Hay una
belleza que es apacible y hay una belleza que es violenta. La belleza apacible nos
promete suavemente más belleza. Podemos disfrutarla sin prisa y sin sobresaltos.
Podemos ignorarla y regresar a ella más tarde, si tenemos ganas. Es la
belleza de los primeros días de la primavera cuando no hemos usado la
cuota de nuestros días soleados y nuestros árboles verdes, y los tenemos nuevos
en el bolsillo, y nos sentimos ricos y generosos y para nada culpables si nos
quedamos en casa sin salir al mundo, porque sabemos que nos quedan meses y meses
tibios y azules sin estrenar.
La belleza
violenta llega brevemente junto al anuncio de su muerte. Es la belleza del
otoño, cuando ya hemos usado casi por completo nuestra cuota de sol, y cada día
tibio es un tesoro tembloroso y una celebración colectiva y las calles y los parques
están más llenos de gente, más llenos que en el verano, cuando éramos ricos y nos
podíamos dar el lujo de desperdiciar. Ahora nos asomamos con urgencia al
invierno y miramos los árboles encendidos con nostalgia.
Por eso el
otoño es la peor época del año para estar tristes. La mejor época del año para
la tristeza es el invierno, desde luego. Entonces podemos descender suavemente
en nuestro letargo sin una pizca de arrepentimiento. En el otoño, si
estamos tristes, es horrible mirar la belleza violenta del mundo tras la ventana,
el cielo azul, los árboles que tiemblan, una belleza que nos oprime y nos llena
de culpa cuando sólo queremos cerrar los ojos y dormir otro rato, poner el
cerebro en alcohol y poner el corazón en pausa. Pero si milagrosamente el mundo
de afuera gana la batalla del día y salimos, y caminamos en los parques bajo los
árboles, nos encontramos regresando à la casa por la noche sin tristeza. La
tristeza es un ovillo de pensamientos grises que acariciamos repetidamente. Si
nos agarra la tristeza en la primavera o en el verano podemos caminar bajo los
árboles verdes mirándolos de reojo, mientras nutrimos nuestros pensamientos.
Podemos estar en el mundo sin estar en el mundo. En el otoño eso es imposible. Tenemos
que mirar los árboles y grabarlos en la memoria. No podemos pensar en nada más que en la temperatura dulce del aire
y el olor dulce del bosque y la belleza breve del mundo.
Si hemos de
sentirnos tristes, quizás es bueno que nos agarre la melancolía en el otoño
porque entonces, la única batalla que hay que ganar es la del inicio del día para
salir de la casa. La otra batalla la gana el mundo sobre nosotros y no hay que
hacer nada, sólo caminar, en los parques, bajo los árboles.