras cosas, pero como otro regalo de despedida salió “Nine Rain” a tocar en vivo la música para una película silenciosa, hecha por rusos, acerca de México. Imágenes a blanco y negro, muy bellas, y este país, cruel y dulce. Tan feo y tan bonito.

Yo soy de aquí, pero me estoy yendo. Ya casi parto, con la misma mochila sobre los hombros y ahora otras incertidumbres, más profundas. Ahí voy. Ciega. En el nombre de mi fe en el amor, aunque no sea yo una mujer de fe y certidumbres. Y todas las personas y los espacios que están ahora enraizados en mí, íntimos y profundos, laten con la luminosidad de las despedidas. El amor es J. Amor que tiembla sobre el vacío, no escrito aún sobre el tiempo en blanco. Pero el amor es también todo esto, una geografía bien conocida. Nombres que me hacen encogerme de ternura. Lazos interiores, irrompibles, que van de uno a otro estómago, que conectan glándulas y lagrimales, y retratan largos diálogos, azules. Historia. Esquinas, canciones, que evocan a momentos y personas, eternas, circulares. Una plaza por ejemplo, en la que me senté bajo la lluvia; y en la que me emocioné entre la muchedumbre, en conciertos; y en la que canté himnos, en mítines políticos; y me perdí a medias una madrugada; y en la que me paré desnuda una mañana; y me sentí deslumbrada muchas veces, de muy distintas maneras, de día y de noche, por la belleza de la ciudad, al lado de cómplices que también se deslumbraron. Y por ejemplo, la cocina donde le da por cantar y bailar a mi mamá. Y los cerritos que caminé muchas veces siguiendo la figura alta de mi padre, en Pátzcuaro. Y patios con nísperos o árboles de limón, y geranios en macetas de barro. Una cama individual compartida con mi hermana, mi ángel más cercano. Y el sábado, por ejemplo, una explanada que evoca a un pasado que no fue individualmente mío, pero es mucho más mío y más cercano que el pasado de los que viven en Praga. No debería ser así, y los dos importan lo mismo. Pero la verdad es que me palpitó el pecho cuando vi las fotos con los checos rodeando a los tanques invasores; pero me palpitó más fuerte cuando oí los testimonios sobre la manifestación silenciosa. Las raíces, chingá. Ahí están. Qué bueno. Personas, lugares, que se van conmigo, en mí.

Traigo el boleto de avión en la mano y corro hacia el precipicio resolviendo trámites de última hora, pero no me aguanta siempre la audacia. A veces cierro los ojos y corro. A veces los abro y cuestiono, y siento miedo interminable, y nostalgia triste por todo, desde las hermanas reales y adoptivas, hasta el sonido de mi idioma en mi voz, que en inglés no suena por completo como mi voz. Pero es que así soy yo, ya me conozco, me gusta la vida en papel, en ideas seductoras, en sueños, pero la realidad me sigue dando un chingo de miedo. Ya no hay de otra. Nomás hay que respirar profundo y agarrar la caja de crayolas, y dibujar la primer línea azul, o verde.

lunes, 30 de marzo de 2009

feliz (idiota)

Las imágenes que me gustan se repiten muchas veces aquí. Los saltos al vacío, por ejemplo. Tomar impulso, empezar a correr y no detenernos hasta que el suelo ya no esté debajo y sólo quede la caída y el hoyo negro en el estómago. Si dudamos a medio camino, si hacemos una pausa, cualquier pausa, entonces ya no hay más salto y el umbral se cierra y ya estuvo. Ese es el único método que conozco para ser valiente (o idiota). Las decisiones irreflexivas. En el momento en el que empiezan los cálculos, y la búsqueda de operaciones exactas y equilibradas, todos los impulsos se adormecen y ya no hay más movimiento. Lo único que nos garantiza seguridad es quedarnos donde estamos, entre coordenadas familiares desde las que es posible sumar o restar y multiplicar o dividir por adelantado. Los saltos al vacío son inciertos y todo puede acabar en lastimaduras sin remedio. Hay gente que apuesta con sus ahorros, con su quincena, y hay gente que apuesta con su vida. Cada decisión es una apuesta y una torcedura irreparable sobre el tejido de nuestro futuro. Estoy convencida de que nuestras decisiones lo cambian todo, para siempre. Y las mías, son casi todas decisiones de último minuto. La distancia entre mi vida apacible en la ciudad de México y el aterrizaje en blanco sobre Toronto fue de dos semanas (dos semanas para renunciar al trabajo, comprar el boleto de avión, sacar el pasaporte y estar de pronto a unas doce de la noche atravesando el cielo sin posibilidad para el arrepentimiento). Y mi vida es distinta, para siempre. Ahora estoy enamorada de un hombre delgadísimo y dulce que espera mi regreso. Y una vez que ya estamos en el territorio del amor, las coordenadas y los cálculos se desvanecen. Los seres románticos (especie deslumbrada) nos dejamos seducir fácilmente y preferimos la fe en ideas hermosas al convencimiento basado en cálculos realistas. Idiotas. Queremos poesía, no definiciones. Queremos carreteras sin fin, y nos decimos en silencio una y otra vez palabras como: la magia la magia la magia, los instantes milagrosos, el horizonte. Los saltos. Al vacío. Los románticos sabemos apreciar la dulce embriaguez de una caída. Poco después viene la realidad, por supuesto, a despertarnos, y probar hasta dónde llegan nuestras fuerzas más allá de todas las promesas y las palabras que nos gusta murmurar a veces. Y todo es terrible entonces, y agridulce, y la luz de los días se afila y se congela, y el tiempo duele y también hay dulzura sin límites y horas indescriptibles en las que extendemos nuestras alas por completo. Y puede ser que a los románticos nos gusten también esas tormentas majestuosas.

El amor es un accidente. Una noche de nieve y ventisca y un departamento revuelto, y discos de Junior Murvin y un hombre que hace florecer su dulzura entre callejones y whisky, en el invierno. Nada que hacer. A los románticos todo se nos hace borroso mientras el corazón se inflama para prometernos (idiota) la belleza. No se crean, a veces tenemos instantes de lucidez adolorida y sentimos pánico. Apretamos el milagro contra el pecho mientras la realidad se acerca a cabalgarnos y ver si nos quiebra o nos paraliza.

Entonces repito en silencio las líneas de un libro famoso (el amor todo lo sabe, todo lo puede). Sonrío porque, quién lo diría. Tan escéptica yo, con respecto a casi todo y ahora, esta fe resplandeciente en J., y en mí.

Me voy a Toronto, de regreso. Todo es complicado y agridulce y no va de acuerdo a ningún plan. Mi vida antes era tranquila. Ahora sólo es veloz, y afortunada.

martes, 17 de marzo de 2009

Domingo y lunes

No voy a decir mucho, porque hay cosas que son mágicas y punto y no tiene caso describirlas o analizarlas. De pronto ocurre que una banda con la que sientes una conexión profunda y antigua está frente a ti. Son perfectos. Abrazas la cintura de tu hermana. Tienes el rostro húmedo y eres un poco ridícula y lo sabes pero NO IMPORTA. Estás en el cielo. Eres feliz.

sábado, 14 de marzo de 2009

overtura

Jail is where you promise yourself the right to live…

…Neal had every right to die the sweet deaths of complete love of his Luanne.


El tiempo perdido, las horas en una fila, en cualquier espera estéril, persiguiendo fantasmas o sombras, duele. Todos esos segundos. Hay meses, hay probablemente años de mi vida que transcurrieron sin sacudidas, en alguna forma de espera o latencia, en alguna forma de soledad o laberinto. Nunca dejé de estar viva, pero fueron épocas pálidas. Crecen entonces juramentos interiores iguales a las dulces muertes de completo amor de Luanne para Neal Cassady; el hombre delgado que pasó su juventud en cárceles y luego sólo se entregó sin pudor y sin objeciones al arrastre intoxicante de su libertad. A veces hace falta un poco de encierro, un poco de tristeza afilada sobre mañanas grises, para entregarnos luego con hambre y con sed a nuestras propias muertes de completo amor, cada quien su Luanne o su Neal, cada quien su carretera veloz, cada quien su delicia, su embriaguez sin límites.

En medio, de pronto, nos cae el mundo encima, de todos modos. Hay kilómetros, muy largos, separándome del hombre que es, hasta ahora, todas mis dulces muertes de completo amor. No tengo trabajo, necesito algo de medio tiempo, el dinero se diluye angustiosamente, parece que hay que jugar el juego del sistema, buscar nuestro disfraz Godínez más convincente, peinar un poco los cabellos desordenados, y de pronto ocurre por ejemplo que me encuentro en una habitación blanca, sillas de plástico y metal, mujeres y hombres jóvenes en su mejor traje de oficinista, cabellos engominados, tristeza sin límites. Estoy fuera de lugar, me veo hippie sin remedio, a pesar de mis mejores esfuerzos. Estoy desvelada, traigo en la bolsa mentas que muerdo compulsivamente. Hay hambre alrededor de mí. Sangre joven, y hambre. Entra un chavo con su mejor máscara de éxito, se para frente a nosotros y el circo empieza. Tristeza afilada bajo la luz del cuarto en blanco. Tráfico sucio tras la ventana. Me dan ganas de llorar justo ahí, entre los trajes y las corbatas y los tacones alineados y la gente que responde a coro a preguntas estúpidas, sin convencimiento, sólo con hambre, con sus semanas o meses de búsqueda encima, capas de polvo, de ceniza gris, sobre los zapatos y los cabellos recién lustrados. Que viniera un terremoto, que se cayera el edificio con sus paredes blancas y sus lámparas blancas, que se cayera todo el pavimento que nos tapa el horizonte, y viéramos entonces una montaña con árboles a la distancia, que niños muertos de la risa nos tomaran la mano y nos ayudaran a escapar, lejos de ahí, a cualquier parte, bajo cualquier cielo azul. El imbécil con mal disfraz de joven exitoso huele el hambre y la sangre expectante y exhausta del auditorio y se pasa la lengua por los colmillos y sigue su discurso acerca de cómo “esto no son ventas”, y el dinero nos acerca a la felicidad, y en este mundo hay ganadores o perdedores y hay que profesar la fe de de los materialistas y olvidarnos de Dios o los ángeles o la dulzura o la conciencia, y cada dos o tres palabras pregunta al auditorio quebrado por el país y su crisis: “¿Puedo contar con eso?” y el auditorio roto jala aire y grita al mismo tiempo: “¡Sí!”, y el vampiro pide más humillación, más hambre, así que pregunta más fuerte “¿Puedo contar con eso?” y las filas alineadas de maquillaje y sacos grises gritan desde sus estómagos:”¡Sí!”

Salí corriendo, por supuesto, pero no voy a olvidar la escena. La violación ejercida por el mundo sobre la humanidad de sus habitantes.

Y la búsqueda sigue con tintes menos siniestros, a veces hasta un poco prometedores, y todavía no me arrepiento de nada. A veces creo que la humanidad misma, incluso así alineada con traje sastre o corbata frente al paredón, podría ser también mis muertes de completo amor. Algún día, pronto, me voy a conseguir un martillo o una bola para demoliciones, voy a golpear algunas paredes blancas, y voy a abrazar a alguien, a algún desconocido, y cuando eso ocurra voy a entenderlo, porque también fui un soldado. Es una sinfonía desamparada y dulce la de esta humanidad que se agrieta y a veces, de vez en cuando, cuando me detengo un poco, puedo escucharla, y dan ganas de llorar en medio de la calle o el microbús o el supermercado, y hay un calor que se parece a una pequeña muerte, dentro de mi pecho.- Estoy perdida en algún punto de la Nápoles o la Roma, un hombre de cuarenta y tantos, moreno, carga una caja de cartón con dulces y cigarros y camina cadenciosamente con la mercancía sobre el hombro buscando un semáforo. Le pregunto por una calle y me mira con ojos luminosos un poco avergonzados y con gestos dulces me dice, “No sé, pero mire (me señala un letrero), si usted sabe leer, ahí están escritos los nombres.” Me lo dice con inocencia. Le doy las gracias y nos sonreímos y eso es todo.

Mientras tanto, todo lo demás también ocurre. Lo que verdaderamente ocurre, lo que nos ata a la vida. Llega la voz de J. por cables y cables, hasta mis oídos, y hay ciertos timbres de su voz que parecen sólo para mí, como si pudieran pertenecerme. Una fortaleza suave crece de mis huesos hacia fuera a lo largo de los últimos seis meses. Hay seguridad y promesas frente a la incertidumbre de mi carretera, mi camino veloz y abierto. Y hoy viene mi hermana. Vamos a ver juntas a Radiohead, mañana. Se me echan encima cariños de hace muchos años, como cobijas tejidas a mano. Estoy bien. Es más, estoy convencida de que hoy, esta mañana de sábado, soy feliz.

lunes, 9 de marzo de 2009

qué cursi soy no tengo remedio

A muchos kilómetros de aquí hay alguien que me hace sonreír y todo es tan simple y automático como exhalar el aire contenido, hay alguien que me duele y cuando cierro los ojos puedo ver con claridad las vértebras de su espalda y es como mirar el esqueleto de un ave, y quiero descansar ahí mi cabeza y susurrar para él, siempre, el cielo. Es todo lo que quiero. Plantar un beso en la raíz de su nuca y susurrar el cielo, para él.

viernes, 20 de febrero de 2009

otra oda sin consecuencias

Esta es una de mis oraciones autoflagelatorias: Infinidad de películas que no he visto, infinidad que sólo he visto a la mitad. “Buenos Muchachos”, de Scorsese: sólo vi el principio (mea culpa, otra vez), y lo que más recuerdo es un discurso inaugural de Henry (Ray Liotta) hablando condescendientemente acerca de todos los hombres comunes y corrientes que van a trabajos de 9 a 5 para ser pobres de todos modos. Mejor ser gángster, por supuesto. Por supuesto. Y yo pienso, también, en las vidas de todos los que no eligen tan libremente su destino. La existencia en este mundo jodido está compuesta por tareas más, o menos, jodidas, y es un cliché pero es cierto que para que el poeta asuma su pose reflexiva alguien le sirve el café y le lleva la cuenta hasta su mesa en la terraza y para que el aventurero tome la carretera hace falta el cobrador en la caseta de la autopista, despierto y de pie a las tres de la mañana, dando el cambio correcto con eficiencia. Así que esta ya no es la Grecia clásica pero de todos modos, para que haya filósofos, hay esclavos. Y qué bueno que haya filósofos, y poetas, y aventureros, y cineastas, y científicos, sin ellos esta sociedad acabaría por perder de algún modo su carácter humano. Pero también es cierto que estamos en contra del sistema desde la ventaja que el sistema hizo posible para nosotros. Los esclavos reciben nuestros depósitos bancarios en la ventanilla y recogen nuestra basura y reparan nuestras tuberías congestionadas y ponen productos nuevos en los estantes de las tiendas. Debe ser que he pasado muchos de los últimos meses envuelta en la sinfonía repetida de esos horarios y esas rutinas, iguales siempre, inamovibles. Y con todo mi corazón romántico les digo que la vida está en todos lados y también ahí en las existencias sin romanticismo. La felicidad y la ternura florecen igual en las universidades y en las tienditas de supermercado. La humanidad anda por ahí en todas partes, sufriendo y gozando, con los ojos a veces luminosos y con voces que se dulcifican o se quiebran, debajo de los grandes telescopios y detrás de los mostradores de las papelerías, encima del camión del gas o con el arco del violín entre los dedos. Unos eligen y otros no pueden. A unos se les reconoce y aplaude y los otros son para siempre invisibles, como si para ellos (o para mí, para nosotros) no hubiera trascendencia posible. Yo he resultado bastante apolítica en mi vida y también en mi blog (por falta de generosidad y agallas o por desamparo temprano y generacional), pero con algunas cosas siempre he estado de acuerdo, dan ganas de repetir como un eco algunas de las palabras que se dicen en el sur (...para todos, todo). Pero lo que quiero decir ahora es que nos atraviesan muchos denominadores universales, y que las existencias grises también son luminosas (muchas existencias en muchos lados son, de hecho, majestuosamente claroscuras). Y que hay una dignidad heroica en todos los que mantienen a las ciudades y los campos latiendo desde las orillas más incómodas de todas nuestras injusticias. Yo no peleo por nadie y lo único que aprendo poco a poco y con torpeza es a mirar cada vez más. A todos, en todas partes, y en todas las orillas.

La subsistencia requiere de más fuerza que las vidas desahogadas. Más espina dorsal, más pecho para jalar aire. Y esto debe ser mi romanticismo pero a veces creo que la subsistencia se las arregla para vibrar más libremente y a su manera, y a veces me gustan más las canciones de los esclavos que los conciertos de cámara. Y me gusta más mi mercadito de la Portales que las tiendas desinfectadas y muertas y producidas en serie de lugares como Perisur. Y me gustaron más los bares tristes a donde fui con J. que los cafecitos universitarios del centro de Toronto. Y no es una cuestión de principios sino de inclinaciones particulares: quién sabe por qué, me gusta votar a favor de las periferias.

México. Ruido, tendederos, congestionamiento, música a todo volumen y colonias achaparradas y grises y sin árboles, perros de la calle y puestos de fayuca. Gente que se comunica a chiflidos, gente desmadrosa. La vida en Canadá es más bonita y más limpia pero en México es más heroica. Es así, y es triste (y no), y es así.

miércoles, 4 de febrero de 2009

Estoy de regreso.

Despedida en el aeropuerto, ojos húmedos. El mundo era blanco y helado por mucho tiempo a través de la ventana del avión. Poco a poco hacia el sur reapareció la tierra parda y hubo todo tipo de cosas, lagos enormes y azules y ríos que eran líneas inmóviles y sinuosas. Me fascinaban las casas solas a la orilla de un bosque o un campo o cualquier inmensidad y apenas podía imaginarme las vidas de esas personas en el centro del mundo y lejos de todo. Compartí la ventana con un niño de cuatro años que se emocionaba con los lagos y se decepcionó porque no había barcos de papel flotando encima. Yo sólo adiviné a medias acerca de la geografía debajo, pero creo que reconocí a México de inmediato por una sensación desordenada y libre en los trazos humanos sobre la superficie del planeta. Montañas. Una línea de humo, un bosque en llamas. Luego, la ciudad. Más infinita que el lago Ontario, casi tan interminable como el mar.

De pronto, de nuevo, en mi ciudad. Todos hablando español con acento y gestos como los míos. Las pequeñas idiosincrasias de nosotros, evidentes en la manera en que dos azafatas murmuraban con complicidad femenina algún chisme, algún drama.

Bienvenida, abrazos. Yo estaba despierta casi desde la noche anterior y veía a la ciudad desenvolverse enfrente desde una burbuja adormilada, incrédula. Se desplegaba la violencia del contraste y la distancia que separa al invierno blanco de este invierno violeta y tibio, y al primer mundo con sus cortes limpios y sus árboles abundantes, sus porches y su simetría, de este mundo pobre, casas feas y cuadradas apretándose entre sí a lo largo de calles pelonas, tendederos en los techos, tinacos de concreto. Una sensación sucia y picante en el aire. Y luz, sol, jacarandas.

La casa de mi abuela. Taquitos de rajas con crema, y aguacate, y una cerveza, y la gloria.

Decidimos ir al cine (yo llevaba cuatro meses de abstinencia) y vimos “Benjamin Button”, y yo estuve de acuerdo con Benjamín cuando regresa a su casa luego de un viaje prolongado y encuentra que todo es igual pero él es distinto, así que nada es igual. Hay una secuencia (de mis favoritas) en la que se teje azarosamente una colisión que inicia cuando una mujer olvida su paraguas. Vi la colisión en la pantalla sin saber que iba en camino a mi propia colisión y quizás todo empezó con un olvido o una indecisión tan insignificante y tan significativa como la mujer y su sombrilla.

Salimos del cine. Fuimos a un cibercafé y le escribí a J. quien ya me había escrito la mañana de ese día, desde su paisaje blanco y frío.

Caminábamos hacia el metro y nos salieron 3 adolescentes en bici, con pistolas. Cortaron cartucho. Se llevaron la cartera de mi hermana, con el dinero que ella tenía para regresar a Michoacán, y se llevaron mi cámara. La cámara era mi único lujo, mi única evidencia tangible del tiempo transcurrido y las horas trabajadas. Yo pasé meses solitarios caminando en aquel mundo nuevo y lo único que hice fue tomar fotos. Las fotos estaban en la memoria de la cámara y no las había descargado en ningún lado así que se perdieron para siempre.

Apenas 5 horas de regreso en México ya no tenía nada. Era romántico pensar en que iba a ahorrar dinero suficiente para África y que iba a hacer toda una tesis mientras trabajaba seis días a la semana. La verdad es que sólo regresé con mi cámara, mis fotos, y dinero suficiente para regresar en el verano y abrazar a J., otro rato.

Ahora sólo tengo mis cicatrices. Y cuando lo pienso, cicatrices eran lo que yo quería. La certeza de que he vivido, que me tembló el pecho, que algunas veces se me aceleró el pulso y se me hincharon los pulmones como las velas de los barcos sobre el mar.

Estoy triste. Me falta J. Me duele México, su violencia, su crisis, sus chavitos de 16 años cortando cartucho, nerviosos.

No sé en qué medida soy distinta. El viaje se irá sedimentando en mí y yo entenderé poco a poco. Ahora el agua está todavía revuelta y la ola que me revuelca sigue rompiéndose.

Creo que toqué la realidad. Toqué el anti-romanticismo desde mis ojos permanentemente románticos. Toqué la imperfección claroscura y punzante de todas las cosas.

Ni siquiera el amor es romántico ahora. Mi historia de amor ha sido desde el principio casi tan triste como ha sido dulce y hermosa.

miércoles, 21 de enero de 2009

semana vertiginosa

Una maniana, reciente, antes del trabajo, en un restaurancito, junto a la ventana.

Esta es mi mas violenta ternura. Todo es hermoso hasta la raiz de las corneas, todo duele a veces, y a veces, todo es cielo puro acariciando mis alas (yo era cursi antes de estar enamorada, los nuevos niveles son toxicos y vomitivos, si usted querido lector se siente enfermo por el exceso, recomiendo detener en este momento la lectura). Hemos compartido minutos y horas reservados para la zona poetica de mi memoria (robandole una imagen a Milan Kundera, oooootra vez), ahi donde guardamos solo las cosas que nos intoxican por completo, con su belleza. Tengo esas imagenes, y estoy incluida en ellas, no son cuadros lejanos de J., sino con J., a mi lado, muy cerquita, y me siento afortunada y a veces pienso en la esperanza como si pudiera asirla, apenas. Estoy partida en dos por la ternura. Estoy consciente de todo. Estoy jodida. A veces llegan las grandes olas de terror. Me voy en dos semanas, y no puedo ni pensar en eso, no hay nada bajo mis pies, puro precipicio. Pero tengo alas, a veces, y nada es oscuro, todavia. Todo es deslumbrante.

Sen-tir-lo. Calido. Dulce. Tener su rostro pegadito al mio, su nariz frotando a mi nariz con dulzura. FELICIDAD, entonces. FELICIDAD, ahora. Estoy en el restaurancito junto a la chamba y acabo de desayunar un desayuno opulento y el esta ahi, a unos metros de mi del otro lado de la calle y los dos odiamos nuestros trabajos (el me dijo, es inhumano, a veces creo que podria romper a llorar mientras estoy ahi), pero tendremos nuestros encuentros en los pasillos, miradas significativas y secretas, y me siento permanentemente intoxicada, ESTA ES LA FELICIDAD. Que no se me escape esta conciencia, mientras afuera cae la nieve y hace frio y el lunes es blanco y gris, y estoy aqui, y SE que SOY FELIZ.

Dos dias despues, creo, en el cafe de la esquina.

A veces vienen juntos el miedo y la tristeza. Partida en dos por la ternura ahora, despues solo voy a estar partida en dos. Me predico calma y trato de practicar distancia. Entonces por ejemplo el se esconde detras de una columna y me mira con ojos luminosos. Me invita el lunch, se sienta a mi lado, y acerca el periodico para leer conmigo, y parece como si hubieramos compartido esos rituales desde hace muchos anios. Y solo pienso, en mis momentos mas insanos, que no me puedo imaginar otra alma como la suya para estar a mi lado. Asi las cosas. No me queda de otra mas que entregarme sin resistencia a la felicidad de estos ultimos dias. Practicarla a conciencia, con todos los tejidos nerviosos. No hay despues, ahora. Hay lo que hay mientras los minutos se abren en nuestras manos como frutas maduras.

Y hoy.

El me hace sentir cada vez mas segura, el se hecha encima de mi como sol, como una manta. Me siento dispuesta a ir con el a traves de lo que sea, cualquier enfermedad, cualquier tristeza. Su corazon maritimo es el unico lugar donde puedo hundirme sin heridas, sin oscuridad, sin arrepentimiento.

miércoles, 7 de enero de 2009

poema desde pinche teclado saj`on

`El pas`o su brazo delgado alrededor de mis hombros delgados
los dos dorm`iamos, o soni`abamos
Era la nuestra una dulzura pequenia
una sombra suave en los p`arpados rojos y la electricidad de un [aleteo

Era el m`io un fr`io `artico y eterno
y `el, por un minuto, para m`i
una l`inea roja en la curvatura de la tierra
separando a la noche de la noche

dividiendo al suelo del abismo del cielo

`El pas`o su brazo delgado
sobre mis hombros
delgados
`el dorm`ia o soniaba y yo soniaba
con su aliento encendido, sobre mi rostro
y el temblor de sus dedos
deteni`endose un segundo, sobre mi espalda.
Y era la nuestra una tenue tristeza
y era la m`ia una lluvia sin fin
sobre techos de l`amina y gatos hambrientos.

`El me rode`o unos minutos con su brazo delgado
la huella desvanecida de su calor
pabilo breve

insecto `ambar

moribundo

es todo lo que tengo

mientras se abre como una garganta
la eternidad del firmamento
sobre mis cabellos.

domingo, 4 de enero de 2009

Mas transcripciones rapidas y sin acentos.
El primer dia del anio.

En huelga. Ensombrecida. Se que no se trata solo de estar aqui, automaticamente, sino de ESTAR aqui, pero me siento desgastada, y sin luz. Solo quiero hundirme un momento debajo de las cobijas y cerrar los ojos y apagar el pecho, unas horas. J. y yo habiamos quedado en salir juntos la noche del 31, pero el pobre se enfermo horriblemente del estomago. Lo fui a visitar, me estaba esperando en la parada del metro, palido, casi helado. Le lleve sopa pero el no queria comer nada, todavia. Nos acostamos en el colchoncito en su cuarto a ver la tele. Dulce, delgadisimo J. Se veia en los huesos. Yo quede con el por telefono en irme temprano para dejarlo descansar, y pense que me daba tiempo de ir al “Bandido Mexicano”, a celebrar con los paisanos antes de las doce. J. aun tenia que ir a cada rato al banio, y solo tomaba sorbitos de agua, y se veia cansado, pero a veces se encendia otra vez su entusiasmo y se levantaba de un salto para explicarme con gestos tal personaje de una parodia comica, o los movimientos del mar en ciertos lugares del norte. Yo habia pagado una reservacion cara (32 pinches dolares) por la cena en “El Bandido”, a invitacion de Edgar, otro mexicano, quien se esta quedando por unos dias con Rodrigo. Pense que no me podia zafar de eso, asi que a las 11 me despedi de J. Lo abrace en el umbral de la puerta, al filo de la nieve, y el a lo mejor hubiera querido que me quedara, pero solo sonreia una de sus sonrisas caracteristicas mirando al suelo, apenas de pie, todavia mareado por la enfermedad. Debi mandar la reservacion a la chingada y quedarme con el por lo menos hasta la medianoche pero no lo hice. Viaje en metro de regreso a la orilla opuesta de la ciudad y a ratos entraban a los vagones parvadas jovenes y alcoholizadas, cantando a todo volumen canciones de los Beatles, riendo escandalosamente, encendidos, balanceandose en los tubos de metal, resbalando de sus asientos, sin poder estar de pie, sin poder estar quietos. Y habia personajes nocturnos, maquillados dramaticamente, cabellos fosforescentes y multiples perforaciones en el rostro. Y habia personajes solitarios, vistiendo su ropa de todos los dias, quietos en sus lugares. Yo ya llevaba encima mi tristeza. Una tristeza que fue creciendo a lo largo de la noche. Llegue al bar mexicano y el chavo que me invito y al que le pague la reservacion no estaba. Rodrigo me hizo un lugar con su familia y me sacaron a bailar pero la tristeza para ese momento era ya una nube a punto de romperse sobre mi cabeza. Yo estaba ahi, pero no estaba celebrando nada. Finalmente llego Edgar y se sento a platicar conmigo y bailamos una pieza nortenia y el baila muy bien, pero un poco antes de las dos de la maniana Rodrigo tenia que ir por algo a la casa y aproveche el aventon y me tendi en la cama y me dormi hasta ya muy empezado el dia siguiente. Ahora escribo desde la sala de C. (el guardia de seguridad), con quien voy a vivir este ultimo mes, escribo en el sillon que me servira de cama y C. salio desde hace rato y la tele esta encendida en los creditos finales de una comedia romantica. Perdi mi tarjeta de larga distancia y no puedo hablar con mi familia ni mis amigos porque hoy todo esta cerrado, y creo que estoy evadiendo la sensacion tangible de ellos, alla. Ahora vivo en un departamento, al filo de una avenida, y se escucha el sonido del trafico. Ese sonido me gusta.

HOY.
ALGUNAS SENIALES DE QUE MI CORAZON SE HA IDO POR LA PENDIENTE RESBALOSA Y TODO ES TRISTISIMO Y DESESPERADO.

* Pienso en el, todo el tiempo.

* El viernes le dije, ey, somos vecinos ahora, vivimos cerquisima, deberiamos hacer algo juntos, y el me dijo, pues hoy, asi que saliendo de la chamba fui otra vez a su departamento y el me puso discos de CRASS, una banda de punk, irlandesa, y discos con canciones poco conocidas de Bob Marley, y luego un poquito de War, y un poquito de Johnny Cash. Y yo estaba ahi, de una manera mas bien tenue, y me di cuenta de que me gustan las manos de J., muchisimo, y su rostro tipicamente irlandes y las patas de gallo alrededor de sus ojos encendidos. Y ya empezaba a estar todo perdido desde entonces, o desde mucho antes. Desde que llegue a Toronto (y desde siempre) he estado preparando mi naufragio, he estado persiguiendo el momento para quemar las naves del pecho (y perderlas al fondo del mar). Cada quien sus abandonos y sus debilidades. Mi problema siempre ha sido el mismo, siempre ha sido que voy ansiosamente buscando abismos para caminar por la orillita y antes de que llegue la garantia de un puente resbalo y me hundo oscuramente hasta que todo duele y es un poco dulce y un poco acido y ya no tiene remedio.

Hoy el descansa (hoy es domingo), pero vino a la tienda y paso como media hora platicando con M. junto a la caja, y apenas si nos saludamos y apenas si nos despedimos, de lejos, gestos brevisimos de reconocimiento. M. es una de las cajeras y es una mujer hermosa y dulce y J. la quiere desde hace quien sabe cuanto tiempo y el de ellos tambien es un abismo del que solo adivino imagenes borrosas. La familia de M. es originaria de algun lugar en el cercano oriente y son musulmanes. Ella tiene como 22 anios y su piel es color trigo y sus ojos son como ojos de gato, enormes y rasgados y de un intensisimo color miel. Es, ademas, una presencia serena y segura. J. me confeso que la quiere, hace varias semanas, antes de que empezara a quererlo o me imaginara que iba a quererlo, me dijo "I would date her in a second, and she knows it, too", el problema es que su familia es muy religiosa, y J. tendria que ser musulman y no limitarse a ser su novio, sino casarse asi nada mas, tajantemente. Se que se ven a veces para comer juntos y eso es mas o menos todo lo que se. J. lleva quien sabe cuanto tiempo caminando en circulos alrededor de esta historia imposible y a lo mejor M. es la razon por la que el sigue trabajando en la tienda. De cualquier forma, los dos forman parte de este barrio desde hace mucho, y conocen a sus mutuas familias, y se encuentran en las calles con frecuencia. Y cuando yo le digo a J. deberias simplemente tomar un avion y lanzarte a Mexico el se encoge de hombros y me dice que ni siquiera tiene pasaporte y que la burocracia canadiense es imposible de remontar para esas cosas. El no tiene ganas de irse a ningun lado, ni siquiera por un tiempo. El forma parte del tejido de estas esquinas y estos pasillos, y el bar de la esquina, y M. Y yo se que J. disfrutaria de cada segundo y cada piedra de Mexico, pero el asunto es que el se las arregla para emocionarse con los segundos y los personajes y los semaforos y los itinerarios de este barrio de Toronto y no le hace falta nada mas (no le hago falta yo, por ejemplo). Hay algo zen, ahi. J. no parece necesitar nada. Tiene su colchon, su tele, su dinero para la renta, su aparato para la musica y un chingo de discos, dinero para comida, y cervezas, y 3 guitarras que ya no sirven. No tiene celular, ni computadora, ni ipod, ni dvd. Todavia escucha cassettes y camina a todos lados con un discman viejo (se parece a mi en esas cosas). Pero nada en el, nada, nunca, en sus movimientos o sus conversaciones es opaco o distante. Ese es el asunto. J. no necesita de nada para estar intensamente involucrado con todo, y con todos. Y lo que pasa es que entre a ese departamento de sotano la noche en que habia tormenta y vi la orilla, el pedazo luminoso de periferia desde el que J. esta en su vida, y es profundo, es inteligente y sutil y calido y transcurre con integridad dulce y capacidad sin descanso para el asombro. Ese espacio lleno de botellas vacias y ropa desparramada, y cambio revuelto con discos sobre la mesa y el sillon, podria ser la celda de un monasterio, y J. es una especie de santo, al margen de todo lo religioso y al margen de todos los slogans y todos los discursos. J.es una de esas figuras esbeltas a punto de desvanecerse. La vida de J. en este barrio del este de Toronto es el equivalente a el bosque de un ermitanio, es un lugar para estar en el mundo desde el margen, sin asumir cualquier carrera sin aliento en pos de titulos o victorias, o cosas, o prestigio. Por supuesto, yo he pensado mucho, y mas a ultimas fechas, en la belleza de esas figuras delgadas, y ahora encuentro a J., y todo es triste, infinitamente triste, y ya no tiene remedio.

Cuando J. llego hoy a la tienda y lo vi, hubo una violencia aguda en mi estomago, una violencia que casi habia olvidado, una violencia que no sentia quizas desde mis anios de la prepa. Y luego lo vi platicando con M. y todo estuvo claro, asi que me quede con la escoba en la mano en la seccion de las verduras, inmovil entre los clientes ajetreados, y no se que cara tenia pero una mujer se me acerco y me dijo, "happy new year, don't look so sad." Uf. Soy en este momento una figura al borde de una mesita en un cafe escribiendo velozmente en mi cuaderno tamanio profesional y afuera la noche esta helada cerca de Dufferin Station, y traigo el rostro enrojecido y humedo por la tristeza.

Pero el asunto es este. Hace rato que no me sentia tan viva como ahora justo ahora. Y a pesar de lo amargo, esa sensacion me gusta un chingo. Hay algo de lucidez oceanica en esta tristeza helada. No se si tengo el temple para desvanecerme en un margen para siempre, pero estoy en un margen ahora. Toronto es mi pedacito de periferia. Y el asunto con las orillas como esta, no importa sin son una selva o una playa o una carcel o un monasterio o un barrio del este y una pinche tiendita de supermercado, es que son ventanas asombrosas para mirar el universo. Estoy mirando al mundo en carne cruda y sin refugios. Estoy mirando al mundo intensamente (lo malo es que no siempre consigo que el mundo me mire de regreso). Estoy mirando al mundo, estoy mirando a J. J. no me mira, esta mirando a M. Me limito a estar, en medio de sensaciones saladas y oscuras que se han ido intensificando cada dia. Estoy, simplemente estoy, en la version mas triste de mi misma. Y si quiero que J. me vea a lo mejor tengo que hacer aspavientos o desplegar estrategia pero para esas cosas nunca he tenido la energia. Nunca me han dado ganas de competir por un hombre. J. regreso tiempo despues a la tienda, hoy, y se acerco a platicar conmigo, y M. hizo varios movimientos territoriales para llevarselo y yo pense amargamente que que derecho tiene ella a ser territorial si no puede ofrecerse a J. mas que como suenio o como fantasia. Pero que derecho tengo yo. Yo me voy a Mexico en menos de un mes. Mi batalla estaba perdida, con M., o sin ella. Que derecho tengo, que derecho, mi corazon insano, para enfilarme todo el tiempo en el bando equivocado de todas las guerras.