viernes, 9 de mayo de 2008

crónica de lo vulgar resplandeciente

Cotidianidad absoluta. Cero glamour.
Viaje en microbús bajo la tarde oscurecida por la lluvia. Amontonamientos, de coches, y de personas. La gente que ya casi no cabe en el camión atascado sube por la puerta trasera, y entonces inicia un ritual siempre asombroso: los que acaban de subir mandan el monto del pasaje hacia el frente, y este circula de mano en mano innumerables veces hasta el conductor quien regresa el cambio, que vuelve de mano en mano hasta el origen. En la ciudad de la delincuencia y el país de la corrupción, estas pequeñas ceremonias siempre iluminan un poco mi opinión acerca de la humanidad.
Bajo cerca de la panadería. Compro toda una dotación de bolitas de chocolate (no me sé el nombre exacto, pero son mucho más chocolate que pan, son una delicia). A la salida, veo bajar de un taxi a dos jóvenes con estuches de guitarra, y uno de ellos, un barbón atractivo, me coquetea un poquito, y yo le coqueteo un poquito de regreso. Quién sabe de dónde viene esta fascinación por los músicos... el estuche de guitarra parece emblema de mundos libres. El estuche de guitarra es de hecho el símbolo opuesto a la lap top y el traje y la corbata, es la insignia que portan quienes se han colocado a años luz de distancia de todas las oficinas del mundo. Por eso me gusta. Por eso le sonrío al barbón, que además está guapo.
Ellos siguen su camino, y yo llego a mi edificio.
El vecino de abajo está de buen humor otra vez (mierda). Ahora tiene éxitos disco de los 70's, a todo volumen. Se oyen las risas de niños. Me los imagino saltando al ritmo de la música. Llega el flash de un recuerdo; veranos con mi primo y mi hermana, muy chicos los tres, bailando en calzoncitos una canción de Rod Stewart ("do you think I'm sexi?"), en la sala. Podría encender el radio, pero por ahora, prefiero las canciones disco y las risas. Me pongo la pijama, ordeno superficialmente el caos exponencial de mi cuarto (me rehúso a tender la cama).
Llega Haydeé. Amiga y vecina en casi todos los rubros de la existencia. Trae leche y canela para complementar las bolitas de chocolate. Me platica llena de ternura su encuentro con Saraí, vecina nuestra de nueve años, quien está preocupada porque a Haydeé le duele la garganta y le prometió regresar con nombres de medicinas efectivas. Sí. La queremos. Haydeé corre a su departamento a ponerse la pijama (el chocolate caliente debe tomarse en pijama, sin excepciones), y yo, quién sabe de acuerdo a qué impulso, empiezo a escribir todo esto en un cuaderno, como si de pronto tuviera alguna importancia.
Fin del retrato.
Ni siquiera creo que sea una escena retratable. Pero me siento bien. Esta cadena ínfima de hechos familiares, y yo en medio, contenta por alguna razón...
Podría iniciar todo un análisis acerca de lo poco glamourosa y casi carente de drama que es a últimas fechas mi vida. O esperarme al fin de semana, y retratar alguna fiesta o encuentro interesante en lugar de esta crónica sobre lo común y lo corriente. Pero quiero guardar esta instantánea. Es mía, y acompaña a la vaga sensación de euforia con la que escribo estas líneas.

1 comentario:

El Sek dijo...

En este momento me encuentro escuchando canciones del King Khan, la vecina que nunca me ha hecho caso se fija en mi ventana; por que estacione mi valiant acapulko en su mera puerta.

Creo que me va a ponchar las llantas por que siempre la hostigo y las canciones que pongo solo son para molestarla.

Soy un idiota pensando que así me hará caso pero el esfuerzo sigue......

Gracias tu blog me inspiro para escribir estas letras, que no tienen sentido pero son retrato de mi vida.

Saludos