domingo, 7 de marzo de 2010

Los libros de Kapuscinski, y otros libros

Trabajé dos semanas en la Feria Internacional del Libro atendiendo el stand de Michoacán. Había ratos, sobre todo los fines de semana, en que el tiempo se movía con una lentitud espantosa, de pie, dando vueltas alrededor del salón, tomando un libro de poesía, leyendo una página, soltándolo, tomándolo otra vez, deseando que las hordas humanas se disuelvan de una vez por todas, para dejarnos en paz. Pero la mayor parte de los días el saldo fue positivo por amplio margen de ventaja. Las ferias del libro atraen a gente que deambula por inercia o aburrimiento sin un interés particular en los libros, a niños de secundaria o primero de prepa enviados en contingente por sus maestros, que pasan como nubes oscuras a llevarse todo lo que es gratuito, a tomarse fotos enfrente del arreglo de flores para su perfil en el Facebook. Pero las ferias del libro también atraen a personas que aman a los libros, que usan chamarras pasadas de moda pero compran libros, que traen las puntas de los zapatos corroídas por el uso, pero compran libros, que pasean con humildad y cuidado con las ropas completamente desgastadas observando todos los títulos en los libreros, uno por uno, y luego, sacan del pantalón diez pesos para comprarse una revista de poesía. Eruditos obsesivos que compran TODO lo que tenga que ver con Morelos, o las Haciendas. Hombres de mayor edad que se detienen a llenarte de datos curiosos, tal ciudad antes se llamaba de tal otro modo, cambió de nombre por esto y por esto, esta región de Guerrero antes era Michoacana, etcétera y etcétera. Hombres con el rostro arrugado en una sonrisa permanente (los viejos no pueden esconder cuál ha sido la emoción predominante de sus vidas porque se les queda marcada en los surcos indelebles de sus caras), que regresan dos o tres veces por semana, y se ponen de buen humor si los reconoces. Entonces, ya entrados en confianza, uno de ellos me platica por ejemplo que se vino a la ciudad de México cuando era adolescente, sin permiso, o sea que trabajaba y estudiaba y pasó hambres, así y todo fue de los primeros estudiantes que mandaron de intercambio a China, y se las arregló para ir a Japón, y Washington en Estados Unidos (aunque desde luego, los gringos nunca le han caído muy bien), y a Canadá, y otras partes, él es orgullosamente de la UNAM (sus ojos sonríen con placer), adora su camiseta, él fue 68, conoce a todos los de movimiento, enumera a protagonistas famosos, le decían Prepa 7 aunque él protestara y les dijera que su nombre es Jaime, estuvo en Tlatelolco el dos de octubre pero se salvó gracias a su madre, ella lo venía a visitar desde Michoacán y fueron juntos al mitin, pero lo convenció a que se salieran un ratito para que la llevara a La Villa, y a comer algo, y a comprar zapatos, y cuando él quiso entrar de nuevo a la explanada ya estaba cerrado el paso por los soldados. Lázaro Cárdenas era su tío, se señala las orejas enormes, inconfundibles, el mejor presidente que tuvimos, Cuauhtémoc por otro lado no le cae bien, no se hablan, y así, de un tema al siguiente, con ojos que sonríen todo el tiempo y a ratos se iluminan por completo evocando buenos tiempos, oye, qué agradable eres, pensé que eras una niña fresa la primera vez que te vi, y entonces yo le platico también de mis aventuras canadienses, y que mi marido está lejos, y él me mira con ternura y me dice, ay, mi niña, no te preocupes. Así como esta podría reproducir muchas otras conversaciones que se sintieron como encuentros y que me dejaban de buen humor por muchas horas. Por regla general creo que las personas que son atentas y cuidadosas con los libros son también atentas con la gente, y buenas para conversar.

Además, me regalaron “Cristo con un fusil al hombro”, de Kapuscinski, que en mi estado actual de pobreza no me habría podido comprar sin una culpa del tamaño del mundo. Lo leí casi todo de un tirón, con el pecho acelerado, como corresponde a las lecturas extraordinarias. Esas crónicas fueron escritas en los 70s y retratan realidades que sublevan a cualquiera con un mínimo sentido de la humanidad y la justicia. Las leo en el 2010 con la sensación de que el mundo es peor que entonces, más desigual, más injusto. Como un murmullo de agua en desiertos individualistas, hay personas que siguen creyendo en otros mundos posibles. Están ahí, hay que saber que están ahí. Las personas que creen en otros mundos posibles son los ángeles guardianes de nuestra historia. Sin ellos, ya no nos queda más que un desierto cada vez más solitario, sin vida, sin ideas, sin sueños, sin sorpresas.

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