viernes, 1 de agosto de 2008

claroscuros cotidianos

Quizás de lo que se trata la vida es de conciliar ideas contradictorias. Todo es un movimiento de atracción y rechazo, sin pausas.

Veo con claridad la silueta de un gorrión delineada contra el follaje de un árbol, en la banqueta junto al tráfico, latiendo su vida pequeña ajeno a la violencia y el ruido. Consigo un disco luego de perseguirlo en tiendas distintas de la ciudad, y la música me acelera el pecho y parece una redención suficiente. Me detengo a leer dos o tres veces la línea de un libro que muchos citan como su favorito, y creo que todos esos muchos tienen, por fuerza, que ser seres humanos decentes, y que hay esperanza, y que es un aleteo o un perfume sutil que fluye de las líneas a los lectores como la iluminación de velas o lámparas en días nublados o lluviosos. En un noticiero cualquiera, aparece de pronto la imagen en la tele de un grupo de soldados encima de un portaaviones, que se detienen a mirar hipnotizados el atardecer encima del agua. Recibo el abrazo de alguien que no me quiere soltar.

Entonces, me siento parte del mundo y me dan ganas de estar aquí. Así. Nada más.

Pero luego, reconozco con claridad conjuntos de gestos, tonos, sonrisas, que la gente en la oficina, (algunos, no todos) extienden como maquillaje encima de sus caras. Y no sé cómo reaccionar y antes de que me dé cuenta mi rostro se crispa con muecas parecidas y es como si todo entre nosotros se oscureciera sin remedio. Me veo envuelta por millonésima vez en una conversación donde nadie mira verdaderamente al otro, y nadie habla verdaderamente de sí mismo, todos compiten verbalmente por prestigio tratando de aplastar al interlocutor como si fuera un contrincante, y yo tengo que decir, con la sensación de hablar en el desierto como a muchos kilómetros del mundo civilizado, que yo ni tengo novio, ni me he casado, ni gano una lanota, ni soy exitosa en ningún sentido, y sigo peleándome con la pinche tesis de licenciatura. Alguien toca el claxon por medio minuto casi sin interrupciones. Un matrimonio joven pide dinero fuera del metro, se nota que vienen del campo, y el rostro de ella está completamente deformado por lo que es a todas luces un tumor, y no tienen ni cuarenta años, y no parecen protestar, sino que desvían la mirada cuando alguien les da unas monedas, ni siquiera hay desesperación en sus gestos, pero yo sé que el cáncer debe dolerle un chingo a quienes no tienen dinero para medicinas.

Entonces, me dan ganas de renunciar a todo, de algún modo, esconderme, huir muy lejos.

La única razón que se mantiene, ahora, como razón, es que en este mundo posmoderno que le dicen, donde parece que ya casi no hay utopías colectivas, subsisten resquicios desde los que es posible asumir luchas que signifiquen algo, aún, a lo mejor, quién sabe.

Aunque no haya todavía la gran iluminación sobre esa, alguna, cualquier, verdad, por modesta que sea, hay luz, todos los días. Todos los días, galaxias de polvo navegando, doradas, en hilos que se escurren por la claraboya.

Alguien silba en el departamento de al lado.

1 comentario:

José Luis dijo...

Muy buen post, lo interesante fue que todo me lo iba imaginando jajajajaj hasta el silvido del vecino...
Pocas veces lo hago, pero hoy decidi navegar a ver quien era de mi D.F que tanto quiero, y llegue hasta aqui..y pues tienes razon la gente siempre esta como qieriendo ser mejor que otro, pocas veces volteamos hacia ese lugar extraño donde nadie quiere ir, quien sabe porque, ese lugar que ha estado ahi durante muchos años y cuando llegamos a el sabremos el porque estamos aqui de paso por este mundo... ese lugar es mirar hacia adentro de uno mismo...