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jueves, 29 de octubre de 2020

Notes for the log kept by Wim Wenders’ angels/ Anotaciones en la bitácora para los ángeles de Wim Wenders

(Text in English first, texto en español más abajo)

Memory is our way to rescue something from the stream of weeks and months. All our days and nights are moving fast, filled with information we forget, and we lose entire blocks of time forever. Sometimes our memory acts unconsciously and sometimes it’s deliberate: we stop and look carefully and touch with our fingers the outline of a moment because we don’t want our brain to forget it (sometimes we silently repeat to ourselves the decision to remember the things we don’t want to be diluted), it’s similar to the decision of taking a photo; out of the repetitive or anodyne haze of all that is common and ordinary, an instant acquires distinct and defined contours, and we save it. The problem with my life is that it’s ordinary every day, every month of the year. I find comfort, however, in the angels of Wim Wenders. In the movie "Wings of Desire", a pair of angels tour Berlin (in black and white) and meet at the end of each day to compare notes in their personal logs (they carry tiny notebooks). Being angels, they can look at all of humanity, all the great dramas and tragedies, all the conquests, inventions, triumphs and wars, all the love stories, all the losses, all the art and all the science, and they choose instead to record small events in their notebooks, such as: "a woman closed her umbrella in the rain."

So I, just a regular office worker, go out into the world and walk on the streets and under the sky and find salvation in notes for a log I invent for myself. And when I do, I imagine that I’m the distant cousin of those angels and that my tiny regular life manages however to touch the outline of something that deserves to be written down in a notebook and be saved, somehow. The world is generous that way, after all.

These are my notes for today’s log:

I walked in the forest among copper trees against a gray sky. I saw an older man approach a tree, carefully open a ziploc bag, and sweetly place on the ground nuts for the squirrels. I didn’t know if they were gifts for any squirrel and all squirrels, or for a specific squirrel the man visits regularly, always at the foot of the same tree, on the same spot in the road. I saw a toddler in a blue snow suit walk clumsily and pick up a maple leaf, marveled. He immediately gifted it to his mother, who thanked him. I saw a man and a woman embrace for a long time in complete stillness and silence, and I couldn't guess if that was just deep love or if it was also sadness. I saw a man close his eyes with pleasure inside a hair salon, while a woman washed his hair. I saw from the street, through a window, a young employee of a grocery store, and his mouth and nose were covered by the mask that we must now wear everywhere, but his eyes laughed, amused, looking at something or listening to something hidden from me, beyond the contours of the window, and his young face was illuminated and full of beauty.

Lastly: a cat approached me in the street and let me pet it.

En español:

La memoria es nuestro mecanismo para rescatar cosas de la corriente de las semanas y los meses. Todos nuestros días y nuestras noches se mueven velozmente llenos de información que olvidamos, y perdemos para siempre bloques enteros de tiempo. A veces la memoria actúa de manera inconsciente y a veces es deliberada: miramos con atención y nos detenemos y pasamos los dedos a lo largo de un momento porque no queremos que nuestro cerebro lo olvide (a veces nos repetimos silenciosamente la decisión de recordar eso que no queremos que se diluya), es algo parecido a la decisión de tomar una foto; de entre la neblina repetitiva o anodina de lo común y lo corriente, un instante adquiere contornos distintos y definidos, y lo salvamos. Lo malo de mi vida es que es común y corriente todos los días, todos los meses del año. Pero encuentro consuelo en los ángeles de Wim Wenders. En la película “Las alas del deseo” un par de ángeles recorren Berlín (a blanco y negro) y luego se reúnen al final del día para comparar notas en sus bitácoras personales (en cuadernos pequeñitos). Como ángeles que son pueden asomarse a la humanidad entera, a todos los grandes dramas y tragedias, a todas las conquistas, invenciones, triunfos y guerras, a todas las historias de amor, todas las pérdidas, todo el arte y toda la ciencia, y eligen en lugar de eso registrar en sus libretas eventos sencillos, como: “una mujer cerró su paraguas bajo la lluvia”.

Así que yo, simple empleada de oficina, salgo al mundo y camino en las calles y bajo el cielo y encuentro salvación en notas para la bitácora que invento para mí misma. Y cuando lo hago, me imagino que soy la prima distante de esos ángeles y que mi vida, así de común y corriente, alcanza a tocar el contorno de algo que merece anotarse en una libreta y salvarse, de algún modo. El mundo, después de todo, es generoso en ese sentido.

Estas son mis anotaciones para la bitácora de hoy:

Caminé en el bosque y los árboles eran de cobre contra un cielo gris. Vi a un hombre mayor acercarse a un árbol, abrir con cuidado una bolsita ziploc, y colocar dulcemente nueces en el suelo, para las ardillas. No supe si eran regalos para cualquier ardilla y todas las ardillas, o para una ardilla específica a la que el hombre visita regularmente, siempre al pie del mismo árbol, en la misma curva del camino. Vi a un niñito de año y medio embutido en un traje azul para el invierno, caminar torpemente y recoger encantado una hoja de maple. La tomó en sus manos y la regaló de inmediato a su madre, quien le dio las gracias. Vi a un hombre y una mujer abrazarse largamente en completa inmovilidad y silencio, y no pude adivinar si eso era sólo amor profundo o si era también tristeza. Vi a un hombre cerrar los ojos con placer al interior de una peluquería, mientras una mujer le lavaba el cabello. Vi desde la calle, a través de la ventana, a un empleado joven de una tienda de supermercado, y su boca y nariz estaban cubiertos por la máscara que debemos usar ahora en todas partes, pero sus ojos reían divertidos mirando o escuchando algo oculto para mí, más allá de los contornos de la ventana, y su rostro joven estaba iluminado y lleno de belleza.

Por último: Un gato se me acercó en la calle y me dejó acariciarlo.

sábado, 7 de agosto de 2010

Mi reino por una letrina

Casi se me había olvidado cómo se siente esta forma específica de agitación sanguínea. Los dedos se estiran como queriendo desprender sus falanges para alcanzar lo más pronto posible la otra orilla del umbral siguiente, dan ganas de hacer tantas cosas, y de empezar a hacerlas de inmediato. Sueño despierta sin querer y sin descanso, tejiendo proyectos unos sobre otros en torres inclinadas, que culminan en alguna lámpara suave, una vela arropada en un quinqué. Esto también es la felicidad. Ahora me acuerdo. La vez pasada que estuve en conafe, hace ya varios años, también fui feliz. Todavía no me asignan una comunidad, pero este lunes salgo tempranito para la sierra en viaje de prácticas. Somos cuatro, y sólo sabemos que a donde vamos no hay luz eléctrica, y que hay que subir y bajar un cerro a pie, para llegar a la escuelita donde daremos clases durante la semana. Conozco la brecha que se abre paso en la sierra, pero me cuesta trabajo recordarla. De ese camino sólo recuerdo una sensación general de deslumbre, y alegría. Recuerdo con más detalle momentos muy específicos, por ejemplo, ir a caballo por un sendero en lo alto de una montaña a la hora del atardecer en que todo es rojo, y encontrarme en medio de un bosque completamente rojo, y mis manos y las correas de la silla, y las orejas del caballo y las siluetas de mis compañeros y de los campesinos que nos acompañaban eran rojas, y el horizonte gigantesco, interminable, mostraba una tras otra hileras de montañas que también eran rojas.


Ayer, mientras hablaba por teléfono escuché maullidos roncos en la calle. Poco después vi con alivio a mi mamá entrar al cuarto con un gato arropado contra su pecho. Es la cosa más flaca, más triste, más dulce, que he visto en mi vida. Mi mamá lo rescató, literalmente, de las fauces de un perro. Se le sienten todos los huesos del cuerpo, tiene un ojo infectado y amarillento, y ronronea todo el tiempo.

Y además, si alguien estaba interesado en saber, a mi marido ya le llegó una carta oficial donde la burocracia migratoria lo acepta como mi sponsor, así que las cosas avanzan y la frustración retrocede un poquito y la esperanza respira con alivio y da tres pasos cautelosos hacia el frente.

Este es el post más optimista que me había dado el lujo de escribir, desde enero, y era ya una cuestión de supervivencia darle chance al corazón de que se agite, y esté vivo. Y aquí estoy, arropada en el mediodía nublado de este sábado a principios de agosto, nerviosa y feliz, agitada y feliz. Espero que todo salga bien, que no nos muerda una víbora, que no nos salgan los narcos, y que por favor por favor por favor haya una letrina allá a donde vamos. Nada me preocupa tanto como eso. La vez pasada que fui instructora, nada me preocupaba tanto como eso. Hay lugares donde el baño es todo el monte, y cualquiera puede interrumpir sin querer el momento en que andamos con el trasero al viento tratando de cumplir con funciones fisiológicas impostergables. Tenía pesadillas al respecto, seguí teniendo sueños angustiosos sobre la necesidad de ir al baño incluso cuando ya no era instructora comunitaria y había a mi alcance retretes y comodidades urbanas y modernas. Según lo que recuerda nuestro capacitador, Sinda (así se llama la comunidad a donde vamos) tiene por lo menos una letrina cerca de la escuela, pero la última vez que él estuvo ahí, había un panal de avispas abajo. Posición más vulnerable al piquete de las avispas no me puedo imaginar. No sé qué es peor, las avispas o la falta de privacidad. En fin en fin, si todo sale bien (y no es éste un eufemismo escatológico), aquí estaré de regreso en una semana.

jueves, 15 de mayo de 2008

gatos

En mi cuadra hay varios y por eso no nos acosan las ratas. Uno de mis favoritos es blanco y gris, de la hermosa especie de los que usan calcetines. No sé si no tiene dueño o más bien es muy independiente, pero siempre lo encuentro solo, a las horas de mayor silencio de la noche, cruzando libremente la avenida de ida o de regreso. Hay otro, atigrado, que se coloca sobre el techo de un portón vecino. Siempre se sienta en posición de vigilante, elegantísimo y erguido. Parece inquebrantable, pero si uno le habla en tonos dulces, responde en tonos dulces de regreso.
Son los héroes de mi calle. Pasan como sombras sin exigir reconocimiento, pero me tranquiliza pensar en las curvas discretas de sus cuerpos y en sus patas acolchadas, patrullando nuestra noche, protegiendo nuestros sueños.