jueves, 22 de mayo de 2008

kitsch

Dice Milan Kundera que todos tenemos una imagen kitsch arraigada consciente o inconscientemente, por más anti-kitsch que seamos. Para mí eso no es problema porque no tengo casi nada de anti-, de hecho, la lista privada de imágenes que reconozco como kitsch es inmensa. Las más poderosas tienen que ver con mi familia. Ni modo, así es.

Una casa sin número en una calle sin pavimento. Árboles de nísperos, gatas grises de ojos amarillos, una chimenea, el sonido del tren, y un tlacuache que vivía en el techo y asustaba a las visitas. Un vocho verde escarabajo. Un portón negro. Una hamaca anaranjada.

Falkor, nuestro primer perro (adoptado de la calle, como todos los que siguieron). El pelo nunca se lo pudimos arreglar, así que del inicio al fin de su vida tuvo rastas que le llegaban hasta el piso y hacían un sonido como de muchas escobillas. Recuerdo mejor de lo que recuerdo un millón de otras cosas el sonido de Falkor al moverse, con sus patas suaves, y las escobillas del pelo barriendo el suelo. Es un sonido que encapsula dulzura sin matices, dulzura limpia y nada más. El rostro era idéntico al del dragón en “historia sin fin”, y el carácter era muy tímido. Pero Falkor era valiente. Fue el protagonista de una pelea con dos bull terriers que llegaron a desafiar el territorio de nuestra casa. Falkor, pequeña masa blanca de rastas, salió disparado a la calle, a defendernos. Se lo estaban madreando, pero en un ataque de coraje que también pasó a los anales legendarios de la familia, nuestra gata gris salió a la batalla. Y entre los dos, expulsaron a los invasores.

Falkor se murió de cáncer y ahora está enterrado en uno de mis territorios kitsch por excelencia, el “estribo chico”, en Pátzcuaro.

Esta es la imagen: es sábado o domingo, y mi hermana y yo caminamos detrás de la figura serena de mi padre, a través de senderos de charanda que nos llevan al bosque. Mi papá es muy alto, y delgado, da pasos rítmicos y largos (nosotras damos pasos cortos y rápidos, para no quedarnos atrás). Usa camisas de franela, a cuadros, botas sencillas de montaña, con agujetas, y jeans. Mi papá muy pocas veces, y sólo por obligación, ha usado corbata. Camina como samurái, se mueve lo indispensable, y casi no hace ruido. Lleva la espalda derecha y los brazos y las manos cerca del cuerpo. No choca, no resbala, no lo rasguñan las ramas. Se mueve con elegancia a través del bosque. En el fondo de todo, el bosque es su medio natural. Puede cortar camino en zonas sin camino y no perderse. Puede caminar por muchas horas, puede subir pendientes pronunciadas sin pausas, sin que se acelere el ritmo suave de su respiración. Vamos en silencio, hablamos y reímos un poco y regresamos al silencio. Yo nunca lo logré, fui y soy una figura desgarbada en el bosque, que resopla, se detiene, se distrae. Pero la misión sería siempre caminar como él, ser una presencia esbelta y sin ruido, que deja al bosque estar presente todo el tiempo.

La imagen del silencio incluye una mirada profunda y dulce. Dudo que se dé cuenta de que a veces se le dulcifica la mirada, porque él sí es una persona anti-kitsch, y tiene el espíritu inteligente y escéptico, y el humor negro y seco. Además, se mira en el espejo sólo lo indispensable para funciones prácticas. Para rasurarse y pasar el peine sobre el cabello mojado dos o tres veces y ya. Los ojos a veces son muy dulces, evidencia de un corazón que no se da cuenta de su propia inmensidad.

Supongo que en el fondo, desde siempre he tratado de caminar igual que él. Una vez comparé nuestras sombras reflejadas en la arena de la playa. Dos siluetas largas, moviéndose con las manos cerca del cuerpo y una ligera inclinación del torso a la derecha, como si camináramos por un desnivel imaginario.

Entre las imágenes que se repiten muchas veces en mis sueños, está la sensación protectora de los árboles.

1 comentario:

El Sek dijo...

hasta changoleòn es kisss hay perdon kitch