jueves, 18 de septiembre de 2008

Hoy me he estado portando bien: avanzando a la tesis, cumpliendo pendientes de la chamba, pero me acaba de ocurrir algo delicioso, y me dieron ganas de escribir aquí otra vez, mierda. Puse el disco de Illinoise, de Sufjan Stevens, y cuando llegué a “Chicago”, le subí a todo el volumen (con los audífonos puestos), y me puse a cantar (haciendo puro playback, y extendiendo los brazos a lo largo de mi cubículo), y tuve un ataque de euforia. Más allá de todo, me siento feliz-feliz. Esa canción siempre se ha sentido como un himno para los caminos inciertos. Pero cada vez que la oía, era en los entornos incorrectos: en lugares familiares, o carreteras conocidas, en mi recámara, o este cubículo (el menos justo de todos los posibles contextos para una canción así). Y me di cuenta, ahorita, de que me estoy ganando el derecho a cantarla como se debe. Pero todavía no, digo, eso es evidente si sólo puedes mover los labios en silencio, mientras llamadas serias y oficinescas ocurren alrededor, y sacudes la cabeza y los brazos desde una silla con respaldo flexible.

A veces me acometen las dudas. En las condiciones en las que me voy, todo puede pasar, pero nada que no sea fundamentalmente más grave que lo que puede ocurrir viviendo en una ciudad como chilangolandia en un país como México, en una colonia como la Portales, a lo largo de innumerables madrugadas.

Me acuerdo de algo más, otra sensación que me dejó pensando desde hace años. Cuando vi “Cielo sobre Berlín”, me enamoré por supuesto de los ángeles que sobrevuelan un mundo a blanco y negro, haciendo listas de los momentos más poéticos de cada día en sus libretas para comentar anotaciones desde el asiento delantero de un coche espléndido, pero me enamoré también, muchísimo, de la mujer que es artista de circo. Me enamoré de la forma que tenía ella de estar en el mundo, viviendo en una casa rodante, moviéndose constantemente, oyendo a Nick Cave, flotando desde un trapecio, con alas artificiales. Me acuerdo que luego de ver la película, me preguntaba por qué la gente no hace simplemente eso, por lo menos una vez: dedicarse a estar libremente en el mundo, en lugar de acumular escalones y trofeos y diplomas y responsabilidades cada vez más serias, sin detenerse a respirar, sin salir de líneas claramente estipuladas. Y bueno, yo no soy tan valiente. Yo también sigo líneas estipuladas, apenas dispuesta a flotar ligeramente por encima del renglón. Pero aunque sea sólo eso, esa promesa se siente bien. Muy bien.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ay ay. ay ay. muy verga. Estan chidos los blog sin comentarios. O uno que otro esporadico. Saludotes