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sábado, 7 de agosto de 2010

A post written in bad English, meant for my husband.

You are everything which is stroke by the wind

where the water brakes, where salt is amassed

but you never brake you are sweet

you fly, and you carry the sky     on your back.

You remind me of an ash’s seed,

in a sharp winter, in a cement crack

which springs a tender arm

and spreads out beauty

into gray, blind

nights.

miércoles, 7 de enero de 2009

poema desde pinche teclado saj`on

`El pas`o su brazo delgado alrededor de mis hombros delgados
los dos dorm`iamos, o soni`abamos
Era la nuestra una dulzura pequenia
una sombra suave en los p`arpados rojos y la electricidad de un [aleteo

Era el m`io un fr`io `artico y eterno
y `el, por un minuto, para m`i
una l`inea roja en la curvatura de la tierra
separando a la noche de la noche

dividiendo al suelo del abismo del cielo

`El pas`o su brazo delgado
sobre mis hombros
delgados
`el dorm`ia o soniaba y yo soniaba
con su aliento encendido, sobre mi rostro
y el temblor de sus dedos
deteni`endose un segundo, sobre mi espalda.
Y era la nuestra una tenue tristeza
y era la m`ia una lluvia sin fin
sobre techos de l`amina y gatos hambrientos.

`El me rode`o unos minutos con su brazo delgado
la huella desvanecida de su calor
pabilo breve

insecto `ambar

moribundo

es todo lo que tengo

mientras se abre como una garganta
la eternidad del firmamento
sobre mis cabellos.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

un poquito de pánico

Me acuerdo perfectamente de un viernes cuando estaba en el último semestre de la prepa: caminaba con la mochila cargada de libros y ropa, por una calle cuesta arriba, bajo el sol de las dos de la tarde, sintiéndome muy cansada, con muchas ganas de llegar por fin a mi casa, y de pronto sentí pánico, porque ya había decidido irme a un programa de servicio social en educación rural en cuanto me graduara de la escuela, y me di cuenta de que era una niña consentida sufriendo por muy poco, y que estaba a punto de averiguar lo que era el cansancio de a de veras. Fue un instante de conciencia anticipada en el que me quedó claro, sin tanto romanticismo de por medio, en lo que me había metido. Y así fue. Los siguientes dos años caminé mucho, con mochilas pesadas en la espalda, por cuestas que a veces parecían interminables, y hubo momentos de sufrimiento, pero esa fue una época feliz.

Dentro de mí hubo alguna vez la fuerza necesaria para vivir esos dos años. Para vivir sola en esta ciudad, después. Pero creo que el último año de mi vida ha sido simplemente blando, simplemente cómodo. Engordo en la silla, frente a la pantalla eterna de la computadora, mientras le dedico más tiempo del que debería a escribir, por ejemplo, en este blog. Y esa sensación de pánico que sentí aquel viernes a las dos de la tarde, sudando bajo la mochila, se parece al pánico que a veces siento ahorita. Me he echado a perder. Me levanto tarde los fines de semana, y todos los días, me doy el lujo de despertar paulatinamente, con una taza de café en la cama, escuchando música, y todo está perfumado con una voluptuosidad laxa y poco demandante. Yo me voy haciendo una masa dúctil, que sigue los impulsos inmediatos sin mucha disciplina, y sólo responde a los requerimientos externos cuando cae encima la presión del tiempo.

No quiero sólo cerrar los ciclos que me hace falta cerrar, para seguir un camino que está cada vez más claro y responde a una necesidad casi dolorosa de sentido, y de contacto. Quiero ponerme a prueba. Quiero sufrir un poco. Quiero una realidad incómoda, donde no haya tanto espacio para estirarme suavemente a lo largo de la cama. No quiero ahorita marcos institucionales, ni seguridad anticipada. Quiero arriesgarme a la incertidumbre, y quiero ver si no se durmió por completo en mí la fuerza que alguna vez me permitió vivir otras aventuras que también eran necesarias, entonces, y que ahora son zonas luminosas en mi memoria. Quiero un poco de pánico.

La felicidad no se parece en nada al letargo, y tampoco se parece demasiado a la comodidad, aunque no quiero renunciar para siempre a las sensaciones dulces de los domingos en la cama, o las tardes en el cine, o las comidas opulentas, que forman parte cotidiana de una belleza sin la que seríamos seres muy fríos, voluntariamente empobrecidos. Si algo me mata, o más bien, me mantiene viva, ahora, son esos momentos deliciosos: un buen disco, una taza de café y una novela, una noche bailando sin descanso, una película a blanco y negro, instantes de comunión con la gente que quiero, con la ciudad que quiero. Regresó mi mejor amiga de una estancia fuera del país, y el fin de semana pasado, dueñas nuevamente de nuestra complicidad, la ciudad me pareció luminosa. Todo se sintió perfecto, incluyendo los puestos de fritangas en el mercado de la portales, y el ruido de los tianguis, y los taxis de Insurgentes en la madrugada, y mi edificio, oscuro, ruidoso, con Andrea que tiene cuatro años y es mi vecina, y sostiene largas conversaciones conmigo desde su ventana. Y yo conozco el lenguaje y los códigos implícitos de esta ciudad caótica, y quienes me acompañan en ella. Y me siento protegida por ángeles, cerca de mis amigos y mi familia.

Y si me voy (y todo apunta a que sí, y más me vale que sí), me voy a un lugar del que no conozco los símbolos ni las reglas, en condiciones precarias, y sola. Me voy al frío, y soy una de las personas más friolentas que existen. Me voy a partir la espalda. De eso se trata. Quiero ver si aguanto un poco de rudeza, si mis días pueden ser ásperos, y yo puedo, entonces, sobrevivirlos.

Porque además, sucede que cuando todo es nuevo y difícil uno está obligado a estar despierto, todo el tiempo. Y estar despiertos se parece mucho a ser felices.
Y nomás para seguir echándome porras, alimentando los discursos que me animen al salto final, pongo aquí un poema que escribí hace yo creo más de un año (y ya entonces me sentía tal como me siento justo ahora).

Quiero decir un día: he sido
Quiero decir: invoqué al cielo
sobre mi cabeza
y el huracán se enredó en mi cabello
y corrió mi sangre
como una roja manada de lobos
dibujando sobre la nieve
constelaciones de rosas y heridas.

Y aulló mi pecho y mi corazón se deshizo
sobre los lomos de caballos tendidos
que atropellaban la tierra, blancos,
como una avalancha de lágrimas
para los ojos secos del mundo
hundiendo en las costillas del polvo
cascos desamparados, golpeando
como las manos de los locos y
sumiéndose como cuchillos.

Quiero decir: salté a la noche
cuando no se veía nada, y nadie sabía
si habría pétalos de miel
para mi cráneo salado
o una luciérnaga breve
para el aire frío.

Quiero decir: puse mi barco entre arrebatos helados
y me dejé golpear por las olas
y me dejé quebrar en dos
y me dejé llorar
y entonar mis canciones
y susurrar mis besos
y nacer mis flores
violetas húmedas
sobre la lengua.

Ahora digo, por primera vez: he saltado
Todo es negro en este momento
no hay luz y no hay esperanza, pero espero
soplando con dulzura aliento en mi pecho.

Mi sangre empieza a correr
en hilos delgados, entre mis piernas
como la primer lágrima del primer ángel
que se lanzó hacia el mundo, desde las nubes.

Y quiero irme en mi sangre como en un río
entre los tambores de una tribu púrpura
entre las antorchas de un barco de guerra
velas tejidas con pájaros
y flechas adornadas con plumas
y cabellos trenzados con fuego.

Quiero correr con mi sangre, hacia dentro
donde están las grietas para abrir mi espalda
Ahí donde duermen salvajes las estrellas
que quieren despertar.

Y quizás, ahora, pronto,
le alcance al cielo para encender
una sola, breve, luciérnaga.

jueves, 4 de septiembre de 2008

En vez de abedules
quisieras sembrar estrellas,
tomar a puños la luz
y germinar el cielo
para la tierra, en ramilletes
en nocturnas cosechas.

Pero la tierra es sólo la tierra
este poco de polvo, en el que todo se quiebra
estos grillos de huesos como briznas de paja
y pechos pequeños que sin embargo alcanzan, a veces
para cantar.

Y tú, silenciosa tú
de venas de arena, esperas
el golpe del tiempo
que se derrumba encima:
minutos como granizos de piedra
y días como corrientes marinas
rompiéndose siempre en el centro del cuerpo
que no sabe cantar, enfermo de cielo
envenenado por el deseo
de cristalinos surcos
para cultivar las nubes
como alfombras persas
para navegar.

Pero la tierra es sólo la tierra.
Sólo te queda quebrarte
y esperar las lluvias:
tu poquito de cielo
el único que te queda
abrir la boca paciente
hasta que un día, de pronto
desde el pecho luminoso y frágil
te nazca un ave de trigo dorado
un vuelo de profunda montaña
un aullido ronco, un himno crudo
un tarareo dulce.

Aguijoneada estás, enferma
por una cadena de ángeles
que son escombros de luz, apenas.
Pero la tierra es sólo la tierra
y ya sólo te queda
partirte en dos, con dulzura
y entonar, voz de grillo,
la sed suspendida, y el agua sucia
y el aguardiente y el pan
de todos los días.

miércoles, 13 de agosto de 2008

No es nada.

Es sólo un segundo de tristeza.

Un segundo de sal, una sombra rápida sobre los ojos.

Un crepúsculo en descenso sobre todas las líneas y todas las ciudades.

En el estómago se asfixia un insecto o se derrumba el cielo entre las uñas

y las estrellas son aguijones rojos

y no hay lluvia para nadie.


No estás. Nunca estuviste.

Yo siempre estoy. Siempre. Del otro lado


de todas las ventanas.

jueves, 29 de mayo de 2008

gratuita

Yo: gratuita como el cielo o un árbol
fui un conejo blanco
en la trampa
de tus manos
y me dejé beber como un vaso de leche,
y fui el murmullo claro que caía
en hilos de rumor, por tu garganta

puse mi cabeza frágil sobre tu hombro,
y era mi corazón, aunque no lo sabía


Fueron tus dedos pero eran mis dedos
los que inventaron el viento y la lluvia
y el frío, para que yo me quebrara
como la fina armadura del agua.

Fue tu boca pero era mi boca
y eran, desde la raíz de mi espalda, mis alas
y eran mis manos adoloridas
que te sostuvieron, como una taza caliente
para la noche helada.


No alcanzamos luz suficiente para una vela entera,
sólo el flashazo afilado en la mirada de un gato,
o la uña de una luna, o el anillo de un planeta.

Fueron tus lanzas
pero mía, la guerra.
Y míos los tigres dispuestos al salto
y mías las heridas que abrió la tormenta.

Mía es la sangre
que escurrió en hebras tiernas
y son mías mis lágrimas
que mis manos despejan.

Yo: como la mañana, gratuita
puse mi voz
en el hueco de tu pecho
y fui para tu boca la sangre soleada
de las colmenas, una ola de trigo,
un pedacito de pan.

Sacrificada como un cordero
alimentado con flores, limpio y delgado
me quebré, yo, el tallo de una niña
me rompí, yo, el párpado del ciego
en las manos del milagro.

Fue tu boca pero eran mis venas
Fue tu noche pero la noche era mía
Era mi fiesta,
mi oración, mi sacrificio, mi ceremonia
oficiados a la sombra de mi pecho
en la tibia hondura de mi sangre,
Una palabra mía, secreta, una rama de olivo, un anuncio de tierra
para llevarla en el pico como golondrina reciente
y consolar al hombre (un día, un hombre)
que ahora navega y no sabe

que me espera.

Era mi noche, mi canción, mi noche.
Ahora te vas pero mi corazón se queda
porque era mi corazón, en el corazón de la tierra
entre los surcos del mundo, un árbol dormido
y la semilla dulce
de otras
estrellas.

viernes, 23 de mayo de 2008

rompernos los huesos de golpe luego
de sobrevolar la ciudad

ofreciendo los jirones del pecho y
la boca como una fruta partida
para alimentar los gorriones

los ojos desvelados y abiertos
sobre
azoteas sobre la madrugada y

semáforos sobre el silencio


las manos heridas
por la noche áspera
para que alguien les sople su aliento
y las consuele como se consuela a las manos
de los niños que se tropiezan.


todos aquí llevamos
una película gris
sobre el cabello
y a mí me gustan las cabezas salvajes

me gustan las palabras:
embarcación, y montaña y

líneas i n f i n i t a s.

Me gusta pensar en viajeros
que rompen a llorar, de pronto
y tejidos atormentados
por la visión de un sueño
o la memoria de un rostro
y el timbre de una voz
o el eco de una infancia



quiero enumerar riscos, y despeñamientos ciegos
y dedos cubiertos de espuma
y bocas dulcemente abiertas
como abismos para el vuelo
y lenguas de filo encendido
por la violencia del sol

y fumar un aire incendiado
por la electricidad del minuto
y sacudir a los árboles
para liberar sus pájaros

y sacudir el suelo
hasta que el terremoto nazca
para quebrar de una vez por todas
todos los vidrios, de todas las ventanas

y todas las orillas
que nos separan.