miércoles, 9 de junio de 2010

punto cero cero cero cero cero dos por ciento

Hoy por la mañana, salí con mi papá a caminar al “Estribo Chico”. Desde que mi hermana y yo éramos niñas, mi papá nos llevaba hasta la punta de ese cerro, a través de caminitos de tierra colorada, y lomas que se desmoronaban bajo los pies, para descansar en un claro en la cima, sobre un conjunto de piedras planas, siempre las mismas. Me gustó caminar y al mismo tiempo caminar a través de la memoria, por un trayecto que es el mismo y es distinto, y que empezó siguiendo la silueta de mi padre cuando había que dar muchos pasitos rápidos por cada zancada suya. Por muchos años no volví, hasta esta mañana.

No crean que no me doy cuenta de lo inocente que resulta mi vida, sobre todo ahora. No crecí en una pintura perfecta, pero sí tuve una infancia feliz. Mañanas como la de hoy se sienten llenas de luz, y traen encima una felicidad serena que se multiplica en caminos que se multiplican en el reflejo del reflejo del recuerdo del recuerdo del último déja vú. Este blog sería sin duda más entretenido si describiera madrugadas veloces y claroscuras en lugar de mañanas claras con reminiscencias de mi niñez. Ya lo sé. Sólo tenía ganas de escribir: estoy bien, he decidido bajar el volumen a los discursos de auto-flagelación. Prometo posts más interesantes en el futuro, próximo. No pierda usted la fe ni la esperanza, amabilísimo lector. Después de todo, ahora me doy cuenta, yo tampoco pierdo la fe, ni la esperanza (lo cual me mantiene bastante cursi, ad infinitum). Como se sabe, todos los átomos de nuestros cuerpos vienen de los átomos de la explosión con la que inició el universo. Así que en esencia, estamos hechos de materia vieja, más que milenaria; alguien famoso dijo que somos polvo de estrellas. La reencarnación de las almas quién sabe si existe, pero podemos contar al menos con la reencarnación de la materia. A veces, me da por fantasear con los orígenes de mi conjunto específico de átomos, algo así como: 1.5% de los restos de algún venado, 3% de cometa, 1.4 % de mamut, 3.1% de un gitano, 0.3% de trilobite, 2% de supernova, 1% de fresno o jacaranda, 0.3% de alguno de esos atunes que nadan cuesta arriba, 2% de una bailarina de ballet, o de un marinero. ¿Y si me hubiera tocado el .000002 % de algún artista del pasado? Hay días en que me miro muy generosamente y sueño con un milimétrico porcentaje de Rimbaud o Kerouac, un poquito de alguna de sus uñas o sus pulmones, por ejemplo, pero hay otros, como hoy, en que me da miedo que mi .000002% venga de Norman Rockwell: una tras otra, puras escenas de bondad idílica. Creo más bien que en el hígado o la vena cava, cargo con unos poquitos átomos de algún músico vagabundo, que nunca se hizo famoso, y que no se definía a sí mismo sólo como músico, pero a veces, la gente en la calle se detenía para oírlo tocar.

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