lunes, 14 de julio de 2008

ridícula

Milan Kundera escribió alguna vez que a los seres humanos, pocas cosas nos importan tanto como las miradas de los demás. Y hace una clasificación de las personas de acuerdo a las miradas que buscan (cómo le gustan las clasificaciones a Kundera): los que buscan muchas miradas, un público, un auditorio, aunque sea una masa más o menos anónima y lejana, (el locutor de radio o editor de un periódico, no me acuerdo bien, que después hacía comentarios para los escuchas ocultos de la policía comunista); los que buscan una sola mirada, la del ser amado (Teresa y Tomás); y los que actúan para una mirada imaginaria (Franz, para el fantasma de Sabina).

¿Por qué nos importan tanto las miradas de los demás? A lo mejor, el reconocimiento es casi una confirmación de nuestra existencia, quizás no es tanto “pienso, luego existo”, sino “me miran, me escuchan, luego existo”. La mirada de otro, o de otros, nos salva de nuestras propias fronteras y nos abre la puerta a la existencia de los demás, y es como si eso bastara para rescatarnos parcialmente, y nos restara fragilidad.

Por supuesto, son espejismos. El hecho de que nos miren y nos escuchen no es garantía de comunicación, quién sabe si realmente nos miran y nos escuchan; y aunque hagan el esfuerzo honesto, quién sabe hasta qué punto lo que llevamos por dentro puede ser expresado de una forma que resulte inteligible para el otro, o los otros. Quizás, en mayor o menor medida todo es un juego de suposiciones erradas: yo creo que él es tal como lo veo y creo que me mira tal como soy, pero yo veo lo que invento en él y él ve a la que inventa para mí. Y así nos vamos, tranquilos y engañados, hasta el fin.

Cuando leí “La insoportable levedad del ser”, para mí el más ridículo de los personajes era Franz, pobre soñador. Actuar para la mirada de los otros es de por sí ridículo, pero actuar para la mirada de alguien que no está, para la mirada inventada de un fantasma, es una exageración de lo ridículo. Y lo peor es que me siento reconocida en toda esa ridiculez. No sólo me preocupa infinitamente la forma en que los otros me miran, sino que estoy rodeada de fantasmas, y ejecuto para ellos breves gestos teatrales, todos los días. Soy la actriz de públicos imaginarios. La imaginación, mierda, es como la heroína. Yo siempre sueño despierta. Siempre. Así que por qué no habría de actuar un poquito también, a través de ademanes insignificantes que duran unos segundos nada más, que a veces son sólo una tensión pasajera en la panza o un timbre o un perfume o un acento en el rostro o en los ojos. Cuando voy a cruzar una calle, a veces, por ejemplo, me imagino que el hombre que me gusta (que todavía me gusta, por pura terquedad) está ahí, a pocos metros, en alguno de los coches (ni siquiera sé de qué color es, así que podría ser cualquiera), me imagino que está detrás de algún parabrisas, y que me mira. El chiste es no voltear. Si volteo, voy a ver a un hombre de mediana edad con cara de fastidio, o a una mujer y sus hijos de regreso del kínder, o algún grupito de adolescentes, y voy a saber con certeza que él no está y que yo soy ridícula. Pero si no volteo, la duda se sostiene como una esperanza impalpable, así como todo lo sutil e inmaterial que hay en el mundo y que es improbable pero nos mantiene vivos, por alguna razón. Yo no volteo en la cineteca, no volteo en el supermercado, y esta ciudad es tan impredecible y tan grande que su fantasma está ahí, en todos lados, siempre y cuando yo no abra los ojos para destruirlo.

Este blog puede ser muchas cosas pero también es un gesto teatral. En el fondo de todo, hay una dedicatoria, una esperanza diminuta, un poquito adolorida (pero sólo un poquito). Y todo es trágico y ridículo a la manera de Franz. Todo sigue siendo la duda que no se desvanece gracias a que cerramos los ojos un segundo. No queremos voltear hacia la realidad y sus ausencias, una señora acalorada en su minivan, o un par de oficinistas de regreso hacia sus casas, pero no él, en ninguno de los coches, por más que lo invoquemos en silencio cada vez que cruzamos una calle. No sé quiénes pasan de visita por aquí, pero una parte de mí ya sabe que hace mucho dejé de ser interesante para la silueta específica que me interesaba. Y esto es sólo (el blog, todas y cada una de las entradas), la canción que cantamos a solas, los pasitos de baile que improvisamos en el pasillo desierto, la pelea de Franz contra los delincuentes en un país asiático, son gestos para el fantasma y sabemos que son sólo gestos para nosotros mismos. Son gestos para nuestros sueños, gestos que a fin de cuentas nos dedicamos íntimamente, gestos con los que jugamos a que el juego continúa. En el fondo, hace mucho que perdimos y hace mucho que lo sabemos. Por lo menos yo, ya sé que perdí. Y aún así. El click en el botón de “publicar”, otra vez. Un día en el que me siento bonita entro al metro y mantengo la mirada fija en la ventana, el desconocido que será el gran amor de mi vida está ahí, en el asiento de al lado o en el de enfrente, siempre y cuando yo no voltee para confirmar su existencia, siempre y cuando deje a la duda respirar con sus perfumes vagos, que a la gente como yo nos intoxican, siempre, somos seres incurables, las gentes como Franz y como yo.

8 comentarios:

Gustavo Abascal dijo...

Nomás aviso. Ya subí más cosas al blog. Creo que si soy imaginario.

Álvaro dijo...

Creo que, en el fondo, todos nos hemos sentido en alguna ocasión representados por Franz, un soñador que decide dejarlo todo por una mirada, por una ilusión, por la esperanza vertida en un ser amado. Por un futuro sin garantías. Quizás es la esperanza de encontrar a esa persona en una situación inesperada la que nos hace actuar de ese modo. La sonrisa dibujada en el rostro en todo momento; un acto de cordialidad/educación hacia alguien del sexo contrario al subir al tren o haciendo cola en el supermercado; esa mirada de interés cuando alguien que consideramos guapo/interesante nos cuenta algo que no nos importa lo más mínimo; etc. Siempre he creído que ese tipo de situaciones son muy comunes en nosotros, aunque lo difícil es que admitamos que no las realizamos en actos de naturalidad, sino con un "interés implícito". El problema es que de esa forma pocas veces arriesgamos, y nos quedamos esperando encontrar a un alguien que se acaba tornando imaginario.

Ese sentimiento de ridiculez no es más que el fruto de alguien que intenta dar un paso al frente, pero no acaba de atreverse a dejar de mirar atrás.

En mi caso, mi blog también dejo de ser interesante para ese alguien, pero no por ello ha de significar que aquello que escriba caiga en el vacío. Que pase desapercibido, o que sea menos sentido para el que quiera entrar a leerlo. Quizás, sólo quizás, el ser consciente de nuestra debilidad ante la imposibilidad de llegar (de alguna forma u otra) a esa persona esperada, es la que nos permite descubrir y redescubrir a otra gente, igual que Tomás y Sabina.

En fin, siento haberme extendido y enrollado tanto, pero un post tan sentido como el tuyo, y relacionado con un libro con tanta filosofía implícita como es el de Kundera, no sé ser más breve.

Ya sea como simple sombra que pasa sin dejar rastro, o como persona que deja un comentario a tu entrada, el hecho es que me paso a menudo a leer tu blog. Y me encanta.

Un beso desde el otro lado del charco. Ánimo.

PS: Sí, al final llegué a buscar a mi hermano, pero con 25 minutos de retraso... me perdí un par de veces (como no).

Jimena dijo...

Es sólo un poco de teatro, del tipo imaginario. Es como cuando cantas en la regadera y sientes que lo estás haciendo muy bien, y te imaginas que uno de los amigos guapos de la vecina L. pasa en ese momento por las escaleras, y se detiene un momento cerca de la pared para escuchar mejor. Esos lapsus son juegos que resultan más luminosos que la realidad, es decir, que la señora chismosa del piso de abajo sube a tender su ropa y mira con odio hacia tu ventana deseando que te calles de una vez. No se trata tanto de lo que haces o lo que no haces, sino de las miradas que imaginas. Algunos necesitan un auditorio, a otros, como Franz, o como yo, nos basta con imaginarlo. Es lo que nos pasa a los que soñamos en exceso. En realidad, Franz es probable que quisiera mucho más a su estudiante, real, de gafas, que al fantasma místico de Sabina. Podía tener a las dos, a la realidad y a la fantasía, a la mujer real le daba cosas reales, y a la mujer imaginaria le dedicaba gestos teatrales, cuando nadie lo veía. Pero a lo mejor tienes toda la razón, la imaginación está por entero bajo nuestro control, mientras que la realidad no se parece casi nada a lo que nos gustaría que fuera. Por eso es que la realidad acaba siendo mucho más interesante, siempre, porque es más impredecible que los sueños y los auditorios imaginarios. Al final, puede ser que sí, que la realidad sea preferible, aunque nos rompa un poquito el corazón.

Me gusta lo que dices, a lo mejor para encontrar a los amores reales hay que reconocer nuestra impotencia frente a los amores imaginarios.

Y no todo en este blog es un gesto teatral para un auditorio imaginario. Me gustan muchísimo los visitantes reales, cada vez un poquito más reales, como tú.

Un beso, Álvaro, gracias por detenerte por aquí.

Blythe Doll dijo...

Me gustó este blog, lo encontré por casualidad... respecto a lo que dices de las miradas, probablemente aquellas voces populares que dicen que "los ojos son el reflejo del alma" no estén tan equivocadas, con una simple mirada podemos conectarnos con el alma de otra persona (aunque no ocurra a primera vista, claro), no sé, las miradas son muy poderosas.
Y Kundera es excelente, y tu blog es interesante.
Saludos

Jimena dijo...

Gracias!!!
Estoy de acuerdo, las miradas son muy poderosas, son la evidencia o la ilusión del contacto y eso siempre trae consigo un aire milagroso.

Gustavo Abascal dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Gustavo Abascal dijo...

Más bien quise decir que es mejor mirar al piso. A veces. Damn

Jimena dijo...

jajaja... sí. A veces. Lo malo es que yo, por ejemplo, nunca puedo, mis ojos hacen siempre su propia voluntad y no escuchan los consejos razonables.Triple Damn.