viernes, 11 de julio de 2008

Post en dos partes, una deshechable, y la otra morelliana

PRIMERA PARTE DEL POST, PRESCINDIBLE ACTO DE DESAHOGO SIN MÁS:

En este momento, hay como cinco o seis capas aislantes entre la realidad y yo. Las paredes del edificio, la pantalla en vez de la ventana, los oídos cubiertos por audífonos, la gripa, los antigripales, y encima, una sensación general de irritación y mal humor. Alguien, quizás el mismo alguien que se llevó mi quincena, se llevó ayer mis audífonos, y ahora traigo unos muy incómodos, que no sirven bien, con los que es una tortura hacer mi chamba, la cual ahorita consiste en transcribir una larga entrevista que hice ayer, con un hombre que habla muy rápido y con acento norteño (el acento norteño puede ser encantador, pero en este caso sólo resulta ininteligible), mientras todo el mundo habla por teléfono (hoy, la impresión es que hablan a gritos), y el scaner hace un sonido que hoy parece como de instrumento motorizado mal afinado, o máquina oxidada de tortillería. Hoy es uno de esos días. Pero como ustedes, lectores imaginarios o no, de mi blog, no tienen la culpa, denme chance de un breve momento de descarga: espero que al ladrón de esta oficina le salga caspa de por vida, y que sufra de impotencia sexual y halitosis, que le salgan hongos en los pies y le de mucha comezón y le apesten horriblemente los calcetines, que se le atore siempre la comida entre los dientes y que sufra de flatulencia incontrolable.

Igual no es para tanto. Me empiezo a sentir mejor. Este es un buen desahogo. Aunque sigo de mal humor. Mierda y recontramierda (en algún momento voy a tener que mejorar mis habilidades insultativas, hasta ahorita, son más bien patéticas).

SEGUNDA PARTE DEL POST, MÁS SERENO, DONDE QUEDA PROBADO QUE ES MUCHO MEJOR TRANSCRIBIR A CORTÁZAR QUE CONVERSACIONES CON ACENTO INCOMPRENSIBLE A TRAVÉS DE AUDÍFONOS DEFECTUOSOS

Ya me reí dos veces, gracias a J. quien primero me contó un chiste misógino (y tuve que reírme, con la misma risa culpable que producen los chistes crueles de humor negro: primero te ríes y luego te contienes y protestas). Después, me enseñó una foto que se hizo con una tortilla de harina a modo de máscara, con hoyitos para la nariz, los ojos y la boca. El resultado me hizo reír de nuevo, con más ganas, y todo poco a poco se aligera. Interrumpí la transcripción de la entrevista, puse música, y le robo minutitos al día para escribir aquí. Se siguen aligerando las sensaciones generales, dentro de poco a lo mejor ya empezaré a darme cuenta de que hoy, milagrosamente, ya no llueve. Termina aquí la parte más prosaica del post. Lento camino de regreso a los rumbos más densos: estoy releyendo Rayuela, por tercera vez. La primera vez lo leí en la prepa y creo que sólo entendí más o menos la mitad, pero igual me desvelé muchas noches leyendo y anduve varios días escribe que te escribe en mis diarios terribles monólogos semi-filosóficos. La segunda vez lo leí en la universidad, lo disfruté más, pero mis simpatías estaban casi todas del lado de la Maga. Oliveira, a lo mucho, me daba un poquito de lástima, con su búsqueda tan egoísta, tan ciega a los demás. Esta vez, aunque la Maga sigue contando con toda mi lealtad, Oliveira me cae mucho mejor. Me siento reconocida. En realidad, me gustaría pensar que de parecerme a alguien me parecería a la Maga, pero en este momento, más bien me parezco a Horacio, que busca una reconciliación pero no está seguro de dónde ni de cómo, y todo parece dolerle, pero nunca lo suficiente. En medio, una nostalgia por algo que se intuye, que a lo mejor está aquí, pero es casi todo el tiempo inaccesible. Aquí transcribo un cachito, de Oliveira-Morelli-Cortázar, sintiéndose triste por los locos, los soñadores, y las especies humanas en proceso de extinción:

…Qué inútil tarea la del hombre, peluquero de sí mismo, repitiendo hasta la náusea el recorte quincenal, tendiendo la misma mesa, rehaciendo la misma cosa, comprando el mismo diario, aplicando los mismo principios a las mismas coyunturas. Puede ser que haya un reino milenario, pero si alguna vez llegamos a él, si somos él, ya no se llamará así. Hasta no quitarle al tiempo su látigo de historia, hasta no acabar con la hinchazón de tantos hasta, seguiremos tomando la belleza por un fin, la paz por un desiderátum, siempre de este lado de la puerta donde en realidad no siempre se está tan mal, donde mucha gente encuentra una vida satisfactoria, perfumes agradables, buenos sueldos, literatura de alta calidad, sonido estereofónico, y por qué entonces inquietarse si probablemente el mundo es finito, la historia se acerca al punto óptimo, la raza humana sale de la edad media para ingresar en la era cibernética. Tout va très bien, madame La Maquise, tout va très bien.

Por lo demás hay que ser imbécil, hay que ser poeta, hay que estar en la luna de Valencia para perder más de cinco minutos con estas nostalgias perfectamente liquidables a corto plazo. Cada reunión de gerentes internacionales, de hombres-de-ciencia, cada nuevo satélite artificial, hormona o reactor atómico aplastan un poco más estas falaces esperanzas. El reino será de material plástico, es un hecho. Y no que el mundo haya de convertirse en una pesadilla orwelliana o huxleyana; será mucho peor, será un mundo delicioso, a la medida de sus habituales, sin ningún mosquito, sin ningún analfabeto, con gallinas de enorme tamaño y probablemente dieciocho patas, exquisitas todas ellas, con cuartos de baño telecomandados, agua de distintos colores según el día de la semana, una delicada atención del servicio nacional de higiene,

con televisión en cada cuarto, por ejemplo grandes paisajes tropicales para los habitantes de Reijavik, vistas de igloos para los de La Habana, compensaciones sutiles que conformarán todas las rebeldías,

etcétera,

Es decir un mundo satisfactorio para gentes razonables.

¿Y quedará en él alguien, uno solo, que no sea razonable?

En algún rincón, un vestigio del reino olvidado. En alguna muerte violenta, el castigo por haberse acordado del reino. En alguna risa, en alguna lágrima, la sobrevivencia del reino. En el fondo no parece que el hombre acabe por matar al hombre. Se le va a escapar, le va a agarrar el timón de la máquina electrónica, del cohete sideral, le va a hacer una zancadilla y después que le echen un galgo. Se puede matar todo menos la nostalgia del reino, la llevamos en el color de los ojos, en cada amor, en todo lo que profundamente atormenta y desata y engaña. Wishful thinking, quizá; pero ésa es otra definición posible del bípedo implume.

No hay comentarios: