lunes, 15 de septiembre de 2008

tiburón fuera de la pecera

Los acabo de oír en el radio (pero no me acuerdo cómo se llaman), es un one hit wonder de los noventas, me acuerdo del video, ella tenía el cabello muy lacio, muy negro y muy corto, usaba fleco, y vestiditos (creo), pero el punto no es ese, la canción ni siquiera es muy buena, el punto es que ella canta, “my heart is broken, but when I look at you, you’re forgiven”. Y eso es lo que tenía ganas de decir ahorita. Ja. Soy cursi, pero eso ya era evidente desde hace tiempo, ni falta hace subrayarlo, una y otra vez.

No debería estar escribiendo esto, o a lo mejor sí, pero no para publicarlo en el blog, y de todos modos, chingá. Hay palabras, imágenes, que dan vueltas en mi cabeza como tiburones en un acuario, y cuando las escribo aquí siento que escapan, y me libero de cargas secretas, para siempre.

Si un hombre me gusta mucho, actúo automáticamente como niña de secundaria. Cuando estaba en la secundaria todo era más que nada silencios incómodos y risas nerviosas. Pero yo pensaba con toda la ingenuidad de esa época, que iba a crecer para convertirme en una vampiresa seductora, que donde pone el ojo pone la bala, la boca, el corazón, y todo lo demás. Digo, hay algo que es casi como inercia, por los años transcurridos y los hombres que he deseado, que le va restando inocencia a mis ademanes. Pero la niña de secundaria está ahí, todo el tiempo, agazapada, y si el hombre me gusta mucho, la niña de trece años que fui (y soy) regresa, triunfante a pesar de sí misma, incapaz de las iniciativas, mirando desde lejos, sonriendo a medias, murmurando monosílabos. Mierda. De esto, también se pueden hacer todas las derivaciones existenciales que uno quiera, y puede uno flagelarse al infinito, porque, lo que hay, en el fondo, es la postura de los soñadores. Ahora que lo pienso, he vivido mis propias historias-de- la- vida- real, historias con su propia magia y vividas sin arrepentimiento, historias reales-reales de encuentros imperfectos que tuvieron sus momentos perfectos; pero mis enamoramientos más intensos puede que hayan sido casi todos platónicos. Yo daba el corazón, jugueteando mentalmente con imágenes de una belleza adolorida, pensando en lo que ve uno a través de la cerradura de las personas que los otros son antes de que la intimidad los revele y los desnude, la sensación de alguien, la forma en que sacude la cabeza con la música, o la forma en que se siente su cuerpo caminando junto al mío, el eco de una risa o la silueta de una mano.

Y bueno, ese es un lado de mí que conozco y con el que convivo como lo hace todo el mundo con sus propios hábitos destructivos o compulsiones irritantes. Como la gente en proceso de rehabilitación cuando ve una botella apetitosa de alcohol, así yo, frente a la imagen de alguien que se muere de la risa de una cierta manera, o baila de una cierta manera, me dejo seducir ejerciendo el derecho a una distancia escéptica. Luego de mi primer gran descalabro, ya no me enamoro mucho de esas siluetas y sus esencias vagas, sólo me enamoro un poquito, lo suficiente para soñar sin sufrir en exceso.

¿Y cómo acaban esas historias? Esas historias nunca terminan, porque nunca comienzan. Mientras no llegue la realidad a rescatarlas de su carácter etéreo, son sólo narraciones interminables que yo me cuento.

Pero no sé perseguir (a lo más a lo que llego es a la comunicación escrita, papelitos en la botella del náufrago y cosas así). O sea que casi siempre, es el hombre a caballo el que debe galopar hasta el claro en el bosque y descifrar una manera para llegar hasta la punta de la torre, donde estoy, cante que te cante, con avecillas revoloteando junto a mí, y ratoncitos remendando el vestido, etcétera. Lo malo es que la regla parece ser, por lo pronto, que los que se apuntan al rescate no son príncipes, y los príncipes-príncipes, andan por ahí rescatando otras princesas. Y sí, claro que sí, todo debe ser contado de esta manera, con metáforas de cuento de hadas. Puede ser contado en términos crudos pero hoy no tengo ganas. Además, hace tiempo que este blog fue declarado oficialmente como territorio cursi, y los que llegan aquí deben atenerse siempre a las consecuencias.

Así que este post no cuenta una historia, ni plantea una pregunta, ni reflexiona a la manera de los que van a resolver un problema. Es sólo un testimonio, como una confesión de alcohólico, cada quien sus adicciones, algunos la botella, yo nada más ciertas imágenes, algunas veces, que aparecen como pretextos para que el corazón siga vivo, mientras hiberna.

Y esto último tengo que decirlo, tiburón en el circuito repetitivo del día, confesión de adicta, confesión culpable. Hay alguien que me puede romper el corazón, y me lo rompe, a la distancia, porque nunca ha cruzado ninguna frontera, y no se ha acercado nunca, ni él a mí, ni yo a él, de ningún modo (a excepción de un par de mails olvidados hace mucho tiempo). Es una tristeza que dura cinco minutos, o medio día. Es algo que se siente exactamente como si a uno le apretaran el corazón dentro de un puño (abusando de la imagen que escribió Bolaño, otra vez), pero el puño es imaginario y la presión se disuelve, y todo vuelve a latir como siempre. Es una historia no-real, que avanza y se pone en pausa, como si se tratara de una película muy lenta, y en realidad ni siquiera avanza sino que se repite la escena con locaciones ligeramente distintas y uno que otro nuevo personaje, y ocurre a lo largo de tres o cuatro minutos, y se pone en pausa otra vez, por mucho tiempo, mientras la vida sigue su curso y el itinerario biográfico avanza atravesando umbrales y bifurcaciones. Y todo lo que ocurre durante esos dos o tres minutos, es que él me rompe el corazón, a la manera etérea de esta historia etérea, que no es del todo una historia sino un monólogo entre mis venas y yo. Hasta que vuelvo a respirar otra vez, y todo sigue más o menos como siempre. Y no puedo explicarlo y no tendría sentido intentarlo. Quién sabe por qué. Puede ser que después de este ejercicio de desahogo terapéutico, una vez el pequeño tiburón fuera de mi cabeza, yo consiga olvidarlo. Y lo que quiero decir, es que consiga neutralizar la capacidad que tiene de oprimir ligeramente mi pecho cada vez que lo veo (de lejos, y casi nunca, y siempre al lado de una mujer que casi siempre resulta que es su novia).

Y es que, en el cuento, yo pido deseos y se me cumplen y todo es facilísimo. En la realidad, todo es complicado y agridulce, y creo que sé más o menos cómo van a pasar las cosas (no puede ser de otra manera), me voy de México, o eso susurra el oráculo hasta ahora, y mi vida, que giraba tranquilamente, está a punto de girar con más velocidad y violencia. Él va a seguir su vida en un canal diferente, el suyo propio, y avanzará de manera irrevocable hacia su futuro, cualquiera que sea el futuro que le aguarde, y en el momento menos pensado le llegará el amor como el balde que cae de pronto sobre los incautos, y qué sé yo, se casará y tendrá hijos, o no se casará o quién sabe. Lo que puedo sentir ahora, claramente, es que esa historia que nunca empezó, y que sólo fue mía, está a punto de disolverse. Y no debería escribir todo esto, o por lo menos no debería publicarlo, porque si él entra alguna vez a este espacio, va a deducir fácilmente que me estoy dirigiendo a él (pero eso es sólo mi paranoia concediéndome una importancia improbable). Y no escribo con un fin definido, porque ni yo me entiendo, y estoy muy desvelada, y mi nivel de coherencia está por debajo de lo habitual (es peligroso hacer uso de espacios públicos en momentos así), pero no puedo evitarlo. Antes de irme, no puedo evitar decir lo que sea que estoy diciendo ahora. Y bueno, no me voy para siempre, regreso pronto, a lo mejor seguiremos viviendo en la misma ciudad, y nos veremos de la misma manera lejana cada 5 meses en alguna fiesta o algo así, con un ligerísimo matiz de reconocimiento. Pero la sensación, clara, en este momento, es que él está ligado sin remedio a mi vida como ha sido últimamente y hasta ahora, una vida cómoda y tranquila, con un buen trabajo no muy extraordinario que me dejaba mucho tiempo para soñar. Algo se está moviendo en mí, giros irrevocables en la geografía de todas las cosas. Estos sueños, esta clase de sueños, esa materia fina echa de retazos y girones de casi nada, no sobrevivirán todas las mudanzas. Y en esa fiesta del futuro, él estará con una mujer (siempre es así), y mi corazón no va a entristecerse, nadie lo apretará con su mano invisible, y todo será indiferente, y un poco menos hermoso, también.

Así que esto es sólo como un un homenaje a la capacidad que tuvo, varias veces, por instantes, por minutos, de oprimirme el pecho. No sé por qué. Pero era así. Y es triste que así sea (aunque sólo sea triste para mí), es tristísimo. Pero tiene su belleza. Y tampoco sé explicar en qué radica la poesía ambigua que emana del hecho de que alguien, con quien nunca has hablado, una silueta apenas tangible, te haga temblar algunas veces.

Es un homenaje también, a mi vida como ha sido estos últimos meses, y ahora todavía, la vida bajo el tragaluz. Una vida buena, llena de horarios y seguridades, de la que me escapé soñando, una y otra vez.

1 comentario:

SQ dijo...

Hola tu! En una tarde letargica me puse a leer tu blog... y ya se volvio noche!
Tanto de lo que escribes, especialmente de Toronto, pero no solamente, me recuerda mucho a pensamientos que no tuve, sino mas bien a sentires. Es extrano y fascinante a la vez.

Sin embargo, hasta ahora comento por el solo hecho de la coincidencia inesperada: hace poco yo tambien escuche esa cancion (Drop dead Gorgeous), mientras sognaba y desperte a buscar bajarla para oirla ahi y en corto... y si, un one hit wonder que curiosamente suena seguido en el azar de mi musica.

Un abrazo