domingo, 13 de abril de 2008

vecinos

En mi edificio de la Colonia Portales parece que estamos demasiado cerca los unos de los otros. Se escucha todo, no sólo los estéreos cuando traen el volumen alto, sino las conversaciones y los carraspeos, ciertas mañanas silenciosas. Uno está involuntariamente consciente de los demás, y también involuntariamente expuesto a sus miradas. No nos conocemos, pero nos conocemos. A veces sabemos más de lo que nos gustaría saber, en esta ciudad que (a diferencia de los lugarcitos de provincia) se ofrecía como una promesa luminosa de anonimato.

Tengo mis vecinos favoritos. Tres de mis amigas viven aquí.

Aquí viven también muchos niños, que juegan "stop", y "avión" en la calle de enfrente, y a veces nos invaden con los ecos de sus pies corriendo de un lado a otro por la azotea, muriéndose de la risa, gritando de acuerdo al personaje en turno si están a punto de atrapar o ser atrapados... Muchas veces cuando subo las escaleras soy también personaje accidental en mundos que a veces son una tiendita, a veces una escuelita, a veces una pista de carreras, a veces el planeta a punto de ser salvado por héroes de las caricaturas.

Aquí viven también dos músicos, esa especie particular de seres libres. Lety, rockera-trovadora, gitana con la guitarra cruzada por la espalda que ha ido a todas partes y ha conocido a todo el mundo. Cada vez que estoy junto a ella empiezo a recordar las cosas que me importan, que siempre me han importado. Y "El Hueso", quien toca obsesivamente, por horas y horas, sin salir de su departamento. A veces me parece que es un fantasma, y sólo existe en los sonidos. Creo que nunca lo he visto, pero oímos una guitarra, y decimos en voz baja, "ah, es El Hueso".

Aquí vive también la mamá de Saraí (una de las niñas mejor plantadas que conozco), quien trabaja por las noches para estar con sus hijos durante el día, y los sostiene sin ayuda.

Aquí vive también, justo a mi lado, una familia que llegó de Puebla, y tienen un puesto de quesadillas junto al metro. No sé cómo se las arreglan para estar siempre de buen humor, para sonreír con tanta frecuencia. A veces deciden declarar vacaciones y se van a Acapulco varios días. Regresan más morenitos y sonrientes, la mamá y la hija con los largos cabellos tejidos en trencitas, adornados con cuentas de plástico de todos l0s colores.

También tengo mis vecinos menos favoritos.

Las señoras chismosas y territoriales (personajes que se repiten de edificio en edificio), que caminan con ojos vigilantes, al acecho, y se detienen en los umbrales de las puertas a comentar la vida de los demás. Que parecen no salir nunca, y se asumen como guardianas de las buenas costumbres, y se escandalizan fácilmente. Que se sienten ofendidas si alguien usó su cordón para tender la ropa, o su lavadero en la azotea.

Y el militar que vive abajo. Serio, endurecido. No sé mucho de él excepto que a ratos hay algo agresivo y turbio en sus ojos, que su mujer es excesivamente tímida y se mueve con una especie de tristeza, y que sus hijos a veces traen marcas en la cara.

Entonces, este sábado, a las nueve de la mañana, arranca el departamento de abajo con los Doors a todo volumen. Alguien canta en semi-inglés. Es alguien que canta con entusiasmo y entrega, se avienta los mismos gritos guturales y sigue todas las inflexiones en la voz de Jim Morrison.

Sonrío, todavía en la cama. Estoy de buen humor. Se me ha contagiado la vitalidad de esa voz, y corro a la ventana. Alcanzo a ver un pedazo del baño en el departamento del militar, y ahí está él cantando, hace gestos rockeros y baila, con alegría, frente al espejo. Se mueve de ahí, y desde mi ventana sólo alcanzo a ver sus pies descalzos junto a la mesa del comedor, moviéndose rítmicamente, dando saltitos.

Sé que esta imagen es privada y que yo soy una invasora. Que sus gestos frente al espejo y sus pies descalzos bailando ocurren en el territorio íntimo de su departamento, y su sábado.

Me siento como una profanadora, pero también me siento feliz. Es lo que me gusta de esta ciudad. Así nomas, de improviso, ocurren todo el tiempo cosas que nos reconcilian inesperadamente con el mundo.

2 comentarios:

Julk Rom dijo...

...tu relato citadino me conmovió

Isa Gómez dijo...

me gusto mucho este relato, tan sencillo y real jijijij te mando unos saludos viejos pues ya tiene unos años esta entrada