martes, 27 de septiembre de 2011

antes de que el río se congele

Palabras repetitivas en este blog: la felicidad es una manera de estar despiertos, y su antítesis es el adormecimiento. Mi compás íntimo para la salud existencial son los momentos cotidianos de lucidez y de contacto, las imágenes y las sensaciones que adquieren claridad y permanencia para transformarse luego en un recuerdo; porque usamos la memoria para recortar con márgenes claros los fragmentos de realidad que nos importan de entre todos aquellos que pueden simplemente diluirse, y desaparecer para siempre. Si mi cotidianidad alcanza para conmoverme, sé que pese a los raspones o los descalabros, en el fondo estoy bien. Si pasan las semanas diluyéndose en una sola masa sin contornos definibles, si no hay todos los días momentos lúcidos que valga la pena recortar para volverlos permanentes, entonces algo anda mal. Y no es que las cosas anden mal, ahora, ni que mi memoria haya dejado de generar recuerdos; hay todavía hermosos instantes que merecen celebrarse. Pero en general, han aumentado mis niveles diarios de somnolencia, y se dispara entonces la señal de alarma. No es que la vida sea unas veces buena y otras veces mala, es que a veces es clara y a veces es borrosa, a veces vivimos en una vida de dimensiones cinematográficas, y a veces la vida nos pasa desde lejos, como la luz de la tele mientras nos vamos quedando dormidos. Me acuerdo de algo que escribí en este blog mientras mi esposo y yo vivíamos separados por la burocracia migratoria: mi cumbre para el amor no necesita el dramatismo romántico de las novelas (a pesar de mi naturaleza, que se pinta solita para sueños de esa especie), mi cumbre es mucho más cotidiana; oírlo cantar en la regadera, pegar un botón, compartir la cama, despertar a su lado. Es ese pequeño tejido de luces y momentos lo que enriquece ahora mi vida de todos los días, en una ciudad que en muchos sentidos sigue siendo un lugar extraño. Nuestra relación ha pasado por obstáculos enormes pero al final de cada túnel palpita siempre el mismo amor, el mismo amor con la misma fuerza. Esa es ahora mi fortuna. Pero aunque mi felicidad (esa manera de estar despierta) se alimenta sin duda del amor, necesita también de resortes internos para abrir los ojos al mundo, abrirlos casi dolorosamente, proyectando en pantallas gigantescas las imágenes que me sacuden y me atan al presente. Lo que me enciende, lo que me mueve a abrir ojos deslumbrados, es una sensación cotidiana de sentido, una conexión profunda con el mundo. Creo que ahí está la raíz para esta somnolencia. Tengo un trabajo que no está del todo bien o del todo mal, que a veces sufro y a veces disfruto, y eso me mantiene en piloto automático de supervivencia, pero no me acerca a la vida. Los lugares nuevos requieren de muchísima energía, nada está dado de antemano, hay que pelear por todo, construir todo desde los cimientos, batalla tras batalla. Y qué manía la que me cargo, saltando a lo kamikaze, empezando y volviendo a empezar, sin planes definidos ni proyectos a largo plazo, estrellándome de golpe en realidades para las que nunca estoy lista.


Otra metáfora interna para medir mi propia felicidad: extender las alas, no necesariamente a través del mundo, sino a través del tiempo. Extender las alas, por ejemplo, a través de un solo minuto irrenunciable. Todavía, a veces, extiendo mis alas. Por primera vez en mi vida soy dueña sin reservas de una bicicleta. Con ella, cuando hay tiempo libre, puedo ir a los parques. Aquí, los parques son como lagunas en las que uno puede sumergirse, y todos tienen caminitos especiales para echar a volar la bicicleta. Por fragmentos en medio de la ruta es posible estar en el bosque, por ejemplo, al lado de un rio, y nada más. Entonces, no hace falta nada, y todo está bien. Además, vivo al lado de un hombre delgado, (esto también lo escribí ya hace tiempo)  los huesos de su espalda  me recuerdan a las vértebras de un ave, y estar a su lado, bajo la luz azul del departamento diminuto donde vivimos, o bajo la luz roja y dorada del mundo, todos los días, es otra manera de extender las alas. Así que la vida sigue aquí, palpitando con fuerza, invitándonos a que le demos largas mordidas.

Encontré este poema en un cartel del metro:

Spring Forward, Fall Back

Troy Jollimore

In November the hours are slower:


winding-down weather, the fresh lather


of a first snow. The winter,


with its months of hospital afternoons


waits huddled just over the border.


And ice will make all the distances


that much further. Speak now, kiss now


before the river freezes altogether.

No es Noviembre, sino apenas el final de Septiembre, pero de cualquier forma, no falta mucho tiempo para que este lado del mundo se congele y sin duda, no queda de otra más que aceptar la generosidad del presente, y ser felices, ahora.