lunes, 4 de agosto de 2008

mensaje recibido

Todo es imaginario.

Todo.

Cada quien inventa sus propias historias, y cada quien tiene las mismas probabilidades que el de al lado en acertar en lo que inventa. A lo mejor el chaparrito de la oficina de enfrente, budista fervoroso, es en realidad la reencarnación de un guardabosques o una hechicera de otros tiempos, ¿por qué no?; mientras la de más allá, atea sin concesiones, realmente acabará por desintegrarse después de su muerte, y formará parte de una nebulosa dentro de algunos miles o millones de años luz, antes de que el universo se enfríe por completo. A lo mejor todos tenemos la razón y todos estamos equivocados, porque la verdad es algo demasiado grande y complejo como para que nuestras humildes neuronas alcancen a ordenarla en un solo discurso. Y eso, sólo en la escala grande del tiempo.

En la escala pequeñita estamos a lo mejor mucho más perdidos, y seguimos imaginando respuestas que tienen toda la probabilidad de ser inventos consoladores y nada más. He conocido a muy pocas personas que no se engañen a sí mismas cotidianamente, es más, a lo mejor no he conocido a ninguna. Por ejemplo: La frialdad del hombre que me gusta es, en una de esas, un ejercicio deliberado para llamar mi atención (no me pregunten cómo la mente humana llega a conclusiones como esas), uf, en el fondo derrapa por mí, o en el peor de los casos, le doy miedo, tan interesante y deslumbrante que soy; lo que sea, excepto la probabilidad dolorosa de que su frialdad sea la expresión llana y sencilla de una contundente falta de interés. Las miradas que se refieren al amor o su promesa son las más inventadas de todas, porque el amor es la más engañosa de todas las ficciones y de todas las verdades, porque el componente imaginario sobrepasa con mucho a los otros ingredientes, el amor está hecho de imágenes y metáforas y perfumes mágicos y todo tipo de sueños sutiles y de trampas. Está para siempre contaminado por el deseo, y el deseo es un maremoto, y en medio del maremoto es dificilísimo evaluar objetivamente lo que nos sucede, apenas si alcanzamos la vaga consciencia de que una corriente nos arrastra, y de que no queremos ahogarnos por completo.

Estaba pensando en eso porque el viernes, estoy casi segura de que vi pasar raudo en su coche (no estoy completamente segura, pero creo que sí), a una fantasía recurrente desde ha-ce- ca-si-un-a-ño. Y un día antes, alguien me vio a mí, bostezando junto a la ventana del trolebús. Y me cayó el veinte. Sobre los engaños. Envolvemos con signos fantásticos a las sombras que atraviesan nuestro camino, pero las sombras no se dan cuenta de nada, no tienen la intención de emitir ningún mensaje, van pensando en los seres reales que los esperan en sus casas, o en sus propios espectros, y en sus propios códigos ficticios. Yo lo miro a él, y él no me mira a mí, sino la mira a ella, que tampoco lo mira de regreso sino que mira a otro que mira a otra y así. Muchos de nosotros vivimos engañados por las siluetas de nuestros fantasmas. Algunos de ustedes no. Ya encontraron a su espejo. Pero este post no es para ustedes, los afortunados, sino para nosotros, los que tenemos la mala pata de voltear en el momento preciso en que el sueño viaja enfrente de nuestras narices a 120 kilómetros por hora sobre Insurgentes, mientras sabemos que la metáfora en realidad tiene sentido y lo dice todo: él mira hacia adelante mientras yo lo miro pasar. Ahí queda dicho con una claridad espantosa. Y es muy triste, pero así es.

2 comentarios:

álvaro dijo...

otra gotita más de incertidumbre hasta que el recipiente se llena y llegue la gota que derrame toda la incertidumbre acumulada... hijoles!

Jimena dijo...

Sí. Pero, ¿y luego? Estoy segura de que los diques llegan a los bordes, pero como todo es incertidumbre sobre incertidumbre, no tengo idea sobre lo que viene después, cuando todo se derrame. Qué miedo, a veces.