domingo, 31 de agosto de 2008

Ayer platicaba con unos amigos acerca de la famosa mega-marcha. La conversación pasó de la posible utilidad o inutilidad de una marcha auspiciada desde-el-aparato, a el papel de la sociedad civil como fuerza de presión, y a la posibilidad o imposibilidad de generar cambios, colectivamente, a la manera de las viejas (¿viejas?) revoluciones. El caso es que acabamos deprimidos, con la mirada hundida en la taza de café, y decidimos cambiar de tema, y empezamos a planear un viajecito corto para tumbarnos de panza bajo el sol, y todo se aligeró otra vez, y así nos salvamos momentáneamente, no al mundo por supuesto, sino a nosotros, grupito de cinco alrededor de una mesa, agobiados brevemente por la sensación de la realidad.

La generación de mis padres tenía más esperanza. Resonaban símbolos colectivos por todos lados, y había indignación, y había ilusiones para oponerse a las cosas que indignaban. Estaban los cubanos, Allende, alguno que otro país de Europa oriental donde al parecer todo era más justo y más feliz y el socialismo no siempre, pero a veces, podía ser la-neta-del-planeta.

Luego, nos resulta que los regímenes comunistas ponían micrófonos detrás de las paredes de los posibles disidentes, que los tanques rusos entraban a Checoslovaquia, que a Allende, nada más por ser congruente con su idea de una revolución-no-armada, se lo echó al plato el ejército y junto con él, a todo un pueblo, que entraron inermes a los estadios-como-prisiones y a las cámaras de tortura. Y el Che tuvo una última etapa en Bolivia que oprime el estómago, y cuando lo fusilaron era un hombre hermoso y muy flaco, y ahora su imagen se abarata y aparece estampada en un montón de playeras de lo más chic y lo más nice.

Y esa generación que lloró antes por Allende y ahora es clase media-alta y hasta panista algunas veces, nos dice con la mano en la cintura bueno ya hice lo que pude, ahora les toca a ustedes. Ja ja ja.

Y hay, símbolos y movimientos, que todavía dicen cosas en las que podría creer. Y hay una que otra persona, cercana, que se dejó seducir, gente de corazón enorme, que ahora da clases de secundaria en una comunidad indígena en Chiapas, por ejemplo.
Yo no pude hacer lo mismo. Simple y sencillamente porque si hay alguna vena heroica en mí, es más débil y más cobarde y se quedó más acá de esa frontera. Porque se necesita una medida de fe que yo no tengo.

El problema, a lo mejor, es preocuparse por la humanidad. Quizás, como decía una amiga ayer, lo mejor que le puede pasar al mundo es que el cambio climático siga su curso y nos aniquile, o aniquile a la mayoría, y dejemos de ser una carga tan pesada sobre el pobre planeta Tierra. Qué manía ésta la de preocuparnos por nuestros semejantes, pensar que deberíamos durar como especie, piojitos microscópicos que somos en la escala general del universo. Mejor nos evadimos en lo que llega el hundimiento, en la heroína, o la tele, los videojuegos, los antidepresivos o los sueños, y qué-más-da.

Y entonces se hace el silencio cabizbajo en la mesa y alguien carraspea un poquito y sugiere Cuernavaca y todos sonreímos y nos olvidamos.

Pero no pude dormir bien anoche. Otra vez. Creo que soñé con África. Otra vez.

Mi problema repetitivo es que no se me dan los discursos universales, y la fe en una esperanza o una redención generalizada es un discurso universal; y la ausencia absoluta de esperanza a la manera de los que se liberan de toda carga de empatía o preocupación por los semejantes, también es un discurso universal; es fe, del signo positivo o del signo negativo, y a mí lo que no se me da es la fe, de cualquier tipo.

Y así como sucede con la idea enorme del amor, con respecto a la idea enorme de la humanidad no ando en busca de una victoria definitiva y permanente, pero me refugio en la noción de destellos. Momentos cargados de lucidez o de poesía y ya con eso, alcanza para ir tirando y sobrevivir la noción oscura del mundo.

Yo no sé si a mis nietos (si llego a tener nietos algún día), les va a ir mejor que a mí, pero me inclino a creer que más bien no, y voy a tener que decirles también, bueno ya hice lo que pude y el mundo está peor pero aquí les paso la estafeta, y el problema ya no es mío. Ja ja ja.

Como ya es evidente, ante todo soy un alma cursi. A veces, me dejo empalagar por completo. Y hay una película archi-rosa (“Antes del amanecer”), que tuvo su continuación bastante rosa también como ocho años después (“Antes del anochecer”). Y a mí, alma cursi que soy, no sólo me caen bien los personajes, sino que atesoro frases y diálogos porque me gusta cómo suenan y me gusta lo que significan. En la primer película, el personaje de Julie Delpy está sentado en un callejón de Viena al lado del personaje de Ethan Hawke, y dice que, si hay algo de magia o algo divino en el mundo, no está contenido individualmente en cada uno de nosotros, sino que se encuentra en el espacio breve que nos separa y comunica con los demás.

En la segunda película, el personaje de Julie Delpy está sentado en una cafecito de París frente al personaje de Ethan Hawke, y habla de lápices. Dice que trabajó por un tiempo con alguna organización en México y que el problema que les angustiaba era cómo llevar lápices a los niños de comunidades aisladas. El problema no era el capitalismo o el narcotráfico o la “inseguridad”, sino los lápices. Y entonces Julie Delpy dice que en el mundo hay héroes silenciosos como esos, que no pelean por causas famosas y no van a salir nunca en un periódico, sino que dedican sus energías a cosas como que unos niños, lejos de todo, tengan lápices para estudiar.

Mi papá es de esa clase de héroes silenciosos. Nunca hizo mucha lana, ni acumuló títulos rimbombantes. Le dedicó sus energías a problemas como ese de los lápices. No hay un romanticismo sonoro alrededor de esas tareas. No son las tareas de los que están en la selva esperando una bala. No son los profetas que anuncian la salvación, de nadie. Son sólo personas que trabajan a veces más de diez horas diarias impidiendo que el mundo naufrague por completo, un problema a la vez.

Y eso, no es rosa ni bonito. Es pesado, es nadar y nadar en contra de administraciones estúpidas y burócratas políticos que quieren salir bien en la foto mientras todo se desmorona bajo sus pies.

Todo lo que hay, entonces, en esos caminos, son destellos. Momentos en los que el mundo despliega su poesía. Redenciones compartidas, redenciones de lo más individuales. El espacio que nos separa y nos comunica con los demás.

Pero esa belleza sutil, ese minúsculo caleidoscopio de imágenes, se sostiene sobre un juego frágil de equilibrios. Frágil. En lo único en lo que me atrevo a creer por lo pronto es en lo pequeñito y útil a la manera de los lápices. A veces me dan ganas de ser algo mucho menos abstracto y ambiguo que una antropóloga. Si eres doctor o enfermera, no hay de otra, eres útil. Pero hay que ser cuidadosos con los apostolados y las redenciones. Nadie tiene derecho a aparecer con todas las respuestas como el camino de salvación, para nadie (me acuerdo de las películas de Lars Von Trier, “Dogville”, y “Manderlay”, donde hay alguien que comete el error de creer que sabe de antemano cómo es que deben ser los otros).

Por lo pronto en lo único en lo que creo es en la posibilidad de evitar naufragios, en lo pequeño y concreto, las necesidades básicas, y en la posibilidad de escuchar. Y remontar los enormes breves espacios donde queda algo prodigioso o mágico. Y dejar que todo se aclare por unos minutos, a su manera modesta y deslumbrante.

1 comentario:

Cocuyo dijo...

horale
no sé bien qué pedo, pero creo que a lo mejor eso que dices del wey de los lápices hace su lucha y está chido, pero lo que se necesita también es esa consciencia como "universal"
bueno ni se que poner solo chido leer esto....