martes, 25 de enero de 2011

ÁFRICA

África. O sea, un continente a la vez hermoso y lejano. Un lugar con el que siempre he querido hacer contacto, desde veredas de tierra, rodeada de niños. Cuando pienso en eso, cuando pienso en África como un territorio a ratos verde y a ratos de un polvo rojizo, un territorio deslumbrante en el que se despliegue una cercanía construida poco a poco, no desde un avión ni desde un hotel ni desde un jeep sino al ras de la tierra misma,  pienso en la comunidad donde doy clases. Voy por veredas de tierra, rodeada de niños, y regreso a la ciudad cubierta de un polvo rojizo… así que mi trabajo, después de todo, se parece a mis sueños. No renuncio, desde luego, a África, pero pienso una y otra vez en una frase que oí precisamente en una película acerca de África: “algunos lugares tienen la propiedad de despertarnos”, y siento que mi destino en el mundo no es una sola raíz o un solo horizonte, sino un caleidoscopio de lugares en los que sea posible estar atentamente atada al presente, despierta. Así que estoy bien. Los espacios en los que transcurre mi vida me mantienen alerta y en la punta de los pies. Enamorada. Puedo decir que no sólo hay lugares con la propiedad de despertarnos, sino que hay lugares con propiedades curativas, y sólo desde donde estoy ahora era posible sobrevivir al desgaste que implica despedirse en el aeropuerto, sin saber cuándo llegará el permiso para que él y yo vivamos la vida que nos corresponde, juntos, como esposo y esposa que somos. Él, mi esposo (no pensé que yo, escéptica inicialmente ante la idea general del matrimonio, iba a disfrutar tanto decir una y otra vez “mi esposo”), estuvo conmigo en México por alrededor de un mes, y el paréntesis que se abrió entonces para él y para mí, en medio de la espera, queda desde luego sólo para él y para mí, lejos de todo lo demás, lejos de las crónicas desnudas de este blog. Todo se asienta nuevamente en las llamadas de larga distancia y la punzada en el estómago y el qué estará haciendo en estos momentos. Hace mucho, aquí, escribí que yo no le tenía verdadera fe a nada, pero que estúpidamente, cursimente, decidía de todos modos tenerle fe al amor. Ahora, luego de que he cumplido un año de matrimonio, 11 de esos 12 meses lejos de mi esposo, sigo creyendo en el amor, sobre todo el nuestro. De alguna forma, segura de mi corazón y del suyo (aunque nadie está nunca del todo seguro), arropada en el bálsamo de mis días como maestra rural de secundaria, encuentro que a esta época de mi vida no le falta luz. Después de todo, deseo profundamente para mí esa África con la que siempre he soñado, y deseo que mi vida de todos los días, también se parezca a África.