viernes, 21 de noviembre de 2008

Martes por la noche en la estación de Jane

J. me cuenta de sus planes para ir a Montreal usando su bono de vacaciones. Trabajamos en la misma tienda, pero desde mi orillita, gano menos dinero, no tengo bonos de ningún tipo, me pagan el 15 de cada mes sólo lo que haya ganado el mes anterior (o sea que el 15 de noviembre recibo lo que gané en octubre, y el 15 de diciembre lo que gané en noviembre y así nos vamos). Mientras a los demás se les deposita directo en sus cuentas cada semana, yo estoy a las 11 y media de la noche esperando en Jane a Carlos que no se aparece para recibir la segunda parte de lo que gané durante octubre. Los hombres, por hacer exactamente el mismo trabajo, ganan m`as dinero, y todos los sueldos están divididos de acuerdo al género de los trabajadores. Así es esto, porque soy ilegal. Y además, si me descubren, me deportan, y tan tan. Me estoy congelando. Rodrigo me prestó su chamarrota pero aún así, estamos a menos cinco grados, y con viento, a menos diez.

El primer o segundo día en Toronto, buscaba casa y trabajo y me angustiaban los 25 dólares por noche en el hostal, y sólo sabía que cerca de Dufferin Station estaba el periódico de los latinos. Vi una tienda con la bandera de México desplegada en la ventana y entré. Dos chavos estaban enviando dinero a sus casas y mencionaron Michoacán. Les hice plática, les pregunté si no sabían de trabajos. Hicieron lo posible por ayudarme, me aseguraron que iba a estar todo bien. El domingo regresé, porque esa tienda es un punto de referencia para prácticamente todos los mexicanos en Toronto, del ramo migratorio clandestino como yo, y es por lo tanto un punto de referencia importante para mi tesis. Jueves, viernes, sábado y domingo venden ahí comida mexicana, en mesas de plástico distribuidas en los rinconcitos y las esquinas. Pozole. Carnitas, barbacoa. Cara. 10 dólares la orden. El precio por la nostalgia. Y nada es lo mismo, ni las tortillas, ni la salsa, pero se acerca un poco, apenitas lo suficiente. Así que fui el domingo a llenar mi diario de campo de observaciones, pero la noche (ya es de noche a partir de las 5 de la tarde) estaba helada, y desierta. Sin embargo, he aquí, que he ahí, de nuevo, mis dos paisanos michoacanos. Se sentaron conmigo. Comimos carnitas. Creo que los adoro. Trabajan en el roofing, que es, bajo todos los parámetros migratorios, una de las chambas m`as pesadas para cualquier trabajador de cualquier país. Durante junio y julio, si la temperatura en las calles es de 35 grados, sobre los techos con las láminas de chapopote alcanza fácilmente los cuarenta. Todos los migrantes se parten la espalda, pero los del roofing un poco m`as aún que los demás. Mis paisanos vienen cuando acaba la primavera y se van cuando empieza el invierno. Y les brillan los ojos. Cuando hablan del verano. Cuando hablan del roofing y la adrenalina de pararse a 4 metros de altura sobre superficies inclinadas. Uno de ellos tiene una sonrisa muy especial, ligeramente torcida, es un moreno muy guapo, debe tener como 22 años, tiene una hijita que se llama igual que yo. Su sonrisa es una mezcla de sensualidad vital y orgullo. La despliega para responder en qué trabaja, “en el roofing”, y para decir “a huevo” y después reír con suavidad. Trabajan 12 horas diarias, (ahora ya menos, porque los días terminan temprano), y les pagan diez dólares la hora. Lo cual, me explicó después Rodrigo, es un robo absoluto, “nadie se sube a un techo por menos de 15 dólares”. Me preguntan si he tenido malas experiencias y les digo que no, que la gente en la chamba me trata bien. “S`i, los canadienses son muy nobles”. Los albaneses, los griegos, otros latinos, son m`as rudos. El jefe (griego) los amenaza con deportarlos, los amenazó una vez con golpearlos, ellos lo mandan mentalmente a la chingada, a ellos les brillan los rostros con orgullo, con promesas, ellos quieren volver el próximo verano, ellos sonríen una sonrisa de lado y dicen “a huevo”. Ellos, como buenos mexicanos, ya saben todos los lugares a donde está chido ir de noche, ellos trabajan 12 horas en los techos y luego bailan hasta las 5 de la mañana, en lugares repletos de otros mexicanos en las mismas circunstancias.

Miércoles. Atorada en un autobús, durante la tormenta.

Nieve!!! Nieveeee!!! Por fin!!! Todo el día!!! Filigrana, blancura, flotando por encima y alrededor de todos. Felicidad. Y un chingo de frío. En medio de esta, mi primera nevada, fui a Orfus Road y me compré ropa de invierno. Saltar sobre la capa blanda y delicada es la neta del planeta. Mi chamarra nueva tiene una capucha de peluche calientita, deliciosa, que me cubre los ojos hasta la mitad, así que iba yo estrenándola, ya de noche a las seis de la tarde, sintiéndome abrigada pero con la visión comprometida, viendo el suelo completamente blanco y las huellas de los zapatos de otras personas y así, mirando hacia abajo, estrellé mi cara contra el tubo de metal de un letrero en la banqueta. Me di un madrazote. Creo que se me está hinchando el labio y que voy a tener un moretón bajo el ojo mañana. Cuando me pregunten, puedo inventar alguna historia original. Seguro. No voy a confesar mi estupidez. Cuando estaba en la universidad me hice yo sola un ojo morado en circunstancias de una ridiculez equivalente. Estrellé sin ayuda de nadie mi cara contra el filo de una mesa. Y anduve con mi ojo morado por la escuela, disfrutando de las caras intrigadas de los que me veían en los pasillos y el patio y las escaleras. Y pensaba en historias como “me golpeó la policía en la `ultima manifestación”, “me agarr`e con una mujer del doble de mi tamaño afuera del patio de mi casa o alg`un after de ese estilo (referencia chilanga y espacio clausurado, para desgracia de todos, nosotros)”. Si se me hace moretón, no pienso desperdiciarlo con la verdad. Oh, bueno, excepto aquí. Mierda. (Ou! a la Homero Simpson). Me hubieran creído si les digo que me golpeó la migra y escapé apenitas junto con un par de senegaleses y una mujer de Nicaragua a través de un callejoncito en el barrio chino? O que una señora que quería mi lugar en el bus me soltó un paraguazo en la cara? Los canadienses son muy angelicales, para qué difamarlos sin provocación de por medio. La verdad es que mi vida transcurre dentro de parámetros tan ordenados como los parámetros generales de este pa`is, donde aparentemente, la violencia física ocurre en los `últimos márgenes, en los m`as subterráneos. Chale. Y la verdad es que la única manera factible de adquirir un moretón en la cara en mis presentes circunstancias, es exactamente tal y como acabo de adquirir el mío. Lo cual evidencia de manera contundente y triste que esto es una aventura, pero así, en minúsculas, sin letras capitales.

Y Hoy.

Regresando a mi pequeña telenovela sin consecuencias (y casi sin trama), ya me estoy aburriendo de la danza sutilísima y velada alrededor de C. Pequeñas aproximaciones y luego pequeños alejamientos. Ninguna claridad de ningún tipo. Zayid, por otro lado, no ha dejado de buscarme. Toda la semana me estuvo llamando (no contesté al celular, mujer taimada que soy). Pasó a la tienda, insistió mucho en que le hablara (se cortó el cabello y se ve todavía un poquito m`as guapo). No le hablé. Pasó a la tienda otra vez, hoy. Me saludó (Hey!), le contesté brevemente (Hey!) y me fui, seguí barriendo los pasillos. Me buscó otra vez. Me disculpé por no haberle hablado y le dije que no estaba segura de que fuera buena idea vernos de nuevo, porque `el regresa a Bangla Desh en un mes (mentí un poquito). Me dijo, podemos ser amigos, podemos sólo conocernos, sólo tomar un café y platicar. Me lo decía todo con una seguridad que me gustó. Las luces rojas de mi escepticismo están encendidas, pero le vi los labios, y la sonrisa y los ojos enormes ligeramente rasgados y decidí dejar que las luces rojas se apagaran brevemente. Es dulce, es cálido, sentir el interés sobre mí, con aplomo, sin danzas interminables en la tierra de nadie.

Por supuesto, la magia, muchas veces, puede ser que nazca de las danzas sutiles a la distancia cuando se van transformando en un acercamiento profundo, pero casi siempre, lo que ocultan es una carencia absoluta de sustancia. Detrás de las promesas que a mí me gusta tanto tejer, a pesar de todo su encanto, intangible, resulta casi siempre que no hay nada.

En fin. Es viernes. Hoy estuvimos todo el día a menos diez grados sin viento, con viento a menos diecinueve o algo así. Y estoy molida. Quiero dormir temprano. La hermosa nieve se transforma en fango dentro de la tienda, y yo trabajo el triple pero qué le vamos a hacer. Así es la vida de los migrantes ilegales, y no hay ningún romanticismo involucrado. Hay Ángeles, sin embargo. A veces. No hubo grandes nevadas el día de hoy. Cielo azul, y frío. Pero justo en el momento en el que salí a cambiar las bolsas de la basura, cayeron grandes copos, dos minutos, y luego se disolvieron. Ya era de noche. No se puede explicar la poesía de un estacionamiento a las seis y media en el comienzo del invierno, mientras caen los copos de cristal.

martes, 11 de noviembre de 2008

Ah. Mi vida es estos días una cadena de momentos minúsculos, breves flashes de linterna en medio de lo espeso. Un chavo (ahora sé que se llama Zayid, y que es de Bangla Desh) de piel color olivo y ojos grandes ligeramente rasgados y labios llenos y en general muy guapo, había aparecido un par de veces por la tienda y nos habíamos mirado y sonreído. A mí me pareció guapo, eso es todo, un aire con Gael García en versión olivo. Hubo un instante muy evidente la segunda vez que nos encontramos en la tienda, porque `el iba cargando sus bolsas del súper y se detuvo en seco sólo para mirarme. Anoche, estaba hablando por teléfono en Runnymede y `el apareció en la estación del metro (que está de hecho bastante lejos de Coxwell, por donde está mi chamba), y me mir`o y se detuvo en seco otra vez, hizo un gesto de reconocimiento y esperó pacientemente a que yo terminara mi larga conversación, y decidió que mi autobús lo llevaba también a donde tenia que ir y se subi`o conmigo. `El iba sentado junto a mí y podía sentirlo ligeramente nervioso. Lleva 7 años en Toronto, tiene 29 (se ve un poco m`as chico), a mí me calculó primero 20, luego 22 y la dejamos en 24, digo, para qué corregirlo, ningún afán por la exactitud en esos terrenos. Hay un baresito a dos cuadras de mi parada del bus y `el me dijo, tómate una cerveza conmigo y yo dije, pues por qué no. Resulta que anoche había un juego de basketball muy importante y `el se moría por verlo así que preguntó en ese lugar, donde 5 hombres rojos y rubios y gordos miraban el fútbol americano, dónde había otro bar con señal de satélite y nos mandaron algunas cuadras m`as lejos y caminamos en el frío encogidos en las chamarras hasta el otro bar que estaba cerrado así que regresamos a los 5 hombres rojos y una cabeza de venado empotrada en la pared. Me invitó una cerveza canadiense. Se port`o bien (no intentó pasarse de lanza), pero no sentí ninguna conexión de ningún tipo. Sólo una especie de vacío. Ninguna electricidad ningún estremecimiento. Y nada era falso pero nada era completamente honesto. `El no me dijo ninguna mentira pero tampoco me reveló ninguna verdad acerca de s`i mismo, me ofrecía una y otra vez sólo su superficie y acabé por aburrirme. Me acompañó a mi casa y me sentí mal por `el porque no sé cuánto tuvo que caminar hasta donde iba originalmente. Tiene mi número y yo tengo el suyo y quiere que nos veamos mañana, mi día libre, pero no nos vamos a ver, no lo creo.

Con C. por otro lado, las cosas adquirieron un acento enrarecido. Tengo un nuevo compañero en la chamba que es de Bolivia, y es delicioso detenerme a veces para hablar con ` él en español. C. se dio cuenta y me dijo, ah, spanish eh? Y yo le dije que s `i muy emocionada, que era un alivio para mí, que extraño mi idioma y que extraño mi pa`is. Una cosa llevó a la otra y `el acabó preguntándome quiénes estaban allá, y entonces quiénes aquí, y yo, seguramente me puse roja, y seguramente hablé con nerviosismo y le dije que nadie en realidad, que la primera vez que hablamos le había dicho que mi familia estaba aquí por puro pánico, pero que en realidad estoy sola. Y no sé. Estábamos en el umbral de una nueva cercanía poco a poco, todo muy gradual y muy lento y muy sutil y muy ambiguo. Y ahora, vuelve una sensación de distancia, no sé qué tan irremediable. Pero ya no depende de mí. Lo mío fue un instante inocente de miedo en mi primera conversación con quien era, finalmente, un empleado de la tienda, digo, muy guapo eso s`i, pero un guardia de seguridad, y me sentí insegura sobre mi status migratorio, mi primer día de trabajo (ilegal), la primer semana en Toronto. Así que ahora todo depende de `el, y si hay distancia, entonces nunca hubo mucha cercanía y tan tan. Lo malo es que en realidad no hay, nada, apenas la promesa muy frágil de un puente.

El asunto es que, a pesar de que Zayid tiene unos labios muy apetecibles, la sensación que m`as me cala ahora es la ausencia de intimidad de cualquier tipo. Todos los roces, todos los contactos ocurren aún en las superficies, la mía, y la de todos los demás. Con Zayid me voy a sentir tan sola como me siento sin `el. C., por otro lado, tiene alma, se le nota, es un espíritu rumoroso en las coyunturas y el cuello y las líneas generales y las comisuras de la boca y el dibujo interminable de la sonrisa y los ojos. Algo templado y sólido en la voz. No quiero acurrucarme en cualquier pecho entre unos brazos al azar. Quiero sumergirme en una voz profunda y protectora. Quiero electricidad y nerviosismo. No confío en los hombres que no me ponen nerviosa.

Y no estoy enamorada de C. Todo es todavía un juego que puede jugarse con dulzura. Hay luz que es una pequeña luz cuando me coquetea o parece como que me coquetea, y hay oscuridad que es una diminuta oscuridad cuando lo siento lejano o poco interesado. No hay vida ni muerte involucradas, sólo las horas que transcurren en el microcosmos de una tiendita canadiense. Hay sombras, las siluetas de promesas silenciosas, o de silencios absolutos, entre nosotros, fantasmas moviéndose muy lento sin revelar nada, sin veredicto alguno. Estoy fascinada con mi novela en turno, y estoy llegando a algunas de mis páginas favoritas, donde por ejemplo, Kerouac describe a Bill Burroughs: “… He was a gray, nondescript looking fellow you wouldn’t notice on the street, unless you looked closer and saw his mad bony skull with its strange youthfulness and fire--- a Kansas minister with exotic phenomenal fires and mysteries. He had studied medicine in Viena, known Freud too: had studied anthropology, read everything: and now he was settling to his life’s work, which was the study of things themselves in the streets of life and the night.” Y pienso, que desde luego, quiero algo de eso. He ahí mi disyuntiva. Quiero libertad, pero quiero además, significados. No estoy en la línea de Borroughs, porque no podría sobrevivir a una convicción nihilista, he ahí mi drama, me fallan al mero final las convicciones. No puedo creer en el sinsentido así como me cuesta trabajo creer en los sentidos absolutos. Lo he escrito aquí muchas veces, yo no quiero teorías universales, a mí denme destellos, denme luciérnagas, eso es todo. Así que en el esquema mayor de nuestras vidas, no sé si C. y yo podamos entendernos, `el dueño ya de una luz serena y eterna, y yo cachando el momento de breve incendio en la panza de los insectos, fascinada también por la noche y la poesía incierta de algunos callejones. A veces, creo que ahí está la raíz de mis problemas, de toda mi tristeza. Me falta ser radical. Creo que los seres m`as bellos del planeta son también en alguna medida radicales. Creyentes. Místicos. Tienen fe. Fe a la manera de Borroughs, en las posibilidades infinitas de las búsquedas sin moraleja alguna. En el carácter infinito de la posibilidad. Fe en todo lo posible y asequible. Ejercicio sin cortapisas de la libertad. O fe a la manera de los monjes que vi en aquel documental (En el gran silencio), fe en lo místico y lo profundo y lo interior, también infinito. En el carácter absoluto de la contención. Y `Ángeles sobrevolando con suavidad nuestras cabezas, suspirando con cierta melancolía sobre nosotros. Me siento incapaz de la radicalidad, pero irremediablemente atraída hacia ella. La verdad es que, en el fondo de todas las cosas, lo que me mata es el mundo, y unas ganas enormes de creer. Así que qui`en sabe. Qui`en sabe. En una de esas C. y yo podemos estar cerca, o en una de esas estamos lejos sin remedio. Me inclino m`as a la radicalidad de los que buscan que a la radicalidad de los que se apuestan en el mundo desde la torre inexpugnable de una sola respuesta, de una vez y para siempre y por encima de todas las cosas. En el fondo, aún, me aterran las definiciones totales. Y me atraen los vagabundos hambrientos que consumen libertad en porciones abundantes. He descubierto promesas nuevas a lo largo de este viaje. Empiezo a creer también en los `Ángeles. Pero no estoy hecha de materia religiosa. En realidad C. y yo no hemos sostenido ninguna conversación que dure lo suficiente para saber si, después de todo, podemos entendernos. Yo hago eso. Todo el tiempo. Soy una tejedora sedienta y me gustan las imágenes lejanas. Me gusta pensar largamente en las posibilidades de la posibilidad antes de que nada sea, de hecho, posible. Lo que me sorprende es que habiendo una frontera tan evidente entre nosotros, una separación probablemente insalvable en nuestras maneras de situarnos en el mundo, me encuentro escribiendo sobre `el, y pensando en `el, derretida por su voz, que es sin lugar a dudas la voz m`as sexy, hasta ahora, de Toronto y sus inmediaciones. El domingo pasado no me buscó para ofrecerme raid. Me encogí de hombros ligeramente triste, salí a la tarde oscurecida y lluviosa y he aquí que he ahí, `el, esperándome a la salida, tocando su claxon. No pudimos platicar esta vez tampoco, porque ahora traía a todo volumen la música de su banda. Uf. Y el asunto es que suenan muy bien. Intensos. `El no es el vocalista principal, pero caché su voz, cantando a ratos, y sólo podía pensar en que esa voz tiene algo, marino o selvático, ronco y maravilloso, que no puedo resistir. Por supuesto, para mí, no es necesario agonizar respecto a todas estas cosas. Todo puede quedarse tranquilamente en un juego dulce y suave para jugarse por unos meses, hasta que regrese a México. Estoy aquí por un rato nada m`as. As`i es más fácil. Agonizo un poco porque creo que C. lo piensa todo en términos más absolutos y la levedad es imposible a su lado. Quizás eso también me atrae. Será posible enamorarse de alguien sólo por su corazón? En fin en fin en fin.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Noviembre...

No tengo dinero. Cero. Pero tengo una hora extra de tiempo, inesperada, gracias a un cambio de horario del que me enteré hace dos minutos. Para sentarme en la ventana del café junto a la chamba, y tomar mi `ultimo café del día, sintiendo el sol a través de la ventana. Delicioso. Es dos de noviembre, en P`atzcuaro la ciudad está llena de visitantes y artesanías y quedan las huellas de las flores sobre las tumbas. Aquí ya se disolvieron los ecos de Halloween. Y me gustó. Ver a los niños y algunos adultos caminar con sus disfraces por la tienda. Ese fue además un día soleado y tibio y una noche sin viento y sin frío. Me gustó ir en el metro y ver a los chavos disfrazados camino hacia sus fiestas, ocultando el alcohol en bolsas de plástico en sus mochilas. Disfraces a veces cuidadosos y detallados, una Dorothy perfecta con zapatitos rojos, un hombre del siglo pasado con monóculo y bastón y reloj de cadena y sombrero de copa y bigote, un construction worker con una tabla atravesando el casco y sangre escurriéndole por todos lados. Y disfraces sin sentido, gente que se pintó la cara de rojo y de negro o azul y amarillo y agarr`o todos los trapos que se encontró en el clóset y se los puso encima. Me gustó ver las casas oscuras a lo largo de las calles, con sus calabazas encendidas y las calaveras con ojos fosforescentes colgando en las ventanas, todo apagado y los monstruos silbando para invitar a los niños, con telarañas artificiales cubriendo los jardines y los coches. Me gustó ver a los adultos susurrando en los porches. Y me gustó ver a los niños. Niños felices. Caminando en grupo por las banquetas, cargando bolsas grandes, pesadas, llenas de dulces. Hablando entre s`i en murmullos, y gritándose de un lado al otro de las calles, caminando con prisa, tratando de tocar todas las puertas del mundo antes de que se acabaran los regalos. Si hubiera tenido dinero, me habría encantado repartir dulces, también, y disfrazarme de algo terrorífico y hacer gestos teatrales al abrir y divertirme con las reacciones de mis visitantes.

Adoro estar aquí, ahora. Alimentándome de la ciudad que es apenas sus imágenes, aún. Todo se mueve vertiginosamente. El otoño se desmorona minuto a minuto y los `árboles se quedan sin hojas. Estoy en los `últimos días de gracia antes del frío de a de veras. S`e que es un frío que inmoviliza en muchos sentidos. Así que hay prisa. Para vivir y conocer la ciudad y hacer la tesis antes de que ya no pueda caminar largamente por las calles.

Lo malo es que la pranganez absoluta también es una forma de inmovilidad. Si esta fuera una especie distinta de aventura no importaría nada. Justo ahora, en la página en turno, Kerouac y Neal se han quedado sin un centavo por enésima vez, mientras van rumbo a San Francisco por segunda o tercera vez y no importa.

Yo tengo que pagar una renta, ya, y pagar el monto del transporte para llegar temprano a un trabajo al que tengo que llegar sin falta todos los días. Tengo que salir de deudas y ahorrar para `África y acabar una tesis. Ese minucioso tejido de las obligaciones está en la forma y el sentido de todos los próximos minutos y las semanas y los meses. Mientras tanto, el famoso primer adelanto del primer sueldo no llega nunca.

Lo que me gusta de mi chamba es que es física y mecánica y no requiere nada de mi mente ni mi espíritu. Esos permanecen absolutamente míos a lo largo de las jornadas. Así que sostengo largos soliloquios filosóficos, examino mi vida, voy bordando los contornos del próximo sueño con detalles inventados sobre la marcha. Una marcha a través de pasillos helados. Mientras siento c`omo se cierra el ciclo evasivo, y voy en el canal de las confrontaciones. Asumiendo umbrales, apretando los dientes, inclinando la cabeza suavemente mientras Canadá se despliega enfrente sin que yo me despliegue aún realmente en Canadá. Todo es ligeramente `áspero, y nuevo. Todavía se siente muy nuevo. Intenso. A veces, como ahora justo ahora, lo que hay es un enamoramiento luminoso de todo y de todos. Una cosquilla de sorpresa. Ayer vi a una ancianita de 70 y tantos con el cabello pintado de azul y una perforación en la ceja. Todo parece posible, todos los cuadros imaginables.

COTIDIANIDADES

Hay un hombre, ni siquiera sé su nombre, debe tener treinta y tantos, alto y delgado y de rostro largo y ojos grises y algunas canas prematuras. No es feo. Trabaja en la sección de lácteos, una zona de puros refrigeradores, el `área m`as helada de una tienda de por s`i helada. Le tengo un cariño especial a los trabajan ahí. Es la zona m`as ruda y ellos chambean con estoicismo. Hay un gordito oriental que tiene el sentido del deber m`as férreo que haya visto yo en alguien trabajando en un supermercado. Nunca lo he visto sonreír. Dice, con un acento oriental “sorry” (s`ori), todo el tiempo, después de cada frase y al principio, como si fuera un reflejo automático. Se mueve velozmente y es el `único al que he visto correr, para hacer lo que le piden. Como si hubiera un incendio o alguna amenaza de ese estilo. Lo he visto caminar con prisa (siempre tiene prisa y siempre está cumpliendo con su deber), murmurando para s`i mismo, como un mantra, “so-rry-so-rry-so-rry-so-rry-so-rry”. Me imagino que debe venir de un entorno sumamente severo. Me infunde muchísima ternura. Pero mi favorito es el hombre de ojos grises. Todos sus ademanes son serenos. Tiene una voz indescriptible, aunque la mayor parte del tiempo no habla, ni sonríe. Es una voz donde está contenida toda la dulzura del universo. Toda. Lo había visto en el cuarto del lunch y me intrigaba, su manera de comer muy lento y en silencio total, cosas seguramente preparadas por su esposa, alguna comida cuidadosamente cocinada y empacada, y su anillo en el anular izquierdo pero también su arete en el lóbulo de la oreja, lo que le da un aire rebelde que no parece cuadrar por completo con todo lo demás. Alguna vez recogí y acomodé en un estante algo que se había ca`ido, alguna cosa sin ninguna importancia de ese estilo, y `el iba caminando a mi lado y me mir`o y me sonrió a medias (nunca lo he visto sonreír por completo), y sus ojos se dulcificaron como si fueran testigos de otra cosa, algo m`as significativo, y me dijo, “thank you dear, thank you”. Esa fue la primera vez que oí su voz. Ahí estaba la explicación o parte de la clave a su aire hermético, sin carcajadas, sin arranques, sin una sola sonrisa completa: toda la dulzura del universo y una fragilidad sin defensas de otro tipo. Algún otro día, algo no funcionaba bien en los refris, y había una filtración que era necesario trapear, lo cual hice pensando que el asunto quedaba resuelto, y entonces `el me buscó y me explicó que se había llevado el trapeador y había vaciado el agua a una de mis cubetas y que la filtración continuaba, y claro todo esto no tiene importancia, pero sus palabras se desenvolvían con una voz serena y absolutamente dulce. Me hablaba con mucha amabilidad y lentitud, casi en voz baja, diciendo “dear” en todas las frases. Fui hasta donde estaba el problema y lo vi hincarse sobre el piso mojado para acomodar mercancía en los refris, empapando las rodillas de sus pantalones. Me derritió. Los hombres de la sección de lácteos no se quejan, no hacen aspavientos. Otra vez, mientras estaba en la parte trasera de la tienda pensé que estaba sola y en el circuito de `éxitos comerciales que da vueltas y vueltas en los altavoces empezó a sonar rage against the machine así que yo, por qué no, escoba y recogedor en la mano, empecé a sacudir la cabeza hacia atrás y hacia delante y entonces lo vi, testigo de mis desplantes. No hizo ningún gesto. Yo sólo me reí y me encogí un poquito y seguí barriendo. Desde entonces, nos medio sonreímos cuando nos encontramos en los pasillos. A una media sonrisa mía responde una media sonrisa suya, y viceversa.

Luego está D. (el que tiene la piel de vikingo y los rasgos afilados de marinero). Siempre se está moviendo con ademanes vigorosos. Trae un déficit permanente de sueño. Le pregunto c`omo está y siempre resulta que lleva 28 o 32 horas sin dormir o algo por el estilo. Es de noche, estamos en la entrada trasera del super, junto al estacionamiento, yo espero a C., quien me ofreció un raid en su coche nuevo hasta el metro (y como adivinar`an ustedes, estoy feliz-feliz), y D. sali`o a fumar un cigarro. Le digo que trabaja demasiado y `el me dice que no, que antes trabajaba 20 horas diarias, y que de hecho ahora le ha bajado al ritmo de actividad. Le pregunto si está ahorrando para unas vacaciones lujosas en algún lugar tropical y me responde que no, que gana el dinero para ir al banco, abrir el cajón, y sentir bonito viéndolo reposar ahí, que no tiene vida social. Hay un aire irónico en todo lo que dice, fumando y bebiendo café junto al estacionamiento en su descanso de 5 minutos. Bueno, me dice en su acento canadiense, tengo que regresar. No te has acabado tu cigarro, le digo y me responde que nunca tiene tiempo para fumarlos completos, con su tono de ironía y derrota, mientras vuelve a la tienda con largos pasos vigorosos.

Y C. Sonrisa kilométrica, hoyuelos en las mejillas. Me buscó por la tienda para ofrecerme un raid, el domingo, en su coche nuevo, porque recuerda (y a mi no se me olvida nunca), que el domingo es el `único día de la semana en que los dos salimos al mismo tiempo. Me había presumido su coche recién comprado y yo pensaba en si me iba a ofrecer un raid o no, y cuando lo hizo, no pude dejar de sonreír. Me abri`o la puerta como un caballero perfecto (es un caballero perfecto). Había una pantallita plana junto al asiento del copiloto, y le pregunté qué era, y me dijo que una tele, y que ahorita me ponía una película. Así que los diez minutos de trayecto al metro no pudimos platicar porque iba a todo volumen una película sobre Jesucristo. Y yo, sentí que me derretía por completo, pero sentí como si acompañara a un hermanito menor o algo por el estilo, y supe que no iba a suceder nada verdaderamente romántico entre nosotros. Me dijo, nos vemos mañana, y al día siguiente no llegó, y pas`e el día angustiada, porque yo sé que faltar un solo día es suficiente para perder el trabajo, y entonces me di cuenta de que C. me importaba, mucho. No llegó mi contratador con el famosísimo cheque prometido, pero a mí lo que me preocupaba era la ausencia de C. Llegó como a las seis de la tarde, y cuando lo vi en el pasillo de la entrada con su uniforme negro, volví` a sonreír. Ayer fue su día libre, así que yo no esperaba verlo, pero hacia la noche se dio una vuelta por la tienda, y me salt`o un poquito el corazón. No hay nada ahí. Pero hay algo. Algo mío. Algo que nace, creo, de la enorme vulnerabilidad de este `ultimo mes. Ando queriendo enamorarme, porque ando queriendo que me abracen. Y este hombre tiene un corazón oceánico interminable, y la sonrisa m`as luminosa de Toronto (o México). Así que todas mis debilidades se inclinan suavemente hacia `el. Pero se me hace que no hay mucha esperanza para nosotros, que `el, finalmente, está buscando a otra mujer, y yo, a fin de cuentas, a otro hombre. Sin embargo, una pequeña cercanía se dibuja entre nosotros y eso me consuela. Podemos ser amigos. O en una de esas. Qui`en sabe. Manténgase usted sintonizado.

HAMBRE (Exageradísima soy)
En el cuarto del lunch. Sola. Escribiendo en mi media hora de descanso.
Hasta hace un mes, a menos que hubiera muchísimo trabajo, yo podía simplemente tomar una hora completa, a veces m`as tiempo, para comer, comidas baratas y opulentas. Y podía bajar a dotarme de dulces a la tiendita de golosinas a granel que se enriquecía con nosotros, con todos los god`inez de la zona. Chocolates. Bombones cubiertos de chocolate. Mentas cubiertas de chocolate. Hubo una época en la que todos los residentes de los cubículos vecinos y yo interrumpíamos brevemente actividades a eso de las 11, para preparar rápidamente un desayuno, que al principio era sólo un platito de cereal con leche, o un sandwichito de jamón, pero que luego alcanzó la sofisticación de chilaquiles verdes con queso, y molletes. Dios mío, no sé por qué me torturo de esta manera. Tengo hambre, en la mañana unté el `ultimo pan de la bolsa con crema de cacahuate y luego salí corriendo con miedo a perder el autobús y lo olvidé en la cocina, y ahora no tengo un centavo para comer. Ni uno solo. Olvidé mi sandwichito de crema de cacahuate. Chingaa. Salí corriendo y lo olvidé, y no tengo dinero tampoco para el pasaje de regreso a la casa. Y pienso, ching`a, me echo limoncito en la herida y pienso en la fonda, cerca de mi extrabajo, donde dan tortillas hechas a mano recién saliditas del comal. Y venden las mejores enchiladas de la ciudad. Auch. Estoy salivando como loca. He trabajado un chingo y no tengo un centavo y no se ha relajado, ni un poquito, la sensación precaria con la que comenzó octubre.

POSDATA FELIZ.
Me abstraje de las imágenes de comida empaquetada de la tienda, de las ganas de morder una manzana, una pera, meterme un chocolate en la bolsa del pantalón. Salí a las siete, y empecé a caminar para buscar un cajero de mi banco, con la esperanza de que me hubieran depositado dinero. Caminé mucho, con un ligero dolor de cabeza, y me dio gusto, otra vez, perderme un poquito, con cierta incertidumbre, por Toronto, sin un solo centavo en la bolsa. Caminé por una zona llena de musulmanes saliendo del servicio religioso. Mujeres cubiertas con pañoletas, mujeres usando burcas, fantasmas misteriosos flotando sobre las banquetas, hombres usando barbas largas y largas camisas de algodón y sandalias y pequeños sombreros circulares. Los niños corrían afuera de la mezquita, persiguiéndose, y yo regresé a ciertos recuerdos y a ciertas sensaciones mías, a la salida de otras reuniones religiosas, cuando era chica. Luego, el barrio griego. Un grupo de hombres jóvenes y guapos y grandes fuera de un restaurante. Iba peguntándome cuántas horas tendría que caminar para llegar hasta mi casa si no había dinero en la tarjeta. Pero llegué a un cajero. Y empezaron a salir billetitos por la ranura y yo empecé a re`ir de gusto. Hoy me dan el cheque. Esa es la promesa. Mientras tanto, GRACIAS.

Me metí de inmediato a una tienda y me compré una bolsa de galletas de chocolate. La pura gloria. Y entonces me di cuenta de que por supuesto, no sé nada de la precariedad. Nada. Igual, si tengo alguna vez que enfrentarla, puedo sobrevivirla, pero no la conozco. Mi hambre duró poquito y tuvo un final feliz. Y hoy en la mañana vi las noticias sobre la crisis en la frontera con el Congo, y ni siquiera pude imaginarme la magnitud de las otras desesperaciones. Ocurren a muchos años luz de distancia de este cómodo departamentito con calefacción.