domingo, 6 de febrero de 2011

lotería

De todas las magias que con discreción nos acompañan todos los días, de todos nuestros breves asombros, nada es tan deslumbrante para mí como el poder de las casualidades. Todas las cosas que deben ocurrir, y que deben dejar de ocurrir, para que se dibuje el contorno de nuestra historia. Impulsos infinitesimales, décimas de segundo en las que todo cambia para siempre, y vuelve a cambiar para siempre, y cambia para siempre otra vez. Somos la suma de una serie de accidentes de una fragilidad casi aterradora. [¿O será al revés? ¿Existen los accidentes para corregir los impulsos que nos lanzan a una historia que no es la nuestra?] Hay muchas cosas que no me gustan de mi pasado. Pero no cambiaría ni una sola, no porque carezca de arrepentimientos (me arrepiento de muchísimas cosas), sino porque alterar la trama minuciosa de ese conjunto de casualidades me enviaría lejos, para siempre, sin remedio, de mi esposo. Y no sé si somos “el uno para el otro”, no sé si seremos “felices para siempre”, no sé si exista algo así como la media naranja, una sola media naranja que nos complete, me inclino a pensar por el contrario  que existen en el mundo muchas personas con las que nos sería posible tejer historias significativas, y que incluso el instante mismo en que el amor inicia su viaje hacia la superficie es la consecuencia de accidentes microscópicos.  ¿Pero, quién iba a pelear por él, saltar en su defensa, y quién me iba a proteger, si no nos hubiéramos conocido? ¿Habríamos encontrado consuelo de todos modos? … Cuando me imagino esas historias posibles que ya no nacieron, historias en las que no está él sino alguien más, siempre las imagino cubiertas por una sombra de desamparo. El amor, este amor específico, esta historia de amor, este accidente cuidadosamente construido con años de otros accidentes, parece tan insustituible, tan irrenunciable, como el rostro de un hijo.

2 comentarios:

todavia dijo...

Yo creo que si pudieramos hacer algún cambio a nuestra vida, sí, el resultado nos conduciría necesariamente a otra situación muy distinta a la actual. Pero también creo que en ese caso, estaríamos igual de satisfechos -o no- con los resultados porque el ingrediente principal de nuestra suma de accidentes estaría ahí, intacto: Nosotros.

Jimena dijo...

Sí, tienes razón. A no ser que en realidad una parte de esa esencia que somos sea también consecuencia de todos esos accidentes. ¿Sería la misma persona sin el conjunto de mis experiencias, o sería otra, irremediablemente? Quién sabe. En todo caso, como bien afirma la sabiduría popular, el hubiera no existe :)